Hombres y mujeres llenan la vida de los demás.
Uno es la fuente del mayor y más intenso placer que puede experimentar el otro. Y por eso se perpetúa la raza humana. Pero hay mucho más:
Todo hombre tiene una madre.
Toda mujer tiene un padre.
Muchos hombres tienen una o más hermanas.
Muchas mujeres tienen uno o más hermanos.
La mayoría de los hombres tienen una esposa.
La mayoría de las mujeres tienen un esposo.
Muchos hombres tienen una o más hijas.
Muchas mujeres tienen uno o más hijos.
Y luego, están también los abuelos y abuelas, nietos y nietas, y tíos, tías, sobrinos y sobrinas.
Estas relaciones representan una parte enorme de la vida de la mayoría de las personas, requieren una cierta cantidad de tiempo, y proporcionan un nivel de satisfacción comparable y a menudo superior al relacionado con el trabajo.
Si alguien con una fuerte fantasía de pertenecer al sexo opuesto, debe ser considerado como un miembro real del sexo opuesto, entonces el concepto mismo del sexo opuesto queda destruido. ¿Opuesto a qué? ¿Opuesto a un sentimiento de pertenencia al sexo opuesto, un sentimiento que supuestamente determina la realidad del propio sexo?
Sobre esta base, el sexo opuesto a un hombre que se “identifica” como mujer –es decir, que siente que es una mujer y, por lo tanto, es considerado como una mujer real– es ¡violà! otro hombre. Entonces un hombre se convierte en el sexo opuesto de un hombre. Así, se destruye el concepto mismo de sexo opuesto.
Si los sentimientos y las fantasías van a reemplazar la realidad biológica como standard para determinar la pertenencia a un sexo, entonces todas las relaciones mencionadas entre los sexos quedarán nulas y sin efecto. Entonces no hay diferencia entre hombres y mujeres, entre madre y padre, entre hermana y hermano, entre marido y mujer, entre hija e hijo. Porque, basándose en la mera fantasía, cualquiera de los ejemplos de cualquiera de estos conceptos puede transformarse en su opuesto.
Si el padre de uno puede ser la madre, y la madre puede ser el padre, entonces los conceptos “padre” y “madre” no tienen base para existir, carecen de sentido. Y, de la misma manera, ninguno de los otros conceptos de relaciones familiares puede tener base ni sentido alguno para existir.
Al buscar abolir el reconocimiento de la base biológica de la distinción entre sexos, el movimiento de los pronombres revela el odio al sexo y el deseo de borrarlo. Busca eliminar el sexo de nuestro vocabulario, no sólo respecto de los pronombres, sino también a todas las demás distinciones entre sexos. Así, por ejemplo, ya no debemos hablar de camareros y camareras, sino de “servidores”. Cualquier cosa que elimine el sexo de la imagen; cualquier cosa para encontrar un sustituto a toda referencia a la distinción entre hombres y mujeres.
Como norma, aceptación de las fantasías relativas a la pertenencia al sexo opuesto, y su imposición a quienes no las comparten, pero que deben ser obligados a participar en ellas, al tener que utilizar pronombres especiales para referirse a aquéllos que son “invisibilizados” por los mismos, es sin duda una de las principales locuras masivas de nuestro tiempo, o de cualquier otro tiempo. Es una prueba de la bancarrota intelectual y moral de la mayor parte de la academia y de los medios de comunicación de hoy, de nuestra llamada “intelectualidad”. El mundo necesita una nueva intelectualidad para reemplazar al grupo actual de ignorantes amorales que se han apropiado indebidamente de sustantitvos que alguna vez fueron dignos, como “profesor” y “maestro”.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko