“¿Soy racista?” ridiculiza a los antirracistas DEI

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    En su popular libro de 1971 Rules for Radicals, Saul D. Alinsky identificó el ridículo como la más potente de todas las armas políticas.

    “No hay defensa. Es casi imposible contraatacar el ridículo”, dijo Alinsky, un organizador comunitario y activista con base en Chicago.

    El ridículo es la receta del nuevo documental de Matt Walsh, Am I a Racist?, una película que recaudó 4,7 millones de dólares en su primer fin de semana, la tercera mayor cantidad para un documental en la última década, según The Hollywood Reporter.

    Asistí a Am I a Racist? el sábado con un amigo, y con la posible excepción de Deadpool & Wolverine, ninguna película en años me hizo reír tanto.

    Walsh hace un trabajo maravilloso al exponer la industria de DEI [“Diversidad, Equidad e Inclusión”] y la filosofía en bancarrota de los Nuevos Racistas quienes, al igual que los Viejos Racistas, se niegan a ver a las personas como individuos.

    “No pueden separarse de la gente blanca mala”, le dice la autora Saira Rao a un grupo de mujeres [incluido Walsh disfrazado y con peluca] que desembolsaron miles de dólares para aprender a deshacerse de su identidad blanca.

    Rao, Robin DiAngelo y los demás “antirracistas” representados en la película de Walsh caen en la trampa racista de ver a los demás sólo como su identidad grupal. Y Walsh hace todo lo posible para exponer la base intelectual radical de la ideología de los Nuevos Racistas, pero ese trabajo ya ha sido hecho bien antes. Lo que hace que ¿Soy racista? sea tan deliciosa [una verdadera obra de arte] es el brillante uso que Walsh hace de la narrativa y el humor para revelar que sus objetivos no son sólo académicos de tercera categoría, sino charlatanes.

    La película comienza con Walsh asistiendo a una sesión de lucha antirracista bajo falsas pretensiones. Se presenta como Stephen y se comporta de manera desagradable, interrumpiendo a los demás constantemente y parloteando sobre sí mismo. Finalmente, se retira a la sala de llanto [algo real] y, al regresar, se descubre que es Matt Walsh, comentarista conservador del despreciado Daily Wire. La gente se siente insegura y le ordenan a Walsh que se vaya. Llaman a la policía.

    Todo ésto va según lo planeado, por supuesto. Y le da a Walsh su “incidente incitador”, expresión cinematográfica utilzada para referirse a un evento disruptivo que pone en marcha la historia de un protagonista. Walsh decide “disfrazarse” y se embarca en una búsqueda de descubrimiento racial. Se pone una chaqueta y un moño, y presenta los documentos [y paga las tarifas necesarias] para convertirse en un experto certificado en DEI.

    Equipado con su tarjeta DEI, que muestra dondequiera que va, Walsh puede comenzar su búsqueda para aceptar su blancura, pagando honorarios suntuosos para sentarse y hablar con las mejores mentes en el negocio DEI.

    Con humor irónico, pausas elocuentes y el poder de la pregunta, Walsh permite que sus protagonistas hagan el trabajo por él, contándole a la audiencia todo sobre la ideología DEI y la ideología de los Nuevos Racistas. Kate Slater, una “académica y practicante antirracista”, le dice a Walsh que deberíamos hablar con bebés de seis meses sobre el racismo [está sumamente airada porque a su propia pequeña hijita todavía le gustan las princesas blancas].

    Algunos antirracistas parecen ser verdaderos creyentes equivocados, engañados para creer que la respuesta al racismo es un tipo de racismo diferente, pero la mayoría de los protagonistas de Walsh parecen estafadores ambiciosos, que ganan dinero explotando la vergüenza racial que los estadounidenses blancos aún sienten por la esclavitud y las leyes de Jim Crow.

    El clímax de la película llega cuando Robin DiAngelo, autor del exitoso libro White Fragility, desembolsa U$S 30 al asistente de Walsh, Benyam Capel, uno de sus “diecisiete amigos negros”, como reparación. DiAngelo parece dudar de que la acción individual pueda expiar el pecado colectivo de la esclavitud, pero después de un pequeño empujón, que incluye el pago de reparaciones del propio Walsh a Capel, recupera el dinero de su bolso. “Ese es todo el efectivo que tengo”, le dice DiAngelo a Capel.

    A diferencia de Rao, DiAngelo no parece mala persona. No parece amargado. Pero sí parece un tonto, aunque un tonto que escribió un libro que ha vendido cinco millones de copias y a quien le pagaron U$S 15.000 por una breve entrevista con Matt Walsh. Todo ésto está diseñado para enfatizar el punto del falso documental de Walsh.

    “Hay un grupo de personas a las que se les paga dinero –y obtienen poder e influencia– creando división racial”, le dice Walsh a The Free Press. “Se benefician con la culpa, el resentimiento y la sospecha”.

    Decir ésto es una cosa. Demostrarlo es otra, y eso es exactamente lo que hace Walsh en su viaje de descubrimiento racial al estilo Borat. Hice la comparación con Borat al salir del cine, y me decepcionó un poco ver que muchos otros escritores ya habían hecho la conexión. Pero hay una diferencia importante entre la comedia de Walsh y la de Sacha Baron Cohen, cuyo falso documental Borat se convirtió en 2006 en un éxito internacional, al engañar y burlarse [hilarantemente] de los estadounidenses.

    Mientras que la comedia de Cohen es dura, el humor de Walsh es fuerte. Sus objetivos son principalmente profesores universitarios y autores de best-sellers que están ganando cantidades asombrosas de dinero creando discordia racial y explotando la vergüenza racial. Los objetivos secundarios [podríamos llamarlos fuego amigo] son las mujeres blancas ricas, que pagan a Rao sumas indecorosas para que les diga lo horrible que es su blancura, y los tontos que pagan a instructores DEI con carnet para que les proporcionen herramientas con las que flagelarse por sus pecados racistas.

    Los paralelismos sectarios no pasan desapercibidos aquí para Walsh, quien en un momento hace que los asistentes a su sesión DEI seleccionen la herramienta con la que se flagelarán. Aunque algunos de los asistentes salieron de la sala cuando se presentaron los látigos y las paletas, muchos metieron la mano en la caja y tomaron uno.

    Al final, ¿Soy racista? muestra que las dos cosas que los marxistas dicen odiar más [el lucro y la religión] están profundamente entrelazadas con el aparato comercial de la ideología DEI.

    Sin embargo, lo más importante es que la película de Walsh no sólo critica a los antirracistas, sino que también nos muestra buenos ejemplos. A lo largo de su viaje, conocemos a otras personas –negras y blancas, jóvenes y mayores, inmigrantes y nativas– que ven a las personas como deberían: como individuos.

    La decisión de incorporar estas voces y experiencias en la película fue artísticamente importante; las escenas cómicas durante esta parte del viaje de Walsh son más cálidas y menos estresantes que cuando Walsh, por ejemplo, sirve comida a los antirracistas en una cena detrás de una máscara y deja caer una pila de platos, o llena un vaso con agua hasta que se derrama. Aún más importante, estos viajes y experiencias nos muestran que hay una alternativa al racismo que está infectando nuestras instituciones y almas humanas.

    No está claro cuál será el legado de la película de Walsh. Si bien no espero ver a Walsh en los Premios de la Academia en Marzo, sospecho que su película acelerará la retirada de los programas DEI en Estados Unidos, los que ya estaban en retirada.

    No está claro quién puede clavar una estaca en el corazón de la DEI, pero Walsh ya ha logrado algo que ningún libro blanco ni argumento lógico ha logrado con los adoctrinadores ideológicos de la secta DEI: los ha puesto en una situación embarazosa.

    Y como diría Saul Alinsky, nada es más políticamente efectivo que eso.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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