La derecha política no te salvará

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    En este artículo me gustaría profundizar en algo que abordé en el artículo Derecha, izquierda y la irracionalidad de la utopía, texto en el que comparé izquierda y derecha, y expuse sus diferencias y similitudes. Pero sobre todo, expuse hechos que muestran por qué tanto la izquierda como la derecha pueden ser consideradas ideologías utópicas, que en ningún momento son capaces de considerar –en sus respectivos marcos teóricos– las vastas e innumerables complejidades de la sociedad en la que vivimos. Por tanto, si hay algo en común entre ambos, es que proporcionan versiones sobre-simplificadas de la realidad, con visiones sumamente reduccionistas, restrictivas y limitadas del mundo.

    De hecho, tanto la izquierda como la derecha son ideologías utópicas, aunque la izquierda es innegablemente más utópica, infantil, histérica y autoritaria. Es como si la izquierda fuera la ideología de los niños llorones que anhelan la protección del estado paternal las veinticuatro horas del día, y la derecha fuera la ideología de personas menos limitadas, más adultas, un poco más maduras y relativamente capaces de demostrar un cierto nivel de seriedad y responsabilidad. Pero todavía tienen una cantidad significativa de fallas, deficiencias, miedos e inseguridades (y, en muchos casos, también revelan una cantidad significativa de ignorancia, incoherencia e inconsistencia).

    Sin embargo, en los últimos años se ha podido comprobar que a la derecha política también le falta un enorme cúmulo de conocimiento. Sin duda, tanto como la izquierda, la derecha está formada por personas que, en su mayoría –con algunas buenas excepciones– no entienden absolutamente nada de economía y capitalismo, así como no entienden absolutamente nada de la ética de la libertad y de propiedad privada.

    Sin embargo, este artículo mostrará cómo la derecha –especialmente cuando está en el poder– puede ser bastante incoherente, inmoral y poco ética, así como drásticamente demagógica y oportunista. En muchos sentidos, la derecha sólo logra parecer aceptable porque –en comparación con la izquierda– se presenta como alternativa más viable. La izquierda, sin embargo, es fundamental para el marketing de la derecha. La izquierda es una especie de problema que la derecha jura poder resolver. Pero ésto es una falacia. La verdad es que la derecha política no tiene las virtudes ni la capacidad para solucionar los problemas causados ​​por la izquierda.

    Un análisis más profundo del asunto nos muestra que lo que realmente existe entre la izquierda y la derecha es prácticamente una simbiosis. En términos políticos, la una necesita de la otra para existir.

    La derecha se ve a sí misma como una especie de héroe, cuya existencia es necesaria para proteger a la sociedad de las locuras y excesos de la izquierda. Pero todo héroe necesita de un villano para justificar su existencia, su comportamiento y su violencia.

    El punto aquí es que todo héroe –o supuesto héroe– necesita de un villano para justificar su existencia. Después de todo, si no hay un villano, entonces no hay ningún mal del que la gente deba ser salvada. Si no hay ningún mal del que la sociedad deba ser protegida, entonces la sociedad no necesita de ningún héroe. Pero esta situación es inconveniente para un héroe, que necesariamente necesita venderse a sí mismo como la solución para algún problema. Si el problema no existe, entonces hay que inventarlo. En consecuencia, será esencial crear –y posteriormente maximizar– algún problema, de modo que la sociedad se asuste terriblemente. Y entonces aparece el supuesto héroe, afirmando ser la solución para el supuesto mal.

    Ésto es más o menos lo que hacen tanto la derecha como la izquierda, especialmente durante los períodos electorales. Ambos se venden como soluciones para el mal, que siempre está del otro lado.

    Lo que la analogía anterior pretende mostrar, es que a menudo la derecha se vende a sí misma como una especie de gran héroe que salvará a la sociedad del terrible villano –la izquierda opresiva y perversa. De manera similar, la izquierda política utiliza la misma estrategia propagandística, presentándose como una especie de heroína, capaz de proteger a la sociedad de la derecha “machista, fascista, patriarcal y sexista”.

    Después de todo, cuando se invierten los bandos, las perspectivas también se invierten. Pero en términos generales, la naturaleza de la política es exactamente la siguiente: mientras la derecha intenta posicionarse ante su público como el héroe elegante que puede salvar a la sociedad de las garras de la izquierda subversiva, la izquierda se vende a sus votantes como una heroína majestuosa, capaz de superar la amenaza que supone la derecha autoritaria.

    Por lo tanto, es fácil concluir que –desde un punto de vista político– la una necesita de la otra para existir y promocionarse.

    Naturalmente, ésto hace que la demonización de la izquierda sea fundamental para el marketing de derecha. Para poder venderse como una solución a los problemas de la sociedad, la derecha política necesariamente ser favorablemente comparada con la izquierda. Lo que deja claro que, para lucir bien, la derecha debe ser comparada con algo mucho, mucho peor –de la misma manera que, para lucir bien, la democracia debe ser comparada con un régimen comunista totalitario. Cuando una basura sin valor necesita ser bien vista, se la compara con algo mucho peor.

    Sin embargo, cuando se la analiza en su totalidad, en prácticamente todos los aspectos de sus promesas, objetivos, proyecciones e idealizaciones, es fácil ver que la derecha es simplemente una patología política, que en ningún momento contempla ni toma realmente en serio cuestiones importantes, como economía, libertad, individualidad, ética, prosperidad y progreso.

    En su historia reciente, Brasil pasó por cuatro años de gobierno de derecha. Jair Bolsonaro fue el primer presidente de derecha de Brasil en décadas. Es cierto que algunos militantes políticos dirían que Michel Temer también fue un presidente de derecha. Pero sea cual sea el caso, al final ésto es irrelevante. Si sirvió de algo, el gobierno de Jair Bolsonaro logró mostrar cómo actúa la derecha cuando está en el poder.

    En este artículo pretendo abordar un aspecto en el que a la derecha le fue muy mal, y otro en el que le fue un poco mejor.

    Sin duda, el peor aspecto de la derecha –en el que más dejaba que desear– fue el relativo a la libertad económica. En este asunto, el desempeño de la derecha no fue malo. Estaba en algún lugar entre terrible y deplorable. Vayamos a las reseñas.

    Brasil es un país en el que la libertad económica no existe. Al contrario de lo que dice la izquierda, no somos esencialmente un país capitalista, ni siquiera en lo más mínimo. Nuestra matriz económica es estatista-desarrollista (es decir, básicamente es fascista). Ésto significa que el estado controla la economía de forma discrecional, a través de agencias reguladoras y empresas estatales (de las que hay cientos), que crean reservas de mercado. También somos el país de los oligopolios y del terrorismo fiscal. En consecuencia, logramos ser el segundo país que más grava a las empresas, y el primero que más tiempo y recursos desperdicia en regularizar las obligaciones tributarias. En Brasil, las empresas dedican en promedio 34.000 horas al año a trámites tributarios. En otras palabras y en términos puramente fiscales, Brasil es un genuino manicomio de contabilidad impositiva.

    En el Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage, Brasil ocupa el puesto 124, clasificado como país no libre. Es cierto que durante el gobierno de Bolsonaro mejoramos considerablemente en desempeño. Hasta hace unos años estábamos en el puesto 143. Al inicio del gobierno de Bolsonaro, el entonces presidente implementó una reforma económica moderada que redujo la burocracia para nuevos emprendimientos, y facilitó la apertura de pequeños negocios. Muchos estaban entusiasmados con este movimiento –incluido yo mismo. Desgraciadamente, no fue más allá.

    Todas las reformas económicas liberalizadoras del gobierno de Bolsonaro pueden ser resumidas en esta medida, que debería haber sido sólo la primera de una serie de iniciativas diseñadas para darle al país un verdadero shock de capitalismo. Un shock del capitalismo que dejó entusiasmados a muchos en la derecha, especialmente a los analistas económicos seguidores del liberalismo clásico, que tenían grandes expectativas en Paulo Guedes, y en reformas económicas expansivas y liberalizadoras, que priorizarían la privatización y la desburocratización.

    Este shock de capitalismo nunca llegó.

    Muchos en la derecha pueden argumentar que Bolsonaro y Paulo Guedes no podrían por sí solos desmantelar una máquina burocrática y monolítica que ha sido un monopolio virtual de unas pocas oligarquías poderosas durante décadas, que tiene suficiente poder e influencia como para gestionar todo según sus necesidades e intereses. Y aunque ésto es, de hecho, una verdad indiscutible, en los cuatro años de gobierno de Bolsonaro una cosa se ha vuelto muy evidente acerca de la derecha política –defiende el libre mercado sólo en teoría.

    El vicio estatista y la creencia malsana en el liderazgo indiscutible del estado por sobre todo, es un elemento irrevocable de la derecha política. Es evidente que en la derecha existe una idolatría hacia el estado tan intensa, desproporcionada y persistente, como la que existe en la izquierda. Los activistas, funcionarios públicos y políticos de derecha que no consideran al estado como una venerable, suprema y preciosa vaca sagrada –que debe tener prioridad por sobre todo y por sobre todos– son la excepción y no la regla.

    El protagonismo de la derecha en el escenario político nos ha permitido vislumbrar ciertas cosas. Antes de tomar el poder, la derecha defendió el libre mercado y la libertad económica con entusiasmo y convicción. Cuando llegó al poder, sin embargo, el discurso económico cambió radicalmente: la derecha empezó a hacer una hercúlea y convencida defensa de las empresas estatales, del mismo modo que empezó a ser una apologista acérrima de los infames “recursos estratégicos”, y convenientemente comenzó a ignorar –de forma contumaz e implacable– la necesidad de reducir la atroz carga tributaria que esclaviza a los ciudadanos productivos, y con gran cinismo comenzó a fingir que las pequeñas y medianas empresas ni siquiera existen.

    Y, para sorpresa de muchos, la derecha del “libre mercado” empezó a defender incluso a Petrobras.

    En otras palabras, sus acciones a este respecto demostraron activamente que la derecha defiende el libre mercado únicamente en teoría. En la práctica, la derecha política no hace ni el más leve o insignificante esfuerzo para liberalizar efectivamente el mercado, reducir la burocracia, privatizar e implementar reformas económicas capaces de impulsar el libre comercio.

    Sólo un mercado libre, desregulado, no burocratizado y con amplia flexibilidad (que sólo es posible con poca o ninguna burocracia) es capaz de producir resultados económicos satisfactorios –y ésto, a su vez, es algo que estará directamente relacionado con el nivel de desarrollo de la economía del el país, y la productividad y prosperidad de las personas.

    Desafortunadamente, cuando está en el poder la derecha comienza a sufrir amnesia, y de repente todo ese discurso presente antes y durante la campaña electoral, defendiendo el libre mercado (saturado de slogans y frases al estilo de “Menos Marx, más Mises”) simplemente desaparece, como si nunca hubiera existido.

    En otras palabras, ¿la derecha brasileña defiende activamente la libertad económica? No, ni siquiera en el más mínimo grado. Defender en teoría, pero descuidarlo por completo en la práctica, es lo mismo que no defender.

    ¿Hipocresía? ¿Cinismo? ¿Oportunismo? No importa. Lo que importa es que los defensores de la libertad y el libre mercado ahora tienen conocimiento práctico de cómo opera la derecha política en el área económica. Y esta acción no es, ni de lejos, algo verdaderamente favorable al libre mercado. Tenemos conocimiento empírico de que la defensa de la libertad económica por parte de la derecha es meramente electoralista y oportunista. Lo hace únicamente para ganar votos. Cuando está en el poder, la derecha simplemente olvida todo lo relacionado con la libertad económica.

    Bien, si la derecha fue absurdamente terrible, deplorable y verdaderamente horrorosa en el asunto económico, abordemos ahora un asunto en el que le fue un poco mejor: el del armamento civil.

    La libre tenencia de armas para la autodefensa es un derecho humano natural. Este derecho no es otorgado por los gobiernos, y no necesita ser respaldado por la ideología política. No requiere de la aprobación de la derecha, ni de suplicar simpatía o comprensión por parte de la izquierda. La izquierda, como resultado del bandidaje, quiere ver a la población desarmada, completamente vulnerable e indefensa. Sin embargo y a diferencia de la izquierda, la derecha al menos reconoce que la vida es un regalo precioso, y que los individuos tienen derecho a protegerse contra peligros y amenazas externos.

    Además, la idea de que sólo la policía estatal y las fuerzas militares deberían poseer armas es la génesis del totalitarismo. Este concepto es tan grotesco, estúpido, irracional, idiota y detestable, que sólo los activistas de izquierda serían capaces de defender una aberración de un nivel tan sórdido, degradante y bestial.

    Con una mayor flexibilidad en la venta y el acceso a las armas, Brasil se ha convertido en un país más seguro. Un país que antes registraba aproximadamente 60.000 homicidios al año, ahora tiene alrededor de 40.000. Una reducción significativa de aproximadamente 20.000 muertes (33%). Ésto se debe al hecho –extremadamente obvio– de que una población armada reduce los incentivos para que los delincuentes perpetren delitos violentos.

    Ésto es fácil de entender. Hay que ser un activista de izquierda para no poder entender lo obvio.

    Cuando la población tenga mayor acceso a las armas, habrá una tendencia natural hacia la reducción del número de delitos. Después de todo, al saber que se les puede disparar e incluso matar, los delincuentes dejarán de perpetrar delitos (o cometerán menos delitos) porque saben que, con una población armada, las posibilidades de defensa e incluso represalia aumentan sustancialmente. Perpetrar crímenes con impunidad se vuelve mucho más improbable. Una población armada aumenta drásticamente el costo por riesgo de muerte de los delincuentes. Sabiendo ésto, los delincuentes dudarán mucho más a la hora de delinquir.

    Obviamente, la situación contraria –la de una población desarmada– aumenta el incentivo y reduce fuertemente el costo para que los delincuentes perpetren delitos. Al fin y al cabo, si saben que las probabilidades de que los ciudadanos corrientes estén desarmados son prácticamente de 100% (certeza), los delincuentes tendrán plena y absoluta seguridad de que podrán actuar con total impunidad, sin peligro inmediato para sus vidas ni riesgo de represalias. Así, podrán perpetrar robos, secuestros y asesinatos con total impunidad.

    Es fundamental entender que el desarme de la población promueve una condición letal de vulnerabilidad entre los ciudadanos. Sin embargo, dejar a los ciudadanos libres para portar armas promueve una condición de seguridad. De hecho, hay que ser muy estúpido (un activista de izquierda, prácticamente) para no poder entender la lógica detrás de la seguridad y el armamento civil.

    Evidentemente, incluso si no hubiera pruebas lógicas de la relación entre mayor seguridad, la reducción del número de crímenes violentos y armas civiles, los individuos seguirían teniendo derecho a adquirir armas, si así lo desearan. Éste es un derecho natural inalienable. No depende de la aprobación popular. El apoyo a la autodefensa nunca debe provenir de una prerrogativa meramente utilitaria. Los derechos individuales son inalienables debido a su sustento ético naturalista. Los derechos del individuo nunca dependerán ni estarán condicionados por la aprobación del colectivo.

    Un análisis de la violencia en la sociedad muestra que los crímenes se repetirán precisamente en lugares donde la gente está desarmada. ¿Por qué ocurre tanta violencia y tantas masacres con armas de fuego en las escuelas? Ésto siempre ha sido común en Estados Unidos, y se ha vuelto común en Brasil en los últimos años.

    En Estados Unidos, las escuelas son “gun free zones” –es decir, zonas libres de armas. Así, los individuos que pretenden perpetrar masacres saben que, en estos entornos, podrán actuar libremente. En una escuela, lugar donde todos estarán desarmados, no habrá nadie capaz de ofrecer resistencia o de contraatacar. ¿Por qué nunca escuchamos sobre masacres en comisarías, cuarteles militares o almacenes de armas? La razón es suficientemente evidente, y se explica por sí misma.

    Evidentemente, los delincuentes que quieren perpetrar matanzas masivas no son tontos ni estúpidos. Nunca intentarían perpetrar masacres en lugares donde hay gente armada, con plena capacidad de contraataque ante una agresión.

    Además, quienes apoyan la supresión arbitraria de armas civiles, confunden a menudo la seguridad pública con la seguridad individual. Resulta que una atribución no anula a una ni mejora a la otra.

    El hecho de que existan policías y comisarías no es suficiente para frenar la delincuencia. La existencia de seguridad pública es importante, pero ésto de ninguna manera anula el derecho individual a la seguridad privada. Las personas que, por cualquier motivo, deciden aumentar su seguridad y la de su familia adquiriendo armas, tienen todo el derecho de hacerlo.

    Hay que recordar que, en casi la totalidad de los casos, la policía se presenta después de que el delito ya fue consumado. Lo que generalmente hace la policía es recoger declaraciones, burocratizar la escena del crimen, y recoger los cadáveres cuando hay víctimas mortales. La protección y la prevención es algo que sólo los ciudadanos armados son capaces de hacer.

    Los libertarios saben perfectamente que la seguridad personal nunca debe ser subcontratada al estado, el que no tiene competencia, capacidad o recursos para ofrecer seguridad a todos los ciudadanos. Si así fuera, no escucharíamos diariamente noticias sobre secuestros, robos, asesinatos y, ocasionalmente, masacres en las escuelas. Todas estas tragedias son, como bien sabemos, recurrentes. Ésto demuestra lo pésimo que es el estado a la hora de ofrecer seguridad a la población.

    Es evidente que, durante el gobierno de Bolsonaro, la liberalización de armas no se produjo como debería. Una reducción total de la burocracia en este caso habría sido mucho mejor. Pero, incluso si ésto no sucediera, el desempeño de la derecha política en este asunto –teniendo en cuenta la histeria progresista reactiva, y la mentalidad prohibicionista institucional del estado– fue particularmente satisfactorio, siendo muy superior a su desempeño en el área económica. El resultado general fue un aumento significativo en la adquisición de armas, y la reducción significativa en la tasa de homicidios.

    Conclusión

    Cuando hablamos de derecha política, es necesario verla únicamente como un instrumento ideológico, invariablemente saturado de fallas y deficiencias. Este instrumento, sin embargo, debe ser visto únicamente como un recurso logístico utilitario, en las raras ocasiones en que puede ayudar eficazmente a los individuos a minimizar la tiranía estatal, la histeria totalitaria progresista, y la dictadura de lo políticamente correcto. Sin embargo, la derecha política –al igual que hacemos con la izquierda– debe ser criticada siempre que sea posible, en cada ocasión oportuna. Y por una amplia variedad de razones.

    Durante el gobierno de Bolsonaro quedó claro que la derecha política también tiene su cuota de bocazas narcisistas, demagogos trastornados, feministas encerradas, activistas desesperados por atención y popularidad, y oportunistas hambrientos de fondos estatales. En su mayor parte no veremos personas en el colectivo de derecha que adhieran a los principios morales y éticos de manera feroz e inflexible, y nunca se desvíen de ellos. Todo lo contrario. En la derecha nunca faltarán oportunistas ocasionales, idólatras del estado, y diputados que no hacen absolutamente nada para reducir la gran cantidad de privilegios y beneficios de los que disfrutan, todos debidamente financiados por ciudadanos que pagan regularmente atroces impuestos.

    Y no olvidemos a los hipócritas patológicos que pululan en cantidades significativas por la derecha. El hecho de que no tengamos ninguna libertad económica, pero la derecha política esté llena de “amantes” del libre mercado y “defensores” del capitalismo, lo demuestra perfectamente. Desgraciadamente, la mayoría de estas personas –en las hipótesis más prometedoras– sólo saben pronunciar unas cuantas frases elegantes y sencillas. Y sus estanterías ciertamente están llenas de libros que nunca han leído, pero que adoran exhibir en lives y videos en las redes sociales.

    La verdad es que la derecha política no salvará a nadie en absoluto. No salvará a los ciudadanos, no salvará al país, y definitivamente no salvará a Occidente. Su única aplicación es intentar actuar como obstáculo para los proyectos de poder de la izquierda. En la lucha por la libertad, la derecha política es sólo un instrumento más.

    ¿Mi consejo personal? Despreciar continuamente a la izquierda, y desconfiar diariamente de la derecha. Ninguno de los dos está efectivamente interesado en su bienestar personal. Pero ambos harán el mejor discurso posible para ganar su voto.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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