Rothbard, Milei, Bolsonaro y la nueva derecha

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Desde que hace casi 20 años reconocí que ninguna persona o institución tiene derecho a iniciar una agresión, es la primera vez que he podido decirle a un normie cuál es mi posición política sin que piense que hablo en griego. Ahora puedo decir que soy anarcocapitalista sin causar demasiada sorpresa, porque por primera vez una gran parte del público occidental tiene alguna idea de lo que significa este término. Ésto se debe al fascinante éxito electoral de Javier Milei, un anarcocapitalista que está a punto de ser elegido presidente de Argentina. Soltero, Milei tiene cinco perros mastines a los que llama sus “hijos de cuatro patas”, y a uno de ellos lo llamó Murray, en honor del economista Murray Rothbard, su gran inspiración. Rothbard, decano de la Escuela Austriaca de Economía, es también el padre del liberalismo moderno, que él llamó anarcocapitalismo. Los anarcocapitalistas somos conscientes de que cualquier forma de estado es criminal, y que cualquier servicio que preste, puede y debe ser proporcionado por el libre mercado. Rothbard proporcionó las justificaciones éticas y económicas del anarcocapitalismo, refutando todos los mitos estatistas utilizados para legitimar la existencia del estado.

Sin embargo, además de proporcionar el marco para el anarcocapitalismo, Rothbard también estableció una estrategia que describe cómo sólo alguien como Milei podría romper las barreras del discurso político respetable –la socialdemocracia–, impuesto por la izquierda marxista, y provocar el resurgimiento de una derecha libertaria como fuerza política. Rothbard se refiere a la vieja derecha estadounidense, que en la primera mitad del siglo XX se opuso a los programas socialistas implantados en los EE.UU. y a sus guerras exteriores, y “estaba a favor de restaurar la libertad de la vieja república, de un gobierno estrictamente limitado a la defensa de los derechos de propiedad privada”. No era una derecha revolucionaria. De hecho, la revolución ya había tenido lugar con el New Deal, y había sido una revolución socialista. Del mismo modo, el peronismo fue una revolución socialista que en 80 años convirtió a Argentina –que era un país libre y uno de los más ricos del mundo– en un país pobre. Ésto significa que una postura conservadora sirve para preservar el socialismo actual, mientras los socialistas siguen avanzando. Por tanto, como dijo el novelista libertario Garet Garrett, “la revolución fue, y por lo tanto se necesita nada menos que una contrarrevolución para recuperar el país. Aquí pues no hay un ‘conservador’, sino una derecha radical”. Agustín Laje Arrigoni, autor, politólogo y aliado de Milei, que se ha esforzado por entender y explicar la nueva derecha global, está de acuerdo:

    Esta Nueva Derecha tiene un ethos revolucionario, frente a una izquierda que empieza a abrazar un ethos conservador. Sé que puede sonar extraño, pero ¿en qué sentido lo digo? Si tomamos “conservador” como alguien que quiere preservar un statu quo, la izquierda es la que hoy quiere preservar un statu quo en Argentina, mientras que la derecha está intentando destruir ese statu quo.

Rothbard señala que mientras los marxistas tenían claro que su estrategia se centraría en el proletariado como el grupo que provocaría el cambio social, la derecha intentaba decidir “quiénes son los grandes malos, ¿las masas o la élite gobernante?” Concluyó que la lucha debía ser contra la élite gobernante, porque las masas –por muy corruptas que sean– están demasiado ocupadas intentando sacar adelante a sus familias y viviendo sus vidas, y no tienen mucho tiempo para dedicarse a la política. Mientras que “los burócratas, los políticos y los grupos de intereses especiales que dependen del gobierno político (…) ganan dinero con la política y, por lo tanto, están intensamente interesados –y ejercen presión y están activos– las 24 horas del día”. Rothbard añade la distinción señalada por John C. Calhoun, quien observó que la sociedad está dividida en dos clases: los que pagan impuestos, y los que los reciben. Milei centró su discurso en ésto, la verdadera lucha de clases, enardeciendo a las masas contra sus explotadores en la élite gobernante, que él llama apropiadamente la casta política.

A la luz de esto, Rothbard plantea la siguiente pregunta: “Si la élite gobernante está gravando, saqueando y explotando al público, ¿por qué el público lo tolera aunque sea por un momento? ¿Por qué tardan tanto en retirar su consentimiento?” Las masas se mantienen en este estado letárgico de sumisión voluntaria, porque la casta política coopta a “las élites intelectuales y mediáticas, que son capaces de engañar a las masas para que consientan su dominación.” Para resolver este dilema, Rothbard identifica dos estrategias erróneas, y recomienda una correcta. La primer estrategia errónea es la llamada estrategia hayekiana, que consiste en convertir a filósofos destacados a las ideas correctas, que luego convertirían a académicos, periodistas y políticos, hasta convertir a las masas para que apoyen la libertad. Además de llevar mucho tiempo, la falla crucial de esta estrategia es que los medios de comunicación y los académicos no anteponen la verdad a sus intereses personales, por lo que está está condenada al fracaso.

La segunda estrategia errónea es la llamada estrategia fabiana, utilizada con éxito por los socialistas de la Sociedad Fabiana. Consiste en crear think tanks para intentar influir en los centros de poder
–como se hizo con nuestro antiguo instituto, el que tras la escisión, se convirtió en un think tank. El error fatal es que lo que funciona para aumentar el estado, no funciona para reducirlo. Obviamente, las élites gobernantes darán la bienvenida a las ideas socialistas que aumenten su poder, y rechazarán las ideas libertarias que lo disminuyan. Dicho esto, Rothbard explica cuál es la estrategia exitosa:

La estrategia adecuada para la derecha debe ser lo que podemos llamar “populismo de derecha“: emocionante, dinámico, duro y polémico, que despierte e inspire no sólo a las masas explotadas, sino también al núcleo intelectual de la derecha, a menudo traumatizado. Y en esta época en la que las élites intelectuales y mediáticas son todas conservadoras-progresistas del establishment; todas, en un sentido profundo, una variedad u otra de socialdemócratas; todas amargamente hostiles a una derecha genuina; necesitamos un líder dinámico y carismático que tenga la capacidad de cortocircuitar a las élites mediáticas, y llegar y despertar a las masas directamente. Necesitamos un liderazgo que pueda llegar a las masas a través de la paralizante y distorsionada niebla hermenéutica difundida por las élites mediáticas.

Ésto es lo que Milei hizo. Una de las peculiaridades de los principales medios de comunicación argentinos, son los programas de televisión con largos y acalorados debates. Existía una laguna en el sistema, y Milei empezó a ser invitado a estos programas. Como erudito economista de la Escuela Austriaca y acérrimo libertario, Milei podía comentar todos los temas, y defendía apasionadamente la libertad. A diferencia de los seguidores de la estrategia hayekiana, que tratan con respeto y cortesía las perniciosas y criminales ideas de izquierda y a sus defensores, que tanto daño y pobreza causan al pueblo, Milei entendía que estábamos en una guerra, y constantemente se enfadaba, maldecía y gritaba, reflejando todo el resentimiento de los explotados (miles de horas de fervientes debates y entrevistas de Milei en la televisión argentina pueden ser vistos en YouTube).

Combinando ardor y sabiduría con personalidad mediática, Milei pronto fue el economista con más tiempo en televisión, y se convirtió en una celebridad nacional.  Además de coincidir con el discurso común de la derecha, de lucha contra la delincuencia y defensa de los valores tradicionales, su discurso libertario diciendo cosas como:

ha conseguido llegar directamente a las masas, las que han despertado a la verdad sobre la extorsión que sufren por parte de los especuladores políticos. Durante las Ron Paul Revolutions de 2008 y 2012, el Dr. Ronald Ernest Paul tuvo acceso a los debates presidenciales del Partido Republicano, y obtuvo cierta atención de los principales medios de comunicación, logrando abrir los ojos de multitudes de estadounidenses a las verdades libertarias. Sin embargo, Ron Paul no alcanzó el status de celebridad nacional, y –a diferencia de Milei– las puertas de los principales medios de comunicación y del sistema político bipartidista le fueron cerradas.

Milei comenzó su carrera política en 2021 siendo elegido diputado, y en 2023 logró viabilizar su candidatura a la presidencia de Argentina, obteniendo la mayor votación en las PASO de Agosto. En los debates presidenciales, Argentina está viendo a un libertario implosionando mitos socialistas y dando respuestas que suele dar un Walter Block. En el debate del 1° de Octubre, por ejemplo, ante la pregunta de si la diferencia salarial entre hombres y mujeres es producto de la discriminación patriarcal, Milei respondió que la desigualdad desaparece si se tienen en cuenta los tipos de profesión y que, si realmente existiera esa disparidad, los capitalistas explotadores que buscan beneficios a toda costa, sólo contratarían mujeres; pero eso no ocurre en el mundo real. Al presentar su plan de gobierno, apodado Plan Motosierra, Milei anunció:

    Voy a pasarle la motosierra al gasto público y a los políticos, que son una Banda de delincuentes que no paran de mentirle al pueblo. No son más que ladrones a los que no les gustan estos recortes, porque no tendrán dónde robar; tendrán que dejar de robar y tendrán que trabajar como gente honrada.

La estrategia rothbardiana del populismo libertario funcionó, tal como Rothbard dijo que funcionaría. Y Argentina está cerca de tener el primer presidente anarcocapitalista del mundo. Brasil está muy lejos de eso.

La Derecha de Brasil

Un espectro unidimensional de clasificación política es, de hecho, limitado. Y los conceptos de izquierda y derecha cambian de un país a otro, e incluso dentro del mismo país a lo largo del tiempo. Rothbard cuenta la historia de cómo, manteniendo las mismas posiciones políticas, al cabo de 20 años pasó a ser considerado desde “extrema derecha” a “extrema izquierda”. En su clásico artículo Ni izquierda ni derecha, Leonard Read sostiene que los libertarios deberían rechazar por completo situarse en uno u otro bando, quedando por encima de ambos. Pero el hecho es que estos conceptos existen y se utilizan, y Rothbard –al igual que Hans Hermann-Hoppe– sitúa al libertarismo en la derecha (o derecha alternativa), y critica duramente a los llamados “libertarios de izquierda”.

En un intento por dar sentido a los términos derecha e izquierda, el Diagrama de Nolan les añade un plano bidimensional. Ésto puede ayudar a entender un episodio sui generis de la política brasileña de hace tres décadas, en el que periodistas de izquierdas defendieron la idea de que los propietarios de restaurantes debían conservar la libertad de determinar las normas sobre el consumo de tabaco en sus establecimientos, y la libertad de las personas de optar por no usar el cinturón de seguridad, frente al prohibicionismo autoritario de Paulo Maluf, un político considerado de derecha. Hoy sorprende a los progresistas –totalmente autoritarios, como se ha demostrado en los últimos años con la tiranía de los encierros, las mascarillas, las inoculaciones y la censura– ver a un medio de comunicación de izquierda de hace 30 años defender esas autonomías individuales; y a los periodistas de aquel episodio pedir disculpas por el “error” que cometieron entonces. El diagrama bidimensional muestra cómo la izquierda y la derecha pueden albergar tipos más o menos autoritarios.

Esta vieja derecha brasileña también contenía elementos liberales, siendo el propio Maluf uno de los representantes de este liberalismo económico, como nos contaba el gran liberal brasileño y compañero suyo de partido, Roberto Campos. Como Campos aclara, este liberalismo estaba lejos del liberalismo clásico del estado mínimo/vigilante –y, por lo tanto, más lejos aún del libertarismo. Era el neoliberalismo, una rama de la socialdemocracia, que a su vez es una rama del socialismo marxista. Campos relata que Maluf fue el único político destacado que cuestionó los mitos socialistas del monopolio del petróleo y la necesidad de una política informática. Además, “hasta la caída del Muro de Berlín, era ‘políticamente incorrecto’ hablar de privatización, liberalismo o capitalismo. De nuevo, Maluf fue la excepción”. Hasta aquí, nada antilibertario. Pero luego Campos elogia a Maluf por su “sensibilidad social”, característica que el socialdemócrata Campos imputa como obligatoria, y alaba sus “iniciativas sociales de inspiración creativa: el proyecto Cingapura (vivienda popular), PAS (asistencia sanitaria) y el programa Leve-Leite (Tome Leche, para infantes)”. Campos –que fue el creador de dos terribles títeres socialistas, el BNDES y el banco central– y la vieja derecha, eran estatistas neoliberales, o socialistas de mercado, que creían que el mercado debía ser “lo más libre posible“, próspero pero para pagar más impuestos, y que el estado pudiera gastar en innúmeros servicios “gratuitos”, como la educación, la sanidad, la cultura, la diplomacia, etc. Brasil tenía un liberalismo (neo) tan estéril, que los institutos liberales, muy activos en los años ‘80, prácticamente desaparecieron tras las magras privatizaciones de Collor de Mello / Fernando Henrique Cardoso. Hoy en día, la nueva derecha está formada también en su mayoría por socialistas de mercado, con la excepción de los libertarios, que no existían en aquella época en Brasil.

Paul Gottfried identifica a la derecha como una reacción contra el totalitarismo inherente de la izquierda, la que quiere reconstruir la raza humana. En Estados Unidos, los estadounidenses medios forman esta derecha que obstaculiza el dominio de los izquierdistas. Gottfried reconoce que “puede que no tengan gustos refinados, que no escuchen música clásica ni hayan estudiado a los clásicos griegos o leído a Hegel en alemán, etc., pero son personas decentes que han comprendido lo que está mal”. Para él, lo que une a las distintas corrientes de la derecha, es que comparten la misma visión de lo que está mal: todos identifican al mismo enemigo, y saben exactamente a qué se oponen[1].

Cuando Agustín Laje Arrigoni intenta encajar al libertario Milei en esta Nueva Derecha, formada por socialistas-demócratas como Bolsonaro y Trump, dice que “esta ‘Nueva Derecha’ es un esfuerzo por articular tres sectores que, en principio, parecerían incompatibles, pero que en el marco del siglo XXI son cada vez más compatibles. Estos tres sectores son el libertario, el conservador y el soberanista o patriótico”. Así, vemos que en Brasil la Nueva Derecha está dominada por conservadores y patriotas
–que son socialistas de mercado–, mientras que los libertarios son insignificantes en términos de alcance popular. Jovem Pan, emisora de radio y televisión de extrema izquierda, pero que ha abierto sus espacios de programación a la derecha, tiene estos espacios ocupados exclusivamente por conservadores y patriotas –y como veremos más adelante, sabotea activamente a los libertarios y cualquier forma de “radicalismo”.

Los libertarios, poco numerosos en Brasil, tienen una presencia mínima en Internet, que sigue limitada por la censura de las grandes tecnológicas. Por otro lado, la derecha social-demócrata conservadora también es fuerte en Internet, siendo la más destacada la plataforma Brasil Paralelo. Sin embargo, la fuerza que controla la opinión de masas y decide las elecciones, siguen siendo los grandes medios de comunicación, con sus concesiones de radio y televisión públicas. Durante la campaña presidencial de 2020, las entrevistas de los candidatos en los grandes podcasts tuvieron audiencias record, pero los debates y entrevistas de los candidatos tuvieron audiencias mucho mayores en los medios corporativos. En 2016, Bolsonaro fue elegido a través de WhatsApp, e inmediatamente intentaron limitar el alcance de los mensajes reenviados en esta app para evitar que se repitiera.

Sin embargo y antes de eso, Jair Bolsonaro se dio a conocer en un espacio en la televisión abierta, en el programa SuperPop de REDE TV, que dio espacio a su discurso populista de derecha. ¿Y cuál es ese discurso? A diferencia del marxismo cultural, yo llamo a este discurso alborghettismo cultural, en referencia al fallecido presentador de televisión y político Luiz Carlos Alborghetti. El discurso se reduce a obviedades las que, aunque políticamente incorrectas, son aprobadas por la gran mayoría de la población brasileña:

  • “Los criminales deben pagar por sus crímenes”.
  • “Las sentencias deben ser duras”
  • “Las fuerzas policiales deben ser implacables”.
  • “La autodefensa y el acceso a las armas son derechos inalienables”.
  • “Si un criminal muere durante una reacción de la víctima o la policía, bien, mejor él que yo”.
  • “Los hombres deben ser hombres, y la homosexualidad es algo de lo que burlarse, no de lo que enorgullecerse”.
  • “Honra a tu familia”.
  • “Respeta la ley”.
  • “Ama a Brasil”.
  • “Sigue a Jesús”.

Tras décadas de propaganda progresista al unísono en los medios de comunicación, repitiendo exclusivamente discursos abyectos contrarios a estas obviedades, el pueblo consiguió acceder a un hombre que desafiaba valientemente aquel monopolio. Aliado a las condiciones políticas con esquemas de corrupción gubernamental multimillonaria saliendo a la luz, tuvimos el fenómeno electoral del Bolsonarismo. Bolsonaro, uno de los únicos políticos con años de vida pública que no estaba implicado en ningún caso de corrupción, fue elegido únicamente por su populismo de derechas (alborghettismo) y su antipetismo (sinónimo de anticorrupción). Su sesgo a favor del libre mercado (neoliberal) le vino como anillo al dedo, pero habría sido elegido igualmente sin él.

Olavo de Carvalho solía decir que él era el responsable de la elección de Bolsonaro, pero eso fue un enorme error de interpretación y una tremenda falta de humildad de su parte. Si podemos atribuir el éxito de Bolsonaro a alguien que no sea él mismo, sería a Luciana Giménez, la presentadora de la SuperPop, o al PT y su robo desenfrenado. Al mismo tiempo, Olavo también predijo correctamente que el primer candidato que apareciera en la escena nacional identificado con el discurso populista de derecha, sería elegido, porque Brasil es un país de mayoría conservadora; y también predijo que elegir a un presidente de derecha mientras los medios de comunicación, la academia y el estado profundo siguieran siendo de izquierda, no serviría de nada. Aunque Olavo no era del tipo sumiso y educado con la izquierda, su estrategia también era hayekiana a largo plazo y, por tanto, como señaló Rothbard, sin posibilidades de éxito.

El alborghettismo del bolsonarismo hizo que multitud de candidatos con tuvieran grado como “mayor”, “delegado”, “capitán”, “teniente”, etc., en sus nombres, fueran elegidos sólo por eso. Brasil votó masivamente por nulidades completas, sólo porque aparecieron del lado de Bolsonaro en la campaña –y los que se desmarcaron de Bolsonaro y del bolsonarismo, también se desmarcaron de los votantes y nunca más fueron elegidos para nada; véase Joice Hasselmann y Alexandre Frota. Incluso reprimido por el dominio izquierdista de los medios de comunicación, el alborghettismo siempre ha sido una fuerza política y mediática en Brasil; prueba de ello es la carrera política del propio Alborghetti, que fue concejal durante un mandato, y diputado estatal durante tres. Siempre ha habido y sigue habiendo políticos policiales electos. Los innumerables programas policiales populares también han sido siempre una fuerza mediática –todos éxitos de audiencia, aunque varían en su dosis de alborghettismo; cuanto más alborghettismo cultural, más audiencia, pero más problemas.

Actualmente, el principal representante del alborghettismo cultural en los medios de comunicación es el presentador Sikêra Júnior. Alborghetti y Sikêra tienen muchas similitudes en sus carreras. Alborghetti empezó su programa en la TV regional de Paraná, y Sikêra en la TV regional del Norte/Nordeste, y ambos pasaron a la cadena nacional, triunfando en los índices de audiencia en todo Brasil. Por chocar con la corrección política progresista que domina el consorcio mediático/estatal, fueron suprimidos y sus programas retirados de la cadena nacional. Sikêra sufrió varias demandas por “declaraciones discriminatorias y ofensivas”; es decir, por decir simplemente lo que el pueblo quiere oír. Como vivimos en una dictadura donde no existe la libertad de expresión, el régimen utilizó la justicia para silenciar sus discursos populistas de derecha. “Estaba acostumbrado a hablar en un programa local, decir barbaridades y no tener consecuencias”, dijo el presentador en una entrevista. Pero cuando ambos llegaron al gran público en una cadena nacional, les cortaron las alas. El sistema mantiene un “alborghettismo controlado” en los medios de comunicación, con presentadores como Datena, que se pliegan al progresismo.

Es triste observar que esta derecha ignorante es incapaz de reconocer los peligros de las leyes contra la difamación y la calumnia. Cuando defienden la libertad de expresión frente a la regulación de los medios de comunicación y otras formas de censura, sus incautas lumbreras suelen decir que no es necesaria ninguna nueva regulación porque “ya existen leyes contra la calumnia, la injuria y la difamación, el daño moral y el perjuicio”. Son incapaces de darse cuenta de que otorgar al estado el poder de definir lo que constituye una calumnia, equivale al orwelliano Ministerio de la Verdad que tanto les gusta citar; y al defender las leyes contra la calumnia y la difamación, están apoyando un distópico “derecho a no ser ofendido“. La derecha crédula celebra cuando un izquierdista es castigado por estas leyes, y el propio Sikêra ha utilizado a menudo este “derecho a demandar a otros por las palabras pronunciadas”, pero al final es la izquierda la que gana con estas armas totalitarias. Sikêra tiene las manos atadas, y vuelve a quedar relegado a una audiencia local, mientras el progresismo campea a sus anchas y gobierna a nivel nacional.

A pesar de sus éxitos, el alborghettismo cultural dominante en Brasil tiene un gran defecto moral y conceptual: aunque acierta en su rechazo a las drogas, fracasa estrepitosamente en su defensa de la prohibición de las drogas. Este prohibicionismo sólo causa daño a todos, sin beneficiar absolutamente a nadie –excepto al crimen organizado, a la burocracia estatal y a los funcionarios públicos corruptos que se enriquecen con la estúpida guerra contra las drogas. En su adhesión al necesario cumplimiento de la Ley, no distinguen la Ley de la legislación, y acaban promoviendo la perversión de la Ley y una forma extrema de comunismo.

Cuando Bolsonaro consiguió romper la burbuja de la propaganda izquierdista con su discurso populista de derechas, cuando consiguió hacerse políticamente viable, y cuando emergió como el principal candidato a la presidencia, el régimen entró en pánico e intentó asesinarlo. Un sicario lo apuñaló en el abdomen y retorció el cuchillo tras penetrarlo: un golpe mortal del que no hay escapatoria. Por milagro, Bolsonaro sobrevivió, pero el régimen no renunció a asesinarlo, pero esta vez se limitarían a un asesinato de reputación, y los medios de comunicación comenzaron una campaña de desprestigio 24/7 contra Bolsonaro. El sistema se reorganizó además para que Bolsonaro asumiera la presidencia, pero no el poder. La “separación de poderes” de Montesquieu siempre ha sido una idea extraña. El poder es indivisible, porque el poder significa la decisión final, y sólo puede haber una decisión final. Desde el inicio del gobierno, el poder judicial mostró quién mandaba, y empezó a suspender las órdenes de Bolsonaro, como la eliminación de los robos de la DPVAT y de los radares de velocidad.

Bolsonaro ni siquiera fue capaz de utilizar el estado para averiguar quién ordenó su intento de asesinato. Durante la farsa globalista covid-19, quedó aún más claro quién tenía realmente el poder. Bolsonaro siempre se ha guiado por el sentido común, y por eso tuvo una lectura acertada de todo la fraudemia. En primer lugar, reconoció que se exageró mucho la gravedad de la enfermedad, y la llamó gripe, y las cifras demuestran que la tasa de mortalidad del covid fue cercana a la de la gripe común. Estaba en contra de las mascarillas, los encierros y las inoculaciones –todas estas medidas resultaron ineficaces y catastróficas–; y estaba a favor de tratamientos baratos y eficaces, como la Ivermectina y la hidroxicloroquina, las vitaminas y los hábitos saludables –todas estas medidas resultaron correctas. Pero fue inútil tener un presidente apoyando lo que era correcto y yendo en contra de medidas autoritarias descabelladas, porque el poder judicial le quitó la autonomía a la presidencia y se la dio a los gobernadores y alcaldes, la mayoría de los cuales estaban alineados con los globalistas, y Brasil se sumergió en el período más tiránico de su historia.

Fue durante este periodo cuando los medios de comunicación heredados demostraron que todavía controlan la opinión pública en Brasil, hasta el punto de decidir el resultado de elecciones presidenciales. Utilizando tácticas de alarmismo y gaslighting (abuso psicológico y manipulación por la que se logra que alguien cuestione su propia realidad) los medios de comunicación hicieron creer a casi toda la población que estaban en riesgo de ser exterminados por un virus con una tasa de supervivencia de más del 99%, haciendo así que la gente apoyara la opresión sobre sí mismos. Aunque no tenía poder real Bolsonaro, que hablaba continuamente a favor de la libertad, fue tachado de “genocida” por los medios de comunicación debido a ésto, lo que le hizo perder gran parte de su popularidad. Los medios también colaboraron con el montaje electoral promovido por el sistema, que sacó de la cárcel al único opositor con popularidad suficiente como para enfrentarse a Bolsonaro, anulando sus condenas (convirtiendo a un ladrón convicto en un “borrón y cuenta nueva”), y presentándolo como candidato en las elecciones presidenciales de 2022. La campaña de desprestigio de cuatro años de los grandes medios dio sus frutos, y la redacción de Rede Globo celebró el resultado de un trabajo bien hecho cuando Lula superó a Bolsonaro en el recuento de votos. Todo ésto en una elección reñida, en la que los votos fueron contados por enemigos declarados de Bolsonaro, los que se aseguraron de que los votos no fueran impresos ni auditables.

Tras estas elecciones amañadas, los medios de comunicación corporativos siguieron demostrando su poder. El régimen importó exactamente el mismo esquema de Estados Unidos para derrocar al populismo de derecha: una protesta de votantes enfadados por los resultados fraudulentos, incitada, facilitada e infiltrada por fuerzas opositoras, fue calificada como “golpe de estado”, afirmación que sólo pudo sobrevivir más de un minuto con la complicidad de los poderosos medios de comunicación activistas. Cualquier persona pensante descartaría inmediatamente la imputación de terrorismo y de intento de toma del poder por parte de una multitud desarmada, compuesta además por personas de edad avanzada. Sin embargo, los medios han demostrado su poder y han logrado sostener la patética narrativa golpista, que intenta meter en la cárcel tanto a Trump como a Bolsonaro. Pero al menos en Estados Unidos, el gran adversario de la derecha parece ser el estado profundo, pues allí los medios de comunicación heredados ya muestran signos avanzados de degradación.

Los porteros

No cabe duda de que vivimos tiempos revueltos. El debate del Partido Republicano entre los precandidatos a la presidencia de Estados Unidos en Agosto de este año lo confirmó. No por nada de lo que se dijo en ese debate, sino por las cifras de audiencia. Trump, que encabeza las encuestas, concedió una entrevista a Tucker Carlson, programada para emitirse por Internet al mismo tiempo que el debate en Fox News.

Carlson fue despedido de Fox News en Abril, a pesar de que su programa tenía la mayor audiencia de la cadena: más que todos los demás canales juntos. Eso no fue suficiente para mantener su trabajo, porque no estaba alineado con las narrativas propagadas por los medios corporativos. Entre otras muchas cosas, su programa denunciaba con dureza las farsas de la dictadura sanitaria covidiana, del payaso dictador Zelensky y de la guerra por poderes contra Rusia, y daba espacio a personajes prohibidos como Robert F. Kennedy, Jr.

Sin embargo, al mes siguiente de su despido, Carlson estrenó su programa en Twitter ¡y tuvo una audiencia 10 veces mayor que la enorme audiencia que tenía su programa en Fox News! En otras palabras, los medios de comunicación heredados intentaron controlar la información cerrando sus puertas –como han hecho durante toda su existencia–, pero fracasaron estrepitosamente. Los muros de los medios han sido derribados por los cañones de Internet –con la inesperada ayuda de Elon Musk– y las puertas se han vuelto inútiles. Así lo confirmaron los Ibopes del debate y la entrevista. El debate de Fox News tuvo una audiencia de 12,8 millones de espectadores, mientras que la entrevista de Trump en Twitter/X superó los 250 millones de visitas, 20 veces más que Fox News. La entrevista de Milei con Carlson fue considerada la más vista de la historia de la humanidad[2], con más de 425 millones de visualizaciones en Twitter (sumando las versiones en inglés y español). Carlson y Trump comentaron este cambio de paradigma durante la entrevista. Carlson preguntó: “Es interesante, porque usted ha pasado gran parte de su carrera en televisión, pero no siente la necesidad ahora, cuando se presenta a presidente, de estar en televisión, obviamente. ¿Cree que la televisión está en declive?” Trump respondió:

    Bueno, según una encuesta que acaba de salir, ha bajado un 30, 35%, pero creo que se referían a la televisión por cable; creo que la televisión por cable ha desaparecido porque ha perdido credibilidad. MSNBC, o como ellos dicen, MS-DNC, es tan mala. Es tan malo lo que escriben, lo que hacen y lo que dicen. Son noticias falsas, como dije. Creo que yo acuñé ese término. Espero haberlo hecho, porque es una buena idea. Pero no es un término lo suficientemente duro. Noticias corruptas es mejor.

Donald, si no fuiste el creador, fuiste el gran difusor de la expresión “fake news”. Y hoy los medios corporativos estadounidenses han sido derrotados. Quién es mainstream hoy: Tucker Carlson o Fox News, Joe Rogan o CNN? La audiencia responde por sí misma. Desafortunadamente, en Brasil todavía estamos muy lejos de una derrota de los medios de comunicación dominantes como en los Estados Unidos. Como vimos anteriormente, los medios corporativos fueron capaces de superar al populismo de derecha representado por Bolsonaro, y volver a poner en el cargo a una figura alineada con el discurso progresista aprobado.[3] También fue capaz de monopolizar el discurso derechista permitido a través de la red Jovem Pan. Algo similar ocurrió en la década de 1960 en los EE.UU., como explica Rothbard en su artículo:

    ¿Qué fue de la Derecha Original? ¿Y cómo se ha metido el movimiento conservador en el lío actual? ¿Por qué es necesario separarlo y dividirlo, y crear un nuevo movimiento de derecha radical sobre sus cenizas?

La respuesta a estas dos preguntas aparentemente dispares, es la misma: lo que le ocurrió a la Derecha Original, y la causa del lío actual, es el advenimiento y la dominación de la derecha por Bill Buckley y la National Review.

Las masas conservadoras, sin liderazgo intelectual desde hacía mucho tiempo, carecían también de liderazgo político. Se había creado un vacío intelectual y de poder en la derecha, y en 1955 se apresuraron a llenarlo Bill Buckley, recién salido de varios años en la CIA, y la National Review …

Y así, con una rapidez casi relámpago, a principios de los años ‘60, el nuevo movimiento conservador de cruzada global, transformado y dirigido por Bill Buckley, estaba casi listo para tomar el poder en los Estados Unidos. Pero no del todo, porque en primer lugar había que eliminar a todos los herejes de la Derecha –algunos restos de la Derecha Original–, a todos los grupos que de alguna manera eran radicales o podían privar al nuevo movimiento conservador de su tan deseada respetabilidad a los ojos de la élite izquierdista y centrista. Sólo la derecha desnaturalizada, respetable, no radical y conservadora, era digna del poder.

Y así comenzaron las purgas. Uno tras otro, Buckley y la National Review purgaron y excomulgaron a todos los radicales, a todos los que no eran respetables … Pero si, a mediados y finales de los años “60, Buckley había purgado el movimiento conservador de la auténtica derecha, también se apresuró a abrazar a cualquier grupo que proclamara su duro anticomunismo, o mejor dicho, antisovietismo o antistalinismo.

Teniendo en cuenta las disparidades de tiempo, lugar y personajes, permítanme hacer un paralelismo con la actual derecha brasileña. Cuando el ascenso de Bolsonaro puso de manifiesto la fuerza política de la derecha, que solo parecía inexistente por la falta de un representante en el “Brasil Oficial”, se hizo inevitable que hubiera un vehículo que reflejara la opinión de la gran mayoría de la población, y fue Jovem Pan la que llenó ese vacío. La cadena de radio creó a finales de 2021 un canal de noticias paga, con una diferencia: a diferencia de todos los demás canales de noticias, que son puros aparatos de propaganda de izquierda, Jovem Pan News abrió sus micrófonos a los derechistas para que comentaran las noticias junto con los izquierdistas y debatieran con ellos. En cuanto a la elección de las noticias, el canal seguía el patrón progresista estatista del resto de los medios de comunicación, pero al menos había alguien que decía la verdad. Por ejemplo, durante la farsa del covid, la emisora siguió el canon globalista, fomentando el miedo con reportajes sensacionalistas a las puertas de los hospitales, y contando los muertos en tiempo real, y sin embargo había un comentarista como Guilherme Fiuza –que nunca se consideró de derecha– denunciando esta patraña. Mientras todos los medios de comunicación proseguían su cruzada para destruir la imagen de Bolsonaro, y se confabulaban con las maquinaciones del sistema que trabajaba para derribarlo, el ala derechista de Jovem Pan halagaba a Bolsonaro y advertía de las acciones del estado profundo destinadas a derribarlo. Dentro de la limitada audiencia de la televisión paga[4], Jovem Pan Noticias fue un fenómeno de audiencia, alcanzando la cima del segmento al superar varias veces al programa que ocupaba el primer lugar, que llevaba 26 años en antena.

Al concentrar a la audiencia de Bolsonaro, Jovem Pan se encontró en la posición de moldear cómo sería esta Nueva Cerecha, como había hecho National Review en los EE.UU. en los años ‘60. Sin libertarios en sus filas, albergaba a tipos más radicales que tendrían que ser purgados. Cualquiera que se desviara demasiado del manual progresista, o que simplemente no tratara a las autoridades oficiales con absoluta reverencia, sería eliminado. Fiuza, Marco Antônio Costa, los neoconservadores Paulo Figueiredo y Rodrigo Constantino, fueron algunos de los despedidos del canal entre finales de 2022 y principios de 2023. Augusto Nunes, uno de los excomulgados, aclara que los despidos no tuvieron nada que ver con una supuesta censura del Tribunal Supremo, sino que fueron decisiones del grupo Jovem Pan. Así definió Jovem Pan a la nueva derecha respetable[5], para lo que utilizaré la figura de Emílio Surita, principal presentador de la cadena, para caracterizarla.

Buen tipo y muy divertido, Emilio es el típico normie socialista de mercado, que ha asimilado todos los mitos socio-político-económicos que ofrece el marxismo cultural que le ha rodeado toda la vida. Para él, el estado es lo que impide un escenario de caos anárquico absoluto a partir de la guerra de todos contra todos. Al igual que el propio Lenin admitió en los primeros momentos de la revolución soviética que era imprescindible algún tipo de mercado, nuestro normie también reconoce que el comunismo total no funciona, por lo que condena los regímenes más socialistas como Cuba, Venezuela o Corea del Norte. Es consciente de que la riqueza es generada por los empresarios, y defiende “todo el libre mercado posible”, por lo que se considera de derecha. Pero el estado no puede eludir sus funciones esenciales, como la seguridad, la sanidad, la educación, la cultura y muchas más. Así que a nuestro socialista de mercado no le importa pagar altos impuestos, siempre que reciba estos “retornos”.

El estado también debe regular el mercado, para evitar que barones sin escrúpulos abusen de su poder económico y exploten al pueblo. Desafiar a los poderes establecidos es impensable para cualquier normie, así que incluso frente a esta dictadura del poder judicial en la que vivimos, Emilio siempre repite el mantra “las órdenes judiciales no se discuten, se cumplen”, tal como pensaban millones de alemanes durante el nazismo. La democracia es la cúspide de los sistemas políticos humanos, y si ahora las cosas no van tan bien, sólo queda esperar cuatro años para “votar mejor”… y repetirlo ad infinitum. La Constitución del ‘88 debe ser respetada y alabada. De hecho, Emílio dio un aplauso a esta Carta Magna socialista debiloide en el aniversario de su promulgación. “La pandemia de covid fue gravísima, y acabó gracias a las vacunas”. La información de que la covid terminó igual en países donde casi nadie se inoculó, y que las muertes por otras causas aumentaron en países donde la mayoría se inoculó, ni siquiera llega a oídos de los normies –si lo hiciera, seguirían con su creencia en inoculaciones seguras y redentoras, tal es su confianza en el espantosamente corrupto establishment médico. Puede que se hayan cometido algunas exageraciones en la respuesta gubernamental a la pandemia, pero son errores bienintencionados y perdonables, porque “nadie sabía a lo que nos enfrentábamos”. Putin es un dictador demente que invadió Ucrania sin motivo, y Zelensky es un héroe que sólo intenta proteger a su pueblo. Israel nunca ha hecho nada malo, y los conflictos en los que participa son simplemente batallas entre la civilización (ellos) y la barbarie (los árabes desplazados).

En un artículo anterior destaqué cómo Milei era siempre ridiculizado, acosado y menospreciado en el programa Pânico. Cuando su nombre surgió como uno de los candidatos presidenciales, “sin ninguna posibilidad de ganar”, se le llamó loco y se recordó a la audiencia de derecha que se mantuviera alejada de estos tipos radicales, que quieren “arrancar y vender nuestros órganos y vender a nuestros hijos” (sic). Sólo cuando Milei se estableció como el gran favorito para convertirse en el próximo presidente, recibiendo el apoyo de Bolsonaro y la atención mediática mundial, los normies de la derechista socialista Jovem Pan se vieron obligados a acercarse a Milei y al anarcocapitalismo con un poco de seriedad; recientemente, Pânico invitó a un youtuber progresista libertario novista a hablar de ello –un tipo ingenuo que no habla de moral ni ética, sino de “resultados”, y que fue incapaz de responder a varias objeciones elementales al anarcocapitalismo.

Se ha inculcado en las mentes de los normies que el “radicalismo” es lo peor del mundo, incluso cuando se trata de una defensa radical de la vida de sus familias, o de una defensa radical de los frutos de su trabajo; en consecuencia, el “término medio” es el ideal para todo. Por eso, cada vez que otros moderados de su programa se desvían un poco de esta visión del mundo, como el socialdemócrata Samy Dana, que defiende la privatización de la enseñanza; o Rogério Morgado, que defiende el derecho irrestricto a contar chistes, Emílio les corta el rollo y les llama radicales. Nada debe ser destruido, sólo reformado; gradualmente. Bajo estas premisas, la nueva derecha fue definida por Jovem Pan: una derecha estatista, prohibicionista, socialista, gradualista. Como nos enseña Rothbard en su artículo, la supresión del radicalismo en la derecha es una estrategia avanzada por la izquierda, porque sirve a sus propósitos de mantener el statu quo socialista: “Cada vez que los izquierdistas se encuentran con abolicionistas que, por ejemplo, quieren derogar el New Deal o el Fair Deal, dicen: ‘Pero eso no es conservadurismo genuino. Eso es radicalismo’. El auténtico conservador –siguen diciendo estos izquierdistas– no quiere derogar ni abolir nada. Es un alma educada y amable que quiere preservar lo que los progresistas de izquierda han conseguido”. Así que incluso antes de la purga de Jovem Pan de los “un poco más radicales”, los libertarios –que son inherentemente abolicionistas– ya estaban vetados. Durante la campaña electoral de 2022, Jovem Pan –ya establecido como el medio de comunicación de la derecha– acogió a todos los principales candidatos de la derecha en su programa Pânico. Fue sugerido por uno de los colaboradores del programa que el único candidato anarcocapitalista de Brasil, Paulo Kogos, participara en Pânico (al menos en aquel momento todavía se definía así; ayer era austrolibertario, hoy ya no lo es, mañana quién sabe lo que será …). Fue el propio Emílio Surita quien vetó a Kogos, por considerarlo “demasiado radical” –Emílio rechazó su presencia por estar en el mismo espectro político “radical” que Milei, y teniendo en cuenta que Kogos no fue elegido por pocos votos, ésto puede haberle costado la elección del primer diputado anarcocapitalista de Brasil. Actuando así, este tipo de derecha dominada por “buenos conservadores”, siempre ha ayudado a consolidar el izquierdismo dominante. Rothbard continúa:

Así que la visión de la izquierda progresista de los buenos conservadores es la siguiente: primero, los progresistas de izquierda, en el poder, dan un gran salto hacia el colectivismo; luego, cuando, en el curso del ciclo político, cuatro u ocho años más tarde, los conservadores llegan al poder, por supuesto se horrorizan ante la mera idea de derogar nada; sólo ralentizan el ritmo de crecimiento del estatismo, consolidando los logros anteriores de la izquierda y proporcionándole un poco de tiempo para relajarse y recuperar fuerzas para el próximo Gran Salto Adelante progresista (…).

Me gustaría preguntar: ¿hasta cuándo seguiremos siendo tontos? ¿Hasta cuándo seguiremos desempeñando los papeles que nos han asignado en el escenario de la izquierda? ¿Cuándo dejaremos de jugar a su juego, y empezaremos a dar vuelta la tortilla?

Es una gran pregunta. ¿Hasta cuándo? En Argentina, un libertario carismático, erudito y apasionado, consiguió dar vuelta la tortilla, “cortocircuitando a las élites mediáticas y llegando y despertando directamente a las masas”. En Brasil, una derecha socialista se ha blindado contra toda forma de radicalismo, y ha suprimido toda posibilidad de ascenso del populismo libertario. Cómo romper esta barrera en Brasil y si surgirá alguien con el talento, la fuerza y el coraje para hacerlo, es la gran pregunta.

 

 

 

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[1] Gottfried también señala que lo mejor que deberían hacer todas las corrientes de la derecha es unirse en la defensa de la secesión. Desgraciadamente, parece que la derecha brasileña está aún más lejos de apoyar la secesión que lo que está de apoyar al libertarismo.

[2] La métrica de estas cifras está envuelta en la controversia entre vistas e impresiones. En cualquier caso, las métricas de audiencia televisiva tampoco garantizan que un televisor en un canal tenga la atención dedicada de un espectador.

[3] Sin embargo, los medios corporativos no han podido ni podrán acabar con el Bolsonarsimo/alborghettismo brasileño. Bolsonaro sigue atrayendo multitudes allá donde va, y Lula sigue siendo acosado en grandes concentraciones, incluso en el Nordeste, donde supuestamente obtuvo importantes votos. La fuerza de la derecha también se evidencia en los boicots contra empresas que se asocian con el progresismo, como Bud Light en los Estados Unidos, y BIS en Brasil.

[4] Los canales de televisión pagos no llegan a las masas y, por tanto, no controlan directamente sus opiniones, pero pueden llegar a una minoría más politizada que interfiere en la “opinión pública” e influir en ella.

[5] Los excomulgados de Jovem Pan se han pasado a los medios online, en particular a la Revista Oeste, que ha acogido a varios de ellos y tiene una gran audiencia. Pero esta derecha sólo se diferencia de la “derecha Jovem Pan” en su grado ligeramente más pronunciado de radicalismo –la visión normie del mundo prevalece igualmente.

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