El Manifiesto Capitalista de Johan Norberg: Una Revisión

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Aquí hay una escena de la película Troya de 2004 en la que Néstor, el anciano griego y consejero del rey Agamenón, intenta moderar el odio de este último hacia Aquiles. “¿Cuántas batallas hemos ganado con el filo de su espada? Ésta será la guerra más grande que el mundo haya visto jamás. Necesitamos al mejor guerrero”, dice Néstor, refiriéndose a Aquiles.

De manera similar, un llamado a las armas por el capitalismo necesita al más grande capitalista.

Entonces, cuando Elon Musk tuiteó el mes pasado favorablemente sobre el último libro de Johan Norberg, El Manifiesto Capitalista: Por Qué el Libre Mercado Global Salvará al Mundo, y lo envió a la cima de la lista de ventas de Amazon, los dioses griegos pueden haber sonreído al reconocerlo.

Ahora bien, tal vez Musk no sea un gran capitalista, ya que ha dependido exitosamente de subsidios gubernamentales y una defectuosa ideología verde para construir la más grande de sus empresas. Pero es un emprendedor en serie, con su nombre íntimamente relacionado con varias de las empresas icónicas de Estados Unidos y, según Forbes, el hombre más rico de una Tierra bastante capitalista. Cualquiera que sea la verdad, su sello de aprobación debería contar para algo.

El libro, publicado este otoño en Estados Unidos, es un grito de guerra muy al estilo Norberg de todas las formas en que los mercados y la libertad son buenos, y todas las formas en que los gobiernos y el colectivismo son malos. Es una antorcha que Norberg ha llevado con orgullo durante la mayor parte de dos décadas. Su primera irrupción en escena fue en 2001, con En defensa del capitalismo global, argumentando convincentemente contra los movimientos antiglobalización de aquellos días.

Curiosamente, como cuenta la historia al comienzo de El Manifiesto Capitalista, solía debatir con gente de izquierda; ahora, los críticos de la globalización provienen a menudo de la derecha. Irónicamente, nadie parece haber aprendido la verdadera lección sobre los juegos de suma positiva. El libre comercio solía ser malo porque “nosotros los explotamos, ahora se considera malo porque nos explotan a nosotros. Hace veinte años, el capitalismo estaba equivocado porque supuestamente empobrecía más a los pobres del mundo. Ahora está mal porque enriquece a los pobres”.

El denominador común sigue siendo la creencia errónea de que el comercio y los mercados son juegos de suma cero, con ganadores y perdedores –una batalla cósmica por recursos finitos. Hoy en día, es tan probable que se llame a Norberg izquierdista globalista wokeista, como que fue un loco capitalista de derecha en la década del 2000. Frustrado, Norberg comenta que no fue él quien cambió.

Entonces, aparentemente, “cada veinte años necesitamos un manifiesto capitalista que defienda la libertad económica, aplicada a los problemas y conflictos de la era actual”.

Entonces, aquí está el nuevo manifiesto … pero si somos honestos, no es tan nuevo. La mayoría de las cosas presentadas en el libro son simples actualizaciones de argumentos que los defensores de los mercados ya conocen. El libre comercio beneficia a ambas partes. China no destruyó a los míticos Estados Unidos de la década de 1950. “Toda la narrativa de la perdida edad de oro de las fábricas”, escribe, “se basa en una sola ciudad estadounidense, en un solo año, durante la época muy peculiar después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la industria europea estaba en ruinas”.

El capitalismo global ha sacado a innumerables personas de la pobreza. La desigualdad, tanto de ingresos como de niveles de vida y de la vida misma, está disminuyendo en su mayor parte y, de todos modos, no es un problema claramente detectable. Gravar a los ricos no funciona en la práctica (los ricos simplemente se mudan, o dejan de producir los bienes que se les quieren expropiar), ni mejora la sociedad de ninguna manera observable. El esfuerzo de los capitalistas por mejorar hace que el medio ambiente sea mejor, no peor –y el decrecimiento es lo peor que podemos hacer en nombre de la naturaleza: “Necesitamos prosperidad y tecnología para adaptarnos [al calentamiento global]. Los países ricos no sufren menos desastres naturales que los pobres, pero son mucho mejores a la hora de minimizar los daños a la vida y la salud”.

La jugada ecológica nunca fue “dejar de volar y conformarse con menos”, señala con calma Norberg. En cambio, deberíamos permitir que suficientes personas y países en todas partes se enriquezcan para “que tengamos la voluntad y los recursos para reducir nuestro impacto ambiental”.

Entre el llamado muy norbergiano a las estadísticas y a los países lejanos, y cómo los aranceles son dañinos y la política industrial absurda, es una lectura bastante aburrida. Recibimos muchas estadísticas sobre cómo todo mejora, algunas citas extravagantes de personajes famosos, y ese tipo de cosas. Lo hemos visto todo antes. Incluso vuelve a presentar la famosa historia de Yo, el lápiz, de Leonard Read, en una discusión de unas pocas páginas sobre cómo hacer café:

No puedo preparar una taza de café; tú tampoco puedes. De hecho, nadie puede preparar una taza de café. Esas gotas vigorizantes son el resultado del conocimiento, las habilidades y el trabajo duro de muchas personas, que ninguna persona por sí sola puede realizar. No pienso sólo en quienes cultivan, recogen y tuestan los granos, sino también en todos los que lo hacen posible.

La gracia salvadora es que, si bien En Defensa del Capitalismo Global estaba destinado a mí cuando lo leí tardíamente diez años después de su publicación, El Manifiesto Capitalista no lo es. En cambio, está destinado a alguien que –al igual que yo en aquel entonces– no aprecia los mercados, piensa que las ganancias son malas, y cree en cuentos de hadas sobre la competencia gubernamental y el diseño social.

En el campo de batalla de las ideas, el capitalismo ciertamente necesita defensores, ya que su reputación entre las clases eruditas nunca fue tan grande. En el mundo real, está mucho menos claro que la defensa de la libertad y el capitalismo realmente importe tanto. Todos lo vivimos y respiramos todos los días, incorporando sus principios cada vez que gastamos, consumimos, ahorramos o actuamos de alguna otra manera como agentes económicos. Lo que (a veces en voz alta) profesamos creer mientras lo hacemos, es de importancia secundaria.

Afortunadamente, el éxito del capitalismo no depende de que otros estén de acuerdo con su espíritu. La prosperidad no se determina a mano alzada. Lo que importa para que florezca la historia capitalista, es que su efecto en el mundo siga siendo positivo, no si los actores del mercado creen en ella mientras encarnan sus principios.

Terminemos como lo hace Norberg, desmantelando elegantemente la carta de triunfo anticapitalista (pero, ¿qué de nuestros valores?!):

El liberalismo no se trata de encontrar todo el significado de la vida en una lista de compras; simplemente dice que necesitamos más significado del que se puede encontrar en una papeleta electoral. Y que aquellos que buscan el significado de la vida en proyectos colectivos que intentan imponer a todos los demás, tienen menos sentido de la hermosa riqueza y diversidad de la naturaleza humana, que los supuestos liberales del mercado, fríos y robóticos.

Bien dicho, señor.

 

 

 

Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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Joakim Book
é escritor, pesquisador e editor. Ele possui um mestrado na Universidade de Oxford e foi pesquisador visitante no Instituto Americano de Pesquisa Econômica em 2018 e 2019. Seus textos foram publicados em RealClearMarkets, ZeroHedge, FT Alphaville, WallStreetWindow e Capitalism Magazine. Colunista frequente no Notes On Liberty. Seus trabalhos podem ser encontrados em www.joakimbook.com e no blog Life of an Econ Student.

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