El 1 de diciembre de 2024, Elon Musk decretó: «La cultura de la cancelación ha sido cancelada». Musk tenía sus razones para decir esto. Después de que todos los principales medios de comunicación, el Estado profundo y las grandes tecnológicas hubieran intentado cancelar a Trump en todos los sentidos, acababa de obtener una victoria aplastante en las elecciones presidenciales. Robert F. Kennedy Jr., también un blanco de cancelación masiva durante años, ayudó en esta victoria de Trump y fue nombrado secretario del Departamento de Salud y Servicios Humanos. El propio Musk también fue decisivo en esta victoria, al comprar Twitter/X y dar cabida a muchas —aunque no todas— manifestaciones de ideas que antes eran canceladas en esta red social. Pero la razón principal fue que la victoria de Trump supuso una tremenda derrota para el wokismo, que hasta entonces había sido el principal motivador de las cancelaciones disidentes y es el principal enemigo declarado de Musk, que perdió un hijo por culpa de esta perversa ideología.
Pero, ¿se ha acabado realmente la cultura de la cancelación? ¿Y este final sería algo bueno o malo? Durante mucho tiempo hemos visto a toda la derecha, desde los conservadores hasta los libertarios, quejarse de la llamada cultura de la cancelación como un ataque inaceptable a la libertad. Sin embargo, además de que la cultura de la cancelación no es un ataque a la libertad, es la única forma de conseguir y mantener una sociedad libre.
La cancelación de una persona se produce de la siguiente manera. Cuando alguien es sorprendido en un acto o expresa una opinión que un grupo organizado considera intolerable, este grupo inicia una campaña para exponer a esa persona como alguien socialmente inadecuado, ejerciendo presión sobre sus relaciones personales e incluso exigiendo que su empleador la despida. Cualquier persona o empresa que siga manteniendo relaciones con el cancelado también es amenazada con ser cancelado. Si el Estado no se involucra —como ocurrió en la cancelación de Trump y la censura de las redes sociales— y no se utiliza la coacción, la cancelación es compatible con la ética libertaria; aunque esa persona pierda amigos, relaciones, trabajo, empresa y perfiles en las redes sociales.
El problema es que la cultura de la cancelación estaba dominada por los progresistas y siendo utilizada contra las ideas correctas y sanas y, de esta forma, nos alejaba de una sociedad libre y digna. Por ejemplo, hasta hace poco, decir que un hombre no se convierte en mujer por declararse mujer, y viceversa, llevaba a la cancelación. La amenaza de la cancelación ha llevado a esta idea absurda a dominar las instituciones educativas, los conglomerados mediáticos, el mundo empresarial y financiero, las agencias de publicidad, las federaciones deportivas, Hollywood y los gobiernos, con efectos sociales devastadores, especialmente para los niños víctimas de mutilaciones y tratamientos hormonales irreversibles.
No obstante, no sólo podemos, sino que debemos utilizar la cultura de cancelación contra estas ideas erróneas y perjudiciales. Cualquiera que diga que un hombre se convierte en mujer al declararse mujer, y viceversa, merece y debe ser cancelado. Debe ser boicoteado, tanto profesional como socialmente. Por supuesto, todo el mundo debe ser libre de decir lo que quiera, pero al mismo tiempo, todo el mundo también debe ser libre de desvincularse de las personas que defienden ideas falsas, degeneradas y perniciosas, o simplemente ideas consideradas desagradables.
Al analizar la cultura de la cancelación desde la perspectiva inversa, resulta difícil entender cómo se ganó una mala reputación entre la derecha. Parece un caso de «tirar al niño con el agua de la bañera», rechazando un buen método a causa de una suciedad que lo contamina. Despertaron mucha aversión las sucesivas cancelaciones de personas que sólo decían la verdad y defendían ideas adecuadas y decentes. Sin embargo, el procedimiento, limitado al boicot social privado, no sólo es válido, sino necesario, especialmente para los libertarios comprometidos en la guerra cultural. Hans-Hermann Hoppe nos enseña que el capitalismo de propiedad privada y el multiculturalismo igualitario no pueden combinarse y
(…) que la restauración de los derechos de propiedad privada y la economía del laissez-faire implica un fuerte y drástico aumento de la discriminación social y eliminará rápidamente la mayoría, si no todos, los experimentos de estilo de vida multicultural-igualitario tan afines al gusto de los libertarios de izquierda. En otras palabras, los libertarios deben ser conservadores radicales e intransigentes.
La sección en la que Hoppe expone esta estrategia es considerada polémica por muchos libertarios, sobre todo cuando habla de «remover físicamente», pero se trata de una polémica inmerecida, fruto de una mala interpretación, porque él hablaba de barrios privados, de la relación entre inquilinos y propietarios con pactos previos entre propietarios privados, y no propugnaba ninguna agresión contra el derecho de propiedad. Al contrario, defiende plenamente el derecho a la propiedad privada y su corolario, el derecho a discriminar. Y «si se quiere alcanzar la meta de una anarquía de la propiedad privada (o una sociedad pura de ley privada)» propone que «los verdaderos libertarios deben abrazar la discriminación» ejerciendo el derecho a desalojar a quien quieran de su propiedad. «Sin una discriminación continua e implacable, una sociedad libertaria se erosionaría rápidamente y degeneraría en el socialismo del Estado del bienestar».
Al oponerse a la cultura de la cancelación, Philipp Bagus y otros hablan de la libertad académica y de que, de hecho, ninguna idea debería cancelarse jamás en las universidades o en cualquier entorno de enseñanza. Por cierto, al discutir en el aula el concepto de preferencia temporal de los homosexuales, el propio Hoppe fue uno de los primeros cancelados por microagresiones, un hecho que puso fin a su carrera como profesor universitario. Sin embargo, aunque debemos promover el estudio y el debate sobre la transexualidad, el nazismo, el comunismo, la democracia y todo tipo de ideas espurias y dañinas, también podemos y debemos cancelar a quienes defienden estas ideas. En realidad, es más importante dar de baja a un profesor que defiende estas ideas que, por ejemplo, a un fontanero o a un médico, ya que los profesores tienen el potencial de influir negativamente en cientos de alumnos por curso escolar. De hecho, cuanto más influyente es una voz, más fundamental y urgente es su cancelación.
Recientemente, instituciones libertarias que siempre se han opuesto a la cultura de la cancelación han sido criticadas por cancelar a uno de sus miembros más antiguos y prestigiosos. Pero la cancelación no sólo es un mecanismo válido, sino que es necesario que los libertarios cancelen a cualquier sionista que defienda el robo de tierras, la limpieza étnica y el asesinato de inocentes. Hoppe dice que a veces «una pequeña dosis de ridículo y desprecio puede ser todo lo que se necesita para contener la amenaza relativista e igualitaria», pero si uno insiste en propugnar ideas sádicas y genocidas, «en la sociedad civilizada, el precio final (…) es la expulsión, y todos los personajes mal portados o podridos (aunque no cometan ningún delito) se encontrarán rápidamente expulsados de todas partes y por todos y se convertirán en parias, apartados físicamente de la civilización. Es un duro precio a pagar; de ahí que se reduzca la frecuencia de tales comportamientos».
El único problema de la cultura de cancelación no agresiva es que estaba dominada por los progresistas. Deberíamos usarla sólo para el bien y cancelar a todos y cada uno de los que defienden el multiculturalismo, el igualitarismo, el sionismo, «el hedonismo, el parasitismo, el culto a la naturaleza y al medio ambiente, la homosexualidad o el comunismo».
Traducción: Oscar Grau