La amenaza de la “educación pública”

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    Con toda la razón, los padres están preocupados por lo que ocurre en nuestras escuelas públicas. Educadores desquiciados animan a niños –obviamente, personitas influenciables– a cambiar de sexo, como si tal cosa fuera posible. A los estudiantes se les enseña que la promiscuidad sexual es algo bueno. Se les lava el cerebro para que acepten los ataques socialistas a nuestro sistema de libre empresa.

    ¿Qué podemos hacer ante este desastre? La administración Trump y gobernadores anti-progresistas como Ron deSantis han intentado resolver el problema emitiendo directivas a las escuelas para que eliminen los programas nocivos y den a los padres más voz y voto sobre lo que enseñan a sus hijos. Pero los maestros que han estado adoctrinando a nuestros hijos están bien arraigados, y será extremadamente difícil frenar su nefasta influencia.

    Por mucho que estos esfuerzos logren, no abordan el verdadero problema: la existencia misma de la educación pública. Las escuelas estatales son, por naturaleza, instituciones que inculcan lo que el estado quiere que los alumnos aprendan. Como explica el gran Murray Newton Rothbard: “La cuestión clave de todo el debate es ésta: Quiénes deberían ser los guardianes del niño, ¿el estado, o sus padres? Una característica esencial de la vida humana es que, durante muchos años, el niño es un ser completamente indefenso, y su capacidad para valerse por sí mismo madura tardíamente. Hasta que estas capacidades no son plenamente desarrolladas, no puede actuar por sí mismo como individuo completamente responsable. Debe estar bajo tutela. Esta tutela es una tarea compleja y difícil. Desde una infancia de completa dependencia y sujeción a los adultos, el niño debe crecer gradualmente hasta convertirse en un adulto independiente. La pregunta es: bajo la guía y la virtual “propiedad” de quién debe estar el niño: ¿del estado, o de sus padres? No hay un término medio en esta cuestión. Alguien debe controlarlo, y nadie siquiera sugiere que sea un tercero quien tenga autoridad para apoderarse del niño y criarlo”.

    Según Rothbard, la elección entre estas opciones es obvia. Es obvio que lo natural es que los padres tengan a su cargo al niño. Los padres son los verdaderos productores del niño, y éste mantiene con ellos la relación más íntima que cualquier persona pueda tener. Los padres tienen estrechos lazos de amor familiar con el niño. Se interesan por el niño como individuo, y son los más propensos a interesarse y conocer sus necesidades y su personalidad. Finalmente, si uno cree en una sociedad libre, en la que cada uno es dueño de sí mismo y de sus propios productos, es obvio que su propio hijo, su producto más preciado, está bajo su cuidado. El argumento de Rothbard es una clara aplicación de los principios básicos del libertarismo clásico.

    Si el estado se hace cargo de la educación del niño, está claramente violando los derechos de los padres. La única alternativa “lógica” a la “propiedad” paterna del niño es que el estado se lo arrebate a sus padres y lo críe él mismo por completo. Para cualquier creyente en la libertad, ésto debe parecer una medida monstruosa. Son violados por completo los derechos de los padres; se les arrebata su propio fruto para someterlo a la voluntad de extraños.

    Pero hay una cuestión más fundamental aún en juego. Los niños necesitan libertad para desarrollar sus capacidades y vivir sus vidas, pero el estado es una institución inherentemente violenta que suprime la individualidad. Son violados los derechos del niño, pues crece sometido a las manos despiadadas del estado, con escasa consideración por su personalidad individual, en lugar de desarrollarse bajo el atento amor, cuidado y dirección de sus padres. Para que cada persona sea “educada”, para desarrollar plenamente sus facultades, necesita libertad para este desarrollo. Pero la esencia misma del estado se basa en la violencia, en la coacción. De hecho, la característica que distingue al estado de otros individuos y grupos, es que tiene el único poder (legalizado) para utilizar la violencia. A diferencia de todos los demás individuos y organizaciones, el estado emite decretos que deben ser obedecidos bajo el riesgo de sufrir cárcel o la silla eléctrica. El niño tendría que crecer bajo las alas de una institución basada en la violencia y la restricción. ¿Qué clase de desarrollo pacífico podría tener lugar bajo tales auspicios?

    ¿Qué enseñará el estado? Podría pensarse que ésto dependería del tipo de estado, y hasta cierto punto es cierto. Las escuelas bajo el gobierno de Trump serán diferentes a las del descerebrado Joe Biden. Sin embargo, existe una presión subyacente que lleva al estado a imponer uniformidad y a enseñar obediencia al gobierno. Además, es inevitable que el estado imponga uniformidad en la enseñanza. La uniformidad no sólo es más afín al temperamento burocrático y más fácil de imponer, sino que ésto sería casi inevitable donde el colectivismo ha suplantado al individualismo. Con la propiedad colectiva estatal de los niños, reemplazando la propiedad y los derechos individuales, es evidente que el principio colectivo también se impondría en la enseñanza. Sobre todo, se enseñaría la doctrina de la obediencia al propio estado. Pues la tiranía no es realmente afín al espíritu del hombre, que requiere libertad para su pleno desarrollo. Por lo tanto, es inevitable que surjan técnicas para inculcar la reverencia al despotismo y otras formas de control del pensamiento. En lugar de espontaneidad, diversidad y hombres independientes, surgiría una raza de seguidores pasivos y ovejunos del estado. Dado que estarían incompletos, estarían sólo a medias. Éste es el objetivo lógico de los estatistas en la educación. La cuestión que se ha planteado tanto en el pasado como en el presente es: ¿habrá sociedad libre con control parental, o habrá despotismo con control estatal? Veremos el desarrollo lógico de la idea de la intromisión y del control del estado.

    Podría objetarse que Rothbard está siendo dogmático. ¿Intenta deducir lo que debe suceder, en lugar de ser sensible al curso real de los acontecimientos? ¡Claro que no! Rothbard fue un gran historiador, y su teoría coincide con lo que realmente sucedió: “Estados Unidos comenzó, en su mayor parte, con un sistema de escuelas completamente privadas o filantrópicas. Luego, en el siglo XIX, el concepto de educación pública cambió sutilmente, hasta que se instó a todos a asistir a la escuela pública, y las escuelas privadas fueron acusadas de ser divisivas. Finalmente, el estado impuso la educación obligatoria, ya sea compulsando a los niños a asistir a escuelas públicas, o estableciendo arbitrarios standards para las escuelas privadas. La instrucción parental estaba mal vista. Por lo tanto, el estado ha estado en conflicto con los padres por el control sobre sus hijos”.

    Rothbard escribió antes de los horrores de la era progresista actual, pero con su genio inigualable, los anticipó: “No sólo ha habido tendencia hacia mayor control estatal, sino que sus efectos se han visto agravados por el propio sistema de igualdad ante la ley que se aplica en la vida política. Ha crecido una pasión por la igualdad en general. El resultado ha sido una tendencia a considerar a todos los niños como iguales, como merecedores de trato igualitario, y a imponer una uniformidad total en el aula. Anteriormente, ésto tendía a ser establecido en el nivel promedio de la clase; pero, al ser ésto frustrante para los más aburridos (quienes, sin embargo, deben mantenerse al mismo nivel que los demás, en nombre de la igualdad y de la democracia), la enseñanza tiende a situarse cada vez más en los niveles más inferiores. Desde que el estado comenzó a controlar la educación, su evidente tendencia ha sido actuar cada vez más de tal manera que promueve la represión y el entorpecimiento de la educación, en lugar del verdadero desarrollo del individuo”. Su tendencia ha sido la compulsión, la igualdad impuesta en el nivel más bajo, la dilución de la materia, e incluso el abandono de toda enseñanza formal, la inculcación de la obediencia al estado y al grupo, en lugar del desarrollo de la independencia individual, y la depreciación de las materias intelectuales. Y, finalmente, es el afán de poder del estado y de sus secuaces lo que explica el credo de la “educación moderna”, de la “educación integral del niño”, y de la conversión de la escuela en un “fragmento de la vida”, en el que el individuo juega, se adapta al grupo, etc. El efecto de ésto, así como de todas las demás medidas, es reprimir cualquier tendencia al desarrollo de la capacidad de razonamiento y la independencia individual; intentar usurpar de diversas maneras la función “educativa” (aparte de la instrucción formal) del hogar y los amigos, e intentar moldear al “niño integral” en los caminos deseados. Así, la “educación moderna” ha abandonado las funciones escolares de instrucción formal, en favor de moldear la personalidad integral, tanto para imponer la igualdad de aprendizaje en el nivel de los menos educables, como para usurpar el papel educativo general del hogar y otras influencias en la medida de lo posible.

    Sin embargo, en un punto, Rothbard subestimó esta tremenda amenaza. Afirmó que “dado que nadie aceptaría la ‘comunización’ total de los niños por parte del estado, es obvio que el control estatal deberá ser logrado de forma silenciosa y sutil”. El control estatal bajo la izquierda no ha sido silencioso ni sutil, y ésto ha provocado la reciente reacción negativa.

    Todos coincidimos con entusiasmo con el mensaje de Rothbard: “Para quien esté interesado en la dignidad de la vida humana, en el progreso y el desarrollo del individuo en una sociedad libre, la elección entre el control parental y el control estatal sobre los niños es clara”. ¡Hagamos todo lo posible para acabar con la educación pública!

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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