El 22 de Abril de 2025, terroristas atacaron Pahalgam, uno de los destinos turísticos más populares de Cashmir, asesinando a veintiséis personas. Con una población de 13 millones de habitantes, la Cashmir administrada por India alberga a 700.000 soldados, incluyendo personal del ejército, fuerzas paramilitares y policías con poderes extraordinarios, lo que la convierte en una de las regiones más militarizadas del mundo.
Sin embargo, a pesar de la gran cantidad de turistas en Pahalgam, no había ningún agente de seguridad en el lugar. Las operaciones de rescate tardaron horas en llegar. Hoy en día, incluso los ciudadanos comunes pueden instalar cámaras de seguridad básicas a bajo costo. ¿Por qué, entonces, esta zona de alto perfil quedó desatendida, a pesar de su largo historial de insurgencia, ataques terroristas y disputas territoriales entre Pakistán, China e India?
Este es el sello distintivo de la profunda disfunción de India, algo que sólo puede ser comprendido viviendo en el país y sumergiéndose en su tejido social. Según informes, hubo advertencias de inteligencia antes del ataque, y Modi incluso canceló una visita planeada. Pero nadie pensó en advertir a los turistas. Quedaron como blancos fáciles.
Nunca en mi vida he visto evidencia de que los indios valoren la vida humana. Esta indiferencia está arraigada en sus instituciones, moldeada por la retroalimentación que reciben, y reflejada en el tipo de personas que llegan al poder. Para los políticos, burócratas y las fuerzas armadas, la gente común es tratada como poco más que prescindibles cobayos.
Independientemente de las circunstancias, la prioridad de los políticos sigue siendo: maximizar la recaudación de sobornos, y asegurar victorias electorales mediante la demagogia. El objetivo es mantener a la población permanentemente en vilo, pero sin llegar al colapso, ya que una sociedad verdaderamente desestabilizada, amenazaría su cómodo y aislado estilo de vida.
Tras el ataque de Pahalgam, Satya Pal Malik, ex gobernador de Cashmir, describió a Modi como desvergonzado y cobarde en una entrevista en hindi y en inglés. Pero quizás de forma más contundente, basándose en su experiencia interna, retrató al régimen como despistado e incompetente. Incluso durante reuniones que son públicamente presentadas como importantes, afirmó, hay poco contenido sustancial: sólo buena comida y charlas triviales.
En cualquier caso, la muerte de veintiséis personas no es llamativa en India. Incluso la muerte de cientos de personas suele pasar desapercibida. La policía, impulsada por puro instinto depredador, mata a criminales reales o imaginarios con impunidad, incluso actuando en nombre de los intereses de la mafia. Los tribunales permanecen pasivos y la opinión pública, apática.
Los indios y la empatía no tienen nada en común.
En ausencia de liderazgo genuino ‒y peor aún, bajo el gobierno de demagogos‒, el odio se ha intensificado constantemente en toda India. Los conflictos lingüísticos, regionales y religiosos están en aumento. Ésto era inevitable, especialmente a medida que el país se alejaba de la relativa cordura del dominio británico.
Los indios racionales, inteligentes y realistas, saben que la corrupción endémica no puede ser erradicada, porque la sociedad carece del impulso moral y de la conciencia para hacerlo. Su mayor esperanza es que políticos inteligentes, aunque corruptos, lleguen al poder. Sin embargo, en una sociedad profundamente fracturada por el pensamiento de casta, clase y tribu, el ascenso de líderes capaces es otra imposibilidad.
La aburrida y televisiva clase media india, supuestamente educada, se aferró repentinamente al incidente de Pahalgam para enmascarar sus sentimientos anti-musulmanes con una fachada de empatía y sentirse vicariamente valiente. Tras el atentado, estudiantes cashmires y musulmanes fueron agredidos en varias partes del país. Es difícil culpar a los indios de ser irracionales; la racionalidad simplemente no entra en la cultura.
Incluso con el control total de los medios, Modi no pudo evitar que la clase media se sumiera en el frenesí. La oleada resultante de artificial indignación finalmente llevó a aldeanos desesperados a ser enviados al frente. A nadie le importan sus muertes. ¿No es asombroso cómo una masa de personas, por lo demás avergonzadas, puede de repente mostrar tal “coraje” cuando se deja llevar por el fervor de la multitud?
Con las elecciones a la vuelta de la esquina en el estado de Bihar, Modi necesitaba ejercer como hombre fuerte. Pero, como cualquier demagogo, debía asegurarse de que la situación no se descontrolara; después de todo, la estabilidad es crucial para preservar su posición política.
India lanzó simulacros de ejercicios militares en todo el país, programados para coincidir con lo que parecía ser su primer ataque planeado contra Pakistán. Sin embargo, como es habitual en India, la ejecución fue caótica. No encontré ni un solo lugar donde funcionaran las sirenas, y la gente no tenía ni idea de qué hacer. Era la disfunción habitual.
En la madrugada del 7 de Mayo de 2025, más de cien aviones de combate indios se movilizaron, preparándose para un combate aéreo. Los aviones permanecieron en el lado indio de la frontera, disparando desde espacio aéreo indio. Sin embargo, según afirmaciones pakistaníes, en las primeras horas cinco aviones de combate indios se estrellaron en India, con una pérdida estimada de casi U$S 1.000 millones.
El gobierno indio no ofreció ninguna respuesta. El destacado analista de defensa Pravin Sawhney ‒cuyo libro “La Última Guerra” recomiendo encarecidamente‒ planteó el problema en sus dos videos de YouTube. El gobierno los prohibió de inmediato lo que, al menos parcialmente, confirma la posible ocurrencia de los accidentes.
El conocido gestor de fondos estadounidense Frank Holmes podría haberlo expresado mejor: “Sigue el dinero”. Los aviones de combate utilizados por Pakistán fueron fabricados por AVIC Chengdu Aircraft, cuyas acciones se dispararon significativamente tras el incidente. En cambio, uno de los aviones indios presuntamente derribados era un Rafale, cuatro veces más caro que su homólogo chino, fabricado por Dassault Aviation. La cotización de las acciones de Dassault cayó alrededor de 10%.
Si el Rafale se perdió debido a fuego amigo o al inadecuado entrenamiento ‒lo que parece muy posible dado que, con su misma disfunción, era improbable que Pakistán derribara cinco aviones indios en territorio indio, mientras India era la agresora‒, Dassault debe estar lamentando el daño que India ha infligido a su reputación.
De hecho, la mayoría de las muertes en guerras que involucran a países del Tercer Mundo, se deben a fuego amigo. Estos países luchan constantemente por operar las instituciones originalmente establecidas por las potencias europeas.
Pakistán no es ningún santo. Es simplemente la otra cara de la misma moneda, con quizás un toque de fervor islámico. Dicho ésto, es difícil comparar Tweedledee y Tweedledum, pues cuando mi estado de ánimo es diferente, creo que el Islam otorga a Pakistán al menos cierta unidad y honor vagos e hipócritas.
Cuando los indios miran a Pakistán, lo encuentran repulsivo. De igual manera, cuando los pakistaníes miran a India, sienten repugnancia. Ninguno de ambos reconoce que lo que encuentra repulsivo en el otro, es el reflejo de su propia imagen.
El subcontinente indio es una región de robos, estafas y traiciones. Tus mayores enemigos son tu propia familia y tus vecinos. El conflicto entre India y Pakistán es un macrocosmos de esta disfunción. No pueden sentarse a negociar un acuerdo duradero y, en realidad, no desean la paz. El vicepresidente estadounidense J. D. Vance le había dicho al mundo que Estados Unidos no mediaría, pero finalmente lo hicieron. Por ahora, la estrategia del presidente Donald Trump funcionó. En cuestión de horas, India y Pakistán acordaron un alto el fuego. Posiblemente, uno o ambos también se había quedado sin parque.
El Tercer Mundo debería agradecer a la Pax Americana sus contribuciones durante el último siglo. Si bien ha tenido sus numerosos defectos, sin ella los tiranos cobardes del Tercer Mundo habrían caído en la brutalidad. Con el tiempo lo harán, y con poblaciones futuras mucho mayores; quizás por eso Estados Unidos debería haberse mantenido al margen. Además, Estados Unidos tiene una tarea ingrata: será culpado tanto por Pakistán como por India por lo que podrían haberse hecho mutuamente si Estados Unidos no hubiese intervenido.
Nadie sabe qué país dominó realmente la guerra. Ambos bandos mintieron profusamente, lo que ocultó cualquier verdad que pudiera haber salido a la luz. Los sudasiáticos no entienden el concepto de decir la verdad. Los medios de comunicación indios afirmaron que el ejército indio estaba por todo Pakistán, y que la rendición total estaba a sólo unos días de distancia. Independientemente de los hechos que salgan a la luz en el futuro, los ciudadanos de ambos bandos seguirán creyendo que su bando salió victorioso. No quieren saber la verdad. No les interesa.
Los habitantes del subcontinente quieren creer en lo que es conveniente, oportuno y que presenta a su tribu ‒ya sea India, Pakistán, islam, hinduismo o sikhismo‒ de forma favorable. Occidente ignora por completo esta marcada diferencia entre sus sociedades y las del Tercer Mundo.
Los ciudadanos de India y Pakistán no se dan cuenta de que pagarán impuestos más altos, y se enfrentarán a mayores medidas de seguridad interna y a la tiranía. En última instancia, los demagogos de ambos países buscan la tensión justa como para distraer a sus ciudadanos de los verdaderos problemas: pobreza extrema, economías estancadas o en declive, creciente malestar social y colapso de las instituciones.
Sólo hay tres ganadores en este embrollo. El primero es Narendra Modi, quien ahora tiene garantizada una victoria aplastante en las elecciones de Octubre en Bihar. Esta guerra lo ha elevado a la categoría de héroe nacionalista, asegurando que India siga hundiéndose en el declive económico y, peor aún, en la regresión cultural. En segundo lugar, el ejército pakistaní, que ha desangrado a Pakistán durante décadas. En el pasado reciente había perdido su legitimidad. La guerra con India la ha restaurado, permitiéndoles continuar explotando a la nación con impunidad, y reforzando su control sobre un estado en ruinas. En tercer lugar, AVIC Chengdu Aircraft, el gigante aeroespacial chino, está cosechando ganancias a medida que el mundo compra más aviones y misiles.
Ninguno de los ciudadanos de estos países miserables y olvidados de Dios comprenderá que su verdadero enemigo no es el otro bando, sino sus propios gobiernos y sus propias fuerzas de defensa y de seguridad. A pesar de ser islámico y supuestamente no idólatra, Pakistán ha deificado en el pasado a su ejército o, más recientemente, a figuras como Imran Khan. Ahora, están volviendo a venerarlo. El subcontinente indio seguirá hirviendo de odio, destrucción, falta de confianza, creciente tiranía, leyes de emergencia, mayores tensiones fronterizas y mayor hostilidad hacia las minorías, empujándolas gradual pero inexorablemente hacia su caótico pasado pre-británico.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko