El príncipe feudal de Liechtenstein se ha convertido en un héroe libertario

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    Hans-Adam II es el monarca más rico de Europa, a pesar de gobernar uno de sus estados más pequeños. El príncipe de Liechtenstein hace alarde de su desprecio por la democracia, combinando el feudalismo y el capitalismo financiero para servir como modelo a la derecha en países mucho más grandes.

    En Febrero de 2025, el Principado de Liechtenstein, microestado de 25 kms de largo y 12 kms de ancho, enclavado entre Suiza y Austria, celebró con orgullo el octogésimo cumpleaños de su príncipe reinante, Hans-Adam II. Este gobernante de un territorio montañoso con tan solo 41.000 habitantes se ha convertido en el monarca más rico de Europa ‒un hombre cuya fortuna está estimada en U$S 12.600 millones.

    Oficialmente, el soberano se ha retirado de los asuntos gubernamentales, tras haber transferido sus poderes en 2004 a su hijo mayor, Alois. Sin embargo, Hans-Adam II ha dejado su huella en la historia de este pequeño país, transformando sus instituciones y su economía. Con ello, lo ha consolidado como un modelo para la derecha libertaria en algunos de los estados más grandes del mundo.

    En las raras ocasiones en que Liechtenstein atrae la atención de los medios internacionales, suele ser objeto de historias peculiares sobre su modesto tamaño. En 2007, un pequeño grupo de soldados suizos invadió el país por error tras perderse en un ejercicio de entrenamiento, y se retiraron al otro lado de la frontera al percatarse de su paradero. Ésta fue una de las varias incursiones accidentales de las fuerzas suizas a lo largo de los años. No hay peligro de guerra como resultado de tales contratiempos, ya que Liechtenstein no tiene ejército.

    Tampoco tiene aeropuerto, aunque sí una única línea ferroviaria que une las redes suiza y austriaca. La selección nacional de fútbol es uno de los eternos chivos expiatorios de Europa: en su reciente grupo de clasificación para el Mundial, Liechtenstein volvió a quedar último, tras haber perdido todos sus partidos sin marcar un solo gol. Una encuesta de 2020 del The New York Times destacó el record del país de ganar diez medallas olímpicas, todas en esquí alpino, y su posición como líder mundial en la producción de dentaduras postizas.

    Sin embargo, la importancia de Liechtenstein para el capitalismo global es mucho mayor que lo que uno podría imaginar a partir de estos detalles. Al combinar la herencia feudal de su país, con sus ideas libertarias, Hans-Adam II ha allanado el camino para una forma de capitalismo que ahora está muy en boga, especialmente entre los magnates tecnológicos de derecha que están tratando de remodelar el panorama político.

    Remanente feudal

    Liechtenstein es un vestigio de la era feudal europea. Este pequeño territorio debe su nombre a la familia austriaca que lo adquirió a principios del siglo XVIII. Muy cerca de los Habsburg, los herederos de la Casa de Liechtenstein obtuvieron el status de “príncipe soberano” gracias a estos 160 kms2 a orillas del Rhin.

    Sin embargo, la vida de la casa y sus príncipes se desarrollaba en otros lugares. Como grandes terratenientes con propiedades en Austria y Bohemia, los príncipes vivían en un suntuoso palacio en el corazón de Viena, que los visitantes aún pueden admirar. No fue hasta 1938, cuando la Alemania nazi invadió Austria, que la familia se refugió en Vaduz, capital de Liechtenstein.

    En aquel entonces, este territorio estaba bajo influencia suiza, tras haber firmado una unión aduanera y monetaria con su vecino más grande en 1924. Adolf Hitler lo dejó en paz durante el Anschluss debido a esta relación. Pero los intereses de la familia no se limitaban al principado. Los Liechtenstein eran ricos, muy ricos.

