Por qué es tan difícil ahora poner fin a la guerra en Ucrania

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    Mientras el presidente Trump lucha por cumplir su promesa de campaña de poner fin a la guerra en Ucrania ayudando a lograr un acuerdo de paz negociado, este esfuerzo se ha visto, en parte, socavado por la escalada del intercambio de drones kamikaze entre ambas partes.

    En particular, la semana pasada se produjo una fuerte escalada, con el lanzamiento por parte de Ucrania de miles de drones hacia el interior de Rusia ‒la mayoría de los cuales Rusia afirma haber interceptado‒ y Rusia, a su vez, intensificando sus ataques con drones en Ucrania. Los ataques rusos del fin de semana recibieron una amplia cobertura en los medios estadounidenses, especialmente un ataque aéreo el Sábado por la noche, en el que partes de algunos de los enjambres de drones más grandes lanzados en la guerra hasta la fecha, impactaron edificios residenciales en torno de las fábricas de armamento ucranianas que Rusia afirmaba tener como objetivo.

    Esta serie de ataques llevó a Trump a emitir su más dura reprimenda a Vladimir Putin hasta la fecha. Lo llamó “loco”, y expresó su frustración por cómo Putin ha cambiado desde su conversación telefónica, tras la cual Trump lo había descrito como razonable e interesado en un alto el fuego. La prensa del establishment aprovechó con regocijo los comentarios de Trump para argumentar que incluso él se está dando cuenta de lo que han estado diciendo todo este tiempo: que Putin es un maniaco desquiciado con el que no se puede razonar, porque sólo lo motivan la sed de sangre y el delirio de conquistar Europa. Luego, como era previsible, vuelven a su argumento más amplio de que el intento “ingenuo” de Trump de “apaciguar” a Putin con un acuerdo de paz, y luego “retirarse de Europa” para inaugurar una nueva era de aislacionismo estadounidense, es inútil y peligroso y que, en cambio, debería volver a comprometerse con la estrategia preferida del establishment: intervencionismo de mano dura.

    Es cierto que el intento de la administración Trump de impulsar las negociaciones para poner fin a la guerra en Ucrania ha tropezado con dificultades, las que hacen improbable que se alcance pronto un alto el fuego. Pero eso no es un argumento a favor del intervencionismo del establishment político, ya que es precisamente el intervencionismo lo que provocó esta difícil situación en primer lugar.

    Mucho se ha escrito sobre las décadas transcurridas entre el colapso de la URSS y el ascenso de la Federación Rusa, pro-Occidente, y el eventual regreso a las condiciones de la Guerra Fría, encapsuladas por la invasión rusa de Ucrania. Existe un amplio debate sobre los detalles y las consecuencias de las decisiones tomadas durante el proceso. Pero nadie con credibilidad real intenta siquiera argumentar que este período se caracterizó por la ausencia de intromisión estadounidense en Europa del Este.

    Washington estuvo fuertemente involucrado en la región desde el principio. Al principio, todo bajo la apariencia amistosa de ayudar en la transición del comunismo al capitalismo. Pero a medida que ese proceso fue frustrado por una combinación de economistas occidentales estatistas que creían que el libre mercado debía ser organizado y gestionado de arriba a abajo‒, y la corrupción descarada de funcionarios de todos los bandos, el respeto, la admiración y la confianza de los que gozaba el gobierno estadounidense en gran parte de la región comenzaron a desvanecerse.

    Ésto se aceleró cuando los presidentes estadounidenses comenzaron a trabajar para expandir la OTAN, la alianza militar antisoviética, hasta la frontera con Rusia. A lo largo de la historia de Rusia, la falta de barreras naturales entre Moscú y el resto de Europa ha sido motivo de enorme ansiedad para sus líderes. Ninguna montaña ni vía fluvial importante impidió que los ejércitos de Napoleón, y posteriormente, de Hitler, avanzaran directamente hacia el corazón de Rusia. El único factor que condenó al fracaso ambas invasiones fue la distancia.

    Incluso en la era de las armas nucleares, cuando las largas cadenas de suministro de infantería son menos relevantes, cuanto mayor sea la distancia que recorra un misil balístico para llegar a las ciudades rusas, más tiempo tendrá el régimen ruso para detectarlo, evaluarlo y responder. La distancia sigue siendo un factor en su estrategia de defensa.

    Los funcionarios estadounidenses lo sabían, y aun así optaron por ayudar a la OTAN a expandirse cada vez más cerca de Moscú. Incluso el embajador estadounidense en Rusia les advirtió explícitamente que trabajar para incorporar a Ucrania a la OTAN, casi con seguridad provocaría la invasión rusa de Ucrania.

    Prácticamente todos los principales estrategas estadounidenses de la Guerra Fría se opusieron abiertamente a la expansión de la OTAN, ya que la consideraban una forma infalible de reiniciar innecesariamente el conflicto entre Estados Unidos y Rusia, que acababa de terminar milagrosamente sin una aniquilación nuclear. Pero fueron superados en presión y maniobra por las compañías armamentísticas que producen todo el material militar que los nuevos países de la OTAN deben adquirir.

    Así pues, la OTAN se expandió, el material militar estadounidense se trasladó al Este, y las protestas antigubernamentales en países aliados con Rusia recibieron financiamiento y apoyo del gobierno estadounidense.

    Incluso si aceptamos el argumento del establishment de que a Putin no le importa si Estados Unidos suministra armas y negocia garantías de seguridad con los países fronterizos, y que sólo utiliza esas acciones como excusa para impulsar sus ambiciones imperialistas, los funcionarios estadounidenses le facilitaron a Putin una vía poco laboriosa para convencer al pueblo ruso de que apoyara una invasión de Ucrania sin ningún motivo real.

    Trágicamente, tras la invasión, los funcionarios estadounidenses y sus aliados en gobiernos de Europa Occidental, como el Reino Unido, convencieron a los ucranianos de abandonar un acuerdo de paz inicial que habría resultado en la retirada de las fuerzas rusas a las fronteras previas a la invasión. En los años transcurridos desde entonces, Rusia ha reclamado permanentemente gran parte del territorio del Este de Ucrania al que previamente había acordado renunciar. Y el gobierno ucraniano ha perdido continuamente influencia sobre sus ocupantes rusos, quienes han intentado, sin éxito, expulsarlos por la fuerza.

    El verano pasado, Ucrania tomó la sorprendente decisión de retirar soldados y recursos del frente, para llevar a cabo una pequeña invasión en la región rusa de Kursk, en la frontera norte de Ucrania. Esa operación podría haber sido un intento de recuperar cierta influencia en futuras negociaciones. Pero no logró mucho, y desde entonces Rusia ha recuperado prácticamente todo el territorio perdido. La transferencia de tropas y recursos ucranianos ha dado impulso a Rusia en el resto del frente.

    Por eso es poco probable que se alcance un acuerdo de paz en un futuro próximo. Porque parece que Rusia puede lograr más si continúa combatiendo, que mediante negociaciones. Y, lo que es más importante, ésto no se debe a que Estados Unidos y sus aliados europeos se hayan contenido y evitado dar a los ucranianos lo que necesitaban para luchar contra los rusos. Se debe a que los funcionarios que reconocieron que la influencia de Occidente en futuras negociaciones sólo empeoraría la situación, perdieron ante quienes pensaban que la guerra debía prolongarse de todos modos porque era una buena manera de “debilitar a Rusia” sin arriesgar vidas estadounidenses.

    No hay una salida fácil a este embrollo. No es que los gobiernos de la OTAN tengan algún sistema de armas especial que aún no hayan enviado a Ucrania, y que pueda empezar a cambiar el rumbo de la guerra. Si lo tuvieran, ya lo habrían enviado. Salvo enviar tropas estadounidenses al combate contra los rusos, poco más se puede hacer para apoyar a las fuerzas ucranianas. Y, como señaló Scott Horton en su reciente charla en el Mises Institute, incluso si Trump realmente intentara revertir el rumbo y reparar las relaciones entre Washington y Moscú, los rusos posiblemente asumirían, comprensiblemente, que cualquier progreso que lograra sería anulado por el próximo demócrata en ganar la presidencia.

    Por eso, si queremos ver un verdadero fin a esta innecesaria segunda Guerra Fría con Rusia, es necesario que más estadounidenses comprendan cómo se originó. Es necesario que se entienda ampliamente que si la prioridad de nuestro gobierno hubiera sido realmente mantenernos seguros, habrían hecho todo lo posible para evitar desencadenar un nuevo conflicto con el gobierno con el mayor armamento nuclear del mundo. Y, sin embargo, parecieron haber hecho precisamente lo contrario. Lo que la salida ciertamente no implica, es duplicar las mismas políticas exactas que crearon este desastre en primer lugar, y que están siendo defendidas por aquellos que quieren ver esta guerra prolongarse indefinidamente, en un vil intento por usar a los ucranianos para debilitar a Rusia un poco más.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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