En momentos en que los consumidores y las empresas estadounidenses se enfrentan a la inminente posibilidad de aranceles adicionales bajo una segunda administración Trump, vale la pena revisar la incisiva crítica al proteccionismo que el economista Murray Newton Rothbard formuló en su libro Poder y Mercado. El análisis de Rothbard expone el proteccionismo no como una herramienta para la prosperidad nacional, sino como un mecanismo para enriquecer a intereses políticamente conectados, a expensas de la población en general. Cuando los responsables de las políticas están considerando más restricciones comerciales aún, Rothbard continúa siendo tan relevante como siempre.
En esencia, el proteccionismo implica el uso de cualquier combinación de subsidios, aranceles, cuotas y otras barreras comerciales para aislar a las industrias nacionales de la competencia extranjera. Sus defensores argumentan que tales medidas salvaguardan los empleos, promueven la seguridad nacional, y apoyan a las industrias incipientes. Estas afirmaciones suelen tener eco entre los votantes, en particular en un clima de incertidumbre económica. Sin embargo, como demuestra Rothbard, el proteccionismo es fundamentalmente defectuoso tanto en la teoría como en la práctica.
En el centro de la crítica de Rothbard se encuentra el principio del libre comercio, que defiende como piedra angular de la prosperidad económica. Basándose en las ideas de los economistas clásicos, destacó los beneficios mutuos del comercio y el principio de ventaja comparativa, e identificó correctamente que el proteccionismo socava fatalmente estos beneficios, empobreciendo a la sociedad en su conjunto, mientras apuntala a las industrias ineficientes.
En el “Capítulo tres: Intervención triangular”, Rothbard destaca cómo los aranceles distorsionan el mercado al aumentar artificialmente los precios de los bienes importados. Si bien ésto puede parecer beneficioso para los productores nacionales, impone costos significativos a los consumidores, los que deben pagar precios más altos tanto por los bienes importados como por los producidos en el país. El análisis de Rothbard revela que estos costos a menudo superan cualquier ganancia potencial, empobreciendo a la sociedad en términos netos.
Por ejemplo, un arancel al acero puede proteger a los trabajadores siderúrgicos estadounidenses, pero también aumenta el costo del acero para todas las demás industrias que dependen de aquél, como las empresas automotrices y de construcción. Este efecto dominó conduce a precios más altos en toda la economía, lo que reduce la productividad y la eficiencia generales.
Tal como Rothbard siempre identificó incisivamente, el proteccionismo nunca tiene que ver con el bien público. En cambio, refleja la influencia de grupos de intereses especiales que buscan protegerse de la competencia. Los aranceles y las cuotas son herramientas de privilegio económico, que transfieren riqueza desde la población general hacia industrias con conexiones políticas.
Esta dinámica puede ser vista en las políticas arancelarias modernas, en las que los grupos de presión de industrias como el acero, la agricultura, la alta tecnología o automotrices, presionan para que sean adoptadas medidas proteccionistas bajo el disfraz del patriotismo o la seguridad económica. Los beneficiarios están concentrados y se expresan, mientras que los costos se dispersan entre millones de consumidores, lo que hace que la resistencia sea políticamente desafiante.
Uno de los argumentos más comunes y falaces a favor del proteccionismo es que preserva los empleos nacionales. Rothbard desmantela esta noción al señalar que, si bien las barreras comerciales pueden salvar empleos en industrias protegidas, destruyen empleos en otras partes de la economía, al aumentar artificialmente el precio de la mano de obra, castigando en la práctica a las empresas más eficientes con costos laborales más altos en beneficio de las empresas o industrias favorecidas. Además, los precios más altos para el consumidor significan menos ingresos disponibles, lo que lleva a una reducción del gasto en otros sectores. Y las industrias que dependen de materiales importados enfrentan costos más altos, lo que las obliga a reducir la producción o despedir trabajadores.
El comercio, en cambio, reasigna los recursos a sus usos más productivos, creando riqueza y permitiendo el crecimiento del empleo en industrias competitivas. Rothbard subraya que el libre mercado, no la intervención gubernamental, es el mejor equipado para dirigir la mano de obra y el capital de manera eficiente.
Más allá de las fallas económicas que le son inherentes, Rothbard critica al proteccionismo por razones morales. Las barreras comerciales son una forma de coerción que restringe la libertad de los individuos para intercambiar bienes y servicios a través de las fronteras. Como tal, violan el principio del intercambio voluntario, que es fundamental para una sociedad libre.
Por último, en cuanto a los argumentos notablemente débiles pero eternamente regurgitados sobre la seguridad nacional, además de servir como una excusa conveniente para políticas económicamente destructivas en nombre de servir a intereses conectados, en una economía globalizada el comercio fomenta la interdependencia, que en realidad puede mejorar la seguridad al crear incentivos mutuos para la paz y la cooperación.
Las advertencias de Rothbard sobre el proteccionismo resuenan con fuerza en el contexto de las políticas comerciales del presidente Donald Trump. Durante su primer mandato, fueron impuestos aranceles a una variedad de bienes, desde productos electrónicos chinos hasta acero canadiense, bajo el lema “Estados Unidos primero”. Las consecuencias fueron previsibles: precios más altos para los consumidores, interrupciones en las cadenas de suministro globales, aranceles de represalia de los socios comerciales, y rescates para los sectores negativamente afectados pero políticamente importantes.
Si bien estas políticas fueron promocionadas como una forma de revitalizar la industria manufacturera estadounidense, a menudo tuvieron el efecto opuesto. Muchas empresas enfrentaron mayores costos, lo que las obligó a reducir sus operaciones o reubicar la producción en el extranjero. Mientras tanto, los consumidores soportaron el peso de los precios más altos, pagando en la práctica un impuesto oculto para financiar políticas proteccionistas, por no hablar de los pagadores de impuestos, que pagaron un promedio de U$S 100.000 por cada puesto de trabajo “creado” por las políticas gubernamentales.
La perspectiva de aranceles adicionales vuelve a acechar. La retórica de Trump sigue haciendo hincapié en el nacionalismo económico, que encuentra eco entre los votantes que se sienten marginados por la globalización. Sin embargo, como nos recuerda Rothbard, los costos del proteccionismo no los soportan las naciones extranjeras, sino los consumidores y las empresas estadounidenses.
Mientras Estados Unidos lidia con la posibilidad de un renovado proteccionismo, la crítica de Rothbard sirve como un poderoso recordatorio de sus peligros. Los aranceles pueden apelar al sentimiento populista, pero sus costos económicos y morales son demasiado grandes como para ignorarlos. Los responsables de las políticas harían bien en prestar atención al llamado de Rothbard al libre comercio, rechazando el canto de sirena del proteccionismo en favor de políticas que promuevan una prosperidad genuina.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko