“Un zorro sabe muchas cosas, pero un erizo sabe una cosa muy importante”. Scott Horton es el erizo de la política exterior del movimiento libertario, que se esfuerza por convencer al público estadounidense sobre una verdad esencial: la locura de la guerra. Pero dentro de esa esfera, Horton es un zorro, el que teje un conocimiento enciclopédico de diversos conflictos −en un tapiz elaborado y convincente− que acusa a las élites, a los intelectuales, al complejo militar-industrial y, con su acidez característica, a los neoconservadores, por empujar a Estados Unidos hacia guerras completamente innecesarias.
Provoked: How Washington Started the New Cold War with Russia and the Catastrophe in Ukraine encaja perfectamente en este molde, no porque Horton distorsione los hechos para adaptarlos a una narrativa preconcebida, sino porque a menudo son las mismas personas las que impulsan un conflicto tras otro las que, como era de esperar, recurren al mismo y trillado manual. El tomo de Horton es fascinante, de principio a fin. En este artículo me centraré en los primeros años posteriores a la Guerra Fría, ya que esta parte de la historia suele ser pasada por alto en los debates contemporáneos sobre los orígenes de la guerra de Ucrania.
Con el fin de la Guerra Fría y la disolución de la URSS, Estados Unidos se enfrentó a una crisis de éxito: ¿de qué sirve la alianza militar de la OTAN sin el enemigo soviético contra el cual alinearse? En términos más generales, ¿qué gran estrategia debería adoptar Estados Unidos, ahora que contener al comunismo está obsoleto? Para los neoconservadores, cuya respuesta después de la Guerra Fría fue una hegemonía global benévola, la solución era adaptar la OTAN. La OTAN debe absorber gradualmente a más naciones europeas, mientras deja a Rusia fuera, contenida y cercada, en una posición aún peor que durante la Guerra Fría. La OTAN debe ampliar su misión para mantener la paz europea y expandir la democracia occidental, o marchitarse.
Desde George H. W. Bush hasta la actualidad, el registro meticulosamente recopilado por Horton demuestra que los líderes estadounidenses y de otros países occidentales comunicaron a los líderes y funcionarios rusos que la OTAN no se expandiría hacia el Este, e incluso podría permitir la membresía rusa en la OTAN. Se promovieron varios esfuerzos, como la Asociación para la Paz y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, para fomentar esta impresión de que Rusia sería incluida en los asuntos, alianzas e instituciones europeas, en lugar de que estas estructuras se alinearan contra la misma. Al mismo tiempo, estos mismos líderes estadounidenses y occidentales adoptaron posiciones prácticamente opuestas internamente, con el resultado de que Estados Unidos engañó deliberadamente a los rusos. Las posturas internas y externas aumentaron y disminuyeron con el paso de los años, pero este patrón final se mantuvo firme. Ésto sucedió a pesar de que, durante todo el tiempo, los funcionarios rusos advirtieron sobre cómo ellos y el pueblo ruso reaccionarían al avance de la OTAN hacia el Este. Lo que vemos es, en términos con los que los estadounidenses están bien familiarizados, “una larga serie de abusos y usurpaciones, que persiguen invariablemente el mismo objetivo”.
Comenzó con George H. W. Bush quien, tras la caída del Muro de Berlín, cuando la Unión Soviética se encaminaba hacia el colapso, prometió a Mijail Gorbachov que Estados Unidos no se aprovecharía de la situación. Ésto también se reflejó en una resolución de la OTAN del 7 de Junio de 1991. Bush y sus asesores prometieron que la OTAN no se ampliaría si la Unión Soviética se retiraba y permitía la reunificación alemana. El acuerdo de 1990 sólo especificaba que Estados Unidos no enviaría tropas a Alemania del Este, un matiz que los halcones rusos han explotado para argumentar que no había promesa de no ampliar la OTAN. Pero ésto no funciona. Horton plantea la pregunta retórica: ¿qué sentido tendría que la Unión Soviética le arrancara una promesa de no enviar tropas a Alemania del Este, si Estados Unidos tenía vía libre para incorporar al resto de Europa del Este a una alianza militar? Este acuerdo sólo tiene sentido en el contexto de un acuerdo de no ampliar la OTAN.
Los pecados de los años de Clinton fueron legión. A principios de los años ´90, Estados Unidos envió economistas del Instituto de Desarrollo Internacional de Harvard a Rusia, para aplicar lo que se dio en llamar una política económica de “terapia de choque”. Estaba tan mal diseñada y tuvo tan malos resultados, que muchos rusos pensaron que debía ser deliberada. No es de sorprender que ésto no predispusiera a los rusos comunes a ver a Occidente con buenos ojos. A lo largo de la década, Clinton y sus asesores le efectuaron a Rusia promesas engañosas de que se buscarían un proceso de “Asociación para la Paz”, en lugar de una expansión de la OTAN –y que la OTAN perdería su carácter militar–, cuando en realidad sí planeaban expandir la OTAN.
La administración Clinton estuvo muy involucrada en las guerras de Bosnia y Kosovo en los Balcanes, las que presentan sólidos argumentos contra la intervención “humanitaria”. El resultado de Bosnia fue que la OTAN demostró ser capaz de cumplir una nueva misión, mientras que Estados Unidos se consolidó a la cabeza de los asuntos europeos, ambos necesarios para la posterior expansión de la OTAN. Kosovo consolidó aún más el nuevo papel de la OTAN en el continente (incluso interviniendo en guerras civiles), mientras que la campaña de bombardeos contra Serbia convenció a los rusos de que Estados Unidos era una gran potencia agresiva y despiadada, ya que violaría a su conveniencia las reglas internacionales. Estados Unidos se embarcó en esta guerra agresiva en violación de la Carta de las Naciones Unidas, sin la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU (en el que Rusia tenía un asiento). Hasta ahí llegó el “orden internacional liberal basado en reglas”. La frecuente reformulación de las reglas por parte de Estados Unidos fue una queja frecuente de Rusia, incluso durante la guerra de Irak.
Además, cuando Rusia entró en guerra con la Chechenia secesionista, la CIA de Clinton y los aliados de Estados Unidos apoyaron a los rebeldes chechenos y a los combatientes mujahidines separatistas que luchaban del lado de Chechenia contra los rusos, con el objetivo de interrumpir un oleoducto ruso existente que pasaba por Chechenia. Putin también citó ésto cuando invadió Ucrania (por si todo ésto no fuera suficientemente malo, Horton muestra cómo la administración Clinton apoyó a los terroristas de bin Laen en las guerras de los Balcanes y en Chechenia. De hecho, más de la mitad de los secuestradores del 11 de Septiembre estuvieron involucrados en esas guerras en los Balcanes y Chechenia, a menudo en ambas).
El ascenso de Putin fue en sí mismo una consecuencia de las intervenciones de Clinton en los años 1990: desde la política económica de “terapia de choque”, hasta ayudar a Yeltsin a ser reelegido en 1996, pasando por Kosovo y Chechenia. Como irónicamente señala Horton, Putin invocó el precedente de Kosovo de intervenir en una guerra civil para “proteger” a una minoría étnica, para justificar la invasión de Ucrania. En un ejemplo sorprendente de la guerra de Kosovo, Horton contó cómo la administración Clinton ordenó el bombardeo de una estación de televisión serbia. Estas acciones todavía influyen en los pensamientos de Putin sobre Occidente hoy. El ataque de Putin a una torre de televisión en Kiev en Febrero de 2022 probablemente evocó ese conflicto.
La Ley Fundacional de la OTAN y Rusia de Mayo de 1997 fue otro hito en la duplicidad estadounidense hacia Rusia. Aseguró que la OTAN no desplegaría armas nucleares ni tropas “sustanciales” en los territorios de las nuevas naciones de la OTAN. Es importante destacar que la administración Clinton engañó a Rusia haciéndole creer que la Ley Fundacional le daría a Rusia un papel genuino en las deliberaciones de la OTAN, aunque no tendría voz dentro de la propia alianza de la OTAN cuando, en palabras del asesor de Clinton Strobe Talbott, la opinión de Estados Unidos era que “lo único que realmente les estamos prometiendo son reuniones mensuales”.
Durante todo el mandato de Clinton, su administración alimentó a Rusia con la mentira de que la misión de la OTAN se estaba volviendo política en lugar de militar, por lo que aceptar no ampliar la OTAN sería admitir que la misión de la OTAN era contener a Rusia. Incluso dijo que dejaría abierta la posibilidad de que Rusia ingresara en la OTAN. Pero Horton demuestra que no tenían intención de hacer nada de eso. Para empeorar las cosas, en Julio de 1997 la OTAN y Ucrania firmaron un acuerdo que preveía el entrenamiento del ejército ucraniano y mejoraría su interoperabilidad con la OTAN, y en Agosto de 1997 planearon un ejercicio militar en el que participarían varios antiguos estados del Pacto de Varsovia y repúblicas soviéticas para simular una intervención militar estadounidense en un conflicto étnico en Crimea.
No, ésto no fue todo. Estados Unidos intentó excluir a Rusia del petróleo de la cuenca del Caspio, negándose a construir un oleoducto desde Azerbaijan a través de Rusia, y llevándolo por una traza occidental a través de Turquía. Según Horton, Estados Unidos también apoyó la agrupación GUAM (Georgia, Ucrania, Azerbaijan y Moldavia) para “acelerar la integración europea y excluir la influencia rusa del Cáucaso Sur”, a la que Rusia se opuso firmemente, calificándola de “Eje del Mal” en 2005. La administración Clinton también violó el Tratado de Bush y Gorbachov sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa de 1999, al afirmar increíblemente que las “bases militares estadounidenses permanentes en Bulgaria y Rumania” eran en realidad sólo temporales.
El final de los años de Clinton dio inicio a una ola de “revoluciones de colores” en el patio trasero de Rusia. Lo fundamental de estas “revoluciones” es que están fuertemente financiadas y apoyadas por gobiernos extranjeros u ONGs, como los grupos de George Söros. En lugar de derrocar directa o encubiertamente un régimen existente, estas organizaciones operan “transparentemente”, lo que significa que evitan apoyar específicamente a candidatos –ya que eso sería ilegal–, y en cambio financian y ayudan a grupos que promueven esfuerzos más genéricos y no partidistas como la “democracia”. En este contexto, sus actividades están orientadas a “beneficiar … a un candidato o partido favorito”. Una táctica favorita es utilizar la “tabulación paralela de votos” o las encuestas de boca de urnas, las que son utilizadas para cuestionar los resultados electorales oficiales. La disputa suele desbordarse en manifestaciones callejeras con el objetivo de derrocar al vencedor.
Las “revoluciones” comenzaron en Serbia en 2000 con el derrocamiento de la bestia negra de Clinton, Slobodan Milošević. Como comenta sardónicamente Horton, ésto culminó con el “saqueo e incendio del edificio del parlamento [serbio] en lo que seguramente se llamaría una insurrección violenta por parte de los demócratas estadounidenses, si no hubieran estado detrás de ella”. Numerosos otros estados serían el blanco de revoluciones de colores por parte de Estados Unidos y sus aliados de ONGs respaldadas por Söros durante las décadas siguientes.
Increíblemente, ésto es apenas el comienzo de las primeras provocaciones posteriores a la Guerra Fría hacia Rusia que documenta Horton, por no hablar de las locuras y fechorías perpetradas durante la presidencia de George W. Bush y después. Horton ha argumentado de manera convincente que Estados Unidos provocó a Rusia a lo largo de tres décadas, sabiendo que Rusia respondería con hostilidad a la expansión de la OTAN. Sin embargo, con un desenfreno temerario, los líderes y funcionarios estadounidenses siguieron adelante, haciendo realidad sus sueños más descabellados de expansión de la OTAN y poniendo la mira en lo que siempre fue su joya de la corona: Ucrania. No tenía por qué ser así, y sigue sin tener que ser así. Pero el tiempo corre. Desafiando las expectativas, el presidente Biden logra alcanzar nuevas cotas de absurdo en su política de escalada contra Rusia, marcando una casilla en el letal plan de “paz” de cinco puntos de Zelenski. La guerra no puede terminar lo suficientemente pronto.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko