¿Qué pasaría si llamásemos a las cosas por su verdadero nombre?

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    Me parece gracioso –pero al mismo tiempo trágico– que tanta gente se engañe a sí misma con tanta frecuencia, especialmente cuando se trata del gobierno. Una gran parte de la población cree verdaderamente que el gobierno existe para ayudarlos, y que las instituciones estatales están todas unidas para promover la paz, el orden, la unidad, la armonía, la cohesión y la cooperación social.

    Pero la realidad detrás de esta elegante y dulce narrativa es drásticamente diferente. El gobierno no es en absoluto lo que dice ser. Muy por el contrario. La verdadera naturaleza del estado es tan aterradora –asusta tanto a la gente–, que deciden engañarse deliberadamente a sí mismos con estas encantadoras fábulas ideológicas, nacionalistas y políticas, para no tener que enfrentar la realidad y verla como realmente es.

    Véase, por ejemplo, el nazismo. Mucha gente está horrorizada y desconcertada por todo lo ocurrido en la Alemania nacionalsocialista. El Holocausto, los pogromos antijudíos, el Lebensraum, la Kristallnacht, la Noche de los cuchillos largos y el incendio del Reichstag –por citar sólo algunas atrocidades– fueron acontecimientos excepcionalmente brutales y dolorosos, que resultaron en un grado de violencia y sufrimiento sin precedentes en la historia de ese país.

    Evidentemente, el nazismo fue un episodio histórico absurdamente trágico y dañino, y no sólo para Alemania, sino para toda la humanidad. Sin embargo, la verdad es que el nazismo fue sólo un ejemplo extremo de la convergencia de tres anomalías bestiales, que hace mucho tiempo que fueron normalizadas y llegaron a ser consideradas elementos sumariamente indispensables de la civilización: el estatismo, el colectivismo y la política.

    Es imposible disociar el nazismo de cualquiera de estos elementos. Y no sólo siguen siendo omnipresentes en la sociedad contemporánea (como lo fueron en la República de Weimar), sino que hasta el día de hoy son considerados por consenso popular como legítimas vacas sagradas, dioses seculares supremos e incuestionables, sin los cuales la sociedad no podría organizarse ni siquiera existir.

    Sin embargo, el nazismo fue el resultado natural de las tres anomalías antes mencionadas que –como resultado de circunstancias peculiares– fueron potenciadas al máximo. En un caldero político y cultural de resentimiento colectivo, todos los elementos que impulsaron el ascenso del nazismo fueron adecuadamente cultivados y luego terminaron estallando. Pero de ninguna manera el nazismo fue una anomalía en sí mismo. Fue simplemente la consecuencia natural de todos los factores políticos, históricos, intelectuales y culturales de la época en que floreció.

    Pero, ¿qué pasaría si les dijera que todo lo que practicaron los nazis, continúa siendo practicado por todos los gobiernos del mundo actual (en escalas relativamente más pequeñas)?

    ¿Qué pasaría si les dijera que –exactamente como sucedió durante el régimen nazi– las diversas agencias gubernamentales y burocracias en funcionamiento (en cualquier país del mundo) no cooperan entre sí, sino que compiten entre sí, a menudo se boicotean entre sí, en busca de obtener ventajas ilícitas, muchas veces a expensas del bienestar y la seguridad de la población?

    ¿Y si le dijera que cosas como peculado, prevaricato, cohecho, tráfico de influencias y corrupción activa y pasiva, son hechos mucho más comunes que lo que imagina, siendo cotidianos y comunes también en los gobiernos estatales y municipales? ¿Y si le dijera que el ayuntamiento de la ciudad donde Ud. vive es un auténtico antro de negocios turbios, y que allí pasan cosas que ni se imagina?

    ¿Qué pasaría si le dijera que el gobierno es una hidra, un leviathan, un sícorax, una especie de criatura bestial, que está plenamente dispuesta a arrestarlo, robarle, golpearlo e incluso matarlo, sólo porque lo considera interesante y ventajoso en un momento dado? ¿Y si les dijera que el gobierno puede hacer todo ésto legalmente, con pleno apoyo del poder y la legislación vigente? ¿Qué pasaría si les dijera que los gobiernos tienen “disposiciones de emergencia” para hacer legalmente todo lo que se consideraría ilegal y criminal bajo cualquier circunstancia?

    ¿Qué pasaría si te dijera que todo ésto es verdad y no una mera especulación de mi parte?

    Obviamente, Ud. es libre de creer lo que quiera. Si está decidido a creer que el gobierno es una fuerza positiva, humanitaria y edificante, que lucha por el bienestar general de la población; que los impuestos son el precio que pagamos por vivir en sociedad; que los políticos son héroes populares amables, desinteresados ​​y altruistas; que las empresas estatales gestionan los recursos estratégicos de manera responsable y sostenible, y que Petrobras pertenece al pueblo; entonces adelante. Éstas, sin embargo, no son más que fantasías delirantes e infantiles, deliberadamente inculcadas en el imaginario popular. Por mi parte, no creo en nada de todo eso.

    Y, sin embargo, mucha gente cree en estas delirantes e infantiles fantasías que el gobierno cuenta sobre sí mismo, de modo que la población en general tenga una buena impresión de aquél. Y para que, sobre todo, lo considere importante y fundamental para el funcionamiento general de la sociedad.

    Resulta que toda la narrativa gubernamental, todas las declaraciones efectuadas por políticos y burócratas, no son más que fábulas delirantes, que ocultan la verdadera naturaleza y el verdadero propósito del estado.

    De hecho, el estado tiene muchas responsabilidades en la sociedad. Proteger, servir y salvaguardar a las personas, no se encuentran entre estos deberes. Ésto es lo que el estado le dice a la gente que hace, con el objetivo de facilitar su proyecto de dominación y expoliación de la sociedad, y también de minimizar la resistencia popular.

    Lo que el estado realmente quiere hacer, y hace de manera constante, recurrente y permanente, es expropiar los recursos y la riqueza de la sociedad. En otras palabras, el estado es básicamente un parásito.

    Sin embargo, además de ser un parásito, el estado es un mentiroso patológico, que miente a todos, todo el tiempo, sobre todo. En relación con su salud, educación, seguridad pública, recaudación de impuestos, gestión de recursos estratégicos y su misión social de protección del pueblo. Al final, todo no es más que una narrativa muy bien construida, que esconde un proyecto de expolio y dominación colectiva, así como un deseo malévolo de ser la autoridad suprema, soberana y absoluta, sobre todo y sobre todos.

    De hecho, el estado y sus representantes mienten tanto, que incluso ellos mismos se creen sus propias mentiras. Después de todo, muchos políticos creen genuinamente que –a cambio de toda la riqueza y los recursos que roban de la parte productiva de la sociedad mediante impuestos obligatorios– ofrecen servicios sociales justos y equitativos, que son fundamentales para el bienestar general de la comunidad.

    Sea como fuere, lo cierto es que las narrativas ideológicas fantasiosas y los discursos elocuentes demagógicos no cambian la realidad ni la naturaleza del estado. El estado es una herramienta institucional de saqueo sistemático. Y –como se explicó anteriormente– el estado es un mentiroso patológico, que miente compulsivamente sobre su propósito y sobre todo lo que está directa o indirectamente relacionado con sus actividades.

    Pero ¿por qué el estado miente a la población? Bueno, por una razón muy sencilla. La verdad perjudicaría gravemente su negocio.

    Comprenda: si el estado fuera sincero, sería terrible para su reputación. Y, con una opresión explícita sobre la población, las masas se sentirían más animadas a levantarse. Después de todo, el estado no puede simplemente ordenar:

    “Debe hacer todo lo que le digamos”.

    “Debe ser totalmente sumiso, como cordero manso y servil”.

    “Debe obedecer todas nuestras órdenes, por absurdas que parezcan. De lo contrario, lo golpearemos brutalmente y luego lo arrestaremos”.

    “Debe darnos parte de tus ingresos, de lo contrario le quitaremos todo lo que tiene”.

    Como la sinceridad sería pásima para los negocios institucionalizados de extorsión, fraude y malversación de fondos, el estado creó y perfeccionó un gran esquema de adoctrinamiento sistemático, mediante el cual engaña a la población. Así, el bandido estacionario (estado) logra persuadir a la gente de que desempeña una importante función civilizadora, organizativa y de seguridad en la sociedad. Le da una parte de sus ingresos al gobierno –a través de las atroces tarifas, aranceles e impuestos que cobra, y que nunca dejan de aumentar– y, a cambio, él lo “protege” a Ud. y a su familia.

    A pesar de que se trata de una descarada y criminal imposición mafiosa, que recuerda el modus operandi de los sindicatos del crimen organizado, el adoctrinamiento sistemático implementado por el bandido estacionario funciona tan bien, que logra engañar a la gran mayoría de la gente. Quienes no cayeron en esta estafa, a su vez, son considerados personas mentalmente cerradas, excéntricas, delirantes, antisociales o incluso subversivas.

    Como la mayoría de las personas tiene un nivel insignificante de competencia intelectual, y una capacidad de razonamiento muy baja, son fácilmente engañadas por la propaganda del bandido estacionario. Debido a que están tan adoctrinados, ignoran la realidad y se dejan seducir completamente por la propaganda. En consecuencia, sobrevaloran fraudes como el estado, el gobierno, la clase política, la democracia, la constitución. Cosas que, en el mejor y más prometedor de los casos, no son más que gigantescas montañas de basura inútil, completamente desprovistas de valor real.

    Sin embargo, cualquier persona con un grado razonable de inteligencia puede comprender, con extrema facilidad, qué son realmente estas cosas. Y, para desenmascarar al enemigo, deberíamos acabar con sus disfraces y la fachada de civismo que la propaganda gubernamental da a todas las actividades espurias de las instituciones estatales. Por ejemplo, el estado cobra impuestos, tasas y aranceles a la sociedad. ¿Qué pasaría si empezáramos a llamar a estas cosas como realmente son –robo, extorsión y estafa?

    De hecho, podríamos ir más allá. Podríamos hacer una verdadera revolución en el lenguaje, desmantelando frontalmente las mentiras del estado.

    ¿Y si llamásemos Ministerio Federal Progresista al MPF?

    ¿Y Agencia Brasileña de Inutilidad a la ABIN?

    ¿Y Supremo Totalitarismo Federal al STF?

    ¿Y Peritos en Robos y Hurtos al PRF?

    ¿Y Tiranía Centralizada de la Unión al TCU?

    ¿Y Programa de Manejo de Rehenes a la PGR? (los rehenes somos nosotros, los ciudadanos brasileños).

    ¿Y los partidos políticos?

    PT – Partido Totalitario

    PSOL – Partido Socialista Opresivo de Leblon

    MDB – Meretrices Dictatoriales de Brasil

    PCO – Proletariado Comunista Obsoleto

    PSDB – Partido Socialista del Dinero y los Banqueros

    De todos modos, si sigue el razonamiento desarrollado, entiende que la gran idea del bandido estacionario (instituciones estatales, agencias gubernamentales y partidos políticos) es engañar a la población e inducirla a engañar. El objetivo del gobierno es impedir que la gente vea las cosas como realmente son. Lo que el gobierno realmente está comprometido a hacer es distorsionar la realidad objetiva, mediante un sofisticado programa de distorsión semántica.

    Los parásitos que actúan como agentes de las instituciones gubernamentales, saben perfectamente que el grado de inteligencia y capacidades cognitivas de la gran mayoría de las personas es excepcionalmente insignificante. Además, el gobierno fomenta el embrutecimiento general de las masas, a través de un programa educativo mediocre, que no anima a la gente a cuestionar, pensar y razonar por sí mismos. Todo el programa educativo escolar sigue una directriz gubernamental obligatoria y centralizada, cuyo método de enseñanza se basa íntegramente en un sistema de recompensas que fomenta la memorización, la repetición, la obediencia y la sumisión a la autoridad.

    Ésto explica por qué los agentes de las instituciones de coerción, extorsión y tiranía institucionalizada utilizan programas de adoctrinamiento, lavado de cerebro a gran escala, y un sistema de distorsión semántica del lenguaje. Ésto se hace para que la población nunca se dé cuenta de cuál es la verdadera naturaleza del estado, y de lo que realmente ofrece a sus ciudadanos: en realidad, el estado siempre hace lo contrario de lo que promete hacer.

    La protección es en realidad intimidación. La contribución fiscal es en realidad extorsión. La constitución es un documento de coerción institucional. Los derechos constituidos son en realidad un cuadro de restricciones. Las leyes son un programa obligatorio de sumisión. Etcétera.

    Por supuesto, nunca jamás podemos esperar ningún tipo de verdad del estado. El estado es la mentira, y sólo se sostiene con un vasto y extenso programa de mentiras a gran escala. Y ésto también se aplica a la democracia, así como a todo lo que está directa o indirectamente relacionado con el bandido estacionario y su mantenimiento.

    Pero si el estado es la gran fuente de mentiras, ¿por qué no atacarlo sutilmente, incorporando verdades a nuestro vocabulario cotidiano? Llamar a las cosas por su verdadero nombre sería, en sí mismo, un acto de valentía y resistencia. Si la realidad puede ser distorsionada por la subversión del lenguaje puede, a la inversa, restituirse a su significado original, utilizando correctamente las palabras dentro de un contexto lógico y coherente, e incorporadas debidamente a la realidad concreta.

    Llame bandido estacionario al estado, robo a los impuestos, y Gestapo a la PF. Llamemos criminales sádicos y demagogos oportunistas a los políticos, que siempre buscan problemas donde no existen, y minimizan siempre los problemas reales, los que son incapaces de resolver. Llame pandilla al gobierno y mafia criminal al IRS. Como dice un dicho popular, erróneamente atribuido a George Orwell: “En época de mentiras universales, decir la verdad es un acto revolucionario”.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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