Un argumento utilizado a menudo como justificativo para la existencia del estado es que es el único medio a través del cual los pobres pueden acceder a un bienestar suficiente como para aliviarlos de las duras realidades que pueden acompañar sus circunstancias. Sin embargo, a pesar de las promesas efectuadas durante muchas décadas, y a las enormes sumas gastadas en los programas estatales de bienestar, no está claro que las necesidades de los pobres hayan sido lo suficientemente satisfechas, especialmente dada la protesta constante por más recursos y mejores programas. Si puede demostrarse que en ausencia del estado, las opciones de bienestar puramente voluntarias o libertarias son tan buenas, si no mejores ante el problema de la pobreza, entonces esta razón básica por la que las personas asumen la necesidad de la existencia del estado, puede caer.
Ya sabemos que una gran parte de la población generalmente apoya el bienestar. En nuestras sociedades actuales dominadas por el estado, un gran número de personas muestran ésto cuando votan por políticas que redistribuyen la riqueza desde algunos a favor de otros mediante la agresión estatal. Además, a pesar de la redistribución de lo ajeno por parte del estado, las personas muestran aún más convincentemente su creencia en la necesidad de bienestar cuando donan voluntariamente su propia riqueza a los pobres a través de la caridad privada.
Utilizando nuestras sociedades actuales dominadas por el estado como punto de partida, veamos qué podríamos esperar que ocurra si el estado y sus políticas redistribucionistas fuesen eliminadas de la escena, y sólo la libertad personal, la asociación voluntaria y el intercambio, y la organización benéfica privada, fuesen dejadas como medios para crear y transferir legítimamente la riqueza.
Primero, con el final de todos los impuestos y otras formas de confiscación de riqueza por parte del estado, a las personas les quedarían más recursos a su disposición. Entonces sería posible que el gasto agregado en caridad aumente, sin quitar la capacidad de las personas para continuar con sus otros hábitos de gasto como antes.
Una vez que son eliminadas las afirmaciones explícitas o implícitas de que el estado sea el máximo respaldo de los pobres, las personas probablemente estarán más motivadas para dar a la caridad, ya que las contribuciones caritativas privadas serían consideradas críticas para aquéllos quienes necesitan obtener lo que sea para su sustento básico. Una mayor propensión a dar a la organización benéfica, combinada con un mayor ingreso disponible debido a la ausencia de impuestos como se señaló anteriormente, respalda la conclusión de que la cantidad de caridad voluntaria será mucho mayor a medida que la sociedad se aleje del estado hacia una alternativa libertaria.
Al igual que con cualquier cosa subsidiada por el estado, esperamos que haya más de eso de lo que sería el caso. Por lo tanto, sin los subsidios del estado para los pobres, deberíamos esperar encontrar menos personas que dependan del bienestar en primer lugar. A diferencia de las políticas de redistribución de un estado, la organización benéfica privada no es una garantía o un derecho, y en la medida en que existe, a menudo viene con términos adjuntos que a los aspirantes a receptores no les gustan, como demostrar un cambio en el comportamiento. A partir de ésto, podemos concluir que el nivel de demanda de bienestar probablemente será menor que lo que hubiera sido el caso si las políticas de bienestar del estado hubieran persistido.
Con las diversas intervenciones económicas del estado dejadas de lado, podrían predominar los precios y el intercambio de libre mercado. Como han señalado Ludwig von Mises y muchos otros economistas en la tradición austriaca, la intervención estatal detiene o altera los precios de libre mercado, lo que lleva a islas de caos económico y los recursos son desperdiciados involuntariamente. Con los precios de libre mercado ouede efectuarse el cálculo económico, lo que permite que la producción sea continuamente optimizada en toda la economía, para lograr mayores valores de producción. Ésto equivale a que sea generada más riqueza en toda la sociedad, versus lo que hubiera sido el caso si el estado hubiera continuado con sus intervenciones. Con más riqueza hay más posibilidades de que los más pobres sean menos pobres y no necesiten tanta asistencia para su bienestar, y hay más posibilidades de que aquéllos que no son pobres tengan mayores recursos para asistir a los pobres.
Una vez que son eliminadas las intervenciones estatales, también lo serían las diversas rigideces del mercado laboral impuestas por el estado, como salarios mínimos, términos y condiciones obligatorios, leyes de despido injusto, leyes antidiscriminatorias y sindicatos respaldados por la legislación estatal. Sin tales invasiones sobre la transacción gratuita de la mano de obra de las personas, no habría razón para esperar que los mercados laborales no se aclaren de la misma manera en que se despeja cualquier otro mercado: por precios (salarios) se ajustan hasta que no haya capacidad no utilizada o desempleo involuntario entre las personas que pueden ofrecer mano de obra que sea económicamente valiosa para los demás. La ausencia de desempleo causada por las rigideces del mercado laboral impuesta por el estado resultaría en una menor demanda de bienestar. Además, con la producción de más personas mayores empleadas que lo que hubiera sido con la intervención del estado, la riqueza de la sociedad aumentará, con una parte de ese aumento específicamente en ese segmento etario de la población, que de otro modo habría estado desempleado y reclamando bienestar.
A medida que sea eliminada la amenaza constante de confiscación estatal de la riqueza (particularmente a través de impuestos), el costo de oportunidad de diferir el consumo con fines de ahorro disminuirá. Un mayor incentivo a ahorrar conducirá posiblemente a una mayor reserva de fondos disponibles para la inversión, impulsando la acumulación de bienes de capital y ampliando aún más la capacidad productiva de la economía, permitiendo una mayor generación de riqueza. Además, con una tasa de ahorro más alta, las personas acumularán más riqueza a lo largo de sus vidas y a través de generaciones, lo que las dejará en una mejor posición para cuidar de sí mismas cuando atraviesen tiempos difíciles, y les permitirá apoyar a otros miembros de su familia y de su comunidad que necesiten ayuda. Ésto reducirá aún más el número de personas que necesitan asistencia social en comparación con lo que habría sido el caso si hubiera continuado la confiscación estatal de riqueza.
Bajo el estado suele haber una categoría de personas que terminan siendo beneficiarios de asistencia social que no tendrían por qué haberlo sido si el estado no les hubiera confiscado una parte de su riqueza en primer lugar. Esta situación a menudo afecta a los hogares de clase media en jurisdicciones con altos impuestos, que se ven dependientes de donaciones estatales de una forma u otra para compensar su pérdida de poder adquisitivo debido a los altos impuestos. No hace falta decir que esta categoría de personas sería ahora autónoma y no terminaría necesitando bienestar en la misma medida, reduciendo así la demanda total de bienestar una vez que el estado sea eliminado.
Si bien la corrupción y la mala asignación de fondos pueden ocurrir en organizaciones benéficas privadas, la naturaleza voluntaria de sus fuentes de financiamiento significa que, una vez que tales abusos son descubiertos, éstos son abordados y suprimidos, o el acceso de la organización benéfica al financiamiento disminuye rápidamente. Por el contrario, un sistema de redistribución estatal es financiado mediante la confiscación forzosa de la riqueza por lo que, a pesar de los abusos, puede seguir existiendo mientras el estado permanezca en el poder. Por lo tanto, una vez que haya sido cerrado el sistema de redistribución del estado, podríamos esperar que el resto del gasto social privado sea más eficiente a la hora de distribuir recursos hacia los necesitados.
Finalmente, debe considerarse la calidad del bienestar bajo la redistribución versus la caridad privada. Dado que, en última instancia, la caridad queda a discreción de las asignaciones individuales de sus propios recursos privados, y llega a los necesitados a través de organizaciones benéficas descentralizadas, los donantes pueden dirigir sus fondos a organizaciones que consideran que sirven mejor a los más necesitados, en comparación con el gasto de redistribución estatal, el que habitualmente está guiado por consideraciones políticas y es menos responsable por los resultados deficientes, o no lo es en absoluto. Ésto hace que sea más probable que los fondos dirigidos a través de organizaciones benéficas privadas sean más eficaces para ayudar a los pobres.
La exploración anterior de los cambios que podríamos esperar a medida que el estado sea eliminado de la escena, nos da razones para esperar que se generará más riqueza, y parte de esta mayor riqueza terminará en manos de personas que de otro modo habrían sido beneficiarios de la asistencia social. Existirá una mayor propensión a donar a la caridad privada, existirá un mayor incentivo para evitar la necesidad de asistencia social, el bienestar a través de la caridad privada implicará menos corrupción y mala asignación de fondos, y posiblemente el bienestar a través de la caridad privada será cualitativamente superior a la redistribución estatal como medio para ayudar a los pobres.
Si bien no podemos concluir que todas las personas que viven en la pobreza en una sociedad libertaria estarán perfectamente atendidas todo el tiempo, observamos que ciertamente ésto no es logrado por nuestros actuales sistemas de redistribución respaldados por el estado. Lo que podemos concluir es que, ya sea que se trate de cuidar a los jóvenes, a los ancianos, a los enfermos, a los hambrientos, a los sin hogar, a los sin educación, a los condenados penalmente, a los que tienen discapacidades físicas y mentales, a los que están desprotegidos de los agresores, ya sean locales o extranjeros, y cualquier otra cosa que pueda causar que la gente esté en necesidad, habría instituciones caritativas privadas firmemente arraigadas, efectivas y financiadas en una sociedad libertaria para impulsar resultados cada vez mejores para los pobres. Por lo tanto, la necesidad de bienestar no debe ser vista como una razón para apoyar la existencia del estado.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko