Tres principios libertarios en tiempos de guerra

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    El conflicto en curso entre Israel y Hamas parece haber sacado lo peor de muchas personas de ambos lados, no sólo en el sentido de sed de sangre –lo que lamentablemente abunda–, sino también en permitir que las emociones se interpongan en el camino del claro razonamiento moral. En menor medida, el conflicto entre Rusia y Ucrania ha conducido a resultados similares.

    Desde lo más profundo de las redes sociales, hasta las alturas de la torre de marfil, las opiniones que la gente ha dado sobre estos conflictos han sido francamente descabelladas. Incluso aquellos que por lo demás son bastante buenos en muchos temas, parecen haber dejado de lado su brújula moral al opinar sobre este asunto.

    En medio de esta avalancha de malas interpretaciones, los libertarios tienen la oportunidad y el deber de aportar claridad moral genuina a estas cuestiones. Si podemos mantener la calma y tener principios, especialmente en tiempos de crisis, seremos mucho más respetados y estaremos mucho más cerca de ganarnos los corazones y las mentes de las masas.

    Pero ¿cómo se ve la genuina claridad moral cuando se trata de guerra? ¿Cuál es la opinión libertaria? Aquí hay tres principios para ayudar a los libertarios a navegar este asunto.

    1.- Negarse a ignorar, tolerar o justificar la matanza de inocentes

    Hay mucha ira en torno de este conflicto. Y, de hecho, la indignación está plenamente justificada. Miles de inocentes están siendo asesinados, y eso debería hacernos hervir la sangre. Se están produciendo grandes injusticias, y es necesario corregir esos errores.

    Pero hay mejores y peores maneras de responder. Lamentablemente, ambas partes en este conflicto han estado respondiendo a las injusticias cometidas contra su pueblo cometiendo sus propias injusticias, perpetuando aún más el ciclo de la violencia y dando a la otra parte aún más motivos para atacar.

    Para discernir una mejor solución, debemos comenzar por reconocer que ambas partes en este conflicto están cometiendo actos malvados, como matar a civiles inocentes. Pero incluso ésto está resultando ser un punto de discordia.

    Por ejemplo, una de las primeras reacciones cuando estalló el conflicto entre Israel y Hamás fue este tweet de Ben Shapiro:

    Si “ambos lados” ésto … si “pero [insertar historia culpógena]” esto … si “es hora de un alto el fuego” esto … USTED es parte del problema.

    – Ben Shapiro (@benshapiro) 9 de Octubre de 2023

    Con su comentario “ambos lados”, Shapiro parece apuntar al tema de conversación de que ambas partes tienen sangre en las manos. De alguna manera, denunciar todas las injusticias es formar parte del problema. Presumiblemente, la forma correcta de pensar en ésto es mirar sólo los crímenes de una de las partes; a saber, los crímenes de Hamas.

    Debería resultar obvio por qué ésto es lo opuesto a la claridad moral.

    Cuando ambos bandos matan a personas inocentes, es necesario denunciar a ambos bandos. Podemos debatir el grado relativo de maldad que se está perpetrando, pero no hay lugar para ignorar selectivamente los actos de agresión contra inocentes. La existencia del mal dentro de ambos partidos debe ser reconocida y condenada por todos.

    Ahora, muchas personas justifican la matanza de inocentes con el argumento de que es necesaria para la defensa, por lo que la otra parte es “realmente” responsable de sus muertes. Por ejemplo, en respuesta a un comentario perfectamente civilizado e imparcial de Piers Morgan, en el que expresaba su dolor por las víctimas inocentes de ambos lados, Ben Shaprio opinó: “Ambas cosas son culpa de Hamas”.

    Pero ésto carece de sentido. Digamos que un asesino en serie se esconde en un edificio de departamentos lleno de civiles inocentes. Incluso si todos estuvieran completamente de acuerdo en que el asesino en serie era culpable, peligroso y merecía la muerte, ¿sería moral bombardear el edificio y matar al asesino junto con decenas de inocentes? Está claro que ésto es ridículo. En esta búsqueda equivocada de “defensa”, Ud. mismo se convierte en agresor.

    Sin embargo, Ben Shapiro va un paso más allá. A sus ojos, no sólo está justificado tal bombardeo, sino que el asesinato de esos inocentes es de alguna manera culpa del asesino en serie. Según esta lógica, siempre que alguien comete un delito y representa una amenaza activa, es justificable detenerlo por cualquier medio necesario, incluso matando a muchos cientos de inocentes, y la sangre de todos esos inocentes es de alguna manera responsabilidad exclusiva de ese criminal.

    Lo que sea que represente ese sistema, seguro que no es justicia.

    Tenga en cuenta que ésto es igualmente un problema para aquellos del otro lado que dicen que el asesinato de palestinos inocentes por parte de Israel, justifica las acciones de Hamas. Los izquierdistas pro palestinos cometen exactamente el mismo error que Shapiro cuando justifican los ataques terroristas contra civiles israelíes.

    2.- Apoye a los individuos, no a los colectivos

    Los libertarios creen en los derechos individuales y la responsabilidad individual, y en ningún lugar es ésto más importante que en la guerra. Lamentablemente, la retórica colectivista domina estas discusiones, como cuando grupos étnicos enteros son llamados agresores o defensores.

    ¿Cuál es entonces la alternativa individualista?

    En pocas palabras, condenamos a los agresores, es decir, a las personas que cometen actos de agresión identificables, ya sea en nombre de un gobierno, una organización terrorista u otro grupo militar. Los libertarios no apoyan a un “lado” de estos conflictos sobre otro. No apoyamos a naciones, tribus o gobiernos. Más bien, apoyamos a los civiles inocentes de todos los bandos contra quienes buscan controlarlos.

    Murray Rothbard expone brillantemente la mentalidad colectivista de la guerra en su libro Por una nueva libertad:

    Ahora que la superficie terrestre del planeta está dividida entre estados concretos, una de las doctrinas y tácticas básicas de los gobernantes de cada estado ha sido identificarse con el territorio que gobierna. Dado que la mayoría de los hombres tiende a amar a su patria, la identificación de esa tierra y su población con el estado es un medio de hacer que el patriotismo natural funcione en beneficio del estado. Entonces, si “Ruritania” es atacada por “Walldavia”, la primera tarea del estado ruritano y sus intelectuales es convencer al pueblo de Ruritania de que el ataque es realmente contra ellos, y no simplemente contra su clase dominante. De esta manera, una guerra entre gobernantes se convierte en una guerra entre pueblos, en la que cada pueblo se apresura a defender a sus gobernantes con la creencia errónea de que los gobernantes están ocupados defendiéndolos a ellos. Este recurso al nacionalismo ha tenido especial éxito en los últimos siglos; no fue hace mucho tiempo, al menos en Europa occidental, cuando la masa de súbditos consideraba las guerras como batallas irrelevantes entre diversos grupos de nobles y sus séquitos.

    Más adelante en el libro, Rothbard destripa la idea de que un estado “defensor” tiene algún “derecho” a “defenderse” de un estado “agresor”.

    “La idea de entrar en una guerra para detener la ‘agresión’ es claramente una analogía de la agresión de un individuo a otro”, escribe Rothbard. Así como Jones tiene derecho a defenderse cuando Smith lo golpea, muchos sostienen que un Estado defensor tiene un derecho equivalente a librar una guerra “defensiva” cuando es invadido por agentes de otro Estado. También se deduce que otros países pueden intervenir en nombre del Estado “defensor”, ya que esto equivaldría a una “acción policial”.

    “Pero la ‘agresión’ sólo tiene sentido en el nivel individual de Smith-Jones, al igual que el propio término ‘acción policial'”, continúa Rothbard. “Estos términos no tienen ningún sentido a nivel interestatal”.

    ¿Por qué es eso? Rothbard expone su razonamiento en términos muy claros:

    En primer lugar, hemos visto que los gobiernos que entran en guerra se convierten ellos mismos en agresores de civiles inocentes; de hecho, se convierten en asesinos en masa. La analogía correcta con la acción individual sería: Smith golpea a Jones, la policía se apresura a ayudar a Jones, y en el intento de detener a Smith, la policía bombardea una manzana de la ciudad y asesina a miles de personas, o rocía fuego de ametralladora sobre una multitud inocente. Esta es una analogía mucho más precisa, porque eso es lo que hace un gobierno en guerra, y en el siglo XX lo hace a escala monumental. Pero cualquier agencia policial que se comporte de esta manera se convierte en un agresor criminal, a menudo mucho más que el Smith original que inició el asunto.

    Incluso si se aceptara la analogía de Smith-Jones, dice Rothbard, los defensores de las guerras “defensivas” no tienen argumentos. ¡La misma analogía a la que apelan para justificar su posición, en realidad la socava!

    “Pero hay otro defecto fatal en la analogía con la agresión individual”, continúa Rothbard, utilizando los hipotéticos estados “graustarkianos” y “belgravianos” para exponer su punto:

    Cuando Smith golpea a Jones o le roba su propiedad, podemos identificar a Smith como un agresor del derecho personal o patrimonial de su víctima. Pero cuando el estado de Graustark invade el territorio del estado de Belgravia, es inadmisible referirse a “agresión” de manera análoga. Para el libertario, ningún gobierno tiene un derecho justo a ninguna propiedad o derecho de “soberanía” en un área territorial determinada. Por lo tanto, el reclamo del estado de Belgravia sobre su territorio es totalmente diferente del reclamo del Sr. Jones sobre su propiedad (aunque este último también podría, tras una investigación, resultar ser el resultado ilegítimo de un robo). Ningún estado tiene propiedad legítima; todo su territorio es resultado de algún tipo de agresión y conquista violenta.

    Si asesinar a inocentes para detener a un individuo agresor, ni siquiera está justificado en el nivel Smith-Jones, donde Jones es al menos el legítimo propietario de su cuerpo, a fortiori no está justificado en el nivel interestatal, porque los estados ni siquiera son los propietarios legítimos de “su” territorio.

    Ya sería bastante malo que los estados asesinaran a inocentes para proteger a sus pueblos de todas las formas de agresión. Pero en realidad, el estado “defensor” está asesinando a inocentes para defender su propio monopolio de la agresión frente a otros posibles agresores.

    “Por lo tanto”, concluye Rothbard, “la invasión del estado Graustarkiano es necesariamente una batalla entre dos grupos de ladrones y agresores: el único problema es que civiles inocentes de ambos lados están siendo pisoteados”.

    Cuando dos mafias luchan por el territorio de una ciudad, ninguno de los dos son “defensores” inocentes, y ninguno de ellos sirve a nuestro apoyo. Y yo diría que la única diferencia entre una mafia y un estado, es que este último se percibe como legitimado.

    3.- Defienda una política exterior no intervencionista

    Estados Unidos tiene una larga historia de no intervencionismo, y con razón. El intervencionismo tiene muchos problemas asociados.

    En primer lugar, cuando un gobierno interviene en un conflicto extranjero en nombre de una de las partes, millones de contribuyentes se ven obligados a financiar una iniciativa con la que están profundamente en desacuerdo. Quizás estén apoyando al otro lado, o quizás simplemente no quieran participar en este conflicto. Independientemente de sus razones para oponerse a la ayuda, la cuestión es que se les está obligando a financiar una causa en contra de su voluntad.

    Ésto es sencillamente injusto. No debería obligarse a la gente a financiar cosas (especialmente guerras) con las que no está de acuerdo. Si desea participar personalmente, no dude en hacerlo de su propio bolsillo. Pero si tiene algún respeto por la libertad de sus compatriotas, respetará sus deseos de quedar fuera de la msima.

    Y si los medios coercitivos para recaudar el dinero no son lo suficientemente malos, consideremos para qué se utiliza el dinero. Estos fondos se utilizan, entre otras cosas, para matar a miles de civiles inocentes. Como tal, los políticos y burócratas que facilitan este financiamiento están actuando literalmente como cómplices de la masacre.

    Es chocante, dada esta comprensión, que la intervención extranjera esté siquiera sobre la mesa como una opción respetable. En una sociedad justa, estos actores políticos serían procesados por facilitar actividades criminales, no regateados por cuestiones presupuestarias, y ciertamente no elogiados.

    También hay razones consecuencialistas [ética teleológica] para oponerse a la intervención. El simple hecho es que cuando las potencias globales se involucran en un conflicto local, invariablemente se crea una situación más peligrosa que tiene el potencial de salirse de control. Como escribió Rothbard en Por una nueva libertad: “Si este tipo de ‘seguridad colectiva’ realmente se aplicara a escala mundial, con todas los ‘Walldavias’ apresurándose a cada conflicto local e intensificándolos, cada escaramuza local pronto se convertiría en una conflagración global”.

    Por todas estas razones, la intervención en guerras extranjeras debería estar prohibida desde el principio.

    El camino hacia la paz

    Hay mucho más que decir, tanto sobre estos conflictos específicos como sobre las cuestiones filosóficas que rodean la guerra en general. Para aquellos interesados, antiwar.com proporciona un gran análisis en este sentido, y también vale la pena echarle un vistazo a estos dos artículos. Pero es de esperar que hasta ahora se haya dicho lo suficiente como para al menos exponer los argumentos libertarios básicos contra la guerra y la intervención extranjera.

    Y éste es un primer paso crucial.

    El camino hacia la paz pasa por abrazar la filosofía de la libertad y aplicarla correctamente. Sólo cuando lo hagamos, podremos finalmente poner fin al ciclo de violencia injusta y dejar atrás el sufrimiento, la muerte y la destrucción que se han vuelto demasiado familiares en todo el mundo.

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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