La noticia de esta semana de que Elon Musk pronto dejará su “Departamento de Eficiencia Gubernamental” (DOGE) es un sombrío recordatorio de lo que sucede cuando se desafía el gasto excesivo de Washington D. C. Desafortunadamente, una vez más la lección es que cuando se desafía al imperio, este finalmente contraataca.
El presidente Trump llegó al cargo con la ayuda del ambicioso plan de Elon Musk de recortar U$S 2 billones en gasto, y reducir drásticamente la inútil y abultada burocracia gubernamental. Las encuestas de opinión demostraron la enorme popularidad del DOGE. Los estadounidenses se entusiasmaron con la llegada del DOGE a Washington D. C.
La exposición del daño real que agencias como USAID y otras le estaban causando al país, reforzó la idea de que gran parte de la “burocracia federal” simplemente no es necesaria. Aunque Musk se convirtió en una figura de odio para los intereses especiales arraigados, para la gran parte de Estados Unidos obligada a pagar por los excesos de Washington, se convirtió en un héroe.
Muchos en el Congreso, al ver su popularidad, apoyaron activamente al DOGE. De repente, quienes nos ayudaron a acumular U$S 37 billones en deuda, hablaban de hacer recortes enormes y posar para las fotos con Musk.
Desafortunadamente, después de que se tomaran las fotos y se calmara el revuelo, el Congreso volvió a hacer lo que suele hacer: nada. No hay forma de que un DOGE tenga éxito sin que el Poder Legislativo consagre esos recortes en la legislación. Pero cuando se presentó el enorme proyecto de ley de gastos “Big Beautiful”, los recortes no se vieron por ninguna parte.
Al final, fue la adicción de Washington al imperio militar global estadounidense lo que pudo haber clavado el último clavo en el ataúd del DOGE. El proyecto de ley de gastos “Big Beautiful” de hecho aumentó el gasto militar, incluso después de que el presidente Trump insinuara que era posible un recorte de 50%. El secretario de Defensa, Pete Hegseth, se jactó de presidir el “primer” presupuesto de defensa de U$S 1 billón. El inicio de una guerra contra Yemen ‒con un gasto de más de U$S 1.000 millones al mes‒, y las amenazas contra Irán, son la prueba más evidente de que el imperio ha contraatacado. Y, por supuesto, los halcones de Washington quieren “confrontar” a China.
Ésta no es la primera vez que un movimiento populista y popular para domar a la bestia de Washington fue abrazado y luego derrotado por esa misma bestia. El movimiento “Tea Party” se lanzó en Diciembre de 2007, con voluntarios que apoyaron mi campaña presidencial de 2008, y realizaron una “bomba de dinero” record de 24 horas en el aniversario del Motín del Té de Boston de 1773.
Los estadounidenses, hartos del gasto deficitario, la extralimitación del gobierno y el costoso y contraproducente imperio militar estadounidense en el extranjero, se unieron para exigir un cambio. El éxito de la “bomba de dinero” llamó la atención de Washington (el dinero es el alma de la clase política) y, en poco tiempo, políticos de todo tipo se declararon parte del “Tea Party”.
Les encantaba la popularidad de asociarse con el “Tea Party”. Pero, ¿recortar realmente el gobierno? No tanto. Lo primero que estos nuevos miembros del “Tea Party” rechazaron fue nuestra exigencia de poner fin al insostenible e inflado presupuesto militar, y a nuestra agresiva política exterior. Finalmente, se desdijeron de otras restricciones de gasto y, en pocos años, la “marca” se diluyó y se desvaneció.
¿Cuál es la lección? ¿Es todo inútil? Para nada. La popularidad del DOGE demuestra que los estadounidenses aún quieren un gobierno mucho más pequeño. Es una gran noticia, y el país está en deuda con Elon Musk por recordárnoslo. Pero hasta que los estadounidenses elijan representantes con el coraje de ir más allá de las fotos, lamentablemente seguiremos el camino hacia la bancarrota y el colapso.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko