Los progresistas, obsesionados con la censura: no toleran la realidad

    0

    La mundana y simplista ideología de los progresistas es relativamente fácil de ser entendida: se ven a sí mismos ‒y a todos los demás en la sociedad‒ como un grupo de niños pequeños que necesitan ser protegidos constantemente de la vida y la realidad por el dios-estado y por el papá-gobierno.

    Según la brillante escatología progresista, incluso los ciudadanos que saben cómo dirigir sus propias vidas a la perfección y rechazan categóricamente el liderazgo de las autoridades establecidas, deben ser vehementemente coaccionados para que acepten las órdenes del omnipotente gobierno, incluso bajo amenaza de violencia.

    La ideología progresista justifica su cosmovisión escatológica perpetuando el miedo institucionalizado, bajo la sombra del miedo político permanente, del que sólo el progresismo puede salvarnos; después de todo, vivimos en un mundo extremadamente peligroso. El fascismo está en todas partes, perpetuado dentro de la familia tradicional, consolidado en el patriarcado, capaz de atacar en cualquier momento, y financiado por malvados multimillonarios de extrema derecha. Sin embargo, las autoridades políticas que controlan al benévolo y redentor estado permanecen siempre alerta ante estas peligrosas amenazas, y nos salvarán del fascismo cuando asome su fea cabeza.

    En ésto consiste básicamente la simplista y reduccionista visión de los copos de nieve progresistas. No hay complejidad, ni matices difusos, ni zonas grises, ni oportunismo político, ni margen para la disputa. Simplemente hay que obedecer al gobierno en absolutamente todo, y no atreverse a cuestionarlo. Para los seguidores de la secta del arcoíris brillante, todo lo que no se ajusta a la dictadura políticamente correcta, proviene del fascismo, pero las autoridades establecidas trabajan día y noche para protegernos de este mal.

    Para la ideología progresista, el estado es el centro de todo. El centro del universo, de la existencia humana, de las interacciones sociales y de todo lo que, de alguna manera, implica la civilización. El paternalismo estatal es básicamente el marco que configura la estructura mental y el patrón de razonamiento de los copos de nieve. Ésto significa que los activistas progresistas no usan la ética y la moral como referencia para juzgar las actitudes y acciones de otros. En cambio, usan la legislación estatal. En otras palabras, si el estado permite que alguien haga algo, entonces puede ser hecho. Sin embargo, si el estado no lo permite, entonces no debe ser hecho. Desafortunadamente, algunos activistas progresistas pueden ser incluso peores. Para muchos de ellos, la prerrogativa emocional es superior al legalismo institucional: por lo tanto, cuando alguien hace o dice algo que un activista progresista considera grave u ofensivo, él o ella cree que el estado tiene la obligación de castigar al presunto transgresor (porque se sintió emocionalmente herido). Incluso si la supuesta transgresión fue contar una broma. Después de todo, para una parte significativa de los activistas, las emociones son el principal punto de referencia para discernir si algo es aceptable o no. Para un copo de nieve progresista, incluso algo tan inocuo como una broma puede convertirse en un escándalo de proporciones nacionales. Después de todo, si el comediante en cuestión contó un chiste que no se ajusta a las exigencias ideológicas de la dictadura políticamente correcta, ésto constituye una transgresión: por lo tanto, debería ser censurado y castigado de forma ejemplar.

    Como lamentablemente tenemos un gobierno federal políticamente correcto, eso es exactamente lo que ocurrió. Recientemente, el comediante Léo Lins fue condenado a 8 años de prisión (además de tener que pagar casi dos millones de reales en multas e indemnizaciones) simplemente por contar chistes que desagradaron al establishment ideológico progresista y políticamente correcto.

    Ya había comentado ésto en otro artículo, pero es interesante abordar este caso de nuevo, pues ilustra el colosal nivel de egocentrismo descontrolado y la infantilidad histérica de los activistas progresistas, quienes, además de escandalizarse por cualquier cosa, por trivial que sea, revelan un insaciable y malsano deseo patológico de poder y control absoluto sobre toda la sociedad. Los activistas de la tierra del arcoíris incandescente quieren controlar incluso qué chistes pueden o no contar los comediantes.

    Ahora piensen en por qué Léo Lins atrae a un público enorme a sus espectáculos, siempre tiene una agenda llena, y actualmente es uno de los comediantes más exitosos de Brasil (quizás el más exitoso). No aplica ninguna fórmula especial a sus espectáculos. Todo lo contrario: su actitud profesional es simple y directa ‒pero requiere mucha valentía, especialmente en los tiempos actuales. El ingrediente profesional de Léo Lins es, losa y llanamente, su originalidad. El hecho de que no se niegue a sí mismo ‒ni a su individualidad‒ para complacer la militancia del mundo de la fantasía. Él es él mismo. Eso es todo.

    Ahora vayamos al lado completamente opuesto de la misma profesión. Pensemos en la explosión de mujeres que, en los últimos años, se han dedicado al monólogo cómico. Y ahora pensemos en por qué ninguna destaca, por qué ninguna alcanza prominencia nacional, por qué ninguna logra tener una programación completa, y por qué la mayoría termina teniendo una carrera tan corta.

    Y no, el fracaso de estos comediantes no se debe a la misoginia, el machismo ni el sexismo. De hecho, son verdaderamente incompetentes y carecen de talento. Por esta razón, no atraen a ningún público.

    Casi todas las mujeres del monólogo cómico actual son un fracaso rotundo, porque ninguna tiene originalidad. Todas siguen exactamente la misma fórmula profesional: contar chistes políticamente correctos, feministas y genéricos, saturados de vulgaridad, que no ofenden a nadie (excepto al hombre blanco heterosexual). Estos chistes son tan insípidos, tan vacíos de contenido, tan repetitivos y tan carentes de humor, que uno entiende inmediatamente por qué las mujeres no deberían hacer monólogos.

    El colectivismo tribal arraigado en la génesis femenina hace que sea más importante para ellas ser aceptadas por el grupo. Ésto inhibe la originalidad, la audacia creativa y la consolidación de su propia identidad. El miedo a destacar de forma “incorrecta” está impregnado en la génesis femenina, lo que les impide ser irremediablemente diferentes de sus iguales. Para ellas, lo más importante es ser iguales.

    Resulta que quienes deciden dejarse absorber por la ideología imperante, terminan siendo borrados por una masa amorfa y homogénea, donde todos hacen exactamente lo mismo. Como individuos, estas personas carecen completamente de identidad propia y, en consecuencia, nadie destaca. Léo Lins logra destacar porque no teme ser auténtico. Es original. Y es original porque decidió no ceder ante la ideología de moda. No permitió que la dictadura de lo políticamente correcto lo intimidara y anulara su talento e individualidad. Cuando inventa un chiste, decide contarlo. Si no le gusta, siga adelante con tu vida. Pero si quiere demandarlo, demándelo. Si quiere ir a la Fiscalía a gritar, llorar y vociferar, decidido a armar un escándalo y abrir una investigación contra el cómico, hágalo. Pero entienda una cosa: no cambiará nada por su culpa, ni un miligramo. Todo lo contrario: en el próximo programa, contará chistes que dejarán a los copos de nieve aún más histéricos, asombrados y enfadados. Y personas como yo estamos increíblemente agradecidas y motivadas por este formidable ejemplo de resistencia a la tiranía de lo políticamente correcto.

    El hecho de que los copos de nieve vigilen estrictamente y practiquen el vigilantismo incluso contra los comediantes, decididos a censurarlos cuando no se someten a la opresiva, hostil y malvada agenda progresista, muestra el nivel patológico del totalitarismo y la obsesión insana con el poder y el control de la dictadura políticamente correcta.

    Según la secta progresista, todo lo ofensivo debe ser prohibido y censurado. Ésto se debe a que, como fue señalado al principio de este artículo, los activistas progresistas utilizan las emociones como referencia elemental para determinar si algo está bien o mal. Pero la referencia correcta siempre es la ética y la moral, que son criterios objetivos. No las emociones, que son abstractas y subjetivas. En la práctica, las emociones no tienen ningún valor.

    Dado que los activistas progresistas son, en su práctica totalidad, criaturas extremadamente emocionales, incapaces de usar la razón, carecen de una noción clara de ética, y se sienten absurdamente desconcertados por cualquier razonamiento, es natural que estas criaturas crean que todo lo que les ofende debe ser censurado. El absurdo grado de infantilización de los activistas trasciende cualquier parámetro viable de locura jamás concebido por la psiquiatría. Por lo tanto, sabemos que es imposible obligar a estas criaturas a razonar algo como los adultos, ni persuadirlas a desarrollar la razón. Para los activistas progresistas, las emociones son todo lo que existe.

    Dado que el egocentrismo patológico se ve potenciado por el infantilismo histriónico y esquizoide inherente de estos niños grandes, también es natural que los activistas crean que el gobierno debería crear leyes que prohíban todo lo que no les gusta, y que quienes digan o hagan cosas consideradas “ofensivas” por ellos, deberían ser legalmente castigados.

    De hecho, para los progresistas, el gobierno es una especie maternal que existe para satisfacer todos los caprichos de los activistas. La censura siempre estará en la agenda de estas personas, siendo considerado un recurso fundamental para combatir el “discurso de odio” y las “noticias falsas” de la “extrema derecha”.

    Estas etiquetas, sin embargo, no son más que arbitrariedad retórica completamente vacía, sin ningún significado concreto. Y por esta misma razón, pueden significar literalmente cualquier cosa, especialmente cuando son utilizadas para justificar la censura. Después de todo, el sistema siempre se disfraza de benevolencia cuando dice combatir el “discurso de odio”. Mucha gente incauta y desinformada cree realmente que el gobierno está comprometido con combatir una terrible amenaza.

    Lo que no comprenden es que el gobierno quiere ejercer abiertamente la censura, sin parecer tiránico, autoritario o represivo. El gobierno siempre es propaganda, nunca realidad. Las supuestas buenas intenciones del gobierno siempre esconden un deseo de absoluto poder totalitario.

    La censura, sin embargo, siempre recibirá el apoyo incondicional de los copos de nieve. Los progresistas son fanáticos y persistentes defensores de la censura institucionalizada, porque se sienten profundamente ofendidos por la realidad. ¿Y qué realidad es esa? Que son criaturas disfuncionales que creen en todo tipo de falacias y mentiras (especialmente las que provienen del gobierno), que son débiles, histéricos, incapaces, infantiles, emocionalmente dependientes de las figuras de autoridad, fácilmente manipulables por el sistema, y tan absurdamente insufribles que nadie los aprecia.

    Sobre todo, los activistas progresistas son criaturas terriblemente mediocres. Es más fácil criticar a los demás que corregirse a uno mismo, convertirse en un ser humano decente, emprender, ser útil, diligente y constructivo, adquirir conocimientos y aprender una profesión. Depender del estado paternal para todo, ser una criatura emocionalmente histriónica y neurótica, en lugar de actuar como un ser humano prudente y racional; comportarse como un niño arrogante toda la vida, y gritar histéricamente cuando no se cumplen sus deseos, además de tener miedo de prácticamente todo lo que existe, exigiendo medidas de seguridad gubernamentales todo el tiempo, es un camino mucho más cómodo de seguir. No requiere un esfuerzo real ni dedicación ni voluntad de cambio. No requiere la necesidad de responsabilizarse de la propia vida, ni de tomar el control de la propia existencia. Así que ser un activista progresista es, sin duda, como ser un niño de cuatro años atrapado en el cuerpo de un adulto.

    De hecho, el activista progresista es como un niño que vive atemorizado por las dificultades de la vida y las contingencias de la realidad, condicionado a ver al estado como su papá, y al gobierno como su mamá. Según la escatología progresista, el estado y el gobierno deben hacer todo lo posible para brindar consuelo y seguridad al pequeño copo de nieve cuando se siente inseguro y atormentado por los miedos de la vida y la realidad.

    La psicología progresista es fácil de entender: presenta una visión ideológica completamente infantilizada de la vida, las interacciones sociales y la naturaleza humana, con su oscuro objetivo de programar a las personas para que no se desarrollen intelectual ni mentalmente. Para la patología política progresista, todas las personas son niños pequeños que deben ser criados, condicionados y guiados por el estado. Cualquiera que se niegue a ver la vida desde esta perspectiva ‒y no desee someterse a ella‒ es un “fascista de extrema derecha”.

    Según el progresismo, todos deben depender del estado para todo, esperar que éste tome la iniciativa en todos los asuntos, y sólo realizar cualquier actividad con su autorización previa. Nadie debería siquiera atreverse a pensar si el estado no lo permite, ni a cuestionar ninguna acción gubernamental.

    Además, es fundamental destacar que, para la ideología progresista, todo es peligroso, incluida la libertad. La máxima prioridad social debe ser siempre la seguridad, y quien la proporcionará es, obviamente, el estado.

    Dado que los progresistas tienen un miedo patológico a prácticamente todo lo existente, y se dejan llevar completamente por condicionamientos e impulsos emocionales ‒Rudyard Lynch, del canal de YouTube Whatifalthist, ya se refirió al progresismo como “comunismo emocional”‒, es muy fácil para el estado exigir obediencia ciega, incondicional y absoluta a los activistas progresistas. Dado que estas personas han sido condicionadas a ser, actuar y pensar como niños, tienen miedo patológico a prácticamente todo en el mundo, y sienten la extrema necesidad de tener un padre protector que las proteja y guíe a cada paso. Ésta es también una forma de eximirse de toda responsabilidad por sus propias vidas.

    Para colmo, dado que los activistas progresistas son ideológicamente colectivistas, invariablemente ven al estado como bueno, y a los individuos como malos; invariablemente, los copos de nieve tienden a ver a los disidentes como personas malvadas y perversas, que deben ser castigadas sumariamente por cualquier acto de desobediencia al estado. El estado debe ser adorado, venerado y obedecido en todo momento. No debe haber tolerancia para rebeldes ni disidentes.

    La cosmovisión progresista tiene al estado como referencia suprema; el estado es, de hecho, una especie de dios en la escatología secular progresista. El individuo, a su vez, no tiene valor. Si es sumiso y pasivo, y acepta ser absorbido por la masa homogénea de ciudadanos serviles, es tolerado. De lo contrario, debe ser severamente castigado, o al menos debe ser completamente rechazado de la sociedad en la que vive.

    Ésto nos muestra lo extremadamente peligrosa que es la cosmovisión progresista, pues no sólo facilita el totalitarismo, sino que también lo considera una herramienta fundamental para el éxito social y la hegemonía absoluta de la ideología.

    No es casualidad que los gobiernos con pretensiones totalitarias adopten con tanta voracidad esta ideología sórdida pero eficiente para acaparar poder y control para el estado omnipotente. El progresismo condiciona a los individuos adoctrinados a aceptar al estado como un dios supremo, soberano y absoluto, que jamás debe ser desafiado ni cuestionado. Y el lavado de cerebro que sufren los copos de nieve es tan poderoso, que los activistas se ponen histéricos cuando se encuentran con alguien que no venera ni obedece a su dios: el estado absoluto.

    La expresión “pequeños copos de nieve” aplica perfectamente a los histéricos activistas progresistas, confundidos y arrogantes. Estas criaturas son tan frágiles que no soportan la realidad. Necesitan censura, porque necesitan pedir constantemente al gobierno que les oculte la realidad. Sólo así pueden estos activistas vivir en el elegante y brillante mundo de las resplandecientes fantasías universitarias en el que han decidido refugiarse para siempre.

    Es más fácil para los débiles vivir en la fantasía, que intentar comprender cómo funciona el mundo real y asumir las responsabilidades de la vida adulta. De hecho, el progresismo realiza una excelente labor social al crear una separación natural entre las personas racionales y las sujetas al miedo.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

    DEIXE UMA RESPOSTA

    Por favor digite seu comentário!
    Por favor, digite seu nome aqui