Javier Milei y la anarquía del mercado
Javier Milei, autodenominado “libertario anarcocapitalista”, ha asumido la presidencia del estado argentino. Aquí presento una breve explicación del conjunto de ideas que dice apoyar.
La filosofía libertaria afirma que nadie tiene derecho a iniciar una agresión física contra personas inocentes; que nadie tiene derecho, mediante la fuerza y/o el fraude, a apoderarse de bienes ajenos; que la violencia sólo se justifica si es defensiva. Demuestra que sólo la institución de la propiedad privada –entendida como control exclusivo sobre los bienes físicos, incluidos los propios cuerpos de los individuos– puede proporcionar una cooperación pacífica y voluntaria entre las personas.
El estado es una organización –integrada por seres humanos– que lleva a cabo violaciones continuas e institucionalizadas de los derechos de propiedad en un territorio determinado. Es simplemente un aparato de coerción y compulsión, de intimidación y amenaza, de violencia y agresión, que ha logrado institucionalizarse. El estado es una institución (dirigida por políticos y burócratas) que se atribuye el status de soberano: el violador supremo de los derechos de propiedad.
El estado siempre tiende a ampliar la dimensión y el alcance de las expropiaciones que lleva a cabo. Se encuentra en la búsqueda permanente por alcanzar un nivel “óptimo” de expropiaciones. Los impuestos, la regulación (burocratización) y la inflación monetaria son las tres formas principales.
A lo largo de milenios, el estado –el sistema de agresión institucional; poder politico; el aparato institucionalizado de coerción– resultó ser el mayor enemigo de la civilización humana. Es el mayor y más prolífico autor de las peores atrocidades de la historia.
El libertarismo anarcocapitalista propone que el estado se extinga –anarquía: ausencia de estado; anomia: ausencia de orden–, y que los servicios de seguridad y arbitraje de conflictos –servicios policiales y judiciales– sean ofrecidos por entidades privadas (compañías de seguros, principalmente) que compitan entre sí.
Mi intención en este texto es discutir los pros y los contras de que un libertario autoproclamado anarcocapitalista ocupe un cargo de gobierno, cargo que –por definición– implica el ejercicio del poder político (agresión institucionalizada) sobre otros seres humanos.
En mi opinión, Milei logró ser elegido porque se presentó como alguien diferente, distinto del resto de los candidatos, que eran en realidad más de lo mismo, proponiendo las mismas malas ideas de siempre (más impuestos, más regulación/burocratización, más inflación monetaria, más gasto estatal; en definitiva, más intervencionismo estatal, más socialismo). Estas ideas han sido implementadas en el país desde el surgimiento del fascismo militar en la década de 1930. La pésima situación económica y de civilidad que muestra actualmente Argentina, es el resultado de la aplicación sistemática de estas ideas. Incluso es difícil creer que este país fuera un lugar desarrollado, pujante y próspero durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. (En esta época, marcada por la constitución de 1853, inspirada por el jurista Juan Bautista Alberdi, había una amplia libertad económica, e incluso fue adoptado el patrón oro por un tiempo).
En cualquier caso, en sí misma la victoria de Milei constituye una hazaña enorme, ya que durante las elecciones utilizó una retórica a favor de la libertad, incluso basada en algunas ideas austrolibertarias sólidas. En los actuales regímenes republicano-democráticos de masas, lo más común es que resulten elegidos los candidatos que efectúan las promesas más absurdas y vacías. Cuantas más “favores” y fantasías promete alguien, más popularidad y votos recibe.
Las repúblicas democráticas son estados (aparatos de coerción institucionalizada) de propiedad pública (a diferencia de las monarquías o principados, estados de propiedad privada). Ésto significa que dichos dispositivos de coerción no tienen un dueño definido; lo que significa que los ingresos provenientes de expropiaciones no constituyen institucionalmente propiedad de nadie. No sorprende, por tanto, que la explotación llevada a cabo por las repúblicas democráticas se produzca de forma errática, insostenible, incluso suicida; el cálculo económico en relación con las expropiaciones termina siendo inviable, sin incentivos para adoptar una visión de largo plazo y, por tanto, para la prudencia y moderación en las actividades expropiatorias (incluso una dictadura republicano-democrática, es decir, sin la “alternancia de poder”, con gobernantes atrincherados en posiciones supremas, padece este problema). Además, y precisamente porque son estados de propiedad pública, las repúblicas democráticas consideran como precarios los derechos de propiedad individuales. No aceptan que las propiedades privadas individuales puedan limitar su alcance, su poder. Para las repúblicas democráticas, el instituto de la propiedad privada simplemente está en conflicto con ellas y puede ser ignorado, despreciado y descartado en cualquier momento y por cualquier motivo.
La propiedad privada crea para el individuo una esfera en la que está libre del estado. Establece límites al alcance del poder autoritario. Permite que otras fuerzas surjan y operen junto con el poder político y en oposición a éste. La propiedad privada se convierte entonces en la base de todas aquellas actividades que están libres de interferencia violenta por parte del estado. La propiedad privada es el suelo en el que se cultivan las semillas de la libertad, y en el que echa raíces la autonomía del individuo y, en última instancia, todo progreso intelectual y material.
—Ludwig von Mises
Podemos utilizar la palabra “socialismo” de dos maneras: (1) para caracterizar el sistema de “propiedad pública o estatal de los medios de producción”, en el que está prohibida la propiedad privada de los factores de producción (incluida la fuerza laboral individual, es decir, los propios cuerpos de las personas); (2) caracterizar cualquier actividad de expropiación llevada a cabo por el estado.
No puede haber socialismo sin estado; y en la medida en que haya estado, hay socialismo. El estado, por tanto, es la institución que pone en práctica el socialismo. Y dado que el socialismo se basa en la violencia agresiva dirigida contra víctimas inocentes, la violencia agresiva es la naturaleza de cualquier estado”.
—Hans-Hermann Hoppe
“El socialismo es todo un sistema de agresión institucional contra el libre ejercicio de la acción humana o de la función empresarial”.
—Jesús Huerta de Soto
Las repúblicas democráticas, por tanto, siempre están orientadas hacia el socialismo total. No es casualidad que los razonamientos y decisiones de los gobernantes (políticos y burócratas) que comandan los aparatos republicano-democráticos, vayan también en esta dirección.
Además, las repúblicas democráticas (estados de propiedad pública) hacen que las distinciones entre gobernantes y gobernados sean borrosas y poco claras.
Javier Milei pasó a ocupar el cargo de “presidente” de una república democrática, que tiene las características anteriormente explicadas. Aunque tiene mejores ideas (más aireadas, más audaces, más apropiadas); aunque sabe que el socialismo es esencialmente criminal y disfuncional; aunque realmente comprende que el camino hacia un estado de cosas menos insatisfactorio reside en la institución de la propiedad privada y un extendido orden espontáneo de las cosas, el aparato del que ahora forma parte simplemente no está a la altura de todo ésto.
Incluso si Milei logra (1) materializar reformas profundas, impactantes y verdaderas (en la práctica, una reducción decidida en el gasto, el tamaño y el poder del estado; algo que, es llevado a cabo, invariablemente causará enormes pérdidas para los diversos grupos de intereses ya establecidos y estructurados); (2) evitar ser corrompido, absorbido o neutralizado por el sistema; y (3) demostrar los enormes beneficios del libre mercado (una idea excelente y factible para ésto sería crear “zonas económicas especiales” en el país, incluida una zona anarcocapitalista; una réplica, por ejemplo, de la libertad económica de Singapur en una de estas zonas), la tendencia de la república democrática seguirá siendo la misma, hacia el socialismo total.
Si Milei logra traer un poco de libertad a Argentina, ya habrá hecho mucho. Si logra siquiera detener la tendencia actual hacia una situación aún peor, también habrá hecho mucho. No espero que sea capaz de cambiar tantas cosas. Tal vez pueda, tal vez no. Comparado con otros políticos, al menos Milei tiene la ventaja de conocer y comprender ideas más sensatas con el fin de lograr una situación más satisfactoria.
Además, está el asunto de la corrupción (entendida como esquemas de enriquecimiento personal). Ésta es una tentación extremadamente poderosa. Realmente pocas personas pueden resistirse a ésto. (Pongo el ejemplo de una “obra pública”. Normalmente costaría, digamos, U$S 100 millones. Un político se confabula con una empresa constructora. La obra acaba siendo presupuestada en U$S 200 o U$S 300 millones. El político recibe, digamos, 1% de este valor –U$S 2 ó U$S 3 millones. Nada mal. De todos modos, ¿quién perderá ese 1%?) En el caso de las monarquías (estados de propiedad privada), este asunto de la corrupción carece de sentido, ya que los ingresos de las expropiaciones son propiedad del monarca (o de la Corona), el que luego decide qué hacer con esos ingresos, incluso gastarlos en beneficio propio (y aquí, en relación con las monarquías, es donde se vuelve clara la distinción entre gobernantes y gobernados).
También está la cuestión del poder mismo. Es muy fácil para alguien –especialmente su ego– sucumbir a los encantos de una posición de poder. Se trata de la “gloria de mandar”, la “vana avaricia”.
En mi opinión, lo más importante que puede hacer Milei es utilizar la posición de “presidente” para difundir ideas austrolibertarias. Con esta posición como plataforma, tiene la posibilidad de ser visto y escuchado por millones de personas. Por ejemplo: el enfoque de la Escuela Austriaca sobre los ciclos económicos debería estar mucho más extendido. Este enfoque, que demuestra que el Estado –a través de su sistema de banca con reserva fraccionaria y banco central– es la principal causa del ciclo ilusorio de auge y de la posterior depresión, es una de las mayores contribuciones intelectuales a la civilización humana.
Hago hincapié ahora en la diferencia entre la Escuela Austriaca de Economía y la Filosofía Libertaria. La Escuela Austriaca analiza la ciencia económica. Analiza las relaciones de causa y efecto de los fenómenos económicos. Configura un análisis técnico de las cuestiones económicas. La Filosofía Libertaria, a su vez, analiza las normas éticas –derechos de propiedad– que proporcionan paz y cooperación entre los seres humanos que viven aquí en la Tierra, en un mundo caracterizado por la realidad de la escasez. Aunque hay muchos puntos de intersección entre ambos, es importante no confundirlos. Planteo este punto porque he visto críticas al Prof. Dr. Jesús Huerta de Soto por ser asesor económico de Milei –ocupante de un cargo político. La cuestión es que no hay nada malo en brindar asesoramiento económico de carácter técnico a alguien que ocupa un cargo político. Más bien, todo lo contrario: con ideas económicas correctas, dicho gobernante podrá tomar mejores decisiones, las que impactarán positivamente en las vidas de los millones de individuos que habitan el territorio gobernado por ese estado. Además, dado el conocimiento de Milei sobre economía y la Escuela Austriaca, está claro que ésto es sólo una extensión de la relación profesor/estudiante desarrollada entre ambos).
Si las ideas austrolibertarias terminan siendo difundidas y asimiladas por muchas personas, formando así una “masa crítica” de conocedores y seguidores, el culto y la veneración del estado –la autoridad de violencia institucionalizada– podría disminuir considerablemente, así como la frecuencia del común –casi omnipresente– “razonamiento” de que “se necesita más estado para resolver los problemas; son necesarios más regulación, más impuestos y más gasto estatal para resolver los problemas”. Yo diría que este “razonamiento” es el gran mal a combatir. La gran mayoría de la gente lo dice ante cualquier problema que se presente. La frase habitual es: “el estado debe hacer algo”. Como si más coerción y más burocracia pudieran resolver algo. Como si todos los otros miles de experimentos de “más coerción y más burocracia” hubieran tenido éxito.
El camino hacia un nivel de vida material más alto y mejor, pasa por la propiedad privada y los acuerdos socioeconómicos y legales basados en la propiedad privada. Pasa por la evolución del orden espontáneo extendido del mercado. La sociedad humana (un grupo de seres humanos individuales, unidos pacífica y voluntariamente mediante la división del trabajo) –la civilización– debe prevalecer frente al estado (aparato institucionalizado de coacción yviolencia), el socialismo y el poder político.
Traducción: Ms. Lic. Cristian Vasylenko