Cuando los liberales argumentan a favor de la igualdad de oportunidades, a menudo dan por sentado que su significado es evidente. Insisten en que no exigen igualdad de resultados, sino sólo igualdad de oportunidades. Su objetivo al exigir igualdad de oportunidades suele ser garantizar que todos tengan la misma posición inicial en la vida, o al menos que a nadie se le impida explícitamente participar en las actividades que elija. Ésto es lo que quieren decir los liberales cuando afirman que todos deberían tener las mismas oportunidades de acceder a la educación o a una buena atención médica. Quieren decir que nadie debería ser excluido arbitrariamente de dicha participación. A menudo ésto es expresado en el principio de no discriminación: la idea de que nadie debe ser excluido por su raza, sexo o cualquier otra característica personal.
Sin embargo, si bien la igualdad de oportunidades es fácil de explicar en teoría, en la práctica es difícil lograr un consenso sobre si tales condiciones se dan en la realidad. La Enciclopedia de Filosofía de Stanford observa:
A pesar de su familiaridad y aparente popularidad, la idea de la Igualdad de Oportunidades ha resultado ser a la vez controvertida y esquiva … una parte sustancial de la obra filosófica que reflexiona explícitamente sobre la noción de Igualdad de Oportunidades, implica desentrañar y distinguir la gama de diferentes ideas que se enmarcan bajo esa bandera.
Por ésto, a pesar de décadas de aplicación de leyes antidiscriminatorias, muchos liberales aún se quejan de que la “igualdad de oportunidades” aún no ha sido alcanzada. Lo que quieren decir es que simplemente aspirar a la igualdad de oportunidades no basta; cuando aspiramos a un objetivo, esperamos que esa aspiración marque una diferencia real en lo que vemos en la práctica. Como lo expresó Joseph Stiglitz en 2013: “La brecha entre la aspiración y la realidad difícilmente podría ser mayor. Hoy en día, Estados Unidos tiene menos igualdad de oportunidades que casi cualquier otro país industrial avanzado”.
Para los liberales preocupados por la igualdad de oportunidades, no se trata de una aspiración vacía ni de la mera expresión de una quimera. Se espera que, en realidad, las personas disfruten de una mayor igualdad de oportunidades. Inevitablemente, estas inquietudes han llevado a una creciente preocupación por medir las brechas de rendimiento, comparar los logros de los grupos favorecidos y desfavorecidos, y rastrear las tasas de participación grupal. Se dice que el objetivo declarado es determinar si en realidad las oportunidades son iguales. Por ejemplo, Stiglitz quiere saber: “¿Es igual de probable que un hijo de padres pobres o con poca educación, obtenga una buena educación y ascienda a la clase media, que alguien nacido de padres de clase media con títulos universitarios?” Así, subrepticiamente, la preocupación por los resultados entra en los debates sobre la igualdad de oportunidades.
Es inútil en este punto insistir en que la oportunidad no es lo mismo que el resultado, por dos razones. En primer lugar, los debates sobre justicia e igualdad no siempre son meramente semánticos. Parecería bastante hipócrita responder a Stiglitz remitiéndole al diccionario. En segundo lugar, incluso si nos atenemos rigurosamente al significado estricto de las palabras, la palabra “oportunidad” sigue siendo un obstáculo particular. El diccionario de Cambridge define “oportunidad” como “una ocasión o situación que posibilita hacer algo que se desea o se debe hacer, o la posibilidad de hacer algo”. En teoría, es “posible” que cualquiera entre en una tienda y compre productos, pero si no se tiene dinero, no es “posible” hacerlo en ningún sentido real. Incluso se podría decir que es imposible, debido a la falta de fondos. Por lo tanto, la distinción entre oportunidad y resultado, si bien su definición es muy clara, resulta difícil de alcanzar en la práctica. Visto desde esta perspectiva, pronto se hace evidente que, para muchos liberales, la palabra “oportunidad” significa la posibilidad real de alcanzar los objetivos deseados, no sólo la posibilidad teórica de hacerlo.
Hay tres maneras posibles de resolver este debate. La primera opción es seguir promoviendo la teoría de la “igualdad de oportunidades” sin importar la realidad. Cuando personas como Stiglitz se quejan de la ausencia de “igualdad de oportunidades”, podríamos simplemente insistir en que las oportunidades de todos son consideradas iguales siempre que no se identifiquen barreras explícitas. El hecho de que las aspiraciones de las personas se cumplan, es irrelevante si consideramos la igualdad de oportunidades como una aspiración puramente teórica. Es la aspiración en sí misma, la declaración del sueño, lo que importa. Esta es la respuesta típica a quienes se quejan de no haber alcanzado su potencial debido a su raza, sexo o género: simplemente se les podría pedir que identifiquen cualquier barrera específica que se haya interpuesto en su camino. Si no pueden señalar ninguna barrera específica, significa que sus oportunidades deben ser consideradas iguales a las de cualquier otra persona. Esta forma de abordar el problema atrae a muchos conservadores, pero el problema es que no es políticamente atractiva: da la impresión de ignorar el problema, o de desestimar con desdén las preocupaciones de la gente. Una segunda opción, políticamente más atractiva, se está desarrollando actualmente en la mayoría de los países avanzados: legislar para la igualdad de oportunidades mientras se miden descaradamente las diferencias en resultados y logros, e ilegalmente son aplicadas cuotas y objetivos. Este parece ser el compromiso difícil al que han llegado en la mayoría de las jurisdicciones, pero tiene la desventaja de ser deshonesto y, peor aún, incompatible con el ideal de igualdad formal.
Una tercera opción sería adoptar un enfoque “socialista integral” y efectuar un esfuerzo más coordinado para lograr la igualdad de oportunidades para todos. El problema es obvio: el socialismo no funciona, y siempre termina en tiranía y conflicto. ¿Por qué es imposible lograr la igualdad de oportunidades? Parte de la dificultad radica en qué se entiende por “oportunidad”. En su libro, Libertad, Mercado y Estado: Economía Política en la década de 1980, James M. Buchanan describe el concepto formal o teórico de “oportunidad” al poner el ejemplo de un aparcero que tiene la oportunidad de convertirse en presidente. No existe ninguna ley que prohíba a los aparceros postularse a la presidencia, por lo que tienen las mismas oportunidades de ser presidentes. Sin embargo, Buchanan reconoce que la mayoría de los defensores de la igualdad de oportunidades se preocupan por algo más que la ausencia de barreras legales. Buscan “justicia”. Es poco probable que se conformen con el argumento de que, “en teoría”, tienen las mismas oportunidades de alcanzar sus objetivos. Sin embargo, como observa Buchanan, lograr la igualdad de oportunidades “en la práctica” es imposible por diversas razones. ¿Es posible que un corredor gane una maratón sin entrenamiento? ¿La posibilidad de que gane la carrera es igual a la de los corredores entrenados? Buchanan pone el ejemplo de un juego: ¿tienen todos los jugadores las mismas oportunidades de ganar? En teoría, sí, siempre que las reglas sean aplicadas por igual a todos los jugadores. En realidad, la “oportunidad” de un jugador en forma y fuerte, no es igual a la de un jugador débil y enfermizo. Buchanan señala la dificultad de brindar ayuda adicional al jugador más débil para “igualar” su oportunidad de ganar:
No existe ningún agente externo, señor o déspota benévolo que pueda detectar las diferencias entre los jugadores con antelación, y ajustar las posiciones iniciales. Se pueden establecer normas constitucionales que establezcan estructuras institucionales dentro de las cuales se pueda fomentar cierta igualación de las posiciones iniciales. Sin embargo, si para su implementación es adoptada esta vía constitucional en lugar de la política, debe reconocerse la incapacidad de lograr un “ajuste fino” entre oportunidades posiblemente muy dispares.
Así, como señala Buchanan, en el contexto de la igualdad de oportunidades para ganar un juego, “las desigualdades persistirán; las oportunidades seguirán siendo diferentes para cada persona”. Ésto ocurre incluso antes de considerar otros factores mencionados por Buchanan, como el nacimiento, el azar, el esfuerzo y la elección. Todo ésto da como resultado una situación en la que, siendo realistas, las oportunidades no pueden ser igualadas. Para seguir insistiendo en que las oportunidades de todos son iguales, a pesar de toda la evidencia en contra, tendríamos que utilizar las palabras de forma eufemística, en lugar de descriptiva. Tendríamos que ver la “igualdad de oportunidades” como una frase sin sentido, que denota la ausencia de normas discriminatorias. Pero el uso eufemístico del lenguaje es cobarde y tiende a fomentar la deshonestidad. Es más honesto, al menos, intentar decir lo que decimos. Por lo tanto, Buchanan sugiere que sería mejor hablar en términos de oportunidades “razonablemente justas”. Argumenta que las oportunidades pueden ser razonablemente justas sin ser iguales, siempre que todos se rijan por las mismas reglas:
Quiero hablar de las instituciones destinadas a garantizar “oportunidades justas para participar”. Incluso si las personas reconocen que las posiciones iniciales nunca pueden ser igualadas, se pueden tomar medidas que permitan a todas las personas tener las mismas oportunidades de participar. Por ejemplo, el hijo de un aparcero nunca podrá tener las mismas oportunidades de convertirse en presidente que el hijo de un multimillonario, pero las instituciones pueden organizarse para que el hijo del aparcero no sea excluido abiertamente del juego. Y si se le permite jugar, y con las mismas reglas, existe al menos alguna posibilidad de que gane.
Los lectores familiarizados con el rechazo del igualitarismo por parte de Murray N. Rothbard notarán que la noción de Buchanan de “oportunidades justas” aún no evita el peligro de emprender el camino hacia el socialismo. La idea de Buchanan de las “medidas que se pueden tomar” para brindar a todos una oportunidad justa, incluye un papel para la tributación redistributiva, mientras que Rothbard considera todas las formas de tributación como robo. Como señala David Gordon, la preocupación de Buchanan por la igualdad de oportunidades coincide considerablemente con el concepto de justicia distributiva de John Rawls. Cualquier redistribución no voluntaria de la riqueza sería incompatible con la teoría de Rothbard de la autopropiedad y la propiedad privada, como fundamento de la justicia libertaria.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko