El mensaje “Estados Unidos Primero” de Donald Trump prometía el fin de los enredos extranjeros, pero su agresiva política hacia Irán nos cuenta una historia diferente. La decisión de su administración de llevar a cabo ataques aéreos contra las instalaciones nucleares iraníes en Isfahán, Fordow y Natanz el 21 de Junio de 2025, subraya aún más esta contradicción. Pero al observar su trayectoria general, se comprende que Trump ha sido un consumado halcón iraní desde el primer día.
La afirmación de Trump de ser un presidente pacifista ha sido una piedra angular de su imagen política desde que entró en la escena nacional. Ha declarado repetidamente: “Las grandes naciones no libran guerras interminables”. Durante la campaña electoral, se posicionó como el candidato que rompería con el consenso intervencionista del pasado, criticando la guerra de Irak y las “guerras eternas” de sus predecesores. En su discurso sobre el Estado de la Unión de 2019, declaró ante el Congreso y la nación: “Nuestras valientes tropas llevan casi diecinueve años luchando en Oriente Medio … Es hora de dar una cálida bienvenida a casa a nuestros valientes guerreros en Siria”.
Incluso en su segunda campaña, Trump insistió: “No voy a iniciar guerras, voy a detenerlas”. Pero esta retórica antibélica siempre ha sido una cortina de humo, especialmente en lo que respecta a Irán, país que ha sido el foco principal de sus acciones más agresivas e intervencionistas.
La hostilidad de Trump hacia las supuestas ambiciones nucleares de Irán está bien documentada. Dejó clara su oposición al programa nuclear iraní mucho antes de su campaña de 2016. En su libro de 2011, Time to Get Tough, Trump escribió:
“El principal objetivo de Estados Unidos con Irán debe ser destruir sus ambiciones nucleares. Permítanme expresarlo de la forma más clara posible: el programa nuclear de Irán debe ser detenido por todos los medios necesarios. Punto. No podemos permitir que este régimen radical adquiera un arma nuclear que luego usará o entregará a terroristas”.
A lo largo de 2015 y principios de 2016, Trump criticó constantemente el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), más conocido como el acuerdo nuclear con Irán. Durante su primera campaña presidencial lo describió como “un desastre” y tan “terrible”, que podría conducir a “un holocausto nuclear”.
Si bien Trump habló de paz a ciertos públicos políticos, su política real hacia Irán fue de una escalada implacable. La campaña de sanciones de “máxima presión”, lanzada tras su retirada unilateral del acuerdo nuclear con Irán en Mayo de 2018, marcó una ruptura radical con su imagen antibélica. Trump calificó el acuerdo nuclear con Irán como “el peor acuerdo de la historia”, afirmando que “enriqueció al régimen iraní y facilitó su comportamiento maligno, retrasando en el mejor de los casos su capacidad para desarrollar armas nucleares”. Ordenó la reimposición inmediata de sanciones dirigidas a los sectores energético, petroquímico y financiero de Irán, y prometió “severas consecuencias” para quienes no cortaran sus vínculos comerciales con Irán.
Estas sanciones se encontraban entre las más severas de la historia moderna, diseñadas para “reducir a cero las exportaciones petroleras de Irán, negando al régimen su principal fuente de ingresos”. El gobierno de Trump continuó añadiendo nuevas capas de sanciones, dirigidas al banco central de Irán, al programa espacial, e incluso al círculo íntimo del Líder Supremo. En Octubre de 2019, Trump sancionó al sector de la construcción iraní, vinculándolo explícitamente con el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI), al que acababa de designar como organización terrorista extranjera; era la primera vez que Estados Unidos etiquetaba al ejército de otra nación como tal. Trump se jactó: “Si haces negocios con el CGRI, estarás financiando al terrorismo … Esta designación marcará la primera vez que Estados Unidos designa a una parte de otro gobierno como una FTO [organización terrorista extranjera]”. Estas medidas no sólo fueron una guerra económica, sino que también buscaban aislar diplomáticamente a Irán, paralizar su economía, y sentar las bases para una escalada militar.
El ejemplo más dramático de la línea dura de Trump durante su primer mandato fue el asesinato en Enero de 2020 del general iraní Qassem Soleimani, ordenado por Trump mediante un ataque con drones en Baghdad. Trump justificó el ataque alegando que Soleimani estaba “planeando ataques inminentes y siniestros contra diplomáticos y personal militar estadounidense”, pero la medida puso a Estados Unidos e Irán al borde de una guerra abierta. Irán respondió con ataques con misiles contra bases estadounidenses, y el mundo contuvo la respiración mientras ambas partes se tambaleaban al borde de un conflicto más amplio.
Incluso después de este casi accidente, Trump continuó intensificando la ofensiva. En los últimos meses de su primer mandato, supuestamente buscó opciones para atacar militarmente las instalaciones nucleares de Irán. Sólo la intervención del presidente del Estado Mayor Conjunto, Mark Milley, y otros asesores de alto rango, impidió que Trump avanzara. Milley advirtió: “Si hacen ésto, van a tener una maldita guerra”, e implementó llamadas diarias con altos funcionarios para “aterrizar el avión” y evitar un conflicto catastrófico.
El segundo mandato de Trump ha presenciado un retorno a este patrón. En 2025, resucitó la campaña de “máxima presión” y firmó un memorandum para reimponer y ampliar las sanciones contra Irán, dirigidas contra su programa nuclear y su economía en general.
A medida que aumentaban las tensiones entre Irán e Israel, Trump aprobó en privado planes para ataques militares estadounidenses contra Irán, desplegando grupos de ataque de portaaviones, bombarderos y cazas avanzados para un posible ataque. Trump informó a sus asesores principales que “aprobaba los planes de ataque contra Irán, pero que se abstenía de dar la orden final para ver si Teherán abandonaba su programa nuclear”, según The Wall Street Journal.
Éste no es el comportamiento de un presidente pacifista; es la estrategia de un halcón. Mientras la crisis actual entre Irán e Israel amenaza con desembocar en una guerra más amplia, las verdaderas prioridades de Trump están más claras que nunca. Según un informe de The Independent, Trump ha estado “rechazando cada vez más a los asesores aislacionistas que incorporó a su gabinete ‒y a quienes contribuyeron a su reelección‒, en favor de un trío de voces de línea dura que llevan años abogando por que Estados Unidos tome medidas contra Irán”.
Si bien le dice al público: “Nadie sabe qué voy a hacer”, la realidad es que su administración se está preparando para la guerra, desplegando recursos militares, y buscando el consejo de los más radicales en Washington sobre Irán.
Cabe destacar que el presidente Trump rompió su silencio tras el ataque con misiles de Irán contra una base estadounidense en Qatar el 23 de Junio de 2025, indicando que no tiene intención de tomar represalias. En una serie de publicaciones en Truth Social, restó importancia al ataque, calificándolo como “respuesta muy débil” y presentándolo como un paso hacia la desescalada. En un mensaje en mayúsculas, declaró: “¡FELICIDADES MUNDO, ES HORA DE LA PAZ!” Sin embargo, es demasiado pronto para empezar a etiquetar a Trump como un pacificador en este sentido. Israel sigue llevando a cabo ataques en Irán, y hay motivos para creer que la escalada israelí desde mediados de Junio es sólo el primer paso de una campaña más amplia para un cambio de régimen.
En resumen, la lección es sencilla: no se dejen engañar por la retórica vacía. El mensaje antibélico de Trump está diseñado para ganar votos, no para guiar las políticas. La verdadera historia es contada por sus acciones, sus nombramientos y sus donantes. Trump se disfrazó de antibélico porque reconoció correctamente que hay un amplio electorado cansado de la guerra perpetua. El lobby proisraelí ha gastado más de U$S 230 millones en apoyar a Trump desde 2020, y su gabinete está repleto de figuras que consideran los intereses israelíes y la intervención militar estadounidense como inseparables, como el secretario de Estado, Marco Rubio, y el secretario de Defensa, Pete Hegseth.
En definitiva, la política de Trump hacia Irán no es una excepción a su postura antibélica; es la realidad que se esconde tras la ilusión. Su presidencia ha sido una cortina de humo para una agenda pro-sionista y de línea dura que ha acercado a Estados Unidos y Oriente Medio a la guerra, no a la paz. La próxima vez que un político prometa acabar con las “guerras interminables”, mire más allá de los slogans.
Siga el dinero. Examine a quiénes nombran los líderes. Y juzguelos por lo que hacen, no por lo que dicen.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko