Mediocridad, conformidad y fetiche de la sumisión

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    Cuando analizamos la manera y los métodos mediante los cuales los individuos son educados en Brasil ‒y en muchos otros países del mundo‒, nos damos cuenta de cuán distorsionada, vil y dañina es la pedagogía a la que están sometidas las personas. Desde el comienzo de sus vidas, a las personas se les enseña a manifestar obediencia y a considerar la dependencia como una herramienta utilitaria para el bien común. La gente se somete a ésto porque en los entornos educativos, el cumplimiento es altamente recompensado, y la obediencia es considerada la mayor de las virtudes. Estos condicionamientos son programados en los individuos desde la infancia, y proporcionan la respuesta primaria a todos (o casi todos) los estímulos externos.

    De hecho, es innegable que la sociedad contemporánea incita a los individuos desde el comienzo de sus vidas a buscar la dependencia total en todo. Incluso hay ideologías pérfidas, corrosivas y altamente destructivas como el progresismo que incitan a sus seguidores a depender del gobierno para absolutamente todo, en todos los aspectos de sus vidas (todos los problemas relacionados particularmente con la ideología progresista han sido abordados en detalle en otros artículos).

    Es un hecho indiscutible que en la sociedad actual no existe ningún incentivo para el cuestionamiento. Los individuos librepensadores, que razonan, cuestionan, desafían y piensan por sí mismos, son a menudo marginados. Esto, cuando no son acosados, censurados o penalizados abiertamente (ésto fue bastante evidente durante la tiranía sanitaria). Sin embargo, los librepensadores constituyen una porción relativamente pequeña de la sociedad. La gran mayoría de la gente está en total conformidad con la versión de la realidad sancionada por el establishment político dominante.

    ¿Por qué sucede ésto? Desde la infancia, todos somos insertos en la matriz social, siendo tratados como un engranaje más de la máquina. No existe en la educación ningún elemento pedagógico de carácter individualista dispuesto a reconocer las peculiaridades de cada persona. Todos son tratados desde el principio como si fueran soldados de un batallón o prisioneros de una penitenciaría. Todos están sujetos a las mismas reglas y al mismo trato. El objetivo es la standardización y uniformidad de todos los individuos, sin ninguna consideración por las capacidades, intereses e inclinaciones de cada individuo.

    El sistema educativo funciona básicamente como una cadena de producción industrial que estampa a todos con el mismo sello. Todos deben actuar exactamente de la misma manera, pensar exactamente igual, aprender las mismas cosas, leer sólo libros recomendados y autores previamente seleccionados, seguir el mismo camino de años de formación universitaria en busca de un título y pasar 45 años trabajando en la misma profesión, ocho, diez o doce horas al día. No crear, no ser original ni inventar algo nuevo. No hay espacio para la creatividad. Le adoctrinan desde la infancia para ser un autómata destinado a producir y alimentar a la sociedad industrial, haciendo exactamente las mismas cosas día tras día. Obviamente, todos los demás aspectos de su vida estarán standardizados.

    Para comprar y vender, es necesario utilizar papeles de colores producidos y certificados por el estado. Nadie le enseñará nada sobre el oro, la plata, los diamantes o las piedras preciosas. Del mismo modo, nadie le dirá que si estas cosas fueran utilizadas como moneda sólida, podría acumular mucha riqueza trabajando menos. Nadie le enseñará que el dinero fiduciario es una forma de control que le da al gobierno pleno poder sobre las preferencias temporales y los hábitos de consumo de la población.

    Nadie le enseñará que, al erosionar el valor de la moneda fiduciaria inflándola, el gobierno inclina a la gente hacia el consumismo desenfrenado, reduciendo el incentivo a ahorrar. Nadie le enseñará que lo que genera riqueza y prosperidad en una sociedad son el ahorro y la inversión, y no el gasto desenfrenado, los estímulos gubernamentales, el proteccionismo económico, o la inyección artificial de crédito ‒elementos que provocan un aparente auge inicial de prosperidad, pero que siempre generan recesión después.

    En consecuencia, si viviéramos en una economía real (después de todo, el sistema económico al que estamos sometidos es un sistema fraudulento), tendría mucho más tiempo libre, que podría dedicar a su familia, a enseñar a sus hijos y a leer libros que contribuyeran a su crecimiento intelectual. Se convertiría en una persona más iluminada y conocedora. Hoy en día vivimos vidas centradas principalmente en el trabajo, y gran parte es trabajo improductivo.

    En un sistema económico racional, basado en activos sólidos, ciertamente tendríamos mucho más control sobre la forma en que gestionamos nuestro tiempo. Y así nos convertiríamos en dueños y propietarios de nuestras propias vidas. Tendríamos más tiempo para aprender, adquirir conocimientos y acumular riqueza en activos reales, teniendo así mayor prosperidad y comodidad.

    Por razones obvias, ésto es todo lo que el sistema standardizado de mediocridad y conformidad institucionalizada no quiere. Lo que el sistema quiere son legiones de caballos de batalla produciendo bienes de consumo desechables, pagando muchos impuestos y trabajando lo máximo posible, sin posibilidad de que les quede tiempo para adquirir conocimientos, participar en actividades sanas, o emprender proyectos productivos que puedan resultar en alguna innovación que amenace a los grandes monopolios.

    De hecho, vivimos en un sistema que lucha continuamente por mantener todo exactamente como es. La mediocridad y el conformismo se han institucionalizado de manera efectiva, y no hay espacio para la innovación, el libre pensamiento, el cuestionamiento y el desmantelamiento de la somnolencia, el letargo y la apatía generalizada. El objetivo principal del sistema establecido es mantener todo exactamente como está, y luchar activamente contra cualquier intento real de cambio. Éste es, posiblemente, el mayor objetivo de la política: garantizar el estancamiento social y rechazar ferozmente cualquier liderazgo innovador y revolucionario que pueda comprometer las estructuras del sistema.

    De hecho, en un sistema tan rígido y petrificado como en el que vivimos ‒completamente hostil a cualquier tipo de cambio‒, los genios innovadores son desanimados, sofocados, reprimidos y a veces incluso ridiculizados ‒cuando no, penalizados sumariamente.

     

     

    No hay duda: la matriz social está profundamente enraizada en la standardización elemental, diseñada para moldear a todas las personas en un contexto de mediocridad y conformidad, haciendo inevitable reconocer que existe una búsqueda deliberada del sistema por frenar la innovación y la evolución, sea cual sea el costo. Lo que realmente importa es conseguir que todos sigan la rutina uniforme y standardizada.

    Todo el mundo debe acostarse temprano, levantarse temprano, y pasar todo el día trabajando en alguna fábrica. Lo importante es que las personas no se conviertan en innovadores (creando productos que puedan hacer inviables los negocios de poderosos carteles, o comprometer la omnipotencia de los grandes conglomerados), no desafíen al sistema, no tengan ideas excéntricas o revolucionarias, no se atrevan a cambiar nada en la jerarquía del poder social, y no intenten emprender, crear empresas, o comprometer el poder monolítico de algún gran monopolio (como la moneda fiduciaria y el banco central) que termine liberando a la gente de la servidumbre.

    De hecho, el estancamiento ha sofocado sumariamente la innovación. Observe la sociedad y verá mediocridad y conformidad en absolutamente todo lo que existe. En programas de televisión, en la música, en el cine, en la cultura, en la política.

    Los libertarios y los anarquistas cuestionan al estado la institución responsable de mantener la estructura de estancamiento y conformidad. Por ello, son clasificados como soñadores utópicos por criaturas apáticas y aburridas, que veneran su propia servidumbre. A la gente común se le enseña a depender del gobierno y a confiar ciegamente en las autoridades y en las instituciones, y se la anima a cultivar un miedo patológico a la libertad.

    Quieren seguir siendo esclavos sumisos. El miedo a la vida, a la realidad y a la responsabilidad les lleva a preferir la servidumbre, con su aparente estabilidad y seguridad, antes que asumir riesgos, para llevar una existencia más relevante, productiva y saludable.

    De hecho, la base de la mediocridad y del conformismo es el miedo. Pero no hay nada que la humanidad no pudiera lograr, si fuera capaz de superar miedos en su mayoría imaginarios y fantasiosos, inducidos en las masas por una educación deficiente, standardizada, colectivista y saturada de lagunas pedagógicas a todos los niveles.

    Piense en lo que la humanidad podría lograr si la empresa privada no fuera extorsionada con impuestos exorbitantes. Piense en lo que Ud. podría lograr si fuera libre de negociar su trabajo de la forma que quisiera. Si no tuviera que pasar ocho, diez o doce horas diarias trabajando, sino que tuviera la libertad de gestionar su jornada y su tiempo de la forma que mejor le convenga.

    Imagínese si pudiera trabajar cuatro horas en una empresa, cuatro días a la semana, y luego pudiera trabajar una hora en otra empresa cerca de su casa, tres días a la semana. Y cinco horas en otra empresa, una vez por semana. O brindarle consultoría sobre cualquier asunto dentro de su área de especialización cuando lo desee, vendiendo su conocimiento y experiencia profesional, o su fuerza laboral, de una manera que se ajuste perfectamente a sus necesidades, a su rutina y a su particular forma de gestionar su tiempo.

    Piense en lo que podría hacer si tuviera tiempo libre para dedicar dos o tres horas de su día a trabajar en un proyecto personal, cinco días a la semana. Piense en todas las cosas que podría lograr si tuviera más flexibilidad en su vida profesional. Esta flexibilidad es algo que la legislación, los costos laborales, la moneda fiduciaria y el banco central no le permiten tener.

    Piense en lo que podrías lograr si no tuviera que entregar al gobierno una importante parte de todo lo que gana, viéndose obligado a participar obligatoriamente en el gran esquema de estafa piramidal conocido como “seguridad social”.

     

     

    En Estados Unidos, el saqueo gubernamental de individuos se ha vuelto tan absurdamente titánico y colosal, que un número cada vez mayor de hombres se están retirando del mercado laboral. Actualmente, se estima que aproximadamente diez millones de hombres de entre 25 y 55 años de edad no están trabajando ni buscando empleo activamente. Muchas empresas abren vacantes y se quejan de que no las cubren.

    Está claro que todo este movimiento que está provocando que los hombres se vuelvan cada vez más solitarios, aislados e incluso que abandonen el trabajo, está causado por una multitud de factores. El costo de vida cada vez más desorbitado, la hiperinflación galopante, la misoginia cultural que estimula la hostilidad generalizada hacia los hombres, y el ginocentrismo de las grandes corporaciones woke que saturan sus oficinas con feministas que sólo saben quejarse del acoso, son algunos de los factores más relevantes para el progresivo repliegue de los hombres de la sociedad, cada vez más aislados y encerrados en sus bunkeres privados. Los hombres están descubriendo poco a poco que no tienen absolutamente nada que ganar en una sociedad que no se preocupa en absoluto por ellos.

    Pero en última instancia, la responsabilidad de todo esto recae en el gobierno, que transforma las agendas de sus ideologías favoritas en políticas de acción afirmativa, privilegiando a algunos grupos en detrimento de otros. De modo que el gobierno para sorpresa de absolutamente nadie que sea remotamente inteligente es el principal agente del colapso social generalizado que se avecina.

    Desafortunadamente, desde muy pequeños nos enseñan a depender del estado, del gobierno, de la clase política, de las grandes corporaciones, del papel moneda y del banco central. Además, se nos impulsa pertinazmente a no cuestionar ninguno de estos pilares de la sociedad, ya que se nos induce a tratarlos como cláusulas inmutables de la civilización. Sólo debemos someternos a estas instituciones, como buenos servidores que demuestran sólo complacencia, sumisión y docilidad, en todos los momentos en que interactuamos con instituciones establecidas o con otros miembros de la sociedad.

