“Si el poder del gobierno se basa en la aceptación generalizada de ideas falsas, incluso absurdas y tontas, entonces la única protección genuina es el ataque sistemático a estas ideas, y la propagación y proliferación de las verdaderas”. —Hans-Hermann Hoppe
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Aprincipios de 2006, recibí inesperadamente un paquete de Llewellyn H. Rockwell Jr., fundador y presidente del Instituto Ludwig von Mises de Auburn, Alabama. Contenía la segunda edición del libro de Hans-Hermann Hoppe, “La economía y la ética de la propiedad privada: Estudios de economía política y filosofía” (2006). La lectura del libro de Hoppe influyó en mi pensamiento y mis acciones como ninguna otra obra de filosofía económica lo ha hecho. De hecho, al terminar y cerrar el libro, me encontré confrontado con la confusión de muchos de mis trabajos académicos previos
‒y sospecho que muchos otros que también conocieron los escritos de Hoppe, particularmente en una época en la que ya se consideraban economistas cultos e informados‒ experimentaron un cambio de perspectiva similar. En retrospectiva, me describiría como una especie de “economista convencional” de tipo monetarista (aunque nunca he considerado las ideas keynesianas). En consecuencia, no he visto ningún problema en realizar estudios empíricos en mi trabajo académico, principalmente sobre temas monetarios y del mercado financiero. Cuando recibí el libro de Rockwell como regalo, ya conocía algunas obras de Ludwig von Mises (1881-1973), tras haber leído numerosas publicaciones de Friedrich August von Hayek (1899-1992). Sin embargo, fueron los escritos de Hoppe los que me hicieron comprender realmente lo que von Mises quería transmitir, lo que me llevó a adoptar una postura “apriorista extrema”. Ésto significa, sobre todo, que ahora soy partidario de la postura epistemológica de que la ciencia económica es una ciencia a priori de la acción humana, no una ciencia empírica.[[1]]
La obra de Hoppe se basa en las ideas fundamentales de dos pensadores notables: Ludwig von Mises y su discípulo más importante, Murray N. Rothbard (1926-1995). Sin embargo, la contribución de Hoppe va más allá de simplemente continuar el legado de estos dos brillantes intelectuales. Hoppe también logra sustentar y avanzar las investigaciones epistemológicas existentes, arrojando luz sobre problemas y cuestiones que no habían sido plenamente comprendidas en las obras de von Mises y de Rothbard. Un ejemplo notable es el “a priori de la argumentación” de Hoppe,[[2]] con el que proporciona una base a priori a la idea de Rothbard sobre la posibilidad de una ética racional ‒que previamente había fundamentado únicamente en el derecho natural.[[3]] Otro ejemplo es la elucidación y justificación que Hoppe hace de la lógica de la acción humana de von Mises (praxeología) como el método científico adecuado para la economía. Repasemos brevemente el enfoque de Hoppe.
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Von Mises planteó una pregunta fundamental: ¿cómo pueden ser discernidas leyes o regularidades en economía, una disciplina científica que pertenece al ámbito de la acción humana? Su respuesta fue que el método científico adecuado de la economía es la lógica de la acción humana o praxeología. Hoppe expone con rigor y claridad epistemológicos incomparables que la afirmación de von Mises es correcta: las ciencias sociales y económicas sólo pueden ser conceptualizadas significativamente como una ciencia de la acción a priori, pero no como una ciencia empírica. En mi opinión, las contribuciones particularmente importantes de Hoppe en este contexto son Kritik der kausalwissenschaftlichen Sozialforschung Untersuchungen zur Grundlegung von Soziologie und Ökonomie (Crítica de la investigación social científica causal, 1983) y Economic Science and the Austrian Method (Ciencia económica y el método austriaco, 1995).
La razón decisiva por la que el método científico de las ciencias naturales, arraigado en el positivismo-empirismo-falsacionismo, no puede ser aplicado en economía, es la capacidad de aprendizaje de los actores humanos (Lernfähigkeit). La afirmación de que los actores humanos poseen la capacidad de aprender no puede ser negada sin incurrir en inconsistencia lógica.[[4]] Más bien, se erige como una verdad a priori: su verdad puede ser establecida independientemente de la experiencia empírica. No requiere prueba ni refutación mediante la experiencia, ni es posible dicha verificación o falsificación de esta manera, y puede ser reivindicada su aplicabilidad universal. En consecuencia, en la acción humana no pueden existir constantes cuantitativas de comportamiento como las observadas en las ciencias naturales, como la relación del tipo “Si A aumenta x %, B reacciona y %”.
No existen observaciones (datos) análogas (homogéneas) en el ámbito del comportamiento humano que nos permitan predecir acciones humanas futuras con base en observaciones pasadas. En cambio, cada acción humana debe ser considerada única, ocurriendo en condiciones específicas que no pueden ser replicadas de forma idéntica. Consideremos el a priori de la capacidad de aprender en este contexto: implica que el conocimiento de un actor ‒que determina sus acciones‒, evoluciona y cambia con el tiempo. Como resultado, las acciones realizadas por un actor en diferentes momentos, no pueden ser consideradas uniformes. Por lo tanto, en el ámbito de la acción humana, no existe una base de datos de observaciones comparables similar a la que puede ser lograda en las ciencias naturales mediante la experimentación. Von Mises argumentó que, dado el estado actual del conocimiento científico, era imposible explicar y predecir científicamente las ideas que innegablemente moldean las acciones humanas, basándose únicamente en factores externos, ya sean químicos o biológicos, lo que deja espacio para la expectativa de que ésto pudiera suceder algún día.[[5]] Sin embargo, a través de su concepto a priori de la capacidad de aprender, Hoppe aclara que las ideas que guían la acción humana nunca pueden ser explicadas científicamente por factores externos por razones lógicas. Si poseyera conocimiento de todas mis acciones futuras, ésto implicaría que conozco, en el presente, todas mis acciones futuras, noción que contradice inherentemente la verdad a priori de la capacidad de aprender, lo que la convierte ipso facto en una afirmación falaz.[[6]] Dado que no podemos determinar (todo) el conocimiento futuro de un actor, predecir su acción futura sigue siendo inalcanzable.
Hoppe no sólo presenta la conclusión de que las ciencias sociales y económicas sólo pueden ser entendidas significativamente como ciencia a priori de la acción humana, sino que también aborda meticulosamente los desafíos que surgen cuando estas disciplinas son estudiadas como ciencias empíricas, lo que casi sin excepción es el caso hoy en día. En este contexto, Hoppe también investiga las razones de la preferencia entre científicos y economistas por este enfoque epistemológico. De este modo, ofrece un respaldo sustancial y matizado a críticas similares a las articuladas por Helmut Schelsky en El trabajo lo hacen otros: la lucha de clases y el gobierno sacerdotal de los intelectuales (1975), y Stanislav Andreski en Los hechiceros de las ciencias sociales. Abuso, moda y manipulación de una ciencia (1977).
Hoppe explica inequívocamente que los científicos sociales y económicos que abordan su disciplina como una ciencia empírica no sólo generan resultados no científicos. En cambio, enmarcar la economía como una ciencia empírica sirve, ante todo, al avance profesional y a los intereses personales de los propios científicos sociales y económicos.[[7]] Al adoptar metodologías similares a las de las ciencias naturales, los científicos sociales pueden embarcarse en un número aparentemente infinito de esfuerzos de investigación, producir innumerables artículos y libros, aparecer en los medios, obtener generosas subvenciones de investigación, y organizar innumerables conferencias, sin lograr jamás resultados científicamente sólidos. Al adoptar el enfoque científico de las ciencias naturales, los sociólogos y economistas se vuelven particularmente atractivos para el estado, la política y, por supuesto, los grupos de intereses especiales.
Incluso las teorías más ridículas –como la que aboga por el reemplazo de las monedas de oro y plata por dinero fiduciario monopolizado por el estado, bajo el pretexto de aumentar el crecimiento económico, o la que propone el socialismo como medio para un mundo mejor y más próspero– tienen una posibilidad de ser implementadas.[[8]] Ésto se debe a que, si la economía es considerada una ciencia empírica, el único método que considerado aceptable para verificar la veracidad de las teorías económicas, es a través de la prueba y la aplicación práctica. Aquellos que se oponen a ese proceso suelen ser considerados anticientíficos, contrarios al progreso, retrógrados y descartados. Los economistas que se alinean con el paradigma de la ciencia empírica pueden recibir diversas recompensas, incluidos prestigiosos títulos patrocinados por el estado, ingresos estables, pensiones y amplio financiamiento para investigación. En última instancia, Hoppe sostiene que la orientación científica empírica de la economía no sólo socava la integridad de la disciplina, corrompiéndola fácilmente, sino que también la distrae de su búsqueda de la verdad, haciéndola susceptible a la manipulación por parte de grupos de intereses especiales y, sobre todo, relegándola a un instrumento de propaganda estatal.[[9]]
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La teoría a priori de la acción humana se extiende más allá de fenómenos económicos aislados, como los efectos de una expansión de la oferta monetaria, las reducciones de los tipos de interés de mercado por parte de los bancos centrales, el aumento de los impuestos sobre la renta, o la imposición de aranceles de importación u otras medidas proteccionistas. También puede ser aplicada a fenómenos sociomacroeconómicos que proyectan los resultados de acciones humanas específicas, instituciones creadas por el hombre, y otros eventos económicos. Hoppe demuestra esta evaluación a priori de las consecuencias (o: pensamiento teórico de la progresión) en su ensayo “Banca, estados-nación y política internacional: Una reconstrucción sociológica del orden económico actual” (2006).[[10]] El artículo es de gran importancia por muchas razones.[[11]]
Representa una potente combinación de riguroso análisis a priori, interpretación histórica y predicción condicional de desarrollos y resultados futuros. Hoppe comienza explicando que, tal como lo conocemos hoy, el estado es un grupo de personas que actúan como monopolistas territoriales y coercitivos, con la autoridad final para tomar decisiones sobre todos los conflictos dentro de su territorio, y la autoridad fiscal, y que buscan monopolizar la producción monetaria para reforzar su poder y enriquecerse. Internamente, el estado es agresivo con su propia población mediante el aumento de impuestos, la imposición de un número creciente de regulaciones y leyes, y la generación de inflación crónica mediante la expansión del dinero fiduciario. Y, por si fuera poco, el estado también participa en agresiones externas contra otros estados.
Siempre que es posible, el estado económica y militarmente dominante ejerce influencia sobre los estados económica y militarmente más débiles, obligándolos a obedecer, exigiendo su lealtad, e imponiendo su dinero fiduciario para las transacciones internacionales y como reserva de divisas. Según Hoppe, un estado económicamente fuerte con políticas internas relativamente liberales está en condiciones de expandir su poder con mayor eficacia, aprovechando amplios recursos con relativamente poca presión sobre su economía y sociedad nacionales, manteniendo a raya la resistencia y facilitando así la implementación de políticas exteriores agresivas. Hoppe deduce además que una comunidad de estados, tal como la conocemos hoy, no representa un equilibrio estable, sino que impulsa la formación de una entidad global, un estado o gobierno mundial, que introducirá una moneda fiduciaria global única.
El marco teórico de Hoppe sobre la progresión proporciona una sólida perspectiva intelectual a través de la cual pueden ser significativamente explicados los desarrollos en los sistemas monetarios y bancarios, la formación y expansión de estados, y la política exterior. En este contexto, queda claro, por ejemplo, que la creación del euro no es un “resultado natural”, sino el resultado de los esfuerzos deliberados de los estados por eliminar la competencia monetaria, incluso si sólo existía entre monedas fiduciarias estatales, y por afirmar un control total sobre la esfera monetaria. Surge una verdad incómoda: la existencia del estado tal como lo conocemos hoy, o una coalición de estados, alberga una dinámica desastrosa, que conduce al surgimiento de un solo estado o gobierno mundial, una perspectiva cargada del potencial de tiranía sin precedentes.
Hoppe ofrece una revelación que puede sorprender a algunos, y posiblemente abrumar a muchos: que la existencia del estado tal como lo conocemos hoy, ha llevado a la sociedad y a toda la civilización por un camino destructivo. Al aplicar el análisis teórico de la progresión a priori, queda claro que incluso un estado mínimo, evolucionará inevitablemente hacia un estado máximo, y allanará el camino para una única moneda fiduciaria mundial. Afirma:
El “fénix” (o como se le llame) se alzará como papel moneda mundial, es decir, a menos que la opinión pública, como único límite al crecimiento del gobierno, experimente un cambio sustancial, y el público comience a comprender la lección explicada en este libro: que la racionalidad económica, la justicia y la moral, requieren un patrón oro mundial y una banca libre con 100% de reserva, así como un mercado mundial libre; y que un gobierno mundial, un banco central mundial y un papel moneda mundial, contrariamente a la impresión engañosa de que representan valores universales, en realidad significan la universalización e intensificación de la explotación, la falsificación y la destrucción económica.[[12]]
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Como fue anteriormente mencionado, Hoppe exploró extensamente los fundamentos epistemológicos de las ciencias sociales y económicas, centrándose particularmente en la lógica de la acción humana (praxeología), tal como la articuló Ludwig von Mises. Según von Mises, el estudio de la acción humana no es una ciencia empírica, sino que sólo puede ser conceptualizada como ciencia a priori. En el núcleo de la praxeología como método científico se encuentra la proposición “El hombre actúa”, la que sirve como principio fundamental, como el punto de apalancamiento de Arquímedes, por así decirlo. Hoppe examinó meticulosamente el status epistemológico de la proposición, y la categorizó como un juicio sintético a priori en la tradición filosófica de Immanuel Kant (1781-1804). Si bien puede haber opiniones divergentes sobre este tema, me gustaría ofrecer observaciones adicionales que refuerzan la postura de Hoppe. En su Crítica de la razón pura (1781), Kant no se ocupó del conocimiento a priori per se.[[13]] En cambio, profundizó específicamente en la noción de a priori “puro”, como lo indica el adjetivo “puro” en el título de su libro. En este contexto, Kant se refiere a “conceptos puros del entendimiento”; es decir, conceptos a priori especiales que carecen de contenido experiencial, y se originan exclusivamente en el entendimiento humano. Según Kant, estos conceptos puros del entendimiento siempre se presuponen mediante conceptos empíricos. A diferencia de los conceptos generales, no se derivan de otras fuentes y, siguiendo la tradición de Aristóteles, Kant se refiere a ellos como “categorías”, los conceptos fundamentales del pensamiento. Kant derivó estos conceptos a priori “puros” del entendimiento de su “tabla de categorías” y “tabla de juicios” los que, sin embargo, no gozan de aceptación universal en los círculos filosóficos profesionales.[[14]]
Pero incluso si su tabla de categorías no fue derivada ni completada de manera consistente, Kant introdujo ciertos conceptos que pueden ser razonablemente clasificados como conceptos a priori puros del entendimiento, como por ejemplo los operadores lógicos [la negación (“no”) y la conjunción (“y”)]. Además, Kant busca el origen de “la unidad en las condiciones de nuestros objetos de experiencia”; es decir, la fuente de la cual unificamos y comprendemos la diversidad de las percepciones sensoriales de manera coherente, y de la cual emergen, en última instancia, todas las categorías. La exploración de Kant se centra en la “unidad original-sintética de la apercepción”, que denota la capacidad del entendimiento humano para construir objetos de experiencia o concebirlos a partir de las percepciones sensoriales mediante la síntesis o la unificación. Kant identifica la fuente de toda unidad en nuestros objetos de experiencia en la autoconciencia del sujeto. Según Kant, “yo pienso” es la idea irreductible ‒la unidad original-sintética de la apercepción‒ que debe acompañar a todas las experiencias. Kant articula esta idea de la siguiente manera: “El ‘yo pienso’ debe acompañar todas mis representaciones, pues de lo contrario se representaría en mí algo que no podría ser pensado; en otras palabras, la representación sería imposible o, al menos, no sería, en relación conmigo, nada”.[[15]] Al considerar el pensamiento como una forma concreta de la acción humana, la afirmación de von Mises “Los humanos actúan” o, dicho de forma más personal, “yo actúo” es, por lo tanto, un concepto irreductible.[[16]] Esta noción sugiere que la diversidad de todas las percepciones sensoriales, incluidas las relacionadas con las categorías de acción, está inherentemente ligada precisamente a esta condición de “yo actúo”. Desde esta perspectiva, la afirmación de von Mises “Los humanos actúan” no sólo es calificada como a priori, sino también como un priori puro. Von Mises parece aludir a tal interpretación: “Es nuestra característica humana ser seres pensantes y actuantes, y como humanos sabemos lo que significan pensar y actuar. Si no fuéramos pensadores y actores, ninguna experiencia podría decirnos qué es pensar y actuar”.[[17]]
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Hoppe es quizás más conocido por el público general por su libro “Democracia: El dios que falló ‒ La Economía y la política de la monarquía, la democracia y el Orden Natural” (2001). Sin embargo, como ya he señalado, personalmente no me convertí en un “apriorista extremo”[[18]] a través de la crítica de Hoppe a la democracia, la interpretación revisionista de la historia, la destrucción del “mito del estado”, el desprestigio de la idea de los “bienes públicos”, y otras interesantes contribuciones que efectuó ‒por supuesto, me iluminaron. Más bien, fue el estudio de la obra fundacional de Hoppe sobre epistemología, su exploración del método científico, y su elucidación de los escritos epistemológicos de Ludwig von Mises y Murray N. Rothbard lo que resultó decisivo para que me convirtiera en un apriorista extremo. ¿Qué es exactamente un apriorista extremo?
