Si dejáramos de usar plástico mañana, las cadenas de suministro globales colapsarían, los alimentos no llegarían a las personas que los necesitan en áreas remotas, y millones de personas perderían el acceso a suministros médicos que salvan vidas.
Rara vez escuchamos cosas positivas sobre el plástico. Los titulares abundan con estadísticas alarmantes sobre la contaminación por microplásticos e imágenes inquietantes de la contaminación oceánica. Sin embargo, el plástico ha desempeñado discretamente un papel esencial en la reducción de la pobreza, la mejora del nivel de vida global, e incluso en salvar vidas. ¿Cómo podrían los tóxicos y contaminantes plásticos combatir la pobreza en todo el mundo?
En artículos recientes titulados “Elogio del plástico” y “Los plásticos son más ecológicos que lo que parecen”, The Economist destaca cómo el plástico reduce el peso y el costo del transporte. Por ejemplo, una botella de plástico de un litro pesa sólo 5% de su equivalente en vidrio, lo que la hace 20 veces más ligera y mucho más fácil de transportar. Si bien los artículos originales se centraban principalmente en la eficiencia, mi punto es que los envases más livianos no sólo reducen los costos, sino que aumentan drásticamente el acceso de las personas de bajos recursos a los productos básicos.
Los alimentos envasados en plástico duran mucho más, una gran ventaja para los 1.000 millones de personas más pobres. Los envases herméticos de plástico mantienen productos básicos como la harina de maíz, el arroz y el aceite de cocina más frescos, más asequibles y más fáciles de almacenar. Además, los envases de plástico permiten que los alimentos recorran mayores distancias y lleguen a zonas remotas con mayor facilidad. Ésto es especialmente importante en regiones pobres, donde la infraestructura vial es deficiente y la refrigeración es escasa.
Un ejemplo específico, pero lamentablemente ignorado, es el papel que el plástico ha desempeñado en la reducción a la mitad de las muertes anuales por malaria en todo el mundo. En el año 2000, la malaria mató a casi un millón de personas en todo el mundo. Sin embargo, las jeringas de plástico desechables garantizaron el tratamiento seguro contra la malaria, a la vez que previnieron la transmisión por agujas contaminadas. Los mosquiteros, a menudo fabricados con fibras de plástico, proporcionaron barreras físicas contra los mosquitos portadores de la malaria. Otro producto plástico brillante, las láminas de plástico tratadas con insecticidas (ITPS), son utilizadas en la construcción de viviendas y refugios, y matan a los mosquitos al contacto. En los últimos 25 años, estos productos plásticos han reducido significativamente las tasas de infección de malaria en todo el mundo, especialmente en África, y han disminuido las muertes anuales por malaria a la mitad.
Este es el panorama general de los últimos 25 años: a medida que la producción de plástico ha aumentado a nivel mundial, las tasas de mortalidad por malaria han disminuido, y la pobreza ha disminuido drásticamente. Según The Economist, la producción mundial de plástico se duplicó entre 2000 y 2021, pasando de 234 millones de toneladas a casi 460 millones. Durante ese mismo período, la pobreza extrema (definida como vivir con menos de U$S 2,15 / día) se redujo de aproximadamente 28% de la población mundial, a tan solo 8,5%, según datos del Banco Mundial. El FMI proyecta que las tasas de pobreza seguirán disminuyendo, hasta alcanzar alrededor de 7% para finales de 2025.
La correlación entre el aumento del uso de plástico, la reducción de la pobreza, y la disminución de las muertes por malaria, es sorprendente. ¿Podría el plástico ser el héroe anónimo en la lucha contra la pobreza y las enfermedades? Y si lo es, también debemos afrontar una pregunta difícil: ¿es la contaminación por plástico una compensación aceptable, o incluso inevitable, para reducir el sufrimiento humano?
El enfoque económico exige reconocer las compensaciones. En un mundo de escasez, no existen soluciones perfectas. Resolver un problema, a menudo crea o agrava otro. La contaminación plástica es, sin duda, alarmante. Mientras escribo estas palabras, no puedo evitar la inquietante idea de que fragmentos microscópicos de plástico podrían estar circulando por mi mente en este preciso momento. Pero ¿cuál es la alternativa? Si dejáramos de usar plástico mañana, las cadenas de suministro globales colapsarían, los alimentos no llegarían a quienes los necesitan en zonas remotas, y millones perderían el acceso a suministros médicos vitales. ¿Estamos dispuestos a aceptar este aumento del sufrimiento humano para vivir en un mundo sin plástico? Yo no.
El papel del plástico en la reducción de la pobreza es inmenso. Permite a las personas de bajos recursos mejorar su salud y acceder a alimentos y otros bienes con mayor facilidad. Para los 1.000 millones de personas más pobres del planeta, los beneficios del plástico superan ampliamente sus inconvenientes ambientales.
Por supuesto, debemos intentar gestionar los residuos plásticos de forma responsable. Nuestras tasas actuales de reciclaje rondan 9%, lo que sigue siendo demasiado bajo. Otras prioridades importantes asociadas con el uso del plástico son las innovaciones en la tecnología de reciclaje, la mejora de la infraestructura de recolección de residuos, y la gestión más segura de los vertederos. Por último, pero no menos importante, deberíamos intentar reducir el uso de plástico cuando sea redundante o innecesario.
La demanda mundial de plástico seguirá aumentando, mientras que las tasas de pobreza seguirán disminuyendo. Quizás aceptar ambas tendencias sea el mejor compromiso que la humanidad puede alcanzar de forma realista en este momento: el mundo del mañana será un mundo con menos pobreza y más plástico.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko