Dieciocho minutos después de su segundo discurso inaugural, Donald Trump −quien acababa de jurar como el 47.º presidente de los Estados Unidos− efectuó la siguiente proclamación:
“A partir de hoy, la política oficial del gobierno de los Estados Unidos será que sólo hay dos géneros: masculino y femenino”.
Es verdaderamente asombroso que el presidente de los Estados Unidos deba declarar esta tan obvia verdad, que la humanidad conoce y honra desde la Creación.
Sin embargo, en estos tiempos depravados, tal declaración era necesaria. No sólo era necesario, sino que para Trump fue un acto de gran claridad moral y coraje. Tanto han subvertido las fuerzas oscuras el pensamiento normal y el orden de las cosas.
En los últimos años, los pueblos del mundo han sido sometidos a la subversión sistemática de la realidad, del sentido común y de la moralidad, mediante una implacable manipulación y torrentes de las mentiras más atroces.
La izquierda tortuosa casi ha logrado poner todo patas arriba al lanzar un ataque integral contra los hechos, la verdad y la realidad misma. En el proceso, han manifestado un antagonismo implacable hacia todo lo que es bueno, normal, correcto, bello y sagrado.
La idea de que los hombres biológicos pueden ser mujeres, y las mujeres biológicas pueden ser hombres es, en cierto modo, un desenlace de sus esfuerzos, ya que es difícil concebir una perversión mayor de la realidad que esa.
Para comprender hasta qué punto la izquierda ha logrado arrastrar a Estados Unidos al fango de la alienación, basta con pensar en lo siguiente:
En 1776, Thomas Jeferson declaró: “Consideramos evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales”.
En 2025, Donald Trump se vio obligado, parafraseándolo un poco, a decir: “Consideramos evidente esta verdad: que los hombres son hombres y las mujeres son mujeres”.
La declaración de Trump de esta verdad, la más obvia de todas, fue una salva contra las fuerzas de la oscuridad, en defensa de la cordura, del orden moral y del sentido común. Fue una salva en defensa de la civilización misma.
Es asombroso pensar en lo que Donald Trump debió superar para poder llegar al Capitolio de Estados Unidos para hacer su pronunciamiento. Mediante una campaña de odio sin precedentes, sus enemigos intentaron vilipendiarlo, arruinarlo, encarcelarlo y, en última instancia, asesinarlo.
Resistió todo, incluso una bala en la cabeza. En aquel fatídico día de Julio, en aquel campo de Pennsylvania, con la cara ensangrentada, se levantó y alzó el puño. Y entonces, frente a la muerte y la oscuridad, gritó impávido: “¡Luchad! ¡Luchad! ¡Luchad!”
Gracias a su valor y perseverancia poco comunes, y a su deseo de hacer el bien a su país y a su gente, Donald Trump –un hombre imperfecto– surgió como un gran líder y una fuerza moral arrolladora. Sus palabras tienen ahora el peso que hace aullar de desesperación a los agentes del mal.
Cuando Trump hizo su histórica declaración sobre los dos géneros, la rotonda del Capitolio de Estados Unidos estalló en vítores. Pero no todos recibieron sus palabras de verdad con alegría y júbilo. También hubo desaliento y crujir de dientes. A la izquierda de Trump, Kamala Harris y Joe Biden, junto con su partido derrotado, estaban sentados hoscos y con cara de piedra.
Los mentirosos y desesperados morales que son, han infligido a esta nación políticas insanas que llevaron a los hombres a los vestuarios, baños, celdas de la cárcel y campos deportivos de las mujeres. Se rieron cuando los padres preocupados se quejaron por las horas de drag queens en la escuela, y enviaron al FBI para cerrarlas. Pervirtieron la verdad, violaron la realidad, y nominaron para altos cargos a hombres que pretendían ser mujeres.
El 20 de Enero, Donald Trump efectuó un disparo que fue escuchado en todo el mundo. Rompió con años de manipulación y depravación moral que han manchado gran parte de nuestra cultura. Escuchen, escuchen todos: “Los hombres son hombres, y las mujeres son mujeres”, dijo en esencia.
En nuestros días convulsos, una declaración de este hecho demasiado obvio, es una especie de acto revolucionario. Ojalá que ésto marque un punto de inflexión y el primer paso hacia nuestra sanación moral, y la restauración de la cordura y el sentido común.
Gracias, señor presidente, por su valentía y claridad. Que Dios le acompañe y que el Cielo le cuide.
Traducido por: Ms. Lic. Cristian Vasylenko