Un Irán nuclear no es problema de Estados Unidos

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    A medida que Estados Unidos salta hacia otro enredo militar ‒esta vez con la farsa del programa nuclear iraní‒, vale la pena revisar el controvertido pero profundamente convincente argumento del difunto Kenneth Waltz en su artículo de 2012 en Foreign Affairs, “Por qué Irán debería obtener la bomba”. En aquel momento, la tesis de Waltz ‒que un Irán nuclear traería mayor estabilidad regional, no menor‒ fue considerada por muchos como una herejía académica. Pero en el contexto de una nueva ronda de ataques aéreos israelíes, y la insistencia del establishment bipartidista de la política exterior de Washington, su realismo ofrece una claridad urgente.

    Padre intelectual del neorrealismo, Waltz argumentó que la clave de la estabilidad internacional no reside en preservar la hegemonía estadounidense, ni en apuntalar incesantemente alianzas frágiles, sino en mantener el equilibrio estratégico. Actualmente el único estado con armas nucleares en Oriente Medio, Israel disfruta de un monopolio irrestricto, el que ha envalentonado su comportamiento regional, a la vez que ha incentivado a otras potencias a considerar la posibilidad de contrarrestarlo, ya sea mediante alianzas, guerras indirectas o, en el caso de Irán, la disuasión nuclear.

    Esta es la esencia de la perspectiva de Waltz: las armas nucleares, paradójicamente, reducen la probabilidad de guerras entre estados, no la aumentan. Así como la Guerra Fría nunca se calentó gracias a la amenaza de la destrucción mutua asegurada, un Irán nuclear también se vería limitado por la misma lógica estratégica. De hecho, el escenario más peligroso no es un Irán con armas nucleares, sino uno que se encuentra en el umbral: capaz de construir una bomba, pero constantemente presionado, sancionado y atacado, porque no ha cruzado la línea. Ésto genera incertidumbre e inestabilidad. Una disuasión iraní declarada, por otro lado, aportaría claridad estratégica.

    Como libertario y no intervencionista, considero que la perspectiva de Waltz no sólo es teóricamente sólida, sino también moral y estratégicamente esencial. Irán no amenaza el territorio estadounidense. No representa una amenaza existencial para Estados Unidos. Sin embargo, la clase política de Washington vuelve a hacer sonar los tambores de guerra, no para defender la Constitución ni las libertades de los ciudadanos estadounidenses, sino para defender la superioridad militar de una potencia extranjera: Israel.

    Seamos claros: que Irán adquiera un arma nuclear no pondría en riesgo a New York ni a Los Ángeles. No menoscabaría nuestra libertad de movimiento, nuestra expresión ni nuestros derechos de propiedad. Lo que sí haría sería dificultar que Estados Unidos e Israel sigan llevando a cabo ataques aéreos, sabotajes y asesinatos dentro del territorio iraní con impunidad. Eso no es una amenaza para Estados Unidos, sino para el statu quo de la intromisión estadounidense en el extranjero.

    Actualmente, las acciones militares de Israel son justificadas como ataques preventivos para impedir que Irán adquiera un arma nuclear. Así es, sin duda, como el asunto es debatido en Washington. Pero es importante entender que, para Israel, la cuestión no es la contención ni el control de armas. Es un cambio de régimen. Esa ha sido la postura invariable del gobierno de Netanyahu durante años. La cuestión nuclear es simplemente la justificación más conveniente y políticamente aceptable. Si Irán abandonara por completo el enriquecimiento de uranio, Israel seguiría presionando para la confrontación.

    Sin embargo, el pueblo estadounidense no debe dejarse engañar. Hace apenas ocho semanas, tanto las agencias de inteligencia estadounidenses como la directora de Inteligencia Nacional, Tulsi Gabbard veterana condecorada y persistente crítica del intervencionismo imprudente, afirmaron públicamente que Irán no tiene un programa activo de armas nucleares. El consenso de la inteligencia estadounidense se ha mantenido constante durante años: Irán detuvo cualquier actividad nuclear militar en 2003 y, si bien ha ampliado su infraestructura nuclear civil, no ha tomado la decisión política de construir una bomba.

    Quienes se oponen a la postura de Waltz, argumentan que la nuclearización de Irán desencadenará una carrera armamentística en Oriente Medio. Quizás Arabia Saudita buscaría una bomba. Quizás Turquía o Egipto los seguirían. Pero incluso si lo hicieran, ¿qué importa? La Guerra Fría contó con múltiples actores nucleares: además de Estados Unidos y la URSS, estaban Gran Bretaña, Francia y China. Todos sobrevivieron. Todos quedaron disuadidos.

    El historial empírico sobre la proliferación nuclear es bastante claro: los estados con armas nucleares son más cautelosos, no menos. A pesar de la profunda hostilidad y de los múltiples enfrentamientos convencionales, India y Pakistán no han escalado a una guerra nuclear. Lo mismo ha sucedido con Israel y sus rivales regionales. ¿Por qué? Porque los líderes, incluso los teocráticos o autoritarios, son racionales. Entienden que el uso de un arma nuclear conduce a la mutua aniquilación.

    De hecho, lo más irracional que Estados Unidos podría hacer sería atacar preventivamente a Irán para “impedir” que adquiera una bomba. Ésto solo lograría afianzar la determinación de Irán por adquirirla, a la vez que probablemente desencadenaría un conflicto regional que podría matar a decenas de miles de personas, y posiblemente arrastrar a Estados Unidos a otra guerra no declarada e interminable. Para un país que ya tiene una deuda de U$S 36 billones [EE.UU.], con una infraestructura deteriorada y una creciente división interna, ésto es una locura.

    Desde una perspectiva libertaria, no existe justificación constitucional ni moral para que el gobierno de Estados Unidos emprenda el uso de la fuerza contra una nación que no nos ha atacado. El gobierno estadounidense fue creado para garantizar los derechos y las libertades de sus ciudadanos, no para financiar aventuras militares en el  extranjero, ni para imponer las normas de no proliferación mediante la violencia. Si Israel cree que su seguridad requiere atacar a Irán, entonces esa es la decisión que debe tomar Israel y la guerra que debe librar, no la de Estados Unidos.

    ¿Qué hay del argumento de que permitir que Irán obtenga la bomba atómica socava la credibilidad del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) y de instituciones globales como la OIEA? Waltz se mostró, con razón, escéptico ante tales afirmaciones. Los estados adhieren o abandonan los tratados basándose en intereses percibidos, no en persuasión moral ni sutilezas legales. Corea del Norte firmó el TNP y luego se retiró. Israel nunca adhirió. Pakistán e India desarrollaron armas nucleares al margen del régimen del tratado, y ninguno de los dos está dispuesto a renunciar a ellas. El éxito del TNP reside menos en sus mecanismos de aplicación, que en el hecho de que la mayoría de los países no tiene motivos estratégicos para adquirir armas nucleares. Irán claramente cree que sí los tiene, ¿y quién puede culparlo?

    Tras décadas de estar rodeado por fuerzas estadounidenses hostiles, sometido a una guerra económica, y viendo cómo vecinos como Irak y Libya eran invadidos y desmantelados por atreverse a desafiar el orden liderado por Estados Unidos, la búsqueda por parte de Irán de una fuerza disuasoria parece no sólo racional, sino inevitable.

    Desde una perspectiva constructivista, algunos argumentan que la presencia de armas nucleares en manos de Irán sería interpretada de forma diferente debido a la postura ideológica del régimen. Pero la respuesta de Waltz es simple y persuasiva: los Estados pueden hablar en términos ideológicos, pero actúan según una lógica estratégica. La Unión Soviética estaba comprometida con la revolución comunista global; aun así, no lanzó una guerra nuclear. Mao Zedong dijo una vez que podía permitirse perder cientos de millones de personas en un intercambio nuclear. Sin embargo, China se ha mantenido moderada. Irán no sería diferente.

    En última instancia, la disyuntiva que enfrentan hoy los estadounidenses no es entre la paz y un Irán nuclear, o la guerra y la seguridad. Es entre ocuparnos de nuestros propios asuntos, o volver a involucrarnos en un conflicto extranjero en el que no tenemos ningún interés nacional. Waltz comprendió que las armas nucleares son terribles, pero que su misma terrible naturaleza las convierte en estabilizadoras. Por mucho que deseemos que el mundo fuera diferente, es el equilibrio ‒no la dominación, ni el desarme, ni la intervención‒ lo que preserva la paz.

    Que Irán obtenga la bomba puede ser inevitable. Incluso puede ser estabilizador. Pero sobre todo, no es problema de Estados Unidos. No lo convirtamos en nuestro problema.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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