Cada vez que se acerca una elección, los estadounidenses escuchan a los políticos argumentar con creciente intensidad que, si simplemente votáramos por ellos y por los co-conspiradores de su partido, se crearía el mejor de los mundos posibles. Sin embargo, muchas personas sospechan que hacerlo produciría el resultado opuesto.
A veces, incluso se propone (a veces en broma) que, en lugar de que las cosas fueran tan buenas como podrían ser si sólo el partido apropiado estuviera al mando, podríamos estar mejor si eligiéramos por sorteo a quienes nos representarán.
Jazz Shaw hizo eso recientemente en HotAir. Y citó una encuesta reciente muy interesante de Rasmussen al respecto. Más de la mitad (54%) de los encuestados, la mayor cantidad en cualquier iteración de la encuesta, piensa que la selección aleatoria de políticos produciría mejores resultados para los estadounidenses. Y ésto fue antes del debate presidencial. De hecho, sólo la cuarta parte de esas personas (27%) piensa que ese enfoque no nos beneficiaría más.
Shaw discutió luego en tono jocoso algunos problemas que podrían surgir con la implementación de ese enfoque. Pero no consideró seriamente cómo podrían surgir mejores incentivos y resultados.
Sin embargo, Leonard Read, el creador de la Fundación para la Educación Económica (FEE), sí reflexionó más profundamente sobre esa situación en su libro de 1964 Anything That’s Peaceful (Todo lo que sea pacífico), y ofreció algunas ideas que vale la pena considerar.
Read contrastó la elección de la mayoría de los funcionarios por sorteo para un solo mandato con el sistema actual, en el que los políticos y sus partidarios “compiten para ver quién puede ponerse frente al grupo más popular de votantes para defender firmemente el supuesto derecho de ciertos individuos a los ingresos de otras”.
Sugerir seriamente esa comparación parece descabellado, ya que “votar está profundamente arraigado en las costumbres democráticas como un deber”. Por otra parte, Read señaló que “cualquier persona que sea consciente de nuestra rápida deriva hacia el estado omnipotente, difícilmente puede escapar de la sospecha de que puede haber una falla en nuestra forma habitual de ver las cosas”, conclusión mucho más cierta que hace seis décadas.
Su argumento comenzaba con la pregunta subyacente esencial que debe informar esa comparación: ¿cuál es el papel apropiado del gobierno? “Si se admite”, siguiendo a los fundadores de Estados Unidos, “que el papel del gobierno es garantizar ‘ciertos derechos inalienables, entre ellos el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad’, ¿hasta qué punto se puede lograr ésto si votamos por quienes están abiertamente comprometidos con no garantizar estos derechos?”
Read concluyó que habría un marcado contraste si eligiéramos a nuestros representantes políticos por sorteo:
Con casi todo el mundo consciente de que sólo los “ciudadanos comunes” ocupan puestos políticos, la cuestión de quién debería gobernar perdería su importancia. Inmediatamente, tomaríamos conciencia de la pregunta mucho más importante: ¿Cuál será el alcance del gobierno? Parece casi evidente que presionaríamos por una limitación severa del estado.
Pensaba que, en lugar de que la votación estuviera determinada en gran medida por quién presenta de manera más efectiva esas violaciones constitucionales que transferirían la mayor cantidad de recursos a los votantes en cuestión –necesariamente a expensas de otros–, la gente se concentraría en algo como: “¿Qué hace el gobierno por nosotros con nuestros propios recursos, mejor que lo que podríamos hacer nosotros mismos?” El actual impulso bipartidista hacia un gobierno cada vez más grande se revertiría.
“[De este modo] Los partidos políticos perderían más o menos sentido –dejarían de existir”. Como consecuencia, no habría “más discursos de campaña con sus promesas de cuánto mejor nos iría si los candidatos gastaran nuestros ingresos por nosotros”. Ésto causaría “el fin de la recaudación de fondos para las campañas”, y eliminaría a “los ‘salvadores’ autoelegidos que atienden deseos básicos para ganar elecciones”.
Dado que los partidos políticos son en gran medida coaliciones de invasores de los derechos de otros, votar para transferir el control de una coalición a la otra no puede defender los derechos de todos. Pero la selección por sorteo eliminaría cualquier poder de ese tipo para agrupar promesas sobre quién es Pedro y quién es Pablo en el juego político de “robar a Pedro para pagar a Pablo”. Eso también socavaría las mentiras que venden actualmente, y liberaría los enormes recursos que ahora son dedicados a “venderlas”. Y un probable efecto secundario beneficioso sería reducir la presión arterial de muchos estadounidenses.
Marcaría el comienzo de “un fin a ese tipo de votación en el Congreso que tiene más en cuenta la reelección, que lo que es correcto”.
También hay que recordar que, si bien muchos sostienen que las perspectivas de reelección incentivan a los políticos a hacer avanzar a la sociedad estadounidense, también incentivan a aumentar el daño que se les impone a quienes no están en la coalición política dominante, como un medio para mantener a su propia coalición en el poder. Y cuando la Constitución y, quizás aún más, la visión de la Declaración de Independencia han llegado a ser respetadas más en su incumplimiento que en su observancia, Read piensa que ahora predomina este último incentivo, razón por la cual la selección por sorteo podría ser una mejora.
La mera perspectiva de tener que ir al Congreso durante toda la vida … reorientaría por completo la atención de los ciudadanos hacia los principios que afectan a la relación del gobierno con la sociedad … de los que depende el futuro de la sociedad. En otras palabras, la tendencia fuerte sería la de sacar lo mejor de cada ciudadano –no lo peor.
Dado que la selección aleatoria de políticos parece tan improbable, ¿por qué deberíamos pensar en ello de todos modos?
El mero hecho de dejar que la mente se detenga en esta intrigante alternativa a las actuales ineptitudes políticas, proporciona toda la munición que uno necesita para abstenerse de emitir su voto por uno de los dos candidatos, ninguno de los cuales se guía por la integridad. A menos que podamos divorciarnos de este mito sin principios, estamos condenados a una competencia política que tiene un solo fin: el estado omnipotente … Tal escrutinio puede revelar que votar por candidatos que dan falso testimonio no es algo que se le exija al buen ciudadano.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko