A la luz de las audiencias de confirmación de Robert Francis Kennedy, Jr. [RFK, Jr.] como Secretario de Salud y Servicios Humanos, es bueno recordar que mucho de lo que se nos presenta como ciencia proviene de intereses creados, y de una obsoleta visión mecanicista del mundo.
La ciencia es uno de los mayores logros de la humanidad. Pero no es infalible −por eso es ciencia y no dogma−, y lamentablemente no es inmune al virus de la corrupción. Durante muchas décadas, el espejo de la ciencia se ha vuelto cada vez más borroso debido una tormenta de intereses creados, en particular cuando la investigación y la comunicación de resultados están vinculadas con grandes corporaciones.
El BMJ (antes British Medical Journal), una de las principales revistas médicas, publicó un artículo en 2022 sobre “The illusion of evidence-based medicine” [La ilusión de la medicina basada en la evidencia]. Como afirma en su frase introductoria, la sólida base científica que reivindica la medicina “se ha visto corrompida por los intereses corporativos, la regulación fallida, y la comercialización de la academia”. En este contexto, los autores afirman:
Es poco probable que los gobiernos despreocupados y los reguladores cautivos inicien el cambio necesario para eliminar por completo la investigación de la industria, y sanear los modelos de publicación que dependen de los ingresos por reimpresiones, publicidad y patrocinio.
Hace mucho que nos lo advirtieron. En 2005, la prestigiosa revista PLoS Medicine publicó uno de los artículos científicos más citados del siglo XXI, con el notable título “Why most published research findings are false” [Por qué la mayoría de los resultados de investigaciones publicadas son falsos]. Basándose en modelos matemáticos complejos, el reconocido investigador John Ioannidis llegó a la conclusión de que “la mayoría de los resultados de las investigaciones son falsos para la mayoría de los diseños de investigación, y para la mayoría de los campos”.
Las dos principales revistas médicas del mundo son The New England Journal of Medicine y The Lancet. Marcia Angell, la primera mujer en ocupar el cargo de editora en jefe de la primera, escribió en su artículo de 2009 “Drug companies & doctors: A story of corruption“ [Compañías farmacéuticas y médicos: una historia de corrupción]:
Existen conflictos de intereses y sesgos similares en prácticamente todos los campos de la medicina, en particular en aquellos que dependen en gran medida de medicamentos o dispositivos. Ya no es posible creer en gran parte de la investigación clínica que se publica […]. No me complace esta conclusión, a la que llegué lentamente y a regañadientes durante mis dos décadas como editora de The New England Journal of Medicine.
En cuanto a The Lancet, su director, Richard Horton, dedicó en 2015 un artículo a una reunión con destacados científicos y funcionarios del gobierno a la que había asistido la semana anterior en el Wellcome Trust. Observando las reglas de Chatham House, se les pidió que no tomaran fotografías ni revelaran los nombres. El artículo comenzaba citando a uno de los expertos anónimos: “Mucho de lo que se publica es incorrecto”.
El propio Horton concluía: “El argumento contra la ciencia es sencillo: gran parte de la literatura científica, tal vez la mitad, simplemente puede ser falsa”. El editor jefe de The Lancet reconoció que, en los artículos científicos de las revistas más prestigiosas, los autores a menudo “modelan los datos para que encajen en su teoría preferida”, y no escatimó en reproches contra los editores (que priorizan el impacto por sobre la verdad), ni contra las universidades (que priorizan su necesidad de financiamiento), ni contra los mejores científicos (que no hacen mucho para cambiar la situación). Horton resumió su confesión (parece una confesión) al declarar que “la ciencia ha dado un giro hacia la oscuridad”.
Vale la pena subrayar: “La ciencia ha dado un giro hacia la oscuridad”.
En 2013, exactamente un siglo después de que la Fundación Rockefeller hubiera iniciado su programa para reformular la medicina según su modelo tecnocrático, el Dr. Peter Gøtzsche, cofundador de Cochrane Collaboration, se vio obligado a denunciar la corrupción de la medicina institucionalizada en Deadly Medicines and Organised Crime: How Big Pharma Has Corrupted Healthcare [Medicamentos Mortales y Crimen Organizado: Cómo las Grandes Farmacéuticas han Corrompido la Atención Sanitaria].
No faltan libros sobre el asunto. En Empire of Pain (2021), Patrick Radden Keefe muestra cómo la fortuna de la familia Sackler, estimada en U$S 12.000 millones, creció gracias a la promoción masiva y engañosa del analgésico OxyContin, propiedad de Purdue Pharma. Los anuncios lo recomendaban como un fármaco “para empezar y quedarse”, lo que contribuyó a la crisis de los opiáceos. Según Keefe, entre 1999 y 2017, “200.000 estadounidenses habían muerto por sobredosis relacionadas con OxyContin y otros opiáceos de prescripción médica”.
