El progresismo de izquierda llegó a Estados Unidos A principios de este siglo, predicando el seductor evangelio de la “liberación de la culpa”. Proclamaba con audacia que los estadounidenses están reprimidos, inhibidos, agobiados por la culpa por ceder a sus deseos e impulsos naturales. Venimos a predicarles la gozosa eliminación de la culpa, inculcada por ministros y sacerdotes reprimidos. Predicamos el hedonismo, el fin de la culpa, la obediencia a los deseos y, para usar una frase ofensiva común de la revolución sexual de los años ‘60: “Si algo se mueve, puedes acariciarlo”. Además, el sexo es “sólo un trago de agua”, natural e inofensivo.
La era de la inocencia en nuestra cultura progresista de izquierda duró, si mal no recuerdo, unos seis meses. Ahora toda la cultura se caracteriza por la culpa colectiva masiva, y si alguien no rinde el debido homenaje público a una larga lista de culpas confesadas solemnemente, es literalmente expulsado de la vida pública. La culpa está en todas partes, es omnipresente, y nos la traen los mismos sinvergüenzas que una vez nos prometieron la fácil liberación. Síntesis: culpa por siglos de esclavitud, culpa por la opresión y violación de mujeres, culpa por el Holocausto, culpa por la existencia de las personas con discapacidad, culpa por comer y matar animales, culpa por estar gordo, culpa por no reciclar, culpa por “profanar a la diosa madre tierra”.
Cabe destacar que esta culpa nunca queda limitada a individuos específicos, por ejemplo, quienes esclavizaron, asesinaron o violaron a personas ‒¿acaso quedan, me atrevería a decir, muy pocos esclavistas en Estados Unidos hoy en día? Por ejemplo, un esclavista sureño de 150 años. Su eficacia para inducir culpa se debe precisamente a que ésta es inespecífica, colectiva, y se extiende por todo el mundo y aparentemente para siempre.
Antes denostábamos a los nazis por su doctrina de la culpa colectiva; ahora adoptamos el mismo concepto nazi como un elemento vital de nuestro sistema ético. Limitar la culpa a perpetradores específicos no bastaría, pues no encajaría en lo que Joe Sobran ha llamado brillantemente nuestra “doctrina de Victimología Certificada”. A ciertos grupos se les otorga el status de “Víctimas Oficiales”; todo aquél que no forme parte de los grupos de “Víctimas” es, por tanto, “Criminal y Victimizador Oficial”. Se espera que los victimarios se sientan culpables por sus víctimas y, por lo tanto, porque la culpa no tiene sentido sin recompensa, paguen una fortuna en dinero, privilegios y “empoderamiento” por los siglos de los siglos, sin fin. Amén.
No hay escapatoria, jamás. Y eso es lo que nos han traído nuestros liberadores. A cambio del anticuado Cristianismo y de la culpa por el sexo, nos han traído una nueva religión de “Victimología y la diosa naturaleza”. E incluso el sexo, el último bastión del hedonismo, ya no está exento de culpa; es una práctica común. Con la avalancha de la “explotación sexual de las mujeres”, y la voraz paranoia de los condones en favor del “sexo seguro”, quizás sería mejor dejarlo todo y volver a la culpa cristiana. Sin duda sería más sencillo y pacífico.
Como ocurre con todos los demás aspectos de nuestra corrupta cultura, la única salvación es mantener la bandera en alto y lanzar un ataque frontal y sin cuartel contra los culpables de la izquierda. En tal ataque reside la única esperanza de rescatar nuestras vidas y nuestra cultura de estas plagas y de estos tiranos malignos.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko