Pat Buchanan y la amenaza del anti-antisemitismo

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    Sé de buena fuente que últimamente Barbara Branden dedica buena parte de su tiempo a cavilar sobre la creciente amenaza del antisemitismo. Pobre Barbara; como todos los randianos, está siempre desfasada. Ciertamente existe una amenaza en este ámbito, Barbara, pero es precisamente lo contrario: el cruel despotismo organizado del anti-antisemitismo. Blandiendo la temible marca de “antisemita” como poderosa arma, el anti-antisemita profesional es capaz, hoy en día, de herir y destruir a cualquiera con quien discrepe, implantando esta etiqueta indeleblemente en la mente del público. ¿Cómo spuede ser rebatida esta acusación, hecha siempre con histeria e insufrible  autocomplacencia? Responder “No soy antisemita” es tan débil y poco convincente como la famosa declaración de Richard Nixon: “No soy un delincuente”.

    Hasta ahora, el anti-antisemitismo organizado ha sido capaz de destruir, de expulsar de la vida pública, a cualquiera que … recibe el tratamiento “antisemita”. Es cierto que la expresión “antisemita” aún no es ilegal (aunque está prohibida en muchas “democracias” occidentales, y cada vez más ‒al igual que otros “discursos de odio”‒, sirve como motivo de expulsión o, como mínimo, de “reeducación” obligatoria en los campus universitarios). Pero quien recibe la marca se ve generalmente privado del acceso a órganos de opinión influyentes y marginado de los centros de la vida pública. En el mejor de los casos, la víctima de la marca puede verse obligada a humillarse ante sus perseguidores y, mediante la debida servilidad, disculpas y ‒lo más importante‒ el cambio de posturas cruciales para sus enemigos, puede lograr su regreso a la vida pública ‒a costa por supuesto de la autocastración. O, si por casualidad la víctima logra sobrevivir a la embestida, puede ser inducida a actuar con la debida cautela y callar sobre estos asuntos en el futuro, lo que equivale a lo mismo. De esa manera, el Anti-antisemitismo Organizado (OAAS) crea en sí mismo una situación en la que todos ganan.

    La principal fuente de la OAAS es la venerable Liga Antidifamación de B’nai B’rith (ADL), líder de lo que el gran derechista John T. Flynn denominó durante la Segunda Guerra Mundial como la “Brigada de la Difamación” (Flynn se vio obligado a publicar él mismo su denuncia de la difamación orquestada contra los aislacionistas en su panfleto “El Terror de la Difamación”). Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la estrategia clave de la ADL ha sido ampliar su definición de antisemitismo para incluir cualquier crítica contundente al estado de Israel. De hecho, la ADL y el resto de la OAAS se han constituido en una poderosa guardia pretoriana centrada en los intereses y la seguridad israelíes.

    Desde el 2 de Agosto, Israel y lo que Pat Buchanan ha llamado brillantemente su extenso “rincón del amén” en Estados Unidos, han estado haciendo sonar los tambores para la destrucción inmediata y total de Irak, el derrocamiento de Saddam Hussein, la destrucción de la capacidad militar iraquí e incluso para que una “Regencia MacArthur” ocupe Irak casi permanentemente. Pat Buchanan se ha distinguido, desde el principio, como el crítico más prominente y persistente contra la guerra en Irak, y como portavoz del retorno al aislacionismo de la vieja derecha, ahora que la Guerra Fría contra la Unión Soviética y el comunismo internacional ha terminado. Por lo tanto, no es casualidad que la ADL aprovechara las duras críticas de Buchanan a los halcones de la guerra para publicar su dossier, emitir y difundir ampliamente un comunicado de prensa que lo difamaba como antisemita, lo que fue utilizado como material para una campaña de prensa extraordinariamente extensa contra Buchanan.

    La campaña fue iniciada por uno de los peces gordos de la OAAS, el poderoso y bien conectado editor de The New York Times, quien ahora escribe una columna regular de estilo tan aburrido y deplorable, que suele ser un soporífero mucho mejor que Sominex. Si se puede clasificar a Rosenthal ideológicamente, probablemente sería … “neoconservador de izquierda”, una de mis agrupaciones ideológicas menos favoritas. Rosenthal salió de su letargo habitual en su columna del 14 de Septiembre para lanzar un ataque lleno de odio, histérico y vituperante contra Buchanan, comparándolo nada menos que con Auschwitz, el ghetto de Varsovia y un “libelo de sangre”. Rosenthal termina con un giro blasfemo y fascinantemente autorrevelador respecto de las palabras de Jesús en la cruz: “Padre, no los perdones, porque saben lo que hicieron”. Comparen la ética contrastante que Jesucristo y A. M. Rosenthal ofrecen al mundo, y estremézcanse.

    Defendiendo a Pat Buchanan en The Capital Gang, Albert Hunt declaró con severidad que Abe Rosenthal había “olvidado cómo ser reportero”. Ésto cobra mayor relevancia si consideramos el curioso hecho de que lo que desató la ira de Rosenthal fue una declaración de Pat sobre el Grupo McLaughlin, al que Rosenthal, curiosamente, se refería como el Informe McLaughlin (¿qué?). El misterio queda aclarado al observar que el comunicado de prensa de la ADL sobre Buchanan, emitido poco antes de la columna de Rosenthal, comete el mismo error, al referirse dos veces a la aparición de Pat en el Informe McLaughlin. El instinto de Pat era absolutamente acertado cuando, en la maravillosa refutación de su columna, se refirió al ataque de Rosenthal como un “asesinato a sueldo” orquestado por la ADL.

    En una sociedad justa, la rabiosa diatriba de Rosenthal habría sido ridiculizada. En cambio, desencadenó una avalancha de editoriales y columnas por todo el país, casi todas apoyando a Rosenthal, acompañadas de llamadas de la ADL y el grupo de presión oficial israelí, AIPAC, a los periódicos que publicaban la columna de Buchanan, instándolos a cancelarla (posiblemente el mejor compendio de las difamaciones contra Buchanan y sus diversos matices sea el artículo de portada de Howard Kurtz en la Sección de Estilo del Washington Post, del 20 de Septiembre, “Pat Buchanan y la cuestión judía”). Claramente, lo que estamos presenciando no es un debate amistoso ni siquiera vigoroso sobre temas cruciales para la República estadounidense. Lo que estamos presenciando es nada menos que un venenoso intento por suprimir la disidencia, por eliminar la voz valiente e independiente de Buchanan en el panorama social y político.

    Al examinar los ataques contra Buchanan por parte de Rosenthal y los demás, encontramos una variante del viejo juego de trileros. Por un lado, incluso Rosenthal admite débilmente que, en teoría, es posible criticar a Israel sin ser antisemita. ¿Ah, sí? ¿Y cómo se distingue? Para Rosenthal es simple: “Todo estadounidense … debería estar atento para oler la diferencia”. ¡Así que ahora tenemos que confiar en la inefable nariz de Rosenthal! ¿Cómo se supone que debemos distinguir el olfato de un hombre del de otro? ¡Con algún criterio! Curiosamente, Rosenthal y el resto de la pandilla de chacales omiten cuidadosamente de sus diatribas la concesión que incluso la ADL hace: ¡que Pat ha sido a menudo un firme defensor de Israel! Supongo que no se puede permitir que ningún hecho se interponga en el camino de una difamación exitosa. De hecho, Pat explica el punto en su columna de refutación: confiesa haber sido un “acrítico apologista” de Israel hasta 1985. Pero una acumulación de hechos desde entonces, incluyendo el caso de espionaje de Pollard, y la brutalidad contra los palestinos de la Intifada, lo han llevado a cambiar de opinión. Cambiar de opinión, si es en la dirección equivocada, obviamente no puede ser tolerado.

    La estrategia, entonces, consiste en decir, primero, que Pat no es necesariamente antisemita por ser crítico con Israel, sino que la probóscide de Rosenthal le dice que Pat es antisemita. Antes de escribir su columna de odio contra Buchanan, Rosenthal afirma haber consultado nada menos que a Elie Wiesel, el superviviente profesional del Holocausto, quien pronunció las palabras mágicas: “Aunque rara vez uso la palabra antisemita” (¡ja! ¡ya llegará el día!), opinó Wiesel: “Siento que hay algo en él que se opone a mi pueblo”. Bueno, eso es todo: ¿Quién puede discutir los inefables “sentimientos” de Wiesel? Entre el oráculo interior de Wiesel y el olfato de Rosenthal, nadie tiene muchas posibilidades.

    Pero ¿es realmente fiable la perspicacia mística de Elie Wiesel? Después de todo, se trata del mismo Wiesel que, a principios de los años ochenta, se declaró favorable nada menos que al monstruo Ceausescu. ¿Por qué? Por la política exterior proisraelí de Ceausescu, naturalmente. Cualquiera que conceda su bendición a uno de los carniceros más salvajes del último medio siglo, no está calificado para lanzar anatemas contra nadie, y mucho menos contra Pat Buchanan.

    Es significativo que todos los hostiles que conocen personalmente a Buchanan reconozcan que es una gran persona. Por ejemplo, Mona Charen, quien trabajó con Buchanan en la Casa Blanca de Reagan, y quien aportó el toque ingenioso “¿Et tu, Brute?” al lanzar la patraña antisemita incluso antes que Rosenthal. Charen admite que “Pat es la persona más dulce que jamás hayas conocido, un hombre increíblemente gentil, cálido y dulce”. Y, sin embargo, al lanzar el ataque, la buena acción que Pat realizó al salvar el puesto de Mona Charen en la Casa Blanca no quedó impune.

    El juego de trileros con Buchanan es, sin quererlo, esclarecido por el neoconservador Fred Barnes, de The New Republic, y colega de Buchanan en The McLaughlin Group. Al ser preguntado por Howard Kurtz si Pat es antisemita, Barnes responde, con aparente sensatez, que todo depende de la definición que se le dé (sí, y los repollos pueden convertirse en reyes por definición). “Si tu definición es alguien que es personalmente intolerante con los judíos”, dice Barnes (¿pero qué otra cosa es el antisemitismo, Fred?), que “no los quiere en el club de campo” (nótese cómo Barnes trivializa el antisemitismo genuino), “entonces no creo que Pat sea eso”. A estas alturas, ya estamos acostumbrados a buscar el “pero” explícito o implícito. Pero, añade Barnes, “si tu definición es alguien que piensa que Israel y sus partidarios están jugando un mal papel en el mundo, Pat podría serlo”. ¡Ajá! Así que Pat no es antisemita personalmente, no es un “antisemita de club de campo”, pero sí es crítico con Israel, por lo que se le considera bajo esa forma particular. En resumen, criticar a Israel, a pesar de no ser personalmente antisemita, termina por colocarlo en la categoría de temido. ¡La definición sionista al máximo! Si no se puede encasillar a alguien como antisemita bajo una forma, se le encasilla bajo otra, ya que las definiciones cambian constantemente.

    Parafraseando un maravilloso comentario de Joseph Schumpeter sobre los intelectuales de izquierda y su odio hacia el capitalismo: el veredicto de este jurado parcial ‒que Pat es antisemita‒ es un hecho, ya está escrito de antemano. Lo único que puede lograr una defensa exitosa de la acusación es cambiar la naturaleza de la acusación.

    Para aportar su granito de arena a esta pócima de brujas, se encuentra un artículo pseudoacadémico del profesor de filosofía John K. Roth, aparentemente experto en semántica y odio (John K. Roth, “Sticks, Stones, and Words” [Palos, piedras y palabras], L.A. Times, 20 de Septiembre). Entre las habituales invocaciones a Hitler y Auschwitz, el profesor define el antisemitismo como “la hostilidad que despierta el pensamiento irracional sobre los judíos”, y afirma que forma parte de la “misma familia de odios” que el “racismo” y el “sexismo”, así como del “pensamiento irracional” sobre “los negros, los asiáticos o las mujeres”. Categorías interesantes; pero ¿por qué el profesor no dice ni una palabra sobre el “pensamiento irracional” y las generalizaciones, y la consiguiente hostilidad, hacia los blancos, los cristianos o los hombres? ¿Son las omisiones accidentales? ¿O cree que tal fenómeno no existe? En este último caso, se le invita a consultar el último número de su diario o de la revista académica más reciente. El único elemento nuevo añadido por el profesor Roth es ciertamente ominoso. “No es necesario tener la intención consciente de ser antisemita, racista o sexista para hacer o decir cosas que estén fuera de la crítica legítima”. Roth tiene entonces el descaro de citar en defensa al Nuevo Testamento: “Por sus frutos los conoceréis”. Después viene el material sobre Hitler y Auschwitz.

    Pero, lo sepa o no, el profesor Roth en realidad está evocando el espectro, no del Nuevo Testamento, sino del notorio concepto stalinista de crímenes “objetivos”. Cuando Trotsky y otros viejos bolcheviques fueron acusados de ser “agentes fascistas”, los stalinistas ofrecieron una refutación fascinante a quienes se quejaban de la patente absurdidad de la acusación: que Trotsky y los demás eran “objetivamente profascistas” porque estaban socavando el régimen de Stalin. Así pues, aunque, según cualquier criterio racional, Buchanan no sea antisemita, se le puede llamar “objetivamente antisemita”. ¿Por qué? Obviamente, porque se opone a muchas políticas israelíes, y volvemos al juego de las trilerías [juego de trucos, trampas y engaños].

    En muchas de las críticas al paquete anti-Buchanan también es perceptible un hilo negro de odio contra el cristianismo; un odio, como hemos visto, que el profesor Roth logró omitir de su letanía. En el infame artículo de Rosenthal, una de las pruebas del antisemitismo de Buchanan eran sus frecuentes ataques a la “descristianización” de Estados Unidos, que Rosenthal aparentemente interpreta como una palabra clave para el antisemitismo.

    Bueno, tengo noticias para el Sr. Rosenthal. A diferencia de Rosenthal, la mayoría de los cristianos no piensan sólo en los judíos. “Descristianización” no es una palabra clave para nada. Significa lo que dice: la creciente secularización de nuestra sociedad, nuestra cultura y nuestros sistemas educativos. Los cristianos que se oponen a ésto son antiseculares, no antijudíos, y, de hecho, la mayoría de los judíos ortodoxos comparten gran parte de esta postura antisecular y prorreligiosa. ¿Por qué éste es un mundo en el que las proposiciones tan elementales tienen que ser señaladas con paciencia?

    Luego está Leon (“la comadreja”) Wieseltier, el teórico favorito de New Republic. Pat Buchanan se molestó cuando, hace dos años, grupos judíos internacionales lideraron una campaña contra el convento de monjas carmelitas en el sitio de Auschwitz. Al parecer, consideraban una profanación que las carmelitas rezaran por todos los asesinados en Auschwitz, tanto católicos como judíos. Wieseltier escribió un artículo particularmente odioso sobre el tema, denunciando a los defensores católicos de las carmelitas como antisemitas, y Buchanan contraatacó, señalando correctamente que “el anticatolicismo es el antisemitismo del intelectual. Esperemos que las monjas de Auschwitz recen por él (Wieseltier). Lo necesita”.

    El artículo difamatorio de Kurtz ahora le da a “la omadreja” la oportunidad de decir la última palabra. “Retórica de un odiador”, opina. Wieseltier continúa afirmando que “puede haber en un católico religioso una base teológica para la emoción antisemita … Las raíces de algunos de los sentimientos de este hombre hacia los judíos pueden ser teológicas”. Aunque Wieseltier se cubre las espaldas apresurándose a añadir: “Aunque enfatizo que no todos los católicos religiosos son antisemitas”. ¡Qué gentileza de “la comadreja”! Estoy seguro de que los católicos de todo el mundo agradecen su nihil obstat.

    Mientras tanto, The New Republic se ha convertido, como era previsible, en el cuartel general del movimiento anti-Buchanan entre las publicaciones. Un editorial acusó a Buchanan de antisemitismo porque, en los pocos segundos que inicialmente tuvo para abordar el problema en The McLaughlin Group, sólo mencionó nombres judíos entre los líderes pro-guerra. El editorial de The New Republic continúa entonces con lo que considera el punto decisivo: referirse al muy difamado Charles Lindbergh quien, en su famoso discurso en Des Moines en Agosto de 1941, fue “antisemita” porque mencionó a los judíos como uno de los tres grupos que agitaban para que Estados Unidos entrara en la Segunda Guerra Mundial: los otros dos eran los británicos y la administración Roosevelt. En otras palabras, Lindbergh era “antisemita” porque, al identificar las fuerzas para la guerra, identificó a los judíos como sólo uno de varios grupos. En resumen, no se puede ganar.

    Las difamaciones más graves, hasta el momento, llegaron en el siguiente número de The New Republic, en el que Jacob Weisberg ata todos los cabos y añade un vil giro psicoanalítico freudiano propio (Weisberg, “Las herejías de Pat Buchanan”, The New Republic, 22 de Octubre, págs. 22-27). Tras mencionar irrelevancias de la década de 1930 como Lindbergh y el padre Coughlin (¡el tema católico!), Weisberg analiza la historia personal de Buchanan, extraída de su autobiografía Desde el principio, y concluye que Buchanan es un bruto y un protofascista porque le gustaba meterse en peleas a puñetazos de niño (¡adiós a una gran parte de la población masculina!). La conclusión definitiva sobre Buchanan como bruto y protonazi viene con el eslogan sugerido por Buchanan para su fallida campaña presidencial de 1988: “Que comience la carnicería”.

    Contemplemos por un momento al difamador Weisberg. ¿De verdad es tan imbécil como para creer que la frase de Buchanan iba en serio? ¿De verdad no se da cuenta de que Pat estaba lanzando una crítica jocosa y satírica, dirigida precisamente a imbéciles tan serios como Weisberg? Es difícil saber qué es un comentario más triste sobre la cultura estadounidense actual: si Weisberg intentaba usar cínicamente cualquier táctica de difamación que tuviera a mano; o si realmente es un zoquete puritano de izquierda sin sentido del humor.

    Mientras tanto, a la izquierda (o debería decir, a la extrema izquierda) está John B. Judis, el conservatólogo residente del semanario marxista In These Times, quien ha escrito una biografía sorprendentemente favorable de Bill Buckley (o pensándolo bien, como veremos, tal vez no tan sorprendente). Judis también admite que Buchanan no es personalmente antisemita: “De hecho, en los pocos encuentros que he tenido con Buchanan, siempre me ha parecido leal, generoso, afable, sin rastro de snobismo y dispuesto a decir lo que cree, sin importar las consecuencias” (John B. Judis, “Las divisiones semíticas envuelven a los conservadores”, In These Times, 3-9 de Octubre). Suena admirable. Pero … luego viene el desprestigio, con vagas referencias a la Vieja Derecha y a las ideas sobre la “conspiración Rothschild” con las que Judis, en la venerable tradición de la difamación, difama a todos los aislacionistas de la década de 1930 (lo siento, John, Buchanan ni siquiera vivía en aquellos días, y mucho menos era consciente). Para Judis, la postura de Buchanan “representa una especie de retorno freudiano de lo reprimido” (¡otra vez!) ¡Así que ahora tenemos una combinación impía de Marx y Freud al ataque! En su perorata, Judis comete una auténtica metedura de pata, vinculando de alguna manera a Buchanan con los “ignorantes anticatólicos, antijudíos y antiinmigrantes de antes de la Guerra Civil”. Dado que Judis tiene ciertas pretensiones de erudición, cabría suponer que se detendría a pensar antes de vincular a este ferviente católico con el anticatolicismo histórico; pero supongo que el tiempo vuela, y uno busca cualquier brocha difamatoria a mano.

    Hablando de Bill Buckley, ¿cuál es su postura al respecto? Ha vuelto a su postura de siempre: un monarca amable pero firme que reparte puntos positivos y negativos, y que intenta evitar que sus súbditos conservadores se peleen. Es revelador que Buckley sea un viejo amigo íntimo de Rosenthal, aunque apenas conoce a Buchanan. A Rosenthal lo trata con cariño, como a un niño con una rabieta: siempre dispuesto a “descontrolarse emocionalmente” con explosiones resultantes “que no conocen límites convencionales”. Buckley concluye: “Considero que su ataque contra Pat Buchanan es un ejemplo de la furia de Rosenthal”. Al centrarse en la personalidad exaltada de Rosenthal, Buckley logra evitar los problemas principales: el ataque orquestado y coordinado contra Buchanan.

    Si Rosenthal es excesivamente emotivo, Buchanan no es antisemita pero, por supuesto, escuchemos el coro: “I-N-S-E-N-S-I-B-L-E” (el artículo de Buckley se titula “Insensible, quizás; genocida, no”, L.A. Times, 20 de Septiembre). La severa advertencia: “Los Buchanan [¿quiénes son los otros Buchanan?] necesitan comprender la naturaleza de las sensibilidades en una época que coexistió con Auschwitz”. Y Mona Charen, en su segunda oportunidad e intentando, quizás con culpa, cancelar la guerra que inició, aún sostiene que, incluso si nuestra cultura actual “cae en la mojigatería”, en cuanto a los comentarios étnicos, nuestra sociedad étnicamente diversa requiere “una sensibilidad meticulosa” (Mona Charen, “Acusaciones”, Washington Times, 27 de Septiembre)

    Pero no hace mucho, la sociedad diversa de Estados Unidos era gloriosa precisamente porque la gente no temía ser sincera, decir lo que pensaba, y participar en el humor étnico. Además, ¿qué pasó con el conocido dicho de Harry Truman de que quien no soporta la presión política, debería salir de la cocina? Una sociedad libre y diversa requiere franqueza y un debate vigoroso, que es lo que teníamos en Estados Unidos hasta que el puritanismo de izquierda hizo su trabajo, y todos estamos obligados a guardar silencio y repetir la línea del partido. Curiosamente, Bill Rusher, ex editor de National Review y colega de Buckley desde hace mucho tiempo, tiene una opinión diferente y mucho más sana. Aunque Rusher, al igual que Buckley, adopta una postura ultra en su columna, con su postura belicista sobre Irak reprende con delicadeza el comentario de Buckley sobre Buchanan y la sensibilidad, y nos recuerda que “la política estadounidense es un juego de azar, y es justo preguntarse cuánto tiempo más los comentaristas deben seguir pasando de puntillas ante la Embajada de Israel” (William Rusher, “Y la sensibilidad”, Washington Times, 27 de Septiembre). ¿Cuánto tiempo, en realidad?

    A diferencia de los clichés habituales, lo que padece este país no es “insensibilidad”, sino hipersensibilidad, lo que los psicólogos de la época neandertal llamaban “neurastenia”. Me parece que la cura más eficaz para la hipersensibilidad, como para las fobias en general, es la que proponen los psicólogos conductuales: la desensibilización. La exposición repetida al estímulo neurótico desensibilizará gradualmente al paciente, de modo que ya no se enfurezca al ver un gato o … al leer artículos de gente como Pat Buchanan.

    Definición de antisemitismo

    Los anti-antisemitas organizados saldrán airosos con sus odiosas calumnias hasta que finalmente se vean obligados a definir sus términos, a establecer criterios racionales para esta grave acusación. Ya es hora de que se les reclame por esta repugnante táctica. Bien, ¿qué es el antisemitismo? Si podemos ir más allá de los vagos y efímeros “sentimientos”…

    Me parece que sólo hay dos definiciones justificables de antisemitismo: una, centrada en el estado mental subjetivo de la persona; y la otra, “objetivamente”, en las acciones que emprende o en las políticas que defiende.

    Para la primera, la mejor definición de antisemitismo es sencilla y contundente: una persona que odia a todos los judíos. Pero aquí, Buchanan queda claramente reivindicado por todos los que lo han conocido, ya que todos coinciden en que no es “personalmente” antisemita, tiene muchos amigos judíos, salvó el trabajo de Mona Charen, etc. Aquí también quiero matizar un punto: toda mi vida he oído a anti-antisemitas burlarse de los gentiles que, defendiéndose de la acusación de antisemitismo, protestan diciendo que “algunos de mis mejores amigos son judíos”. Siempre se burlan de esta frase, como si la burla fácil fuese una refutación del argumento. Pero me parece que la burla es habitualmente utilizada aquí precisamente porque el argumento es concluyente. Si algunos de los mejores amigos del Sr. X son realmente judíos, es absurdo y contradictorio afirmar que es antisemita. Y así debería ser.

    Pero quizás se podría argumentar que X es, en el fondo, antisemita, y que con engaños consigue amigos judíos para ocultar su rastro. ¿Y cómo, a menos que seamos amigos cercanos o psicólogos de alguien, podemos saber qué hay en el corazón de una persona? Quizás entonces el enfoque debería centrarse, no en el estado mental o emocional del sujeto, sino en una proposición que pueda ser contrastada por observadores que no lo conozcan personalmente. En ese caso, deberíamos centrarnos en lo objetivo más que en lo subjetivo; es decir, en las acciones o las defensas de la persona. Pues bien, en ese caso, la única definición racional de antisemita es la de alguien que aboga por la imposición de restricciones políticas, legales, económicas o sociales a los judíos (o, por supuesto, que ha participado en su imposición).

    Pensemos entonces en Pat Buchanan. Nunca ‒y los propios artículos difamatorios son un testimonio eficaz de ello‒ Pat Buchanan ha defendido tales políticas, ya sea la prohibición de judíos en su club de campo, o la imposición de cupos máximos para judíos en diversas ocupaciones (ambas cosas han sucedido en Estados Unidos durante nuestra vida), y mucho menos medidas legales contra los judíos. Así que, una vez más, es absurdo y una calumnia despiadada llamar a Pat antisemita. Si Pat supera con creces cualquier prueba de fuego, ya sea subjetiva u objetiva, ¿qué más queda? Ya es hora de que la Banda de Desprestigio se calle sobre Buchanan y, ya que están, reconsideren también sus otras difamaciones.

    ¿Pero acaso no estoy redefiniendo el antisemitismo hasta eliminarlo? Desde luego que no. En cuanto a la definición subjetiva, por la propia naturaleza de la situación, no conozco a nadie así, y dudo que la Banda de Desprestigio lo conozca. En cuanto a la definición objetiva, de la que los forasteros pueden tener mayor conocimiento, y dejando de lado a los antisemitas indiscutibles del pasado, en la América moderna sí hay auténticos antisemitas: grupos como el movimiento de Identidad Cristiana, la Resistencia Aria o el autor de la novela “Diarios de Turner”. Pero, ¿son éstos grupos marginales, dice usted, insignificantes y de los que no vale la pena preocuparse? Así es, amigo, y ese es precisamente el punto.

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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