¿Deberíamos todos evadir y practicar la caridad?

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Como bien sabemos, los gobiernos populistas de izquierda son generalmente elegidos con la promesa de que se ocuparán de los pobres, dándoles muchas garantías, derechos y ayuda social. Los candidatos de izquierda también prometen a sus electores más humildes que finalmente tendrán la oportunidad de mejorar su calidad de vida, y que (en todos los aspectos de su existencia) recibirán apoyo del gobierno. Sin embargo, después de llegar al poder los gobiernos de izquierda generalmente multiplican el número de personas pobres en la sociedad. Sin embargo, para que la sociedad progrese, debemos ir por el camino opuesto. El número de pobres debería reducirse cada día más.

Es fácil ver, por tanto, que el gobierno no elimina la pobreza: la multiplica. En consecuencia, si el gobierno aumenta la pobreza y, por tanto, multiplica el número de pobres, es razonable creer que no se está ocupando de ellos. Entonces, ¿qué podemos hacer para intentar combatir este problema?

Obviamente, los gobiernos no pueden acabar con la pobreza. Ésto es imposible porque los gobiernos no generan riqueza. Los gobiernos recaudan impuestos. Por lo tanto, lo que hacen los gobiernos es transferir ingresos. Confiscan activos de la sociedad productiva, y los redirigen hacia ellos mismos. De todo lo que el gobierno confisca a la sociedad productiva, sólo una pequeña porción es redirigida efectivamente hacia los más pobres.

Los pocos ciudadanos pobres (o de bajos ingresos) que están registrados en las bases de datos de los centros de servicios sociales son los que reciben en realidad prestaciones sociales, las que representan sólo unas pocas migajas de la cantidad que el gobierno confiscó a los ciudadanos económicamente activos. La mayor parte del dinero confiscado a través de los impuestos no está destinado a ayudar a los ciudadanos pobres, miserables, necesitados o indigentes. Desafortunadamente, hay muchas personas que han caído en la falacia del estado de bienestar humanitario, y creen genuinamente que, si no fuera por el gobierno, los pobres no tendrían a nadie que los cuidara. Ésta es simplemente una de las muchas mentiras que utiliza el gobierno para respaldar su legitimidad, así como para justificar la “necesidad” de sus servicios.

Es evidente que los gobiernos no quieren hacerse cargo de nadie. Durante las campañas políticas, los candidatos dicen cualquier cosa para ganar votantes. Lo que realmente quieren es quedarse con la mayor cantidad posible de todo el botín que el estado confisca periódicamente a los sectores productivos. Una vez garantizado ésto, los gobernantes pensarán diferentes estrategias para ser reelegidos, y así seguir disfrutando de los innumerables beneficios que les ofrece la política y el estado.

Sin embargo, el gobierno utiliza a los pobres y miserables como justificación para recaudar impuestos. Los políticos afirman que los impuestos son necesarios para que el estado cuide, proteja y apoye a los más necesitados. Pero sabemos perfectamente que el estado no hace nada ni parecido. Si así fuera, el número de personas pobres y miserables no seguiría aumentando marcada y continuamente, como ocurre hoy.

Desafortunadamente, la miseria en la sociedad no hace más que aumentar, al igual que la carga fiscal (cada vez más insoportable) que la parte productiva de la sociedad se ve obligada a pagar. Pero ¿qué sentido tiene pagar una carga fiscal tan colosal si los pobres, en su gran mayoría, no reciben la ayuda que tan desesperadamente necesitan?

De hecho, la mayor parte del dinero que el gobierno confisca a través de impuestos lo utiliza para cubrir sus propios gastos (que son siempre demasiado elevados). Sólo una porción muy pequeña de todo lo que el gobierno recauda, es realmente utilizda para ayudar a los necesitados. De hecho, cuando pagamos impuestos, estamos pagando los altos salarios de los políticos que nos gobiernan, y los privilegios aristocráticos de servidores públicos excepcionalmente democráticos –como en Brasil, Alexandre de Moraes, sus colegas del Tribunal Supremo, y toda la casta de inútiles parásitos, como jueces y diplomáticos, así como múltiples hordas de personas que ganan mucho pero que no sirven para nada.

De hecho, el estado no se ocupa de los pobres. La realidad es que el caso de Brasil lo muestra claramente. Sólo la izquierda política es lo suficientemente estúpida e irracional como para seguir creyendo una mentira tan fácilmente desacreditada.

La verdad es que, si se ocupara de los pobres, sería mucho más útil y eficiente evadir impuestos y dar ese dinero directamente a los más necesitados –descartando sumariamente al estado por inútil, demagógico, oportunista y parásito intermediario que es. Y, evidentemente, siempre está dispuesto para cobrar un peaje siempre excesivamente caro, a fin de prestar un servicio precario e inferior.

Por supuesto, nos topamos con algunos problemas prácticos. Gran parte de la carga fiscal existente seguirá siendo pagada, ya que es imposible evadir los impuestos indirectos, los que están integrados en el valor final de los productos y afectan directamente al consumo. Y si se le da dinero a una persona miserable, no se sabe en qué lo gastará. Incluso cuando tienen hambre, a veces las personas sin hogar prefieren comprar bebidas alcohólicas o drogas para adormecer su dolor, su soledad y su sufrimiento. ¿Entonces, qué debemos hacer?

Lo ideal sería evadir lo que sea factible de los impuestos –con la ayuda de contadores profesionales que sean maestros en el formidable arte de la contabilidad creativa–, y alentar a los evasores de impuestos a practicar la caridad con la porción deseada de sus dividendos. Aquellos a quienes no les guste dar dinero, pueden comprar ropa (o donar ropa usada) antes del inicio del invierno, o comprar alimentos y distribuirlos entre las personas sin hogar.

Es necesario recordar que la caridad es una práctica cristiana fundamental, y debemos ser compasivos y empáticos con los pobres y los más necesitados. La izquierda no se equivoca al llamar la atención sobre el problema. El error de la izquierda es presentar al estado como la solución.

La pobreza trae consigo innumerables desgracias y severas adversidades. Muchas personas en situaciones de necesidad y miseria están en esa situación no por su culpa, sino que han sido víctimas de dificultades –a veces causadas por el propio estado–, cuyas circunstancias están fuera de su control. Muchos hombres son juzgados por tribunales de familia misándricos y feministas, son despojados de todos sus bienes, se les prohíbe incluso ver a sus propios hijos, y se les deja sin un lugar donde vivir: 84% de las personas sin hogar son hombres, lo que demuestra que nuestra sociedad no es nada patriarcal, y prioriza la seguridad y el bienestar de las mujeres frente a los hombres.

Dicho ésto, debemos reconocer que existe una conexión clara (que, de hecho, no es visible, pero muestra el alto nivel de socialismo que existe en la sociedad) entre impuestos excesivos, el estado derrochador, gobernantes ricos, y un país cada vez más pobre y con población indigente. Entre enriquecer a los políticos y ayudar a los pobres y miserables, definitivamente prefiero la segunda opción. Ésta es, además de ser la elección más racional, la única moralmente correcta.

Como bien sabemos, el estado es un terrible intermediario. Si se pagan U$S 1.000 en impuestos, el estado dará unos U$S 1 a los pobres (y sólo a aquellos cuya existencia es reconocida por la burocracia estatal, y que están debidamente registrados en las bases de datos de los servicios sociales). Entonces, ¿por qué no hacer algo más racional y coherente, eliminar a los intermediarios, y dar directamente al ciudadano necesitado?

No necesitamos al estado para nada. Absolutamente nada. Y si elimináramos el estado, eventualmente eliminaríamos la pobreza. La pobreza absoluta podría erradicarse en muy poco tiempo (una década o menos). Y el resto invariablemente se eliminaría gradualmente. En algunos lugares, es muy posible que la pobreza continúe existiendo –pero a un nivel sustancialmente reducido debido a factores morales, culturales y sociales (y también de salud mental), que ni siquiera el mercado podría eliminar por completo.

Pero si el problema se minimizara drásticamente, ese sería sin duda el caso. Quienes afirman que no todo es economía (normalmente son personas que se creen moralistas), están completamente equivocados. Cuando hay prosperidad económica, seguridad material y recursos abundantes, todos los demás problemas que afligen a la sociedad pueden ser resueltos mucho más fácilmente. La economía tiene que ser lo primero. Primero, logramos la prosperidad. Y luego, con suficientes recursos, podremos resolver los demás problemas. Ningún problema en la historia de la humanidad se ha solucionado con pobreza, miseria y falta de recursos. En realidad, estas circunstancias empeoran los problemas existentes.

Evidentemente, la consecución del progreso y la prosperidad no consiste únicamente en eliminar al estado como intermediario en la cuestión de la caridad. Deben ser eliminadas todas las barreras y restricciones económicas creadas por el estado. Con la eliminación de regulaciones y obstáculos deliberadamente establecidos por el estado, el mercado se volvería mucho más flexible y, en consecuencia, habría muchas menos dificultades para crear riqueza. Así, los pobres tendrían mucho mayor acceso al mercado laboral y a todo tipo de riqueza generada por él. También es necesario subrayar que la prosperidad general de la sociedad tiende a aumentar la caridad.

Dado que el estado actúa como principal impulsor de las políticas públicas, la gente tiende a ser menos generosa. Obviamente serán menos prósperos debido a los obscenos impuestos que pagan. Y debido a ésto, automáticamente delegan en el estado la responsabilidad de cuidar a los más pobres. Así, lo ven como algo natural, ya que pagan una carga fiscal excepcionalmente alta para que, técnicamente, el estado haga lo que se supone que debe hacer.

Desde una perspectiva realista, sabemos muy bien que el estado no tiene ningún interés en el rescate financiero, material y social de los pobres. Si los pobres se enriquecieran o mejoraran sustancialmente su calidad de vida, el estado ya no tendría prerrogativas oportunistas para extraer dinero de la gente a través de los impuestos. Y a medida que la sociedad adquiriera prosperidad, el estado se volvería gradualmente obsoleto e irrelevante (en muchas áreas, aspectos y sectores de la sociedad, ya lo es). Así, un número cada vez mayor de personas se daría cuenta de que no necesitan al estado para absolutamente nada. En consecuencia, apoyar a un grupo de parásitos obesos, viejos e inútiles, no serviría a sus intereses.

Por lo tanto, el estado sabe que, para seguir existiendo, necesita parecer relevante. Y sólo parece necesario si hay una gran profusión de problemas en la sociedad. Así, el estado siempre puede arruinar a la sociedad con todo tipo de regulaciones malvadas y decretos perniciosos, mientras hordas de políticos disfrazados fingen estar extremadamente preocupados por los pobres y la sociedad. Desafortunadamente, cuanto más caótica sea una sociedad, mejor será para el estado. Así, el bandido estacionario siempre puede camuflarse como zona de refugio, protección y apoyo de los ciudadanos, mientras utiliza el malévolo terrorismo psicológico y el vil populismo demagógico para explotar los miedos y recelos de las masas, con el objetivo de proyectarse a sí mismo como una fuente confiable de seguridad.

En primer lugar, la evasión fiscal debe ser vista como parte de una estrategia personal de carácter defensivo, que está directamente vinculada con conceptos como Libertad, Progreso y Prosperidad. Cuanta más gente evada, más fácil será maximizar todos estos elementos. Y cuanta más evasión fiscal haya, más riqueza quedará en circulación, y menos pobreza habrá en la sociedad.

La pobreza es un problema y necesitamos encontrar una manera de enriquecer a los pobres. Para ello, es fundamental contribuir a la eliminación de todos los obstáculos que impiden el ascenso social de los miserables y desposeídos. Y de estos obstáculos, el gobierno es sin duda el mayor.

Además, el gobierno también nos empobrece. Y con menos poder adquisitivo, practicamos menos caridad. Al practicar menos caridad, habrá más personas pobres y miserables que dependerán de la buena voluntad del gobierno para sobrevivir.

La pobreza es un arma del estado, que sirve para dejar a las personas deliberadamente en la indigencia, la miseria y la dependencia del gobierno. Si hay algo que el gobierno no quiere, es una sociedad donde haya una gran profusión de individuos sanos, independientes, autónomos e insumisos, que tengan recursos suficientes para tener el control total de sus propias vidas, y que no depender del estado para absolutamente ninguna cosa.

Para el estado, siempre será más ventajoso tener a sus pies a multitudes de individuos dóciles, serviles y necesitados, que estarán contentos con las migajas que reciban, y siempre estarán dispuestos a votar por el político que las ponga a disposición. Esta es también una manera de hacer que el estado parezca amable y benévolo. Pero es necesario recordar que los políticos nunca hacen caridad con sus propios recursos, sino siempre con los recursos de otros.

La pobreza no contribuye en nada a la construcción y al progreso de la sociedad. De la misma manera, debemos ridiculizar siempre que sea posible la idealización que las celebridades ricas de izquierda hacen de los pobres y la pobreza. La pobreza es un mal en la sociedad, y debe ser vista como lo que realmente es. Erradicar la pobreza es una necesidad. Pensar en formas y medios de hacer que los pobres mejoren social y financieramente, es una cuestión de excepcional importancia. Y ésto es algo que sólo el libre mercado es capaz de hacer de manera eficiente.

Necesitamos luchar duramente contra la pobreza, así como contra cualquier intento de los gobiernos por hacernos pobres. Como dijo el reverendo Ike (seudónimo del pastor estadounidense Frederick J. Eikerenkoetter II): ”La mejor manera de ayudar a los pobres, es no siendo uno de ellos”.

Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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