“¿Quién construirá los caminos?” – Parte 1

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    Todos quienes abogan por el libre mercado en lugar de la intervención del gobierno en la economía, han oído esta respuesta común: “¿Quién construirá los caminos?”. A veces, la pregunta es sincera y merece ser respondida con paciencia.

    Sin embargo, muchas veces se trata de desestimar un argumento complejo, y tiene como objetivo cerrar el debate con una victoria simplista.

    Resulta molesto responder una y otra vez la misma pregunta durante décadas, pero es importante hacerlo porque la pregunta “¿Quién construirá los camminos?” capta un obstáculo clave para lograr una economía libre. Es decir, muchas personas creen que el sector privado es incapaz de producir los bienes y servicios que la sociedad necesita, o que los produciría de manera destructiva. Por ejemplo, el libre mercado impulsado por el lucro produciría un sistema de salud tan caro, que los pobres serían abandonados a su muerte.

    “¿Quién construirá los caminos?” Hay muchas maneras de responder a esta pregunta. Al economista austríaco Murray N. Rothbard le gustaba abordar la cuestión trazando un paralelo. El enfoque de Rothbard sobre esta cuestión ha sido célebremente llamado “La fábula de los zapatos”. Si el gobierno siempre hubiera disfrutado del monopolio de la producción de zapatos, observó, entonces alguien que defendiera la privatización de la fabricación de zapatos sería visto como un desalmado o un estúpido, o ambas cosas. “¡Cómo puedes!”, gritarían los defensores del monopolio del calzado. “¡Debes estar en contra del público y de los pobres que usan zapatos! ¿Y quién nos proveería de zapatos … si el gobierno se retirara del negocio? ¡Díganoslo! ¡Sea constructivo! Es fácil ser negativo y presumido con el gobierno; pero, ¿quién nos proveería de zapatos?” Estos defensores del monopolio gubernamental del calzado habrían identificado tan estrechamente al gobierno con la fabricación de zapatos, que un ataque contra su monopolio se habría convertido en un ataque contra la fabricación de zapatos en sí, y contra los usuarios de zapatos.

    La respuesta de Rothbard de ofrecer un paralelo entre la fabricación de zapatos y la construcción de caminos es poderosa por varias razones.

    Primero, revela una dinámica emocional que a menudo subyace a lo que debería ser una cuestión puramente económica. Este sesgo oculto puede ser honesto, porque es fácil para las personas adoptar inocentemente los supuestos y actitudes de su cultura. Sin embargo, si el que pregunta se da cuenta de su propio sesgo oculto, es más probable que escuche contraargumentos.

    En segundo lugar, “La fábula de los zapatos” cambia el terreno argumental y coloca la carga de la prueba sobre el que pregunta. Recuerde: la carga de la prueba recae sobre la persona que efectúa una afirmación. En la mayoría de los casos, quien pregunta sobre los caminos está implícitamente afirmando que los caminos requieren planificación central y financiamiento fiscal. En lugar de ponerse a la defensiva, el defensor del libre mercado debería preguntar: “No entiendo por qué los caminos de libre mercado serían un problema. ¿Por qué cree que lo serían?” Después de todo, los caminos privados – como los zapatos– han sido comunes a lo largo de la historia. Si hay una razón por la que no puedan existir en nuestra sociedad (al menos, una razón que no provenga de obstáculos gubernamentales), entonces la carga de la prueba recae sobre el que pregunta, para demostrar por qué este momento de la historia es diferente a cualquier otro.

    En tercer lugar, Rothbard apela al conocimiento común. Desde la infancia, todos han experimentado la fabricación de zapatos en el sector privado; es una prueba innegable de cómo se proporciona un servicio importante sin el gobierno. Y ésto es un aliciente más para que el defensor del libre mercado se pregunte: “En principio, ¿por qué los caminos del libre mercado serían diferentes de los zapatos del libre mercado?”

    En cuarto lugar, la fábula desinfla el supuesto dilema de los pobres que van descalzos. En la zona de calzado de libre mercado que es Estados Unidos, casi nadie va descalzo. Por un lado, las organizaciones benéficas, que proliferan en la prosperidad, distribuyen ropa gratis. Pero, sobre todo, en un mercado libre, se fabrica en masa una deslumbrante variedad de zapatos, lo que los hace más baratos y más disponibles en formas nuevas y usadas, y más propensos a ser desechados por quienes compran zapatos con frecuencia. En el peor de los casos, algunas personas usarán zapatos de segunda mano decentes; ésto no es culpa de la libertad, sino de la inevitable pobreza que ocurre en todas las sociedades. La increíble productividad causada por el incentivo de las ganancias hace que sea mucho más probable que los pobres tengan zapatos en Estados Unidos, que en un país comunista.

    Sistemas complejos

    La fabricación de zapatos es un servicio/bien simple en comparación con muchos otros. Y la misma persona que se deja convencer por “La fábula de los zapatos” puede mostrarse reacia a que el sector privado controle sistemas económicos complejos sin regulación gubernamental. Los gobiernos de todo el mundo están ahora dispuestos a hiperregular sistemas complejos que actualmente son de libre mercado, o una combinación de libre mercado y control gubernamental, debido a la intrusión progresiva de la ley. La inteligencia artificial, Internet y las criptomonedas son ejemplos. Con las criptomonedas de libre mercado, los gobiernos quieren afirmar un monopolio absoluto emitiendo monedas digitales de los bancos centrales, y eliminando las de libre mercado, si fuera posible.

    Las objeciones al control del sector privado se hacen aún más fuertes cuando el sistema complejo involucra un bien o servicio esencial. En economía, los bienes esenciales son artículos físicos que se venden a través de Internet.

    Los consumidores necesitan productos que les permitan mantenerse sanos o vivir, como los productos farmacéuticos. “Ya no estamos hablando de calzado”, afirman los escépticos. “Si no se imponen normas de salud y seguridad a las compañías farmacéuticas, éstas producirán medicamentos de mala calidad o peligrosos, o los precios de los productos estarán fuera del alcance de muchas de las personas que más los necesitan”. Como los medicamentos son esenciales y algunos consumidores podrían quedar excluidos, los defensores del control gubernamental sostienen que esos productos son demasiado importantes como para permanecer en manos privadas. Lo cierto es lo contrario, y este es el terreno sobre el que se debe defender vigorosamente el libre mercado.

    Una vez más, hay muchos contraargumentos sobre cómo el afán de lucro protege al público. Las compañías viven o mueren por su reputación, la que es difícil de recuperar si se ve dañada por la producción de medicamentos peligrosos. La reputación es esencial, porque las compañías ávidas de ganancias quieren superar a sus rivales y hacerse con una mayor cuota de mercado. A menos que la compañía tenga protección gubernamental, siempre existe el riesgo de grandes demandas judiciales si los productos farmacéuticos son producidos de forma negligente, o son presentados de forma errónea. Los economistas del libre mercado también pueden señalar el papel de terceros neutrales y dependientes que califican e informan sobre las empresas; se trata de una garantía privada de seguridad, calidad o rendimiento. Éstos son meramente una muestra de los contraargumentos disponibles.

    La USP

    Pero, de nuevo, como en el ejemplo de la fabricación de zapatos, el mejor contraargumento sobre la cuestión de los medicamentos, es una prueba de existencia; es decir, una empresa farmacéutica de libre mercado que fue un éxito rotundo. Afortunadamente, hay muchos. Consideremos sólo uno. Casi todo el mundo en Norteamérica tiene medicamentos recetados, vitaminas o suplementos similares en el estante de su baño, con las iniciales USP en algún lugar de la etiqueta. Las iniciales son una certificación de calidad de la Convención Farmacopea de los Estados Unidos. La USP es un ejemplo fascinante de cómo el libre mercado puede proporcionar y proporciona los complejos standards de los que dependen la salud y la vida de las personas.

    La USP fue establecida de manera privada como una organización sin fines de lucro en 1820, cuando 11 médicos se unieron para proteger a sus pacientes de medicamentos inconsistentes y de baja calidad. En aquel entonces, la mayoría de los medicamentos eran preparados a partir de recetas magistrales, y elaborados por farmacéuticos individuales que tenían que confiar en la precisión de sus recetas, su habilidad para “cocinar” medicamentos, y la calidad de sus ingredientes. Ésto significa que los medicamentos producidos variaban ampliamente en calidad, dosis e ingredientes. Además, muchos de los ingredientes no habían sido probados en seres humanos, por lo que su uso no tenía mucha base científica. Los pacientes a menudo sufrían daños y, en ocasiones, morían por dosis incorrectas u otros problemas de control de calidad. Poco después de su formación, la USP comenzó a publicar los resultados de sus análisis de laboratorio y otras investigaciones sobre medicamentos a través de la Farmacopea de los Estados Unidos, la que se convirtió en el compendio autorizado de medicamentos y su uso, no sólo en Estados Unidos, sino en gran parte del mundo. El compendio incluye indicaciones standardizadas, recomendaciones de dosis, advertencias, contraindicaciones y usos no aprobados. La organización USP se puso en contacto activamente con farmacéuticos y escuelas farmacéuticas para difundir estas normas sobre medicamentos, con un éxito increíble. En lugar de ser indiferentes al bienestar público, la abrumadora mayoría de los médicos no quería que los pacientes murieran por seguir sus consejos.

     

     

    Parte 2

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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