Alemania: el país de la política estancada

    0

    Alemania es el país de la política estancada. Vivir en la República Federal de Alemania es mirar al mundo en general, y ver cambios, reveses y novedades en todas partes, menos en casa. Fuimos uno de los últimos países en levantar la obligatoriedad de llevar mascarilla y relajarnos ante el virus respiratorio más sobrevalorado del mundo, y también seremos uno de los últimos países en abandonar la política globaloide −retardada e ingenua− que se desarrolló tras la caída del Muro de Berlín. Nos aferraremos como una muerte siniestra al edificio ideológico ingenuo y demente de este período de 27 años, cuando todo el mundo dio por sentado que la historia había terminado, y que el futuro no sería más que un liberalismo anglófono, en constante avance y auto-perfeccionamiento para siempre.

    Pronto, Donald Trump comenzará a cumplir su segundo mandato como presidente de los Estados Unidos, Justin Trudeau renunció en Canadá, y el Partido de la Libertad, de derecha y populista, dirigido por Herbert Kickl, formará gobierno en Austria. Aquí en la República Federal, sin embargo, todo seguirá como antes, al menos en el corto plazo. Abordaremos la migración masiva sólo de manera cosmética, probablemente seremos el último país del mundo que siga enviando armas a Ucrania y tal vez, incluso dentro de dos décadas, cuando el climatismo (fanatismo del clima) se haya desintegrado en una cáscara pseudorreligiosa ritualizada de lo que fue, sigamos talando bosques para dejar espacio para más aerogeneradores. Por supuesto, eso es mi pesimismo, pero deben estar de acuerdo en que no es inconcebible. Haremos todo ésto para dar ejemplo a los demás, para sentirnos bien con nosotros mismos, y para creer que estamos en el lado correcto de la historia.

    El estancamiento político en Alemania se convertirá en un fenómeno cada vez más evidente y extraño, a medida que el consenso liberal progresista se desvanezca en el resto del mundo. Peor aún, el estancamiento político hace que los políticos alemanes sean incapaces de responder a las contingencias, de percibir el mundo cambiante tal como es, y de apaciguar a sus ciudadanos cada vez más inquietos. Los recursos gastados en mantener estancada la política −porque la política estancada es una elección deliberada de nuestra élite, y no un extraño problema de dimensión desconocida, en el que se han metido por casualidad− también significan que Alemania se enfrentará a circunstancias internas cada vez peores, y a un gobierno cada vez peor. Vale la pena preguntarse cómo la política alemana se estancó de esta manera, y si alguna vez podrá salir de ese estancamiento.

    La razón por la que la política alemana se ha estancado tiene mucho que ver con la naturaleza de la República Federal. Quienes redactaron nuestra Ley Fundamental en 1949 querían una Alemania que resistiera la interferencia de los elementos nacionalsocialistas restantes, así como la subversión de los comunistas en el Este. Para estos fines, han dotado a mi joven país de un complejo de mecanismos jurídicos que llamamos “democracia defensiva”. A pesar de su nombre, la “democracia defensiva” es un elemento antidemocrático estratégicamente tejido en nuestro tejido constitucional, cuyo propósito es impedir que los votantes alemanes elijan la opción política “equivocada”. Con el paso de los años, la “democracia defensiva” ha crecido como un tumor maligno, dominando una proporción cada vez mayor del espacio político. Los principales partidos, el enorme aparato mediático estatal, y muchas personas influyentes, pasan hoy varias horas al día hiperventilando sobre el estado de la democracia alemana, e inventando formas cada vez más autoritarias para salvarla. La economía, la seguridad, los servicios y la infraestructura han pasado a ser preocupaciones secundarias, frente a este amplio mandato de Defender Nuestra Democracia.

    No siempre fue así. Mientras existió la DDR (Alemania del Este), las armas de la “democracia defensiva” tuvieron que apuntar principalmente a la izquierda, porque nuestros políticos tenían el extraño temor de que un día los alemanes pudieran levantarse de la cama y votar para vivir en las cajas comunistas de concreto. Por lo tanto, las potencias de la Guerra Fría vieron a la derecha política como un importante contrapeso anticomunista. El nacionalsocialismo siempre ha sido inaceptable, pero las políticas que ahora defiende lAlternative für Deutschland [AfD] estuvieron bien representadas en los partidos de centroderecha oficialmente reconocidos hasta mediados de los años 1990. En algún momento, sin embargo, el sistema político alemán se dio cuenta de que el Muro había sido derribado y comenzó a incorporar a los elementos de izquierda –principalmente al Partido Verde– que hasta entonces habían sido excluidos. Los ideólogos liberales progresistas, enriquecidos por estas nuevas incorporaciones izquierdistas, han recalibrado toda su maquinaria para suprimir a “la derecha” y evitar que retrase su valiente marcha hacia el Fin de la Historia. Mantener la política alemana permanentemente estancada en el año 2015 –preservar todas las relaciones partidarias, la dinámica política y, sobre todo, las oportunidades de carrera y clientelismo de la era Merkel–, ese es el verdadero significado y propósito de los actuales paroxismos “antiderecha”.

    Podemos decir que todas las estructuras de poder desean la continuación del statu quo, porque los cambios en las circunstancias implican el ascenso al poder de facciones rivales y de nuevas personas. Un contexto político cambiante es la mayor amenaza que enfrentan las élites gobernantes en los sistemas democráticos liberales. Si no pueden adaptarse e incorporar nuevas ideas –un tremendo desafío para los escleróticos y osificados líderes que hemos heredado–, entonces comenzarán a perder elecciones, sus fuentes de clientelismo se secarán, y jóvenes ambiciosos buscarán carreras en otras organizaciones. Por supuesto, los asuntos humanos no pueden conservarse en ámbar, y el progreso tecnológico en particular crea la expectativa reflexiva de que las cosas siempre deben mejorar y volverse más refinadas. Los dirigentes occidentales moldearon estas expectativas en un progresismo altamente predecible: una serie de pequeños e inofensivos cambios, actualizaciones y radicalizaciones del programa liberal, en el que era muy fácil identificar la opción “correcta”, ya que siempre apuntaba en la misma dirección. Aquellos que se negaron a sumarse a la última moda progresista, fueron convertidos en derechistas recalcitrantes. Y en Alemania, a diferencia de otras naciones, las élites tenían las herramientas de la “democracia defensiva” para reprimirlos.

    El problema es que el progresismo ha llegado al final de su ciclo. Hay un número limitado de nuevos derechos humanos que reconocer, grupos oprimidos que liberar, y causas humanitarias que defender. La ideología transgénero, posiblemente la última gran cruzada progresista, ha llevado al sistema a un conflicto abierto con la realidad, de un modo que no sirve a los intereses de nadie más que a unos pocos activistas. Y por supuesto, resulta que no estamos al final de la historia después de todo. El mundo se está hundiendo en un nuevo tipo de Guerra Fría, y están regresando las viejas dinámicas geopolíticas que hacen que los hombres se sientan arraigados en un momento histórico específico.

    En los próximos años, sospecho que veremos un retroceso gradual de los excesos del sistema progresista en todo Occidente. En Alemania, sin embargo, sólo veremos un esfuerzo por resistir este cambio masivo, en nombre de la lucha contra los nazis y la extinción de la “extrema derecha”. Nuestras élites políticas quedarán cada vez más aisladas, y su intransigencia provocará que se acumule cada vez más energía populista bajo presión, hasta que en algún momento la presa se rompa. Mientras tanto, Alemania se convertirá en un curioso caso de estancamiento, en el que los políticos seguirán comprometidos a librar las batallas progresistas de la generación anterior, sin propósito, sin esperanza de victoria y, fundamentalmente, sin siquiera una sensación de progreso. Y las condiciones internas seguirán deteriorándose, porque ¿quién tiene tiempo para gobernar una nación, cuando la orden del día es mantener todo como estaba hace diez años?

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

    DEIXE UMA RESPOSTA

    Por favor digite seu comentário!
    Por favor, digite seu nome aqui