    Poseían considerables activos en Austria, y controlaban un banco que habían adquirido en la década de 1930. En la década de 1970, Hans-Adam II, quien aún esperaba suceder a su padre Francisco José II como monarca, se dio cuenta de que podía aprovechar la doble naturaleza de su familia: poder político e imperio financiero. Para lograr este objetivo, el príncipe ‒quien se convirtió en regente en 1984 antes de ascender al trono en 1989‒ necesitaba liberarse de la tutela suiza. Debía convertirse en monarca de un país plenamente soberano, para establecer las reglas que beneficiaran sus intereses comerciales. En 1970, con tan sólo 25 años, pronunció un famoso discurso denunciando la situación en la que su país era “llevado en la mochila de Suiza”.

    Un estado soberano

    Su primer paso fue solicitar la adhesión a las Naciones Unidas, que Liechtenstein obtuvo en 1990. A partir de entonces, el gobernante del país fue un jefe de estado que podía hablar en igualdad de condiciones y tenía voz en la Asamblea General de la ONU. La segunda etapa de esta estrategia llegó en 1993, cuando el príncipe hizo campaña para que su pequeño estado adhiriese al Espacio Económico Europeo (EEE), integrándose así en el mercado único europeo.

    Hans-Adam II insistió en que el gobierno debía celebrar el referendum sobre la adhesión al EEE antes de que el pueblo suizo votara, ya que la opinión pública suiza se inclinaba hacia el rechazo. Sin embargo, según la Constitución de 1921 entonces vigente, esta decisión no era competencia del príncipe, y el gobierno se negó a ceder. Increíblemente, hubo manifestaciones en Vaduz contra la “dictadura” del príncipe.

    Al final, los habitantes del principado aceptaron la adhesión al EEE, mientras que los suizos la rechazaron. Hans-Adam II triunfó, ya que Liechtenstein se benefició con el acceso a los mercados europeo y suizo por igual, así como con la estabilidad del franco suizo. Hoy en día es el país más industrializado del mundo, con 38% de su valor añadido procedente de la industria manufacturera. También es el segundo país más rico del mundo, después de Mónaco, con un PBI per capita de U$S 219.000.

    Sin embargo, esta victoria dejó a Hans-Adam II con un sabor amargo en su boca. ¿Qué pasaría si, un día, el pueblo se pusiera en su contra? Sería inaceptable, no sólo para su condición como soberano, sino también ‒y sobre todo‒ para sus intereses comerciales. Porque tras la afirmación de la soberanía del país, Hans-Adam II sigue siendo un hombre de negocios.

    Construyendo un imperio

    En la década de 1980, comenzó a desarrollar el grupo bancario Liechtenstein Global Trust (LGT) en el extranjero. Aprovechó el potencial de su país como refugio fiscal, derivado del sistema “Treuhand”, el que facilita fideicomisos que ocultan al verdadero beneficiario de los fondos.

    Si quería expandirse, esta actividad no podía quedar a la sombra de los bancos suizos. La pertenencia al EEE garantizó la libre circulación de capitales entre Liechtenstein y otros estados europeos, atrayendo a las élites adineradas del continente. LGT se convirtió en el eje central del sistema.

    Al mismo tiempo, la condición de Liechtenstein como estado soberano permitió a Hans-Adam II impugnar los decretos Beneš, los que confiscaron [sin compensación] a los terratenientes alemanes en Checoslovaquia en 1945. La Casa de Liechtenstein, uno de los principales terratenientes de la región, lo perdió todo.

    Hans-Adam II ha estado obsesionado con recuperar sus tierras, o al menos obtener una compensación que impulsara aún más su imperio empresarial. Como jefe de estado de un país soberano, ahora podía impugnar la expropiación de las propiedades de su familia. En 2020, el gobierno de Liechtenstein incluso presentó una demanda contra los decretos Beneš ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

    La iniciativa del príncipe

    Estos ejemplos ilustran la lógica del pensamiento de Hans-Adam II. Considera a Liechtenstein como una posesión de su familia, la que puede utilizar como cualquier otro bien. Aunque está dispuesto a aceptar la idea de la democracia sobre el papel, su propia voluntad debe determinar sus límites.

    El enfoque del príncipe es, por lo tanto, el de un accionista mayoritario. Escuchará a su personal y les permitirá gestionar los detalles de la gestión del país, pero cuando se trata del panorama general ‒las decisiones que considera verdaderamente importantes‒ debe tener la última palabra.

    Los acontecimientos de 1993 demostraron que podía ser derrotado, por lo que propuso una importante reforma constitucional en 2002. Esta reforma le otorgaría el poder de veto sobre todas las leyes, y el nombramiento de jueces. El príncipe amenazó con que su familia “regresaría a Viena” si la propuesta era rechazada.

    La lógica seguía siendo la de un negocio: dado que Liechtenstein fue comprado, también podría ser vendido si uno ya no estaba satisfecho con el propietario. La campaña del referendum sobre la “Iniciativa principesca” dividió profundamente a este país normalmente pacífico. Durante una sesión del Parlamento de Liechtenstein, su presidente entró en pánico y soltó: “Sin el príncipe, no somos nada”.

    Por gracia del príncipe

    Cuando fue celebrado el referendum en Marzo de 2003, la reforma de Hans-Adam II triunfó por un margen de 64% frente a 36%. Poco menos de 15.000 personas ‒alrededor del 87% del censo electoral‒ participaron en el referendum. Hans-Adam II había triunfado.

    Al año siguiente, traspasó las responsabilidades cotidianas del gobierno a su hijo, sin perder la condición de patriarca de la familia. Dividió el imperio entre sus tres hijos, asignando a Alois la administración del país; a Max la del grupo financiero LGT; y a Constantin (fallecido en 2023), la del resto del patrimonio. La gestión del principado es, por lo tanto, sólo una de las muchas actividades de la familia.

    En Liechtenstein, nadie cuestiona el poder del príncipe, y la amenaza ha surtido efecto. En 2012 fue celebrado otro referendum, después de que el príncipe se comprometiera a bloquear la legalización del aborto. En esta ocasión, 76% de los votantes rechazó una propuesta para reducir el poder de veto de la monarquía. Como me dijo uno de sus habitantes, este pequeño y rico país es una “democracia por la gracia del príncipe”. Son celebradas elecciones; el parlamento legisla. Pero todo es mantenido dentro de los límites de lo aceptable para la familia principesca; es decir, dentro de los límites de sus intereses materiales. La voz de un hombre puede prevalecer por sobre la de todos los demás.

    Economía del fondo fiduciario

    Esos intereses materiales han evolucionado con el tiempo. En 2009, el país enfrentó una crisis después de que un denunciante entregara documentos a las autoridades alemanas que revelaban el alcance de la evasión fiscal en Liechtenstein. Tras una resistencia inicial, el príncipe Alois finalmente abandonó la estrategia de recurrir al dinero negro.

    Hoy en día, Liechtenstein ya no es un verdadero refugio fiscal. Su sistema judicial coopera con las autoridades extranjeras, y ha firmado acuerdos fiscales con los principales países occidentales. Sin embargo, la familia real no ha abandonado sus ambiciones financieras.

    Bajo el liderazgo de Max, LGT se ha transformado en un banco privado, orientado a clientes adinerados, con la promesa de gestionar sus fondos como los de la familia principesca. El banco ha cosechado éxitos, mostrando un fuerte crecimiento, especialmente en Asia. En Junio de este año, gestionaba cerca de 360.000 millones de francos suizos en activos (unos U$S 450.000 millones), y tenía oficinas en 15 países, desde Irlanda y España, hasta Singapur y los Emiratos Árabes Unidos.

    Hans-Adam II no es un simple príncipe testaferro. Es mucho más rico y poderoso que el británico Charles III, con una fortuna de U$S 12.600 millones, según Bloomberg. Ésto supone 25% más que el PBI anual de “su” país, sobre el que su familia ejerce control absoluto.

    Uno, dos, muchos Liechtenstein

    El príncipe ha desarrollado una teoría para sustentar sus prácticas políticas y económicas, articulada en un libro titulado El estado en el Tercer Milenio. Hans-Adam II concibe al estado como una “empresa de servicios”, basada en la “colaboración” entre su propietario ‒el propio príncipe‒ y la población, la que debe ser “tratada como clientela”. En este marco, la democracia es una forma de gestionar la propiedad privada, y esta última siempre debe tener la última palabra.

    El pensamiento de Hans-Adam II combina referencias a la tradición feudal, con el papel central del capitalismo en la gestión del estado. En definitiva, el veto del príncipe-director general también representa la sanción institucional abierta de la tutela del capital sobre la democracia.

    Hans-Adam II nunca ha ocultado sus inclinaciones libertarias. Cree que la fragmentación territorial es garantía de buena gestión, porque impulsa a los estados a competir entre sí, reduciéndolos a la condición de “empresas de servicios”. Así, la reforma constitucional de 2003 otorgó el derecho de secesión a los municipios de Liechtenstein, cada uno de los cuales tiene como máximo unos pocos miles de habitantes. Las acciones del príncipe de Liechtenstein no han pasado desapercibidas en los círculos libertarios. El economista alemán DDDr. Hans-Hermann Hoppe, discípulo de Murray Newton Rothbard, ha convertido a este país en un modelo para su idea de que la monarquía es superior a la democracia en términos de libertad.

    En 2022, Hoppe habló de su sueño de una “Europa de 1.000 Liechtensteins”, lo que se asemeja mucho a la visión expresada por Peter Thiel: “Si queremos promover la libertad, necesitamos aumentar el número de países”. El presidente de derecha [neoconservador] de Argentina, Javier Milei, ha descrito a Hoppe y a Rothbard como sus principales fuentes de inspiración.

    Anarco-feudalismo

    Lo que Hoppe considera más atractivo de Liechtenstein es que su estado es completamente privado. Como señala Hans-Adam II en su libro: “Los gastos de nuestra monarquía, a diferencia de todas las demás, son cubiertos con los fondos privados de la familia principesca”. El príncipe no vive de impuestos; al contrario, apoya al estado, que es su patrimonio. Ésto es lo que convierte a esta monarquía en una forma de “anarcocapitalismo”. En todas partes el poder es privado, y está vinculado con la propiedad ‒es decir, con el dinero.

    En su libro de 2001 “Democracia: el dios que falló”, Hoppe argumentó que la transición de la monarquía a la democracia constituyó un declive, porque los monarcas cuidaban de sus patrimonios privados y, por lo tanto, tendían a evitar la imposición de impuestos y a promover el desarrollo económico. La monarquía ideal descrita por Hoppe se asemeja al Liechtenstein de Hans-Adam II: el monarca no necesita impuestos para mantenerse, porque dirige su propio negocio, mientras que el líder de una democracia vive de los impuestos y, por lo tanto, tiende a aumentarlos.

    Si bien el príncipe de Liechtenstein nunca ha citado a un autor libertario en público, las similitudes entre su perspectiva y el pensamiento de Hoppe son sorprendentes. En un artículo para el Mises Institute, otro economista libertario, Andrew Young, describió en 2020 a Liechtenstein como “la forma de estado más tolerable que existe hoy en día”.

    Hans-Adam II ha contribuido así a diseñar un nuevo tipo de estado, uno que se fusiona con el sector privado en torno de una monarquía de origen feudal. Este ejemplo recuerda las ideas de Curtis Yarvin, que ahora inspiran a Silicon Valley. En medio del auge actual del autoritarismo capitalista, este pequeño príncipe alpino parece estar mostrando el camino hacia la derecha ‒camino en el que la democracia se convierte en un ritual sin sentido.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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