El minucioso estudio del estatismo muestra que la expansión gubernamental es concomitante y proporcional con la degradación del mercado, del libre comercio, de la libre empresa, y de un ambiente saludable para las pequeñas y medianas empresas. Invariablemente, la expansión del estado, la creación de nuevas regulaciones proteccionistas, el establecimiento de empresas estatales, y el vínculo cada vez más fuerte entre estado y grandes corporaciones, también contribuyen a una supresión gradual de la innovación.
Lo que todos estos factores crearán ‒especialmente cuando se combinen‒ es un entorno propicio para el estancamiento. Y el estancamiento tiende a generar más estancamiento aún, como resultado del ciclo de intervenciones gubernamentales malsanas que se perpetúa indefinidamente, ya que el estado está constantemente intentando resolver los problemas que él mismo crea.
Los empresarios que cuentan con suficiente reserva de capital, invariablemente se trasladarán a lugares más competitivos y con menos restricciones de mercado. Los países y regiones que abandonen ‒con razones plenamente justificadas‒ estarán a su vez condenados al estancamiento y la miseria, e invariablemente se convertirán cada vez más en rehenes de las regulaciones gubernamentales y de la nacionalización del mercado. Ésto crea un ciclo que se encarga de destruir gradualmente el mercado y una red de oportunidades futuras, que dejarán de existir como consecuencia de un entorno empresarial nada saludable.
Sabemos cómo a los demagogos populistas, generalmente de izquierda, les gusta aprovechar estas oportunidades para hacer carrera en la política. Culparán al capitalismo por los problemas del país, mientras permanecen en drástico silencio acerca del intrincado sistema de regulaciones gubernamentales, y sobre cómo son mayormente responsables del estancamiento económico. Ésto es a menudo el resultado de la terrible ignorancia sobre Economía. Otras veces, puede estar motivado por pura deshonestidad intelectual, y por oportunismo de naturaleza política e ideológica.
En el área económica, la gran pregunta es “qué se ve y qué no se ve”. La gente común ve y siente los efectos de la pobreza (es decir, el estancamiento económico, el desempleo y la falta de oportunidades), pero no comprende sus causas. Es común que, en la búsqueda de una explicación, estas personas terminen creyendo en falacias, las que generalmente culpan de la falta de desarrollo económico al capitalismo y a la codicia corporativa.
Lo más importante aquí es precisamente “lo que no se ve”. El estancamiento económico es siempre el resultado de un intrincado laberinto de insoportables regulaciones que sofocan el desarrollo. En un país como Brasil, donde el gobierno tiene control casi total sobre la actividad económica, el mercado invariablemente termina saturándose por un sinfín de regulaciones, impuestos y requisitos burocráticos que terminan destruyendo por completo la libertad económica y la libre competencia.
A ésto hay que añadir el proteccionismo para los amigos del rey, pues los corporativistas con conexiones en el gobierno pueden, como resultado de generosas “contribuciones”, comprar favores que benefician a sus conglomerados y empresas. Pero este tipo de favor sólo lo pueden comprar unas cuantas grandes empresas poderosas. Ésto no es algo accesible para las empresas medianas, y mucho menos para las pequeñas. Al fin y al cabo, comprar políticos es algo que cuesta mucho.
Para completar el gran organigrama de dificultades, el acceso a los burócratas estatales no siempre es tan fácil y sencillo de obtener. Es necesario tener considerable influencia política, relevancia social y enorme poder económico. De lo contrario, no tendrá suerte. En el inescrupuloso terreno de la influencia política, uno aprende rápidamente que el poder económico siempre termina conquistando al poder institucional. Las grandes corporaciones saben perfectamente que a la clase dominante le encanta ganarse valijas con dinero de vez en cuando. Desgraciadamente, los políticos son muy caros, y las pequeñas y medianas empresas no tienen suficiente poder económico como para comprarlos.
En el caso de Brasil, al problema de la falta de desarrollo y de libertad económica, hay que sumarle la gran cantidad de empresas estatales ‒y hay centenares‒ que monopolizan sectores enteros de la economía, impidiendo la libre competencia. Ésto invariablemente obligará a toda la población a depender del estado para recibir un determinado bien o servicio, como es el caso de la electricidad.
Pero eso no es todo. Como si el omnipotente monopolio del estado sobre la actividad económica no fuera un problema de suficiente magnitud, está el problema del número cada vez mayor de normas y regulaciones que establecen a diario los tres niveles de gobierno (municipal, estatal y federal), además de las actualizaciones fiscales, tributarias, e impuestos, los que no dejan de crecer. Todo ésto contribuye a enterrar progresivamente la actividad económica, la que se encuentra en estado terriblemente moribundo.
Un breve análisis nos muestra que Brasil es un país extremadamente poco saludable para quien quiera abrir un negocio y desarrollar una empresa en un sector específico. Lo más interesante es que ni siquiera es difícil efectuar un análisis de esta naturaleza, como tampoco es difícil establecer un diagnóstico (aunque sí lo sea aplicarlo).
Ésto es algo que podría ser fácilmente explicado en la televisión, y con el alcance que todavía tiene la televisión en la sociedad, un número considerable de personas podría recibir la aclaración necesaria sobre la naturaleza y el origen de los problemas económicos. Sin embargo, la deshonestidad intelectual y los vínculos turbios que los grandes medios corporativos mantienen con el gobierno y las instituciones estatales, les impiden ser sinceros y explícitos acerca del problema.
Como resultado de tales circunstancias arbitrarias, Brasil es un país donde la libertad económica ha sido terriblemente comprometida por la expansión ininterrumpida de la omnipotencia gubernamental, que está fatalmente ocasionando la muerte lenta y gradual del mercado.
Consideremos lo siguiente: el mercado está demasiado descentralizado y fragmentado como para defenderse del estado. Las pequeñas y medianas empresas no tienen forma de protegerse eficientemente. Las grandes empresas compran políticos con valijas llenas de dinero. Aunque ésto no sea moralmente correcto, sigue siendo la forma que encuentran las grandes corporaciones para sortear la tiranía gubernamental, y así poder mantener sus negocios en funcionamiento. ¿Quién podría culparlos? En la lucha contra el inflexible intervencionismo estatal, corrosivo y expansivo, cada uno utiliza las cartas a su disposición para salir a flote y así sobrevivir.
Dicho ésto, es esencial entender que la culpa de la falta de desarrollo económico siempre recae en la intervención gubernamental. Aunque la demagogia populista de ciertas ideologías ha puesto de moda difamar al capitalismo y culparlo de todos los problemas que afectan a la sociedad, el estancamiento, la pobreza, el desempleo y la falta de innovación, son consecuencia directa del intervencionismo estatal, que ahoga la libertad económica y destruye el mercado poco a poco, en un proceso lentísimo, generalmente invisible a los ojos de los distraídos y desatentos, pero cuyos efectos corrosivos aparecen inevitablemente, tarde o temprano.
Sin la deplorable tiranía de las regulaciones gubernamentales, la sociedad vería florecer todo tipo de empresas e innovaciones, operando bajo un régimen de libre competencia. Ésto no sucede porque sencillamente el estado no lo permite: las regulaciones, los impuestos agobiantes, la creciente burocracia, las leyes tributarias, y todos los tentáculos de la tiranía regulatoria del gobierno, hacen que el mercado sea demasiado insalubre como para que florezca cualquier actividad productiva. El resultado acaba siendo la resignación: rendirse, declararse en quiebra, no abrir una nueva empresa, conformarse con ser absorbido por grandes empresas (las únicas que pueden sobrevivir en un entorno de mercado tan poco saludable), o mudarse a un país con algo más de libertad económica, donde el gobierno oprima y regula menos al mercado.
Lamentablemente, éste es un proceso que se renueva constantemente, en un ciclo permanente destructivo y malicioso, que tiende a generar aún más intervencionismo estatal, con paquetes de gasto y estímulos crediticios artificiales, que desgastarán aún más la economía y agotarán el mercado.
Las etapas posteriores ‒y las más destructivas‒ de la intervención gubernamental se caracterizan por fracasos empresariales generalizados e hiperinflación. Entonces, de las cenizas del caos generado por las absurdas políticas intervencionistas del estado, suele aparecer algún demagogo populista de izquierda que afirma que el capitalismo y la codicia corporativa destruyeron a la sociedad.
Esta ola de ignorancia económica y delirio político, el que se aprovecha de la desesperación de las masas, sirve a menudo como catalizador de proyectos de poder personal. Creyendo las mentiras, las masas piden (o aceptan pasivamente) la intervención del gobierno para “solucionar” el problema, casi siempre obtusos ante el hecho de que fue precisamente el gobierno el que los causó a todos.
¿Y qué puede aprenderse de ésto? Como la historia nos ha demostrado innúmeras veces, para existir y parasitar a la sociedad, el estado, las instituciones públicas, las ideologías políticas y los demagogos oportunistas, dependen en gran medida de la ignorancia de los gobernados, así como de toda la desesperación que puedan infundir en las masas.
El objetivo de quienes están en el poder es siempre perpetuarse y difundir ilusiones. Las autoridades quieren hacer creer a las masas que el gobierno tiene plenos poderes y capacidades para resolver los problemas que aquejan a la sociedad. Lo mismo ocurre con un demagogo oportunista que busca una carrera política, o con cualquier “servidor” público preocupado por su estabilidad financiera.
Por esta razón, a esta gente no le interesa que las masas se eduquen y adquieran conocimientos reales sobre economía. Después de todo, si tuvieran algún grado de conocimiento ‒incluso a un nivel básico‒ sobre la causa real de los problemas que afligen a la sociedad, las masas nunca acudirían al estado en busca de soluciones.
Entenderían que la existencia del estado es lo que ocasiona los problemas (o intensifica los existentes), para luego promoverse a sí mismo como la solución. Todo porque el estado, como institución, se basa en un eje que se mueve siempre únicamente en la búsqueda permanente de poder y control. El objetivo del estado es siempre tener cada vez más poder y control, y cuanto más poder y control tenga el estado, más poder y control buscará acumular alrededor de su eje.
Desafortunadamente, lo que a las masas les resulta difícil comprender es que sencillamente la resolución de problemas no forma parte de la naturaleza del estado. Causar problemas, por otro lado, es la consecuencia natural de su existencia.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko