La plaga neoconservadora y la devoción hacia el estado omnipotente

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    Los neoconservadores se encuentran, sin duda, entre las peores plagas del mundo contemporáneo. Ésto se debe en gran medida al hecho de que estas criaturas son ultrasocialistas que no se reconocen como tales. Cuando hablan de luchar contra el socialismo, los neoconservadores siempre hablan exclusivamente de resistir a la ideología marxista. De hecho, este es el único aspecto socialista al que los neoconservadores se oponen efectivamente. No se oponen real o concretamente a ninguna otra forma de socialismo; sin embargo –a pesar de no reconocerlo– los neoconservadores son mucho más socialistas que lo que ellos mismos podrían imaginar o concebir. De hecho, el neoconservadurismo bien podría describirse como el peor tipo de socialismo que existe hoy.

    Sin embargo, si bien el conservadurismo genuino necesita y debe ser defendido –tanto porque es una barrera natural contra el progresismo totalitario, como porque es una filosofía moral y cultural que respeta, comprende y fortalece el orden natural–, es esencial entender que el neoconservadurismo (una tergiversación del conservadurismo real) debe ser erradicada sumariamente. Constituye una de las mayores y más terribles calumnias políticas contemporáneas, e impide que exista, prospere y florezca un conservadurismo genuino.

    Para logar ésto, necesitamos entender cuál es la diferencia entre conservadurismo y neoconservadurismo. Desarrollemos una breve explicación.

    En primer lugar, es necesario comprender que el neoconservadurismo no ha conservado absolutamente ninguno de los aspectos más elevados del conservadurismo clásico. Si bien éste último estaba arraigado en valores cohesivos como la jerarquía, el liderazgo natural, la descentralización y el localismo –y su epicentro era la familia–, el neoconservadurismo tiene al estado y al intervencionismo como núcleo fundamental de su doctrina.

    Aunque son relativamente similares en aspectos sociales y culturales, el conservadurismo y el neoconservadurismo tienen muchas más diferencias que similitudes. Cuando se trata del estado, el gobierno y la política, su enfoque no podría ser más diferente. Respecto del mercado, el conservadurismo clásico prioriza la libertad económica, mientras que el neoconservadurismo prioriza el intervencionismo, el proteccionismo y el liderazgo estatal.

    Cuando analizamos países como Estados Unidos y Brasil, es muy fácil ver que en estos dos países la derecha política está compuesta principalmente por neoconservadores. Se trata de personas que, en su mayoría, nunca han estudiado en profundidad la filosofía conservadora y, por alguna razón, creen que el estado debería ser el líder supremo de la sociedad, y tener el control de y sobre todo. Y observe lo interesante: aunque los neoconservadores creen genuinamente que el estado debería controlarlo todo y dirigir el país con mano de hierro, estas personas no se consideran socialistas (a pesar de ser socialistas en grado absoluto). En otras palabras, los neoconservadores son básicamente socialistas que cultivan hábitos conservadores en sus costumbres.

    Ahora bien, no se puede aceptar pasivamente políticas socialistas de control de precios, proteccionismo, intervención estatal masiva en la economía, monopolios, oligopolios, agencias reguladoras, reservas de mercado y hegemonía de las empresas estatales, y seguir considerándose un antisocialista. Si se aprueban todas estas cosas, y realmente se cree que el gobierno debería tener un grado tan desmesurado y titánico de poder económico, entonces se es tan socialista como Marx y Engels.

    No se es antisocialista porque se sea conservador en las costumbres. Eso lo convierte en antiprogresista, pero no en antisocialista. Por si no lo sabía, los comunistas clásicos siempre fueron conservadores en su moral. En Corea del Norte no hay progresismo, feminismo ni liberalismo. En otras palabras, un neoconservador está mucho más cerca de un comunista que de un genuino conservador. De hecho, hay poca diferencia entre ellos.

    Sin embargo, ésto no es resultado de una mera coincidencia: Irving Kristol (1920-2009), considerado el padrino del neoconservadurismo, fue un destacado trotskista en su juventud, habiendo sido miembro de organizaciones como la Liga de Jóvenes Socialistas. Incluso definió el neoconservadurismo como una ideología política, siendo autor de libros como Neoconservadurismo: la autobiografía de una idea y La persuasión neoconservadora: ensayos seleccionados, 1942-2009.

    Es decir, el neoconservadurismo tiene orígenes y tendencias claramente socialistas, y su naturaleza política es explícitamente socialista. Los neoconservadores defienden argumentos, ideas y conceptos socialistas en todo momento. Simplemente no se reconocen a sí mismos como socialistas, ya sea porque son intelectualmente deshonestos, o porque son económicamente ignorantes.

    Cuando nos damos cuenta de que la mayoría de las personas que se identifican como conservadores (y que en realidad son socialistas neoconservadores) nunca han estudiado economía, nunca han leído un tratado sobre el libre mercado, nunca han estudiado filosofía conservadora dentro de un contexto cultural, moral, religioso e histórico, y no tienen idea de qué es el socialismo, resulta más fácil ver que estas personas están en realidad impulsadas principalmente por un grado asombroso de ignorancia.

    Los neoconservadores generalmente creen que el socialismo se reduce únicamente al marxismo (o su variante más conocida, el marxismo-leninismo), y son demasiado estúpidos para comprender que existen innumerables corrientes de socialismo. De hecho, por estúpidos e ignorantes que sean, los neoconservadores son demasiado intelectualmente incompetentes como para reconocer que ellos mismos son socialistas radicales, lo que entusiasmaría y enorgullecería a Marx, Engels e incluso Lenin.

    De hecho, la filosofía socialista neoconservadora ve al estado como el epicentro de todo: el estado debe controlarlo todo, ordenarlo todo, gestionarlo todo. Y no sólo en aspectos económicos, sino sociales, culturales y tecnológicos. No debería haber espacio para el individuo, para la autonomía, para la libertad o para la independencia (libre mercado, de ninguna manera). Como la mayoría de los socialistas, los neoconservadores ven al estado como un dios supremo, soberano y omnipotente, al que todos deben extrema lealtad y obediencia.

    Los neoconservadores no soportan las críticas al gobierno, y desconfían muchísimo de cualquiera que no ame al estado. Para ellos, cualquier forma de organización social que excluya al estado es considerada “utópica”. La famosa frase del dictador fascista Benito Mussolini (que en 1912 era miembro del directorio nacional del Partido Socialista Italiano), “Tutto nello Stato, niente al di fuori dello Stato, nulla contro lo Stato” (“Todo en el estado, nunca fuera del Estado, nada contra el Estado”) es perfectamente aplicable a la doctrina socialista neoconservadora radical.

    Anticapitalistas hasta el extremo, una de las grandes obsesiones de la secta neoconservadora es el proteccionismo económico. Los neoconservadores consideran absolutamente necesario el liderazgo estatal en la economía. Su irracional filosofía socialista de oposición al libre mercado es intransigente. En Brasil, se hace eco de la vieja y conocida letanía de los “recursos estratégicos”, los que enriquecen a políticos y burócratas, fortalecen los esquemas ilícitos y clientelistas de la élite gubernamental, y concentran enormes cantidades de poder y riqueza en una pequeña y rica oligarquía política.

    ¿Quiere saber quién hace retroceder décadas al país? Bueno, los neoconservadores tienen sin duda una parte considerable de culpa en ésto. El culto al Leviathan titánico, la devoción ilimitada al intervencionismo y al paternalismo gubernamentales, y el apoyo incondicional al mantenimiento de un estado caro e hipertrofiado –que tiene amplia licencia para expandirse continuamente– se debe, en gran medida, a la doctrina neoconservadora socialista, la que proporciona una base política e ideológica sólida al statu quo.

    En otras palabras, es fácil entender que los neoconservadores son parte del problema. Por lo tanto, de ninguna manera, forma o circunstancia, podrían ser considerados parte de la solución.

    Sin duda, muchas de las dificultades que tenemos actualmente provienen del hecho de que el neoconservadurismo ha suplantado al conservadurismo genuino. Mire todo lo que están haciendo los neoconservadores, y verá que los frutos que producen están podridos: la obsesión alucinada de la secta neoconservadora por ampliar los poderes del estado consiste en un continuo y absurdo culto ritual a la supremacía gubernamental.

    Los neoconservadores no defienden a la familia, ni intentan derogar las leyes pro divorcio, así como no abren tiendas de armas, no defienden a Cristo, ni discuten los valores morales del Sermón de la Montaña, ni entregan Biblias gratis, ni exigen la supresión de departamentos gubernamentales inútiles. No están haciendo documentales sobre todas las personas que están siendo censuradas arbitrariamente por la dictadura políticamente correcta. Y, obviamente, tampoco están lanzando periódicos conservadores diseñados para criticar duramente la ideología progresista, el lenguaje neutro, la ideología de género, y la dictadura del poder judicial. Entonces, ¿qué están haciendo?

    Ahora, como de costumbre, los neoconservadores están totalmente perdidos en excesivas disculpas por el estado omnipotente y, como caniches enojados de damas de la alta sociedad, les encanta mostrar los dientes ante la más mínima crítica hacia el estado. Sin embargo, en Brasil y ante la desastrosa y opresiva tiranía del dictador Alexandre de Moraes, se manifiestan con total serenidad, como cachorros dóciles, afables y sumisos. Y como buenos servidores de la misandria institucionalizada, continúan haciendo concesiones ilimitadas al feminismo, predicando el tradicionalismo sólo a los hombres. Y no olvidemos a los neconservadores estadounidenses, cada día más emocionados por el genocidio en la Franja de Gaza, los que celebran los crecientes asesinatos de niños palestinos inocentes.

    De hecho, hablando de neoconservadores estadounidenses, no podemos olvidar las guerras en Afghanistan e Irak, y el apoyo incondicional de esta casta política al estado de Israel, el que permite una condición de hostilidad permanente en Palestina. Todo ésto ocurre no sólo con el agrado, sino con la total aprobación, elogio y entusiasmo de la secta neoconservadora. En cierto modo, los neoconservadores estadounidenses siguen siendo afables servidores –si no cómplices directos– del complejo militar-industrial, y de su rentable plan de guerras permanentes.

    La verdad –como ya lo he descrito y repito– es que los neoconservadores son parte del problema (una parte realmente sustancial). No hay manera de que podamos siquiera soñar con una sociedad libre, mientras sigamos tolerando, dando espacio o haciendo concesiones a la escoria neoconservadora. Estas criaturas deben ser tratadas como tratamos a todos los demás socialistas: con total desprecio y desdén. Los neoconservadores son socialistas intervencionistas, idólatras del estado omnipotente y, sobre todo, enemigos viscerales de la libertad.

    Y estas despreciables criaturas no sólo deben ser tratadas como una metástasis política, cultural y social, sino que también deben ser expuestas por la malvada podredumbre que cultivan y difunden abiertamente, describiéndolas como los socialistas totalitarios que realmente son.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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