El apriorista extremo reconoce y acepta las limitaciones inherentes del conocimiento científico en el ámbito de la acción humana. Entiende que las leyes (económicas) no pueden ser descubiertas mediante la investigación empírica, ni pueden ser validadas ni refutadas por la experiencia. En cambio, afirma que ciertas verdades económicas son apodícticas, como el hecho de que el intercambio voluntario beneficia mutuamente a quienes participan en la transacción; que un aumento de la oferta monetaria reduce el poder adquisitivo del dinero (en comparación con una situación en la que la oferta monetaria se mantiene constante); que el estado, tal como lo conocemos hoy, depende de la coerción y la violencia en lugar del consenso voluntario; que si no es controlado, el intervencionismo conducirá inevitablemente al socialismo, que es inherentemente inviable. Estos son sólo algunos ejemplos de las perspectivas científicas que adopta el apriorista extremo.
Al mismo tiempo, el apriorista extremo reconoce la existencia de numerosas preguntas intrigantes que, sin embargo, escapan al ámbito de la ciencia de la acción humana, y eluden la resolución científica; preguntas como: ¿Subirán o bajarán los precios de las acciones en el futuro? ¿Ajustarán los bancos centrales los tipos de interés en los próximos meses? ¿Entrará la economía en recesión en los próximos trimestres o no? ¿Seguirán bajando las tasas de interés en los mercados de capitales? El apriorista extremo se abstiene de intentar responder a estas preguntas (que suelen ser de gran interés para muchos) con la ayuda de modelos econométricos complejos. De hecho, evita dar al público la falsa impresión de que cualquiera de estas preguntas puede ser eficazmente abordada mediante metodologías científicamente sólidas, pero erróneas, que buscan impresionar al profano.
En cambio, el apriorista extremo se esfuerza por desacreditar y exponer como inadecuado, falso y pseudocientífico el uso del método científico de las ciencias naturales en el campo de las ciencias sociales y económicas, tal como, lamentablemente, son comúnmente practicadas hoy en día. En concreto, cuestiona abiertamente la idea de que la economía, en particular, pueda ser abordada como una ciencia empírica, y en este aspecto no hace concesiones. Además, no teme afirmar que muchos científicos sociales y económicos no logran los beneficios que afirman ofrecer. En cambio, a menudo pertenecen a una “falsa casta sacerdotal intelectual”[[19]] que persigue sus intereses profesionales y personales a expensas de la población general y, al hacerlo, facilita la implementación de ideologías y medidas políticas dañinas. El apriorista extremo se mantiene firme en sus principios, negándose a ceder simplemente a cambio de la aprobación social y el ascenso profesional. Consciente de que puede recibir poco o ningún apoyo de los científicos sociales y económicos convencionales, y mucho menos del estado, se mantiene firme. Las contribuciones epistemológicas de Hoppe son invaluables para defender la verdad y la integridad en las ciencias sociales y económicas, moldeando el pensamiento y las acciones de las personas. Al igual que von Mises y Rothbard, es un científico social y económico que presenta su trabajo sin miedo, a menudo con un tono refrescantemente franco y mordaz, a pesar de enfrentar duros ataques. Hoppe personifica la esencia del apriorismo extremo, sobresaliendo en su compromiso inquebrantable. Sus contribuciones atemporales merecen la máxima atención. Su coraje científico, su incorruptibilidad intelectual y su integridad académica, deberían servirnos de modelo.
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[[1]] Una afirmación es considerada a priori cuando su veracidad es independiente de la experiencia, cuando puede reivindicar una universalidad estricta. Una afirmación a priori no puede ser negada sistemáticamente sin asumir implícitamente su validez. Para una exploración más profunda, véase, por ejemplo, Tetens (2006), Kant’s “Kritik der reinen Vernunft” (“Crítica de la razón pura”), pp. 36-37; también Willaschek (2023), Kant, pp. 285-295.
[[2]] Véase Hoppe (2006), Sobre la justificación última de la ética de la propiedad privada.
[[3]] Véase Rothbard (1983), “La ética de la libertad”.
[[4]] Véase Hoppe (1983), Kritik der kausalwissenschaftlichen Sozialforschung, pp. 13 y ss. No podemos negar que los humanos tienen la capacidad de aprender. Si dice “Los humanos no son capaces de aprender”, asume, explícita o implícitamente, que la persona con la que habla es capaz de aprender; de lo contrario, no diría lo que acabas de decir. Argumentar que “Los humanos no son capaces de aprender” es una contradicción performativa y, por lo tanto, falso. Y si dice “Los humanos son capaces de aprender, no de aprender”, entonces está atrapado en una contradicción total. Dicho ésto, la afirmación “Los humanos son capaces de aprender” no puede ser cuestionada sin admitir implícitamente que es correcta, que es válida a priori.
[[5]] Véase Polleit (2022), Ludwig von Mises. Der kompromisslose Liberale.
[[7]] Véase, en este contexto, sobre el papel y el destino de los intelectuales, Hoppe (2006), Natural Elites, Intellectuals, and the State.
[[8]] Véase, por ejemplo, Hoppe (2006), Racionalismo austriaco en la era del declive del positivismo.
[[9]] Véase Hoppe (2021), El papel de los intelectuales y los antiintelectuales.
[[10]] Véase Hoppe (2006), “Banca, estados-nación y política internacional: Una reconstrucción sociológica del orden económico actual”, pp. 77-116. El original fue publicado en Review of Austrian Economics, 4 (1990).
[[11]] Abordé el asunto por primera vez en Property and Freedom Society de Hoppe, en 2013, bajo el título “Crimen organizado y el progreso hacia una moneda fiduciaria mundial única” (disponible en www.propertyandfreedom.org/paf-podcast/pfp104-polleit-organized-crime-single-world-fiat-currency-pfs-2013/). En 2020, publiqué un libro titulado Mit Geld zur Weltherrschaft, cuya versión en inglés será publicada en 2023 bajo el título The Global Currency Plot: How the Deep State Will Betray Your Freedom, and How to Prevent It.
[[12]] Hoppe (2006), Banking, Nation-States, and International Politics, p. 116.
{[13]] Véase Kant (1781), Kritik der reinen Vernunft. Una segunda edición revisada del libro se publicó en 1787.
[[14]] Véase Hoeffe (2007), Immanuel Kant, pp. 92-97.
[[15]] Véase Kant (1781), Critique of Pure Reason, §16. On the Origin-Synthetic Unit of the Apperception of Pure Reason, pp. 114 ss.
[[16]] Von Mises (1962), Fundamentación última de la ciencia económica, sugirió este punto (pp. 35-36): “Al actuar, la mente del individuo se percibe a sí misma como distinta de su entorno, el mundo externo, e intenta estudiar este entorno para influir en el curso de los acontecimientos que en él ocurren”.
[[17]] Mises (1940), Nationaloekonomie, p. 16 (mi traducción).
[[18]] Tomé prestado el término de Rothbard (1957), En Defensa del Apriorismo Extremo.
[[19]] Para ejemplificar ésto en el contexto del sistema monetario, véase Polleit (2023), Die falsche Priesterschaft der Intellektuellen und das Fiatgeld (podcast: www.youtube.com/watch?v=CubkVEZ7UIc); y Polleit (2022), “Que otros hagan el trabajo real” de Helmut Schelsky. “La lucha de clases y el gobierno sacerdotal de los intelectuales revisitados”.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko