¡Oh, la asombrosa contradicción de nuestra naturaleza dual! –Almeida Garrett
El problema del libre albedrío versus el determinismo se debe a que el hombre puede ser considerado desde dos puntos de vista diferentes e igualmente válidos: por un lado, como un objeto de la naturaleza y, por lo tanto, sujeto al principio de causalidad; por otro, como un sujeto activo y, por lo tanto, sujeto al principio teleológico. Estos dos aspectos del hombre corresponden al cuerpo y la mente.
Las perspectivas causal y teleológica son reales y se deben a la naturaleza dual del hombre y la realidad: mente y materia, interna y externa. Si bien la realidad última (sustancia) es una, es decir, existe una sola sustancia (monismo ontológico), también es cierto que esta sustancia se nos manifiesta como una dualidad de mente y materia, dos categorías diferentes de fenómenos cognoscibles (dualismo epistemológico).
¿Qué es el hombre? Desde un punto de vista meramente externo, es un cuerpo. Desde un punto de vista meramente interno, es una mente. Los reinos del cuerpo y la mente están unidos en la unidad de la sustancia, pero en la realidad fenoménica no se tocan. Así, cosas como el valor, la creencia, la proposición, la verdad, la virtud, el derecho y la intención no existen como materia, y no pueden ser observados ni medidos. Y cosas como las partículas, las fuerzas y la energía no existen como productos mentales, sino sólo en la materia y, por lo tanto, pueden ser observados y medidos. Por esta razón, no es posible explicar las cosas mentales mediante conceptos físicos, ni viceversa. Por ejemplo, no es posible dilucidar física y naturalmente qué es el valor, ya que el valor no está compuesto por partes físico-naturales; ni tampoco puede ser dilucidado mediante conceptos mentales qué es un átomo, ya que el átomo está compuesto por partes físico-naturales.
De hecho, la idea de que existen dos áreas categóricamente diferentes de los fenómenos, no puede ser revocada ni negada, ya que tales intentos deberían presuponer eventos causalmente relacionados como acciones que ocurren dentro de la realidad observable, así como la existencia de fenómenos intencionalmente relacionados, en lugar de causalmente, para interpretar estos eventos observables con el propósito de su refutación. Ni un monismo causal ni uno teleológico podrían ser justificados sin incurrir en una clara contradicción: expresar físicamente cualquiera de las dos posturas, y afirmar que se dice algo significativo al hacerlo, de hecho ya justifica una complementariedad indiscutible entre ambas, un campo de fenómenos causales y teleológicos.[[1]]
En el extracto anterior, el profesor Hoppe explica que el dualismo epistemológico (el reconocimiento de que existen dos categorías fundamentales de fenómenos irreductibles entre sí) es una idea cuya negación implica una contradicción performativa; ésto se debe a que negarla implica tanto un acto corporal (y, por lo tanto, causalidad) como un acto discursivo (y, por lo tanto, intencionalidad).
El hombre es un agente, y la acción se define como un comportamiento intencional.[[2]] El término “comportamiento” corresponde al aspecto corporal del hombre: el comportamiento es el movimiento del cuerpo. El término “intencionado” corresponde a su aspecto mental: un propósito es una representación abstracta. Por lo tanto, el hombre es un ser causal y teleológico. La medicina, la fisiología, la neurociencia, etc., se centran en la parte corporal del ser humano. La economía, el derecho, la historia, etc., se centran en la parte mental.
Cada una de estas categorías de fenómenos se rige por un principio diferente: mientras que los fenómenos corporales se rigen por la ley de causa y efecto, las decisiones humanas, que son juicios normativos[[3]], se rigen por la ley de premisa y conclusión. Un conjunto de factores materiales causa un fenómeno; un conjunto de juicios implica una decisión. En el primer caso, se produce un cambio material externo; en el segundo, una implicación lógica formal.
Por lo tanto, es fundamental tener conceptos claros y sólidos del verdadero y auténtico significado de la ley de causalidad, así como de su ámbito de aplicación; en primer lugar, debe ser claramente reconocido que esta ley se refiere única y exclusivamente a los cambios en los estados materiales, y a absolutamente nada más; en consecuencia, no puede ser adoptada si no es mencionada. Esta ley es, de hecho, la que regula los cambios en los objetos de la experiencia externa que ocurren en el tiempo. Sin embargo, todos estos cambios son materiales. Todo cambio puede ocurrir sólo porque fue precedido, según una regla, por otro, por medio del cual, entonces, ocurre como si se produjera necesariamente: esta necesidad es la conexión causal.[[4]]
Sólo los estados de la materia generan otros estados de la materia (causalidad), y solo los juicios generan otros juicios (implicación). Por lo tanto, es fundamentalmente imposible reducir los fenómenos de la mente a la materia y decir que determinadas condiciones materiales causaron un juicio dado, o reducir los fenómenos de la materia a los de la mente y decir que un juicio dado implicó un fenómeno material.
El determinista es quien considera al hombre sólo desde el aspecto causal. Pero como las decisiones humanas son juicios, y los juicios se rigen por la lógica, no por la causalidad, se deduce que las elecciones humanas son independientes del mundo físico. Por lo tanto, intentar explicar causalmente una decisión, es un error de categoría. Dado que las decisiones son juicios normativos, sólo otros juicios pueden servirles de fundamento.
Respecto del cuerpo y de sus potencias: el hombre puede ser tal por cualidad natural, por la cual es de tal complexión o disposición, por cualquier influencia de causas corpóreas. Estas causas, sin embargo, no pueden influir en la parte intelectual, ya que ésta no es un acto del cuerpo.[[5]]
Podemos concluir que la voluntad es libre en la medida en que es esencialmente independiente de los objetos de la naturaleza y de la causalidad, pero está determinada por los juicios.
Sin embargo, el arbitrio sólo es determinado ex post, pero no ex ante. Ésto se debe a que una decisión sólo puede ser conocida a través de la preferencia demostrada; es decir, el hombre la determina al actuar.[[6]] Por tanto, antes de la acción no hay decisión. Toda decisión es pasada. Y puesto que siempre es posible que nuevos juicios entren en el sistema individual de creencias ‒entrada que no ocurre por causalidad‒, se sigue que las decisiones futuras son siempre indeterminadas.[[7]] En otras palabras, las acciones pasadas han quedado determinadas, pero las acciones futuras no.
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[[1]] Hans-Hermann Hoppe, La Ciencia Económica y el Método Austriaco, p. 65.
[[2]] Ludwig von Mises, Acción Humana, pág. 35.
[[3]] Miguel Reale, Filosofía del Derecho, Editora Saraiva.
[[4]] Arthur Schopenhauer, Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente, Editora Unicamp, p. 101.
[[5]] Tomás de Aquino, Summa Theologiae, extracto.
[[6]] “Por lo que hacemos, simplemente tomamos conciencia de lo que somos”. Arthur Schopenhauer, Sobre la Libertad de la voluntad, Editora Unesp, p. 99.
[[7]] “Así, mediante un razonamiento a priori, se estableció la siguiente idea: a diferencia de la historia natural, la historia social no aporta conocimiento que pueda ser utilizada con fines predictivos. Más bien, la historia social y económica se centra exclusivamente en el pasado. El resultado de una investigación sobre cómo y por qué las personas actuaron en el pasado, no influye sistemáticamente en si actuarán de la misma manera en el futuro. Las personas pueden aprender. Es absurdo suponer que alguien pueda predecir en el presente lo que alguien sabrá mañana, y en qué aspectos diferirá o no el conocimiento de mañana del de hoy”. Hans-Hermann Hoppe, La Ciencia Económica y el Método Austriaco, p. 33.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko