La “ayuda exterior” enriquece a los ricos y empobrece a los empobrecidos

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    Si hay algo que hemos aprendido de “el estado de bienestar” estadounidense, es que desde el principio creó un problema de riesgo moral, por el que pagar a la gente por no trabajar, la incentiva al abandono de la fuerza laboral y a seguir empobrecidos. Se denomina “la trampa del estado de bienestar”. Gran parte de la llamada “ayuda exterior” no es diferente; es simplemente la internacionalización de la trampa del estado de bienestar.

    Muchos ejemplos claros de ésto son proporcionados en el libro de David Osterfeld Prosperidad Versus Planificación: Cómo el Gobierno Sofoca el Crecimiento Económico. Por ejemplo, después de que el gobierno estadounidense “adquiriera” Micronesia al final de la Segunda Guerra Mundial, “los habitantes de Micronesia recibieron gratuitamente alimentos, ropa y otros suministros. El resultado fue la quiebra de muchas tiendas locales y el debilitamiento del incentivo para trabajar”, ​​ya que “los micronesios prefirieron aceptar el bienestar gratuito, evitando así el trabajo y el sacrificio necesarios para el progreso económico real”. Hay cientos de otros ejemplos como éste.

    Como la ayuda extranjera va a gobiernos extranjeros, a menudo los gobernantes se embolsan el dinero ellos mismos, o venden la ayuda en especie en los mercados internacionales para su propio enriquecimiento. Durante la hambruna de los años ´70 en Etiopía, el gobierno vendió los alimentos donados, mientras miles de personas morían de hambre. Pero gastó U$S 200 millones para celebrar la revolución marxista del país. Incluso a los barcos de carga que entregaban “ayuda alimentaria”, les cobraban un derecho de atraque de U$S 50/ton de carga, rechazando a todo carguero que se negara a pagar.

    Este tipo de “ayuda” es muy inútil, porque son los burócratas del gobierno y no los empresarios quienes toman las decisiones de inversión −en rigor, no se trata de inversión, puesto que los recursos no son producto de su producción y ahorro. Las decisiones orientadas al consumidor que los empresarios tomarían en el mercado libre, son reemplazadas por los caprichos y azarosas corazonadas de los burócratas de la ayuda extranjera. Osterfeld cita como ejemplo típico las gigantes plantas de refino de petróleo, en países sin instalaciones de almacenamiento de crudo ni del producto del refino. Lo mismo ocurre con las plantas de almacenaje de granos, a las que los agricultores no pueden acceder.

    Cuando los fabricantes estadounidenses envían tractores y otros equipos a países subdesarrollados, pagados con fondos de ayuda extranjera, son las corporaciones las que se enriquecen con ello, no los receptores de la ayuda. Como todos los fabricantes tienen un porcentaje de equipos defectuosos, éstos son enviados a países extranjeros subdesarrollados, los que luego resienten que se los trate de esa manera.

    Como la ayuda exterior es de gobierno a gobierno, el efecto es que en los países receptores el poder gubernamental se concentra aún más que lo que ya estaba centralizado. En lugar de trabajar, ahorrar, invertir, aprender una habilidad comercializable y el espíritu empresarial, la política se convierte cada vez más en la forma de ganar dinero. El dominio de la búsqueda de negociados y el soborno se expande enormemente.

    Los envíos masivos de grano a través de programas de ayuda exterior empujan el precio del grano a un nivel tan bajo, que decenas de agricultores se arruinan y se ven obligados a mudarse a las ciudades con alto desempleo para buscar empleo y ganarse la vida de alguna otra manera. Sólo Dios sabe cuántas personas en los países pobres han muerto de hambre debido a tal “generosidad”. Como en la industria, los agricultores corporativos estadounidenses se enriquecen al vender su exceso de grano (pagado por el gobierno), mientras que la gente de los países pobres sufre y muere por ello.

    Los burócratas de la ayuda exterior de las Naciones Unidas, financiados en gran medida por los pagadores de impuestos estadounidenses, viven lujosamente a expensas de los pagadores de impuestos estadounidenses. Osterfeld escribe sobre burócratas individuales que gastan U$S 60.000 al año en servicios de limusina, y U$S 100.000 al año en agua helada, por ejemplo. Se gastan millones en viajes internacionales, rara vez a países empobrecidos, sino a “seminarios para pobres que normalmente son celebrados en lujosos hoteles en lugares sumamente atractivos”. Una burocracia de la ONU llamada Organización para la Educación, la Ciencia y la Cultura, gasta rutinariamente millones al año en esos viajes, mientras que arroja a los países empobrecidos unas cuantas migajas para “justificar” tanta extravagancia. Asignó generosamente U$S 7.200 para el desarrollo de planes de estudio en Pakistán en un año, y la friolera de U$S 1.000 para formar a profesores en Honduras.

    El tipo más pernicioso de ayuda exterior estadounidense es la “ayuda” militar, que no necesariamente empobrece a la gente de otros países: la asesina por cientos de miles, como puede verse hoy en Gaza. La grandeza estadounidense se beneficiaría si toda la ayuda exterior fuese abolida, y se dejara esa tarea en manos de individuos y organizaciones benéficas privadas.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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