    Resulta que todos estos pilares de la sociedad son castillos de naipes condenados a derrumbarse. El actual sistema de corporativismo fiduciario global es tan irracional como insostenible. Poco a poco, la gente está volviendo al patrón oro o aventurándose en el mundo de las criptomonedas. Los que hacen ésto entienden perfectamente que el estado, además de poco confiable, sobrevive gracias al enorme fraude financiero que él mismo perpetúa, al tener el monopolio del dinero.

    En cualquier caso, creer que un banco central es indispensable para la sociedad, es como creer que es necesario que nos roben continuamente para seguir viviendo. ¿No sería mejor vivir sin ser robado?

    Aquellos que creen en el estado y no entienden la inevitabilidad del colapso monetario, tarde o temprano tendrán que enfrentar la realidad. Invariablemente, las circunstancias los obligarán a hacerlo. Cuando el dinero del estado ya no valga nada, ¿qué utilizarán como moneda?

    Lo cierto es que una educación genuina prepararía a las personas para ser verdaderos agentes de transformación. Pero en lugar de ello, se las convierte en agentes de estancamiento, siendo adoctrinados dentro de una standardización social hermética, caracterizada principalmente por la redundancia de una mediocridad insuperable. Esta condición malsana se multiplica y se perpetúa en la conformidad de las masas letárgicas y sumisas, que se encuentran así porque han sido debidamente condicionadas a actuar como engranajes de una vasta máquina, estimuladas a nunca pensar por sí mismas, ni considerar la posibilidad de ser más que eso.

    De hecho, a todos deberíamos aprender a cultivar virtudes como la autonomía, la libertad y la independencia. Una verdadera educación pondría especial énfasis en estos elementos, que son fundamentales para el desarrollo de los individuos y, en consecuencia, de la civilización. Desgraciadamente, desde la infancia, a todos nos adoctrinan en la dirección opuesta: nos condicionan a la pasividad, a la sumisión y a la obediencia, así como a depender del estado, del gobierno, de la clase dominante y de las grandes corporaciones para absolutamente todo. De la misma manera, estamos condicionados a no cuestionar de ninguna manera, forma o modo las instituciones establecidas que forman toda la estructura social que se coloca por encima de los individuos.

    La verdad es que las masas están adoctrinadas para seguir la dirección exactamente opuesta al camino que deberían seguir. En lugar de libertad, autonomía e independencia, las masas están condicionadas desde el comienzo de sus vidas a avanzar hacia la mediocridad, el conformismo y la sumisión.

    No es de extrañar, pues, que el estancamiento y el letargo sean elementos tan prevalecientes en la sociedad en que vivimos, y que tanta gente exprese temor a cualquier tipo de innovación, o que rechace sumariamente todo aquéllo que no tenga como elemento fundamental la tutela o el liderazgo supremo del estado.

    Como la sociedad carece de un verdadero sistema de educación y desarrollo intelectual ‒porque lo que tenemos es, de hecho, un gigantesco programa de ingeniería social y adoctrinamiento masivo‒, no debería sorprendernos que los esclavos se comporten como esclavos, que se sientan extremadamente repugnados, enojados e indignados cuando alguien intenta liberarlos. Las personas que han sido condicionadas a ser esclavas, siempre tratarán la libertad como un anatema indeseable o una utopía irreal.

    Las personas que tienden a vilipendiar y rechazar la libertad, simplemente están obedeciendo al condicionamiento que se les animó a cultivar desde la infancia. Ésto nos muestra que una parte importante de los obstáculos que enfrentan la libertad y la innovación, son a menudo de naturaleza mental. A menudo es posible ver que los grilletes que aprisionan a los individuos sean invisibles, en realidad no existen. Sin embargo, el miedo a la libertad es real, por mucho que el paternalismo gubernamental cautive corazones y mentes con su falsa sensación de seguridad.

    De hecho, una verdadera educación podría liberar a los individuos. Pero esta educación definitivamente no surgirá de una sociedad estatista.

     

     

     

    Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko

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