El falso consenso sobre el igualitarismo

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Los límites del debate público contemporáneo están artificialmente limitados por valores igualitarios. Tanto los liberales progresistas como los liberales clásicos se oponen a las versiones más extravagantes del wokeismo, pero muchos consideran que el igualitarismo es en principio una buena idea, siempre y cuando los ideólogos comunistas no lo lleven “demasiado lejos”. La purga en curso de los esquemas de diversidad, equidad e inclusión (DEI) en las universidades de los estados republicanos ha cerrado oficinas y despedido personal con gran éxito, pero al mismo tiempo ha mantenido el compromiso de promover alguna forma de igualdad que generalmente describen como “Igualdad daltónica”.

Por ejemplo, en Florida, “Tres altos funcionarios de la UF [Universidad de Florida] dijeron en un memorandum que, a pesar de la eliminación del programa DEI, la escuela continuará con lo que llamaron ‘nuestro compromiso con la dignidad humana universal’”.

¿Qué hay en una etiqueta? Queda por verse si la “dignidad humana universal” será diferente de la “diversidad, equidad e inclusión”, ya que el mismo personal woke de las oficinas DEI es invitado a postularse para nuevos puestos en la misma institución: “El memorandum también establece que a aquellos que fueron despedidos ‘se les permite y se les alienta a postularse, desde ahora hasta el Viernes 19 de Abril, para una consideración acelerada para diferentes puestos actualmente publicados en la universidad’”.

En este debate de etiquetas, formas y lemas, las oficinas de igualdad abandonan una sigla y asumen otra. La premisa subyacente de que se requiere alguna forma de acción para promover ideales igualitarios rara vez es cuestionada, en parte debido a posibles litigios sobre el cumplimiento de la Ley de Derechos Civiles de 1964, y en parte porque se considera que los valores igualitarios reflejan un consenso general. Este consenso aparente es reflejado en la frecuente referencia a “nuestra democracia” y “nuestros valores compartidos”. Por ejemplo, cuando el político británico Jeremy Corbyn pidió que se prohibiera la entrada a Donald Trump en el Reino Unido, la razón que dio fue que Trump “abusa de nuestros valores compartidos”.

Este falso consenso en torno a objetivos políticos tiene tres efectos desafortunados: primero, oscurece el debate; en segundo lugar, da la impresión de que los esquemas de “diversidad” están siendo revertidos, mientras se enmascara un juego de la sillas musicales, mientras los funcionarios woke se mueven de una oficina a otra y barajan los fondos públicos; y tercero, crea un ambiente político en el que los disidentes de todo el espectáculo igualitario son vistos como extremistas: las opiniones de la gente común llegan a ser consideradas simplemente fuera de lo común.

Ahora somos todos progresistas

El debate entre liberales progresistas y liberales clásicos en torno de la aplicación de la igualdad se limita en gran medida a desacuerdos sobre el alcance y la estrategia. Muchos de los que se consideran liberales clásicos aceptan acríticamente una visión del mundo progresista que James Ostrowski define como “la fuerte presunción de que la intervención (la fuerza) del gobierno democrático producirá un resultado mejor que la sociedad voluntaria”. Diferentes tipos de liberales pueden estar en desacuerdo sobre la estrategia o varios puntos de definición, pero sin llegar a cuestionar el papel del estado en la promoción de la igualdad; por ejemplo, a través de leyes contra la discriminación.

Ostrowski sostiene que en el clima político imperante, “ahora somos todos progresistas”, ya que “la gran mayoría de los estadounidenses nacieron en un mundo progresista y nunca han conocido otro”. Advierte que “Estados Unidos está muriendo a causa de una idea que sólo comprende vagamente, el llamado ‘progresismo’”, y sostiene que quienes sostienen opiniones progresistas deben ser considerados progresistas independientemente de cómo se definan a sí mismos.

En ese contexto, el debate contemporáneo entre diferentes tipos de liberales se refiere a cuestiones como el grado apropiado de redistribución de la riqueza, si la redistribución debe extenderse a países extranjeros o permanecer dentro de las fronteras nacionales, si ciertos tipos de propiedad deben estar exentos de la redistribución, y cuestiones similares. Ninguno de los cuales cuestiona la premisa igualitaria subyacente. Por ello, David Gordon pregunta:

¿Existe un acuerdo generalmente aceptado sobre un orden de valores que permita sólo una gama limitada de disputas? … [Por ejemplo] ¿existe un acuerdo sobre que debería haber algunos programas gubernamentales de bienestar y algo de ayuda exterior, o no hay consenso sobre si la ayuda exterior o los programas de bienestar deberían existir en absoluto?

Como señala Gordon, no existe tal acuerdo generalmente aceptado. Lo único que ha sucedido es que, en un debate llevado a cabo entre los progresistas, las opiniones disidentes tienden a no ser escuchadas. El aparente consenso sobre el estado de bienestar es falso. Como observa Gordon en su introducción a El igualitarismo como rebelión contra la naturaleza:

Casi todo el mundo supone que la igualdad es “algo bueno”: incluso los defensores del libre mercado como Milton Friedman se suman a este consenso … Rothbard rechaza rotundamente el supuesto sobre el que gira este argumento. ¿Por qué suponer que la igualdad es deseable? Sostiene que no basta con defenderlo como una mera preferencia estética. Por el contrario, los igualitarios –como todos los demás– necesitan justificar racionalmente sus mandatos éticos.

El debate debe preguntarse si debería hacerse cumplir la igualdad, no simplemente cuál es la mejor manera de hacerlo. En lugar de preguntarse cómo redistribuir la riqueza, cabe preguntarse si la riqueza debería ser redistribuida.

Diferencias y desigualdades

Un resultado desafortunado del falso consenso sobre el igualitarismo es que no se establece ninguna distinción entre diferencias y desigualdades. Las diferencias entre diferentes personas son vistas con la misma hostilidad y sospecha que la desigualdad, debido al aparente consenso sobre el objetivo de erradicar la desigualdad. Se dedican muchos esfuerzos a medir las disparidades y las “brechas” entre diferentes grupos de personas, para luego comenzar el debate sobre qué se debe hacer y cuál es la mejor manera de erradicar dichas disparidades. ¿Deberían ser multados los empleadores por brechas laborales, brechas salariales o brechas profesionales? ¿Deberían ser encarceladas las personas por señalar diferencias culturales entre diferentes etnias y religiones? ¿Deberían los tribunales permitir que los científicos “crean” que hay dos sexos? ¿Debería permitirse a los científicos discutir las diferencias en el coeficiente intelectual?

Peter Bauer sostiene que la diferencia, un término neutral en cuanto a valores, no debe confundirse con la desigualdad, un término cargado de valores que “sugiere claramente una situación que es injusta o de otro modo objetable”. El error de tratar “diferencia” y “desigualdad” como sinónimos ha contribuido al crecimiento de una enorme industria de la igualdad, dedicada a erradicar las diferencias. La ficción distópica de Kurt Vonnegut en la que la igualdad total es impuesta por un general discapacitado, es un ejemplo sorprendente del horror que evoca la perspectiva de erradicar las diferencias naturales:

Era el año 2081 y finalmente todos eran iguales. No sólo eran iguales ante Dios y la ley. Eran iguales en todos los sentidos. Nadie era más inteligente que nadie. Nadie era más guapo que nadie. Nadie era más fuerte ni más rápido que nadie. Toda esta igualdad se debió a las enmiendas 211, 212 y 213 de la Constitución, y a la incesante vigilancia de los agentes del Handicapper General de los Estados Unidos.

Las imágenes de Vonnegut son poderosas, porque la mayoría de la gente aceptaría que las diferencias de habilidad o talento no son menos naturales que las diferencias de altura. Como sostiene Bauer: “El hecho de que ‘diferencias’ sea un término más apropiado que desigualdad, también lo sugiere la práctica aceptada de referirse a las características físicas de las personas, como la altura, el peso y la fuerza, como diferencias en lugar de desigualdades, y nunca como inequidades”.

Las diferencias no son un problema que deba ser solucionado. Las diferencias son parte de la naturaleza humana, y son parte de la razón por la cual funciona la cooperación humana. Por tanto, Gordon sostiene:

No sólo la biología y la historia hacen que los seres humanos sean inherentemente diferentes entre sí, sino que la civilización depende de la existencia de estas diferencias. Un sistema económico desarrollado tiene como eje la división del trabajo; y ésto, a su vez, surge del hecho de que los seres humanos varían en sus capacidades.

Limitando el alcance del debate

La construcción de un falso consenso limita artificialmente el alcance del debate en torno de la diferencia y de la desigualdad. Si se supone que la desigualdad debe ser erradicada, entonces parece deducirse que también deben ser erradicadas las diferencias. Ésto tiene muchas implicaciones siniestras, entre ellas la expansión del concepto de “discurso de odio”, para incluir cualquier discurso que quede fuera de los límites artificiales del debate público. Las madres preocupadas por el contenido del plan de estudios de sus hijos son descritas como “demasiado extremas para la mayoría de los votantes”. Los anarcocapitalistas son retratados como de “extrema derecha”. Como observó el político y columnista británico Daniel Hannan en “Las élites mundiales engreídas han sido expuestas por un libertario que empuña una motosierra”:

Como no le gusta la interferencia estatal, Milei es desestimado como un loco. Es “radical” (New York Times), “extremo” (El País), “populista” (Le Monde), “extrema derecha” (BBC). Sin embargo, el liberalismo clásico que defiende es tan poco doctrinario como puede serlo cualquier visión del mundo … ¿Cómo llegó a ser considerada extrema y siniestra esta noción humana? ¿Por qué es tan detestado por los charlatanes de Davos?

Hannan señala que la noción humana de “no lastimes a la gente, no te lleves sus cosas” es un principio al que muchas personas adhieren en sus propias vidas: haz lo que te gustaría que te hicieran a ti. Excluir esta visión del mundo ordinario del alcance del debate público ordinario, limita artificialmente el debate político, al no cuestionar si el igualitarismo es, en principio, una ideología sólida.

El falso consenso igualitario excluye del ámbito del debate opiniones políticas e ideológicas perfectamente legítimas. Entonces asumimos que se está llevando a cabo un debate sólido y vigoroso cuando, de hecho, el único debate público significativo se limita a variaciones sobre temas igualitarios.

El debate público es ahora superficial y empobrecido, y se preocupa demasiado por los detalles de la aplicación de la igualdad en lugar de atreverse a cuestionar los objetivos políticos del sistema unipartidista. La forma en que enmarcamos el alcance del debate público es importante tanto para la libertad como para la justicia.

 

 

 

Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

 

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