Cómo la competencia política enriqueció a Europa

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En la búsqueda por explicar el desarrollo económico, la competencia institucional ha sido ignorada casi sistemáticamente por muchos economistas e historiadores, que han caído bajo el hechizo de la interpretación de los historicistas alemanes del siglo XIX. Los miembros de la escuela histórica alemana, y especialmente Schmoller y Bücher, veían al estado como la institución responsable de la creación tanto del mercado como del capitalismo moderno. Los institucionalistas modernos, aunque difieren de los historicistas en muchos aspectos, han aceptado esta narrativa, argumentando que la centralización política es un requisito previo para el desarrollo económico. Un libro que muestra esta tendencia a aceptar la narrativa historicista es, por ejemplo, Why Nations Fail (2012), de Acemoglu y Robinson. Al distinguir entre instituciones extractivas e inclusivas, Acemoglu sostiene que la centralización es un paso necesario para construir instituciones inclusivas favorables al desarrollo económico. Aunque Why Nations Fail es un libro convincente, sus autores no logran explicar por qué la centralización es una característica de las instituciones inclusivas. Es, por el contrario, la competencia institucional la que puede explicar el surgimiento de instituciones inclusivas en Europa y no en otros lugares: instituciones inclusivas que en última instancia dieron como resultado el desarrollo de niveles de vida más duraderos e increíbles en la historia de la humanidad.

La competencia institucional comercial fue un factor clave en el desarrollo del marco institucional que condujo al capitalismo moderno. En este sentido, la historia de Europa es única. A diferencia de otras regiones, en Europa no existía una autoridad única y uniforme que pudiera detener el desarrollo comercial, ni un saqueo universal contra empresarios y trabajadores por parte del estado. Como señala el historiador Paul Kennedy en The Rise and Fall of the Great Powers, “siempre hubo algunos príncipes y señores locales dispuestos a tolerar a los comerciantes y sus costumbres, incluso cuando otros los saqueaban y expulsaban”.

La caída del Imperio Romano dio paso a un período de anarquía política y descentralización radical, en el que las ciudades, los aristócratas, los reyes y la iglesia competían entre sí. A lo largo de los siglos, una larga evolución de las instituciones dio origen a la libertad individual. Aunque las aristocracias y los estados europeos restringían la libertad, se vieron obligados a otorgar más autonomía a sus súbditos porque, si no lo hacían, la gente optaba por migrar o por utilizar los mercados negros. Como dice Leonard Liggio, después del año 1000 D.C.:

Aunque estaban atados por las cadenas de la Paz y la Tregua de Dios para no saquear al pueblo, los incontables señoríos y baronías implicaban incontables jurisdicciones en competencia en estrecha proximidad. … Este sistema policéntrico creó un control sobre los políticos; el artesano o comerciante podría trasladarse a otra jurisdicción, si se impusieran impuestos o regulaciones.1

Europa fue donde comenzó el camino hacia la libertad. Fue en Europa donde los valores del individualismo, el liberalismo y la autonomía surgieron de la historia, y dieron a la humanidad una sensación de progreso que ninguna civilización había experimentado antes en tal medida.

Lejos de estar ligada a la centralización política, la revolución comercial de la Edad Media tuvo lugar en las ciudades locales y no centralizadas del norte de Italia, la Liga Hanseática, y las ferias de Champagne. Ciudades comerciales como Venecia, que pudieron prosperar porque sus lagunas protegían su autonomía de los invasores, pronto compitieron con Génova, Pisa y otras ciudades libres por la superioridad comercial, mejorando así las instituciones necesarias para el desarrollo del comercio. El sistema gremial desapareció primero en regiones no centralizadas como los Países Bajos e Italia. La libertad de trabajo se instituyó en Milán ya en 1502, y las ciudades hanseáticas adoptaron la costumbre de crear amos libres durante el siglo XVI, aumentando así tanto la competencia como la producción. Más tarde, en los siglos XVI y XVII, fueron Antwerp y Holanda, libres y localizadas, las que se convirtieron en las potencias económicas de Europa, conservando al mismo tiempo la autonomía local medieval y evitando la construcción de estados. Los casos de éxito de los estados relativamente pequeños en la Edad Media podrían multiplicarse y contradecir directamente la narrativa historicista.

Por el contrario, la centralización provocó mucho atraso económico. Las ferias de Champagne, por ejemplo, fueron destruidas por los impuestos reales. De manera similar, el sistema gremial se volvió altamente monopólico sólo cuando los estados centralizados comenzaron a extender su poder a las ciudades y distribuir patentes. En Francia e Inglaterra, donde la centralización y la construcción del estado fueron comparativamente tempranas, las ciudades perdieron progresivamente su autonomía y libertades durante los siglos XIII y XIV. Con esta pérdida de autonomía vino un menor nivel de competencia institucional y, por tanto, el recrudecimiento de las prácticas antimercado. Antes del siglo XVI, por ejemplo, la mayoría de los artesanos no eran miembros de gremios formales en Francia. Fue sólo con el apoyo de la corona que los oficios libres debieron adoptar regulaciones cada vez más estrictas, de modo que resultó imposible diferenciar entre los oficios y los gremios. Con los edictos reales de 1581 y 1597 se obligó a cada productor a unirse a un gremio, cuyos privilegios debían hacerse cumplir a nivel nacional, reduciendo así la competencia económica.

En el siglo XVIII, uno de los principales argumentos esgrimidos por los primeros economistas políticos fue que si el rey no liberaliza el comercio, otros príncipes lo harán y atraerán a los trabajadores más talentosos. Vincent de Gournay, a quien se atribuye la frase laissez-faire, laissez passer, estaba constantemente preocupado de que los trabajadores franceses se trasladaran a países económicamente más libres, como Holanda o Inglaterra. La competencia económica entre estados era todavía intensa durante la época de Gournay, quien trabajaba constantemente para relajar las barreras antieconómicas creadas y mantenidas por los estados cada vez más centralizados.

El alto nivel de descentralización de Europa puede explicar lo que a veces se llama “el milagro europeo”2. Las mejores instituciones prosperaron a lo largo de los siglos, mientras que las instituciones antieconómicas disminuyeron o desaparecieron progresivamente. Como muestran Bradford DeLong y Andrei Shleifer en su artículo Princes and Merchants (1999), el gobierno limitado permitió el crecimiento más rápido de las ciudades durante los 800 años anteriores a la Revolución Industrial3. En otras palabras: ciudades libres, ciudades prósperas; ciudades prósperas, príncipes poderosos.

India, China o el mundo árabe nunca tuvieron los movimientos comunales de los siglos XI y XII. Tampoco se beneficiaron con la competencia institucional provocada por las ciudades libres de la Edad Media. En L’Esprit des Lois, al comparar el sistema político europeo con el asiático, Montesquieu señala:

En Asia siempre se han visto grandes imperios; en Europa nunca pudieron seguir existiendo. … Por tanto, el poder siempre debería ser despótico en Asia. Porque si allí la servidumbre no fuera extrema, inmediatamente habría una división que la naturaleza del país no puede soportar. En Europa, las divisiones naturales forman muchos estados de tamaño medio, en los que el gobierno de las leyes no es incompatible con el mantenimiento del estado; por otra parte, son tan favorables a ello que, sin leyes, este estado cae en decadencia y se vuelve inferior a todos los demás. Ésto es lo que ha formado un genio para la libertad, que hace muy difícil someter cada parte, y someterla a una fuerza extranjera, más que por las leyes y por lo que es útil a su comercio.

El “descentrismo” es, como escribe Röpke en A Humane Economy, “la esencia del espíritu de Europa”. Ésto es lo que dio lugar al desarrollo de instituciones inclusivas, al comerciante para comerciar, y al trabajador ingenioso para innovar, manteniendo el fruto de su trabajo. La competencia institucional formó las grietas a través de las cuales los miembros productivos de la sociedad finalmente pudieron servir a sus semejantes para obtener ganancias, y participar en una economía floreciente. En otras palabras, fue la fuerza impulsora del milagro europeo.

Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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Notas

1. Leonard Liggio, “The Medieval Law Merchant: Economic Growth Challenged by the Public Choice State”. Journal des Économistes et des Études Humaines 9, no. 1 (March 1999): 65.

2. Ralph Raico, “The Theory of Economic Development and the European Miracle,” in The Collapse of Development Planning, ed. Peter J. Boettke (1994), pp. 37–58.

3. J. Bradford DeLong, and Andrei Shleifer, “Princes and Merchants”, Journal of Law and Economics 36 (1993).

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