Durante dos mil años, la atención sanitaria se guió por el lema primum non nocere, “primero no hacer daño”. Durante el siglo XX, este sensato ideal fue corrompido, y en su lugar fue instalado primum lucrari, “primero lucrar”. La obtención de ganancias se convirtió en la primera prioridad de las grandes farmacéuticas: lo que importa es la “salud” de sus ganancias, por encima de la salud de hombres, mujeres y niños, y por encima de cualquier verdad científica.
Las multas que las grandes farmacéuticas deben pagar de vez en cuando, se ven más que compensadas por los beneficios que obtienen. Las grandes farmacéuticas también son las que más gastan en influir en los medios de comunicación y comprar opiniones. Hacen lobby en los ministerios de salud y en las asociaciones médicas, se apodera de los reguladores, y moldean toda la investigación para que sirva a sus intereses, sin tener en cuenta la salud de las personas ni las pruebas.
Richard Smith, ex editor jefe de The BMJ, escribió en el verano de 2021 que “el sistema” fomenta directamente el fraude en la investigación biomédica:
Stephen Lock, mi predecesor como editor de The BMJ, empezó a preocuparse por el fraude en la investigación en los años ´80, pero la gente pensaba que sus preocupaciones eran excéntricas. Las autoridades de investigación insistían en que el fraude era poco frecuente, que no importaba porque la ciencia se autocorregía […]. Todas esas razones para no tomar en serio el fraude en la investigación, han demostrado ser falsas y, 40 años después de las preocupaciones de Lock, nos estamos dando cuenta de que el problema es enorme, el sistema fomenta el fraude, y no tenemos una forma adecuada de responder. Tal vez sea hora de dejar de asumir que la investigación ha sido realizada y honestamente publicada, y pasar a asumir que no es confiable hasta que haya alguna evidencia de lo contrario.
En este contexto, el “seguir a la ciencia” que nos dijeron desde 2020 debió haber sido tomado con pinzas. Se trataba más bien de “seguir a la autoridad” o “seguir el marketing”.
Como demuestra una y otra vez la historia de la ciencia, lo que hoy parece firmemente establecido, mañana puede resultar incorrecto, o solo válido en determinadas circunstancias. Lord Kelvin dio una famosa conferencia en 1900 en la que aconsejó a los jóvenes talentos que no estudiaran física porque, para entonces, prácticamente ya se había descubierto todo. Eso parecía. Sólo quedaban “dos nubes”, es decir, dos preguntas menores sobre qué es la luz. De una de esas preguntas surgió la física cuántica, y de la otra, la teoría de la relatividad. El flujo de conocimiento no puede ser congelar: la ciencia congelada no es ciencia.
En 2020, una avalancha de datos engañosos difundidos a través de los medios masivos de comunicación por parte de gobiernos, instituciones internacionales y revistas médicas, combinada con la censura de millones de nosotros (incluidos los premios Nobel Luc Montaigner y Michael Levitt, y otros innumerables expertos) que no seguimos la línea del partido, se unieron para crear el mayor escándalo en la historia de la medicina.
Hasta entonces, la mayoría de la gente habría considerado el juicio de Galileo por parte de la Inquisición como el mayor escándalo en la historia de la ciencia. Pero el juicio de Galileo resultó en el encierro de una sola persona, el propio Galileo, que pasaría sus últimos años confinado en su pintoresca villa en el campo, il Gioiello (“la Joya”), donde escribió algunas de sus obras más importantes, incluidos sus Discursos y demostraciones matemáticas relativas a dos nuevas ciencias. Eso no es comparable con el encierro de miles de millones de personas, y el sufrimiento y los efectos adversos fatales o duraderos infligidos a muchos hombres, mujeres y niños, por razones ajenas a la ciencia.
El reciente Informe de la Cámara de Representantes sobre la “pandemia del coronavirus”, publicado el 4 de Diciembre de 2024, incluye títulos que muestran que “el requisito de distanciamiento social de 2 mts no estaba respaldado por la ciencia”, “las mascarillas y los mandatos de uso de mascarillas fueron ineficaces para controlar la propagación del covid-19”, “las pruebas de detección del covid-19 fueron defectuosas”, “los funcionarios de salud pública ignoraron la inmunidad natural”, y “los mandatos de vacunación no estaban respaldados por la ciencia”.
También reconoce que los cierres de escuelas “afectaron negativamente el rendimiento académico, lo que continuará durante años”, “empeoraron una tendencia ya alarmante de deterioro de la salud física”, y “contribuyeron significativamente al aumento de los casos de problemas de salud mental y conductual”. Cuatro secciones del informe muestran cómo “el gobierno perpetró la desinformación sobre el covid-19”. De hecho, como dijo Martin Makary al Congreso en 2023, “el mayor responsable de la desinformación durante la pandemia [fue] el gobierno de los Estados Unidos”. La peor desinformación no vino desde abajo, sino desde arriba, desde el poder.
La ciencia no estaba tomando las decisiones. Por ejemplo, las políticas de covid impuestas por el gobierno alemán, afirmaban estar basadas en recomendaciones científicas del Instituto Robert Koch (RKI), el equivalente alemán de los CDC. Pero cuando en 2024 fueron publicadas las actas (Protokolle) de las reuniones internas del RKI, resultó que los científicos del RKI habían estado siguiendo al gobierno, no al revés. En la reunión del 10 de Septiembre de 2021, estos científicos se quejaron de la presión ejercida sobre ellos por el BMG (Bundesministerium für Gesundheit, Ministerio Federal de Salud), y reconocieron explícitamente que “el BMG supervisa técnicamente al RKI”, el que “no puede reclamar libertad científica”. Después de todo, “la independencia científica del RKI respecto de la política es limitada”.
Ocho semanas después, el 5 de Noviembre de 2021, las actas muestran que los científicos del RKI no estaban de acuerdo con la retórica del gobierno sobre que las “vacunas” detenían la infección por covid, y de que había una “pandemia de no vacunados”. Pero decidieron guardar silencio sobre su desacuerdo; argumentaron que sus comunicaciones públicas no podían ser modificadas porque “causaría una gran confusión”.
Sin embargo, cambiar de perspectiva a la luz de nuevas evidencias es precisamente el objetivo de la actitud científica. Galileo y Darwin no dejaron de decir lo que pensaban porque “causaría una gran confusión”.
Se dio el sello científico de aprobación a políticas no científicas, y se engañó al pueblo alemán para que creyera que había una base científica cuando no la había.
En cualquier caso, la evidencia más llamativa de malversación puede ser obtenida de otro conjunto de documentos internos: los “Pfizer papers”. Cuando una solicitud de libertad de información exigió la liberación de documentos relacionados con la autorización de la “vacuna” de Pfizer contra el covid, la FDA pidió que se le dieran 75 años (¡hasta 2096!) para poder procesar e imprimir los documentos. Afortunadamente, el juez no se lo creyó. Más de 450.000 páginas de documentos técnicos fueron finalmente publicadas y examinadas por un equipo de 3.250 voluntarios, el que incluía médicos de todas las especialidades, biólogos, bioestadísticos e investigadores de fraude médico.
Sus hallazgos clave han sido resumido en un libro editado por Naomi Wolf y Amy Kelly, The Pfizer Papers. Según los propios documentos de Pfizer, a los tres meses de la implementación de su “vacuna” en Diciembre de 2020, sabían que no funcionaba para detener la enfermedad (los documentos hablan de “fracaso de la vacuna”), y causaba múltiples tipos de “eventos adversos graves” (entre ellos “muerte”). Poco después, Pfizer se dio cuenta de que su “vacuna” estaba dañando los corazones de los jóvenes. Una de las revelaciones más impactantes es que, mucho antes de que este producto de ARNm fuera fuertemente recomendado a las mujeres embarazadas, Pfizer sabía que sus materiales entraban en la leche materna y envenenaban a los bebés, ya que en estos documentos internos se registran muertes de recién nacidos después de la “exposición materna” a la “vacuna”. En cuatro casos, la leche materna se había vuelto “azul-verde”.
Pero no fue sólo Pfizer. Están surgiendo pruebas similares de Moderna y otras empresas e instituciones que sabían una cosa y decían otra, y pretendían ser héroes mientras coqueteaban con el mal. Los Moderna Papers serán publicados este verano.
Hubo, en muchos frentes, un ataque múltiple a nuestra salud física y mental, así como a todos los standards de decencia. ¿De dónde vino todo esto?
Esta pregunta fue formulada en unas 50 entrevistas con altos funcionarios estadounidenses y europeos, y especialistas en salud mundial (a los que se les “concedió el anonimato [para que] hablaran con franqueza”), en una investigación realizada durante un período de siete meses por dos medios de comunicación, el alemán Die Welt y el estadounidense Politico. Esta investigación descubrió que los gobiernos tampoco estaban tomando las decisiones, sino que seguían una línea:
Gran parte de la respuesta internacional a la pandemia de covid pasó de los gobiernos a un grupo global de expertos no gubernamentales, supervisado de forma privada.
Este “grupo global de expertos no gubernamentales supervisado de forma privada” tenía “importantes conexiones financieras y políticas, que le permitieron alcanzar tal influencia en los niveles más altos del gobierno estadounidense, la Comisión Europea y la OMS”. ¿Y quién supervisaba de forma privada a este “grupo global de expertos no gubernamentales”? Como revela la investigación conjunta de Die Welt y Politico, en el núcleo de esta red había varias entidades asociadas con un gran nombre de especulación fraudulenta (inicialmente a través de su corporación tecnológica): Bill Gates. La edición alemana de esta investigación conjunta se titula Die Machtmaschine des Bill Gates (La máquina de poder de Bill Gates). La siguiente pregunta es: ¿Qué hay detrás de Bill Gates?
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko