Por qué ha fracasado el constitucionalismo clásico-liberal

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    Durante los siglos XVIII y XIX, el partido del laissez-faire y el libre mercado, conocido hoy como “liberales clásicos”, a menudo impulsaba un programa político que incluía la adopción de constituciones escritas. Los antiguos liberales, como los revolucionarios estadounidenses y los reformistas burgueses franceses, creían que las constituciones escritas ofrecerían una barrera sustancial a los abusos del poder estatal.

    El programa constitucional de los liberales clásicos no debe ser confundido con su ideología subyacente, lo que hoy es generalmente denominado “libertarismo”. No obstante, el constitucionalismo ha sido una importante táctica favorecida históricamente por los liberales/libertarios. Es decir, se creía que las constituciones escritas, como medio, garantizarían los fines liberales. La ideología de los liberales clásicos favorecía la minimización del poder estatal para que las instituciones no estatales, conocidas como “sociedad”, pudieran crecer y prosperar sin la intervención estatal.

    Desafortunadamente, las constituciones escritas no han logrado este objetivo. En los nuevos estados liberales que surgieron desde finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX, los gobiernos centrales crecieron rápidamente hasta alcanzar poderes que habrían sido impensables incluso bajo los antiguos regímenes monárquicos europeos.

    Las reformas constitucionales de los liberales no lograron evitar el aumento de los impuestos, la creciente burocracia y el reclutamiento militar en los estados nacionales que aparentemente habían adoptado constituciones liberales. Este proyecto liberal fracasó porque abrazó la idea de que era deseable centralizar y consolidar el poder dentro de un único aparato estatal nacional. En la mayoría de los casos, este tipo de centralización del poder era considerada por la mayoría como una fórmula para estados más poderosos. Sin embargo, con cierta ingenuidad los liberales pensaron que los poderes de estos nuevos estados “liberales” centralizados estarían limitados y controlados por sus constituciones escritas.

    No funcionó así. Lo que ocurrió, en cambio, fue que la consolidación del poder estatal dentro de nuevos marcos “constitucionales” uniformes y nacionales permitió a los estados superar y abolir las antiguas estructuras de poder descentralizadas que previamente habían obstaculizado el poder estatal.

    Después de todo, el proyecto liberal suponía la necesidad de abolir todas las antiguas instituciones intermediarias de los antiguos regímenes las que, ciertamente, habían impuesto sus propias limitaciones a las libertades de los residentes. Sin embargo, resultó que estas instituciones también habían servido para obstaculizar las libertades y los poderes del estado central. Como señalara Jörg Guido Hülsmann, inicialmente el programa constitucional allanó el camino para las reformas liberales. Sin embargo, si las modas ideológicas cambian, el recién fortalecido estado “liberal” pronto descubre que ahora enfrenta menos obstáculos reales a su poder. Hülsmann escribe:

    Tras el decaimiento del fervor de los reformistas [liberales], nada impide una mayor expansión de los poderes monopólicos del estado en otras áreas como el bienestar, el arte, la economía, etc.

    En el peor de los casos y lamentablemente éstos son la mayoría, las reformas [liberales] son logradas mediante la creación de vínculos hegemónicos adicionales con una agencia política más abarcadora (centralización). Para eliminar los privilegios aristocráticos, los liberales clásicos apoyaron primero al rey contra los aristócratas menores, y luego concentraron más poderes en el estado central democrático para combatir todas las formas regionales y locales de monarquismo y aristocracia[[1]]. En lugar de limitar el poder político, simplemente lo desplazaron y lo centralizaron, creando instituciones políticas aún más poderosas que aquellas que intentaban sustituir. De este modo, los liberales clásicos compraron sus éxitos a corto plazo con muy onerosas rentas vitalicias a largo plazo, algunas de las cuales hemos pagado en el siglo XX.

    Ésta es la razón por la que el liberalismo clásico finalmente fracasó. Es importante comprender que los rápidos éxitos de los liberales clásicos no son ajenos a los planes totalitarios que plagaron el siglo pasado. El hecho fundamental es que las reformas liberales no fueron adoptadas espontáneamente por los diversos electorados locales, sino que les fueron impuestas. Es cierto que esta “técnica” fue muy eficaz para implementar el programa liberal clásico de una sola vez en todo el territorio controlado por el nuevo estado central democrático. Sin ella, este proceso habría sido gradual y habría implicado que algunos fragmentos del Antiguo Régimen sobreviviesen durante mucho tiempo. Sin embargo, como todas las meras técnicas, ésta fue un arma de doble filo que eventualmente se volvería contra la vida, la libertad y la propiedad.

    Algunos de los liberales franceses más astutos percibieron el error casi de inmediato. El historiador Ralph Raico señala que, una vez barrido el antiguo régimen, fue vislumbrado el problema del estado centralizado moderno. Escribe:

    El foco de todas las amenazas contra la libertad individual se convirtió en el propio gobierno. La Iglesia, la nobleza, los gremios y otras corporaciones que, dotadas de privilegios coercitivos, habían obstaculizado el libre funcionamiento de los hombres, abandonaron el escenario, y en la brecha creada por su desaparición, el individuo y el estado, por primera vez, se enfrentaron solos.

    Y ahora la actitud de los liberales hacia el estado experimentó un cambio. Donde los anteriores liberales franceses habían visto [en el estado] un instrumento potencial para el establecimiento de la libertad, y que en ocasiones incluso podía ser utilizado con seguridad para la realización de ciertos valores “filosóficos”, escritores como [el influyente liberal francés Benjamin] Constant comenzaron a ver un conjunto de amenazas permanentes a la libertad individual: el gobierno es “el enemigo natural de la libertad”; los ministros, de cualquier partido son por naturaleza “los eternos adversarios de la libertad de prensa”; los gobiernos siempre considerarán la guerra como “un medio para aumentar su autoridad”. Así, con Constant, el principal artífice de los ideales liberales de su generación, vemos los inicios del “odio al estado” del liberalismo clásico el que, tras la actitud ambigua del siglo XVIII, marca su teoría hasta la actualidad …”

    Así, lo que comenzó como una ingenua fe en el potencial de las constituciones liberales centralizadas, rápidamente se convirtió en una aguda conciencia del peligro del poder estatal, independientemente de su constitución escrita.

    Pero gran parte del daño ya estaba hecho. El intento por cambiar a una política de orientación liberal mediante un estado centralizado más fuerte, condujo a estados nacionales consolidados que rápidamente se pusieron a trabajar para socavar los logros liberales. En Estados Unidos, por ejemplo, que quizás, entre los estados nacionales, implementó la constitución nacional más liberal, la situación comenzó a desmoronarse casi de inmediato. La constitución inicial, altamente liberal, pronto fue reemplazada por una mucho más centralista. Entonces, los partidarios de un poder nacional más consolidado se pusieron a trabajar para centralizar aún más el poder.

    Raico escribe que la Carta de Derechos:

    … fue un heroico intento por limitar al gobierno, pero muy rápidamente surgieron en Estados Unidos la tradición hamiltoniana y luego la Whig, para ampliar los poderes del gobierno nacional. Además, muy rápidamente la propia Corte Suprema del gobierno nacional se erigió en el árbitro e intérprete definitivo de la Constitución. Eso es muy peligroso. ¿Qué podría constituir una protección contra ésto? ¿Qué podría constituir una protección contra un gobierno nacional que impone a la gente todo tipo de medidas en la economía aranceles proteccionistas, las llamadas mejoras internas, extorsión para sus aliados contratistas en los ferrocarriles e impresión de moneda? ¿Qué podría impedir que el gobierno federal hiciera eso? …

    Ahora parece que no hay límite ni institucional ni teórico a lo que el gobierno nacional puede hacer. Dicen: “Bueno, todavía tenemos la Carta de Derechos”. Bueno, tenemos la Carta de Derechos, pero ésta debe ser interpretada. Es interpretada por la Corte Suprema federal.

    Es decir, una vez que los tribunales federales dan la razón a las fuerzas antiliberales que promueven la centralización, ninguna centralización ni crecimiento estatal será considerado “ilegal” o contrario a la constitución. Ésto se debe a que las soluciones “legales” al despotismo, como las constituciones escritas, no bastan para limitar el poder estatal. Este proceso tomó más tiempo en Estados Unidos que en muchos otros estados nacionales construidos en torno de constituciones liberales. Pero el resultado final fue similar en todos los casos. Benjamin Constant comprendió que:

    Todas las constituciones que le han sido otorgadas a Francia han reconocido por igual la libertad individual, y bajo el imperio de estas constituciones, ésta ha sido incesantemente violada. La cuestión es que una simple declaración no basta. Lo que se requiere son salvaguardias positivas; lo que se requiere son organismos lo suficientemente poderosos como para emplear los medios de defensa sancionados por la ley en favor de los oprimidos.

    Sin embargo y siendo realistas, estas “salvaguardias positivas” no pueden estar dentro del propio gobierno central. Es decir, no se podría esperar que una “corte suprema” o institución similar, si es una extensión del propio gobierno central, actúe como un factor limitante para las mismas instituciones a las que sirve la corte suprema[[2]].

    No obstante, muchos liberales han buscado soluciones en artificios que supuestamente crean “controles y equilibrios” dentro del gobierno central. Aunque ésto ha sido durante mucho tiempo una característica común de las constituciones liberales, éstas han fracasado rotundamente en limitar los poderes del estado.

    La única solución realista y duradera reside en desmantelar el estado constitucional consolidado que erigieron los liberales. Si nuestros estados modernos, dominados por el poder, son el resultado del debilitamiento de las instituciones locales e independientes, entonces la forma de debilitar al estado reside en empoderar a instituciones similares como contrapeso al poder nacional.

    Entonces, ¿qué hacer? Desde que hace muchos años traduje Liberalismo de Ludwig von Mises, e incluso antes, me ha interesado la historia del liberalismo clásico, y la mayor parte de mi investigación se ha centrado en ello. Llego a una conclusión que sostenía teóricamente, pero que ahora considero más firme y sostengo, podría decirse, en la práctica: no hay respuesta en el liberalismo clásico. Los liberales no tenían respuesta porque se esforzaron por preservar el estado. Digo “sostenía teóricamente esta opinión” porque coincido con Murray Newton Rothbard, mi viejo amigo, en que en última instancia el tipo de sistema que queremos es uno en el que los individuos tengan la facultad de elegir sus propios medios de defensa: sus propias agencias de defensa y sus propios tribunales, como cualquier otro servicio. Así que mantuve esa opinión teórica durante mucho tiempo. Pero ahora, lo que les digo es que está muy claro que no hay forma de salvar al “gobierno limitado”. Simplemente la situación va a empeorar cada vez más, por lo que nuestro objetivo más directo e inmediato debe ser destruir el estado centralizado, eliminarlo gradualmente.

    En concreto, Raico señala la secesión como el medio para revertir el proceso de centralización del poder político dentro de los estados nacionales. En ésto, por supuesto, sigue a muchos liberales clásicos ‒como Gustave de Molinari, Charles Dunoyer, Thomas Jefferson y John Locke‒, quienes no siguieron la corriente liberal centralista que, por desgracia, fue tan común y exitosa.

    Es importante señalar que cuando Raico afirma que “no hay respuesta dentro del liberalismo clásico”, se refiere a los medios, no a los objetivos. Raico nunca se apartó de su liberalismo ideológico en favor del debilitamiento de los estados y el debilitamiento del poder estatal. Sin embargo, Raico acierta al concluir que las viejas tácticas políticas liberales del constitucionalismo, la construcción del estado y el sufragio universal han fracasado rotundamente.

     

     

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    [[1]]  Nota del editor: En análisis sistémico, este tipo de intervenciones es denominada “desplazamiento de la carga”. Sólo produce desplazamiento y agravamiento del emergente.

    [[2]]  Nota del editor: En análisis sistémico fácilmente se advierte que toda intervención que aspire a producir una modificación fundamental en el sistema, necesariamente ha provenir del afuera del mismo